SETLIST: If Eternity Should Fail/ Speed of Light/ Children of the Damned/ Tears of a Clown/ The Red and the Black/ The Trooper/ Powerslave/ Death or Glory/ The Book of Souls/ Hallowed Be Thy Name/ Fear of the Dark/ Iron Maiden/ The Number of the Beast/ Blood Brothers/ Wasted Years/
Supongo que con Maiden me pasa como con muchas otras bandas, les he visto demasiadas veces; muchas para una persona normal, muy pocas para ese tipo de seguidores que las cuentan por docenas e incluso centenas. Y también que “The Book Of Souls” (2015), con todo el dolor de mi corazón, no me ha convencido como debiera y en él encuentro, fundamentalmente, un gran defecto; la innecesaria duración de muchas de sus canciones que lo convierten en un álbum doble. Un hito para Iron Maiden al que no hay que restarle ni un ápice de mérito tras más de tres décadas de historia pero ante el que hay que estar muy ciego o muy sordo (ambos, defectos inherentes de cualquier fan sin criterio) si no se entiende que las canciones que lo integran habrían funcionado infinitamente mejor si ninguna sobrepasase la barrera de los cuatro minutos y estuviésemos hablando de un disco sencillo. Aquí no se trata de atacar al músico o aferrarnos a esa absurdísima tabla de salvación en la que aseguramos que el disco no suena como los Maiden de los ochenta porque es algo obvio y buscado; suena muy bien como la gran banda que son, la cual está atravesando un momento dulce de popularidad y reconocimiento del que hay que disfrutar cuando no hay necesidad de recuperar ningún espíritu o recurrir a innecesarias comparaciones.
Pero es que Maiden, en pocos años, se han convertido en una de esas bandas a las que el fanatismo está lastrando y parece que son incapaces de dar un concierto malo, una gira mediocre, dar un paso en falso o grabar un disco que no esté a la altura de su leyenda sin que haya una lapidación pública de aquel incauto que se atreva a escribirlo. “The Book Of Souls” ha sido saludado como una obra maestra, el propio McBrain aseguraba que era su mejor disco tras “The Number of the Beast” (1982) y muchos críticos y aficionados juran y perjuran que es una maravilla ante la que nos rendiremos aquellos para los que Iron Maiden significa mucho pero “The Book Of Souls” absolutamente nada más que una excusa para volver a verles en carretera, como me ocurre a mí. Lo que me recuerda a la publicación de “The Final Frontier” (2010) cuando muchos afirmaban que superaba a “Somewhere In Time” (1986) y supongo que tal comparación tan sólo se debía a la temática futurista de su portada y ahora todos nos reímos recordando semejante estupidez o la magistral maniobra de una gira que abortaron al año para lanzarse a la extensa y sí más lucrativa “Maiden England”.
A mi gusto, el último gran disco de Maiden, hasta la fecha, es “Brave New World” del 2000 (curiosamente, grabado en los mismos estudios que éste último, los parisinos Guillaume Tell Studios), ni el aburrídisimo “Dance Of Death” (2003) ni “A Matter Of Life And Death” (2006), del cual salvo unos temas, y por supuesto me olvido de aquellos álbumes grabados en los noventa tras “Fear Of The Dark” (1992) que, a pesar del cariño que pueda tenerle a Blaze Bayley (el mejor cantante que ha tenido y tendrá Maiden, según el propio Steve Harris declaró a Kerrang! en aquella época) son quizá el punto más bajo de su discografía y un episodio a borrar de la memoria de muchos de sus fans.
Y sí, hay que reconocerlo; es valiente grabar un disco doble a estas alturas de la película y jugar en algunas canciones a convertirse en una versión más madura o adulta de Maiden, introducir un piano de cola, doblar la duración de algunos pasajes, dedicarle al difunto Robin Williams un tema y probar la paciencia de todos con un cierre como “Empire Of The Clouds” y su trasfondo histórico con casi veinte minutos (que debería haber acabado en el próximo trabajo en solitario de Dickinson). Por no mencionar la osadía de colar seis de tus nuevas canciones en tus conciertos y conformar la mitad de tu repertorio mientras comparten protagonismo con clásicos inmortales como “The Number Of the Beast”, “Fear Of The Dark”, “The Trooper” o la propia “Iron Maiden”, por supuesto que sí pero tampoco nos confundamos.
¿El experimento funciona? Pues al margen del fanatismo, la verdad es que la presencia de Maiden justifica casi cualquier patinazo y a su favor también hay que reconocer que es inteligente situar las nuevas canciones en primera línea de fuego; cuando lo que logran es que el subidón de adrenalina por tenerles a escasos metros disimule la mediocridad de una apertura como “If Eternity Should Fall” que son ocho minutos que se hacen interminables tras la clásica introducción de “Doctor Doctor” que a todos nos sigue poniendo la piel de gallina.
Es el momento de “Speed Of Light”, quizá la más directa de su nuevo álbum, un autoplagio al sonido Maiden (no pasa nada, están en su derecho); una nueva canción que suena como su material de siempre y que, esta vez sí, entra como un tiro y convence al público. La química de los seis es incontestable y a estas alturas es absurdo negar que Maiden están en esto de la música porque la aman, que no hay necesidad alguna