Hay veces en las que el recuerdo es sustancialmente mejor que la realidad porque éste se ve empañado por la nostalgia, el aderezo de todo tipo de sentimientos y la propia invención de cada uno. En el caso de D Generation está claro que los neoyorkinos nacieron en la época equivocada, los noventa fueron duros para todos y más para todos aquellos que no se rindiesen al rock alternativo o, como ellos, tuvieran la juventud pero su música bebiese del punk y el glam y lo resumiesen todo en buen rock n’ roll. Es muy difícil explicarle a un chaval de veinte años lo que fue aquello y que realmente se haga una idea aunque crea saberlo habiéndolo leído mil millones de veces pero de verdad que los primeros noventa lograron un cambio tan radical como necesario en la mentalidad de los músicos y el público que nada volvió a ser lo mismo y, aunque muchos crean acertar echándole la culpa de todo a Cobain, lo cierto es que el rock alternativo norteamericano venía gestándose desde mediados de los ochenta y todo aquello acabó como movimiento precisamente cuando el malogrado cantante de Seattle fue erigido a los altares y derrocó a Michael Jackson, Metallica y Guns N’ Roses con sus canciones, mucho antes de acabar con su vida, pero todo hay que decirlo; la música actual no sería lo mismo sin aquellos años y, seguramente, muchas bandas de las que disfrutamos actualmente, de cualquier género, habría desaparecido por muerte natural hace dos décadas.
Así, en 1994 el sueño se acabó antes de tiempo y la prensa intentó sin éxito que lo que quedaba de década fuese igual de excitante; allí estaban los ingleses reivindicando el ahora denostado britpop, la prensa norteamericana aprovechando los restos del naufragio y mezclándolo con el nuevo punk californiano gracias a “Smash” y “Dookie”, ambos de 1994, y el rock industrial con Nine Inch Nails, “The Downward Spiral” (también de 1994), Marilyn Manson y su relación parasitaria con Reznor dando lugar a “Antichrist Superstar” (1996), el eterno Jourgensen con Ministry y más tarde la creencia de muchos de que la música electrónica salvaría el desgaste creativo y la ausencia de rey con The Chemical Brothers, Prodigy, Underworld, Howie B, Propellerheads, Goldie u Orbital entre otros y por la que muchas bandas, incluídas cientos de metal, se decidieron a incorporar elementos y bases electrónicas en sus canciones con resultados, en muchas ocasiones, bastante deshonrosos.
Y explico todo lo anterior porque, ¿dónde estaba el sitio de una banda como D Generation en todo este caos cuando internet, tal y como la conocemos el gran público, estaba todavía en pañales y nos fiábamos de la prensa musical supuestamente profesional y su manía por inventar etiquetas y aupar a los altares a bandas que caían en cuestión de semanas, si no días? Pues D Generation, como otros artistas, llegaban tarde; habrían resultado en los setenta pero en los noventa compartían carteles imposibles con otras formaciones con las que no tenían nada que ver y ni siquiera su discográfica sabía bien cómo venderles. Pude verles teloneando a Green Day, precisamente presentando “No Lunch” y, a pesar del gran concierto, el público les obsequió con la mayor de las indiferencias. Así, tras problemas con la distribución y la promoción, D Generation dejaban de existir tras publicar “Through the Darkness” (1999) y su cantante, Jesse Malin, encontraba incomprensiblemente su hueco y mayor repercusión interpretando canciones de corte ‘americana’ en acústico y teloneando a Ryan Adams ante, de nuevo, el pasotismo y la frialdad del público que quería escuchar las canciones del último disco del de Jacksonville y ex-Whiskeytown (el jodidamente enorme “Gold” de 2001) y sé muy bien de lo que hablo porque también estuve allí o cuando conocí a Malin en persona (todo un desencuentro, una pequeña decepción de las muchas que uno tiene cuando conoce a alguien a quien admira o, por lo menos, aprecia tras años escuchando su música) antes de un concierto de Marah que sin Serge Bielanko ya comenzaban a perder el rumbo pero seguían siendo suficientemente relevantes como para que Malin abriese para ellos, por lo menos en nuestro país…
Mientras tanto, el recuerdo comenzaba a hacer de las suyas y una férrea base de fans se deshacía en elogios con los difuntos D Generation, convirtiéndolos en banda de culto; en otros malditos por excelencia de los noventa, en artistas maltratados por una industria que buscaba a los próximos Nirvana, Oasis, Blur, Green Day u Offspring, a cualquiera menos a ellos. Y lo cierto es que D Generation, como viene a demostrar este disco diecisiete años más tarde, eran una buena banda; entretenida, con grandes canciones y una actitud estupenda en directo, dejándose el alma en cada concierto y sudando la camiseta pero cualquier tiempo pasado fue mejor y “Nothing Is Anywhere”, sin ser un álbum horroroso, pierde lustre frente a los mencionados “No Lunch” o “Through the Darkness” y nos demuestra que, aunque solventes, D Generation –por mucho que nos pese y quizá por eso nos gustaban tanto- fueron unos hermosos vencidos a los que su sucísima armadura les revistió de un romanticismo cuyas canciones, por sí solas, no tenían el empaque suficiente para llenar más allá de un bar, muy a pesar de su actitud y la pasión de los que les disfrutábamos y vivíamos como si fuesen los New York Dolls mezclados con Mötley Crüe y todo el hard de los ochenta.
