Con el último álbum de los norteamericanos hay que partir de la base de que “Deathless” (2014) es, sin lugar a dudas, su mejor álbum en un carrera, hasta ahora, claramente ascendente por lo que “Great Is Our Sin” ha tenido la desgracia de crecer bajo la sombra del anterior (por lo tanto, las expectativas eran altas) pero también la suerte de ser la confirmación del excelente estado de una banda que no defrauda y está construyendo, poco a poco y sin mucho ruido alejada de la publicidad gratuita, una discografía sólida y coherente; lo que no es tema baladí en los tiempos que corren. Pero es que, si lo pensamos bien; desde “Empire Of The Obscene” (2008), su debut, hasta “Deathless” (2014) la banda –o mejor dicho; David Davidson, el único miembro permanente de Revocation, aunque Dan Gargiulo lleve a su lado ya seis años- ha ido evolucionando como compositor y ello ha impregnado la música del cuarteto que ha pasado de un death metal bruto a uno más técnico, con tintes progresivos y ese sabor thrash que aquí, en “Great Is Our Sin”, termina de cuajar por completo gracias a esos riffs que antes eran tan sólo un elemento más para ser ahora la espina dorsal de unas canciones que, claro, gracias a esto se vuelven más melódicas. ¿Repercute negativamente en la contundencia de los de Boston? En absoluto, estamos hablando de una banda robusta con canciones repletas de pasajes y desarrollos que, lejos del tedio de muchos artistas que se han subido al carro del progresivo en los últimos años, aligeran la mezcla de géneros con ese puntito macarra, pegadizo –y a veces veloz como un torbellino- para que las canciones no resulten tan pesadas.
Estilísticamente, aparte de esos fabulosos riffs y la tendencia melódica de las nuevas composiciones, “Great Is Our Sin” es una clara continuación de “Deathless” y si no alcanza el sobresaliente es porque las canciones, sencillamente, no son tan brillantes como las de aquel pero que ello no nos lleve a confusión alguna porque este álbum sigue estando a un nivel extraordinario y muy por encima de la media actual. Ash Pearson se sienta a la batería para ocupar el lugar de Dubois-Coyne y tras los mandos está Zeuss, un productor que cada vez resuena con más insistencia gracias a su trabajo con Rob Zombie, Queensrÿche, el salvaje “The Concrete Confessional” de Hatebreed y otros grandes nombres como Kataklysm, Crowbar, Soulfly, Oceano, Whitechapel y, por supuesto, “Pinnacle Of Bedlam” de los eternos Suffocation. Punto negativo es la horrorosa portada de Tom Strom (ilustrador y tatuador personal de David Davidson) que ya ilustró su anterior “Deathless” y que si aquí fracasa no es por su estilo o la temática (que a nadie le provoca ni sorprende ya una calavera o unas cuantas ratas en un álbum de metal extremo) sino por su escasa inspiración y es que basta contemplar la ilustración de este “Great Is Our Sin” junto a la de “Shadows” de Valkyrie o entre otras muchas como, por ejemplo, también la de “Pillars Of Ash” de Black Tusk o muchas del sello Relapse (aunque “Great Is Our Sin” esté publicado en la legendaria Metal Blade, que nadie se confunda) que tan bien se manejan en esa fusión de metal, groove, death y stoner que tan buenos resultados les está dando para entender que lo de Strom es simplemente falta de ideas en una escena saturada por una imaginería finita que cada vez resulta más y más repetitiva.
Por suerte, la música poco o nada tiene que ver con el encorsetamiento del ‘artwork’ y “Arbiters of the Apocalypse” nos golpea con fuerza gracias a esos latigazos y la musculosa presencia de los riffs de Davidson y Gargiulo o la brutalidad de Pearson que demuestra con creces su valía en la batería. Algo que siempre me ha llamado la atención es la versatilidad de Davidson en las voces de las que él se encarga en su totalidad o esos diálogos entre su mástil y el de Gargiulo que, cuando se doblan, nos recordarán a los últimos discos de Death. “Theatre of Horror” resulta aún más desgarrada, cambiando constantemente de tempo, y con “Monolithic Ignorance” entramos ya de lleno en un álbum en el que, hasta ahora, no habíamos encontrado un cambio tan claro como en esta canción; el doble bombo y el bajo luchan por llevar el ritmo y Davidson se lanza de lleno a un estribillo en toda regla mientras las guitarras cabalgan al más puro estilo thrashero (como la crítica social presente en su letra) pero lo mejor, sin duda, es el magnífico solo en el que se alejan por completo del death o del thrash para llegar al terreno más ‘free’ (no utilizo el anglicismo de manera gratuita o por esnobismo sino porque la estructura y el modo de éste se acerca más al prog e incluso a esa sonoridad jazzy tan atrevida para un álbum de death).
“Crumbling Imperium” fue su adelanto y es una auténtica locura y tiene ese toque siniestro, oscuro, tan novedoso en Revocation y que tan buenos resultados les dan en “Communion”, ese huracán en el que la batería es tan abigarrada en la estrofa que casi se sincopa junto las guitarras o ese puntito progresivo que antes mencionaba y que en “The Exaltation” ya es tan claro y disfrutable por el magnífico trabajo de una banda engrasada y a punto con la colaboración estelar de Marty Friedman en el solo. “Profanum Vulgus” baja ligeramente el nivel, no por calidad sino porque no me termina de convencer y se me hace excesivamente plana (claro, después de “The Exaltation”, es normal…) y terminaré rápidamente de olvidarme de ella cuando suena “Copernican Heresy”; ese magnífico trallazo a medio camino entre el thrash y el progresivo u “Only the Spineless Survive” en la que Pearson se luce junto a Brett Bamberger y Davidson parece que va e engullirnos con su registro más monstruoso.
“Cleaving Giants of Ice” es todo un himno que suena solemne en su estribillo -quizá la más melódica de todo el disco- y la machacona “Altar Of Sacrifice” es todo un manjar para los amantes de las seis cuerdas con esas guitarras que parece que vayan a romperse por la tensión sobre el puente; salvaje. Uno de los mejores álbumes de metal del año en el que Revocation vuelven a no defraudarnos y se convierten en una apuesta segura, impresionante desde su primer segundo…
© 2016 Jack Ermeister