Siempre he creído que el metalcore ha estado tremendamente infravalorado por culpa de algunas bandas que no le han hecho ningún favor al género y han atraído a todo tipo de seguidores que poco o nada tienen que ver con la música. Pero, ¿qué ocurriría si mezclamos metalcore con hardcore? Puede parecer una pregunta algo inocente pero Hatebreed han logrado crear un monstruo en el que hay también un poco de groove y hasta momentos thrash (eso sí, tan musculoso que pierde algo de velocidad para ganar en robustez) que lleva funcionando desde mediados de los noventa con una discografía sólida en la que esa falta de progresión con la que acusamos a muchas bandas, en ellos es la persecución de lograr un sonido sin fisuras, sólido como una roca que ya se ha convertido en su seña de identidad y que estoy seguro que, sin estridencias o bruscos cambios de timón, será su seña de madurez en el futuro. Cierto es que “For The Lions” y el homónimo “Hatebreed”, ambos del 2009 supusieron el punto más bajo de su carrera pero no conozco a ningún aficionado al metal que pueda permanecer impasible cuando suena “The Rise Of Brutality” (2003), “Supremacy” (2006) o este último, que nos ocupa, y que iguala en calidad a “The Divinity Of Purpose” (2013).
“The Concrete Confessional” supone el primer paso con la todopoderosa Nuclear Blast, producido de nuevo por Chris "Zeuss" Harris y lo que más me gusta de este disco, y por ende de Hatebreed, es que no nos engañan y desde el principio escuchamos lo que nos esperábamos. No es que no haya sorpresas o estribillos memorables, es tan sólo que en un momento de saturación en la industria con cientos de bandas haciendo exactamente lo mismo que otros, generando absurdos titulares y prometiéndonos grandes y fortísimos álbumes que cambien para siempre la escena; se agradece una banda honesta como Hatebreed en la que Jamey Jasta no nos engaña y, simplemente, se aferra a su micro para dejarse la garganta. No nos han prometido un gran álbum que suponga la piedra angular del nuevo metal ni tampoco están constantemente en los medios largando de sus compañeros o generando estúpidas polémicas, simplemente se han limitado a grabar otro buena álbum que quizá no pasará a la historia pero sí cimentará su carrera de la misma manera sólida que los anteriores.
“A.D.” abre fuego con Matt Byne completamente pasado de revoluciones, dejándose los brazos sobre los parches mientras Lozinak y Novinec afilan sus guitarras e intentan seguirle en su ritmo desefrenado. La parte central de la canción o puente es memorable con un ritmo más pesado mientras Jamey Jasta, magnífico en todo el álbum, se deja la voz. Pero si algo se te quedará grabado a fuego cuando escuches el nuevo álbum de Hatebreed es; “Once had a shotgun to my head, they said I wasn’t worth the bullets. Now the world is my trigger and I’m here to fucking pull it…!” de “Looking Down the Barrel of Today” y ese groove pesado que nos recordará al de los noventa y que parece convertirse en thrash en algún que otro compás. En “Seven Enemies” bajan la intensidad para recordarnos que ellos son una banda de hardcore de New Haven como ocurre en “In The Walls” en la que, a pesar de ello, nos harán cabalgar a toda velocidad para, casi al final, cambiar de patrón y machacarnos con toda la contundencia de esa sección rítmica formada por Beattie y Byrne.
Si te gusta lo que hace actualmente Max Cavalera pero echas de menos algo de frescura, “From Grace We've Fallen”, te dejará satisfecho pero será “Us Against Us” la que termine de convencerte de que estás ante uno de los álbumes más brutos del año y es que el trabajo de Byrne y las guitarras de Lozinak y Novinec harían palidecer de envidia, sin exagerar demasiado, a los actuales Slayer.
“Something's Off” es aún más rotunda con ese riff, como un latigazo, y la segunda guitarra soleando. No hay problema en bajar de intensidad si lo que nos ofrecen es un puente con el que cantar a coro; “Floods of frustration, cascading in my skull. On the axis back and forth, the swinging pendulum” y rematar un estribillo con segunda voces. “Remember When” tensa un poquito más el álbum allá donde le hace falta, en su segunda cara, y donde otros se vendrían abajo con un medio tiempo y “Slaughtered in Their Dreams”, aunque no es la mejor del conjunto, nos prepara poniendo la directa mientras las guitarras parecen correr al galope tras Jamie para “The Apex Within” en la que sí nos muestran su querencia por el hardcore y el punk más encabronado mientras que en “Walking the Knife” el que se exhibe es Matt Byrne con una batería auténticamente salvaje. Para cerrar, como si fuesen los bises; la velocísima “Dissonance” en la que rompen las barreras del thrash, el punk y el hardcore sin demasiadas estridencias pero con actitud y la pesada “Serve Your Masters”.
Un álbum estupendo para hacer “head-banging” y echarse la vida por montera mientras llevas tu mejores Martens. Con Jamey Jasta en su mejor forma y unos músicos cuyo trabajo en directo (como hemos podido comprobar en la pasada edición del Hellfest en la que su actuación fue auténticamente matadora en todos los sentidos) y estabilidad en la propia formación no ha hecho más que engrasarles y convertirles en una máquina de cinco piezas a la que no cuesta pisar el acelerador para encontrarla. El único punto negativo del disco serían las letras y, a veces, esos versos tan poco imaginativos en favor de unas rimas que resultan un poco forzadas. Han vuelto a grabar el mismo disco de siempre pero, ¿desde cuándo eso es un problema si te llamas Hatebreed? Que sea así por muchos años…
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