Pero diecisiete años son muchos, tanto para ellos como para nosotros; y pese a que intento sentirme igual de excitado con sus nuevas canciones no me llegan; “Queens of A” suena estupenda y con esa actitud que tanto me gustaba pero la canción, en sí misma, no es gran cosa y tanto a Jesse Malin como a Howie Pyro o Bacchus, Sage y Wildwood, les siento cansados o sin ese pálpito, sin ese toque barriobajero pero lleno de glamour que tanto me gustaba. “Lonely Ones” hace entrar al disco en un coma muy particular al segundo corte con un medio tiempo nostálgico y bonito pero nada más, como “Apocalypse Kids” carece de garra y podría haber formado parte de aquel debut de Malin, “The Fine Art of Self Destruction” (2003) en el que hasta una tibieza como “Wendy” parecía tener más pegada e inmeditez a pesar del tono pretendidamente aflautado que lucía Malin en su voz.
Pero es que todo “Nothing Is Anywhere” suena apático y apagado, como “21st Century Blues” a la que le faltan revoluciones o “Dance Hall Daze” en la que uno siente que habría que inyectarles algo de adrenalina a los músicos o la aburridísima “Piece of the Action” en la que nada funciona, ni siquiera el horroroso videoclip en el que me consta que su actitud es pretendida y así lo veo pero que nos hace bostezar transmitiéndonos la mayor de las desidías a pesar de que la canción no es de lo peor del álbum; un ejemplo de cómo un videoclip puede elevar una mediocridad o, por el contrario, hundirla aún más en sus propias aguas.
Descafeinadísima pero muy americana, eso sí, es “Mercy of the Rain” o “Hatful Of Ran” que suena, de nuevo, como el material de Malin en solitario, esta última parece que va a despegar para terminar por convertirse en una canción casi susurrada y contenida, sin fuerza y sin arrojo. “Don’t Believe” posee la nostalgia pero también el bostezo como “Rich Kids” o el único intento de sorprendernos que es “Militant” que acaba igual de frustrado que los anteriores. “No Goin’ Back” no funciona, no suena y no resulta, tiene el mismo acabado que una maqueta y, seamos sinceros, tampoco se han estrujado las meninges en su estribillo como “Tomorrow” que en vez de transmitir desenfado es la amarga despedida de una banda que parecía comerse el mundo pero que ahora uno entiende que aquello les venía demasiado grande a pesar de que en nuestra cabeza tuviese todo el sentido del mundo.
He leído todo tipo de estupideces sobre este álbum: “un disco poseído por el espíritu de Johnny Thunders”, “una banda que abofeteaba a cualquiera de las vacas sagradas del grunge”, “el desafiante regreso de unos supervivientes, discípulos de Thunders” y críticas, a cada cual más ridícula, para un disco modesto y que no enganchará a nuevos seguidores ni nos convencerá a los de antes si no les vemos de nuevo sobre un escenario. ¿De verdad estamos ante uno de los grandes regresos de una supuesta banda de culto? ¿En serio ninguno de aquellos chavales de filas con los que salté en la gira de “No Lunch” se atreve a decir que este disco es una decepción?
Podían haberlo solucionado como otro injustamente maltratado de aquellos años, Page Hamilton y sus remozados Helmet, que nos hace disfrutar a todos de giras con las que celebra “Meantime” o “Betty” y en las que todos nos miramos cómplices, con más canas y barba que antes, pero enfundados tras veinte años en las mismas camisas de franela o los geniales Redd Kross (pero los marcianos hermanos McDonald son otra historia, claro, y pueden y deben grabar todos los discos que les plazca que siempre serán pocos) y haberse ahorrado este “Nothing Is Anywhere” porque transmite la misma ilusión que unas terceras o cuartas elecciones.
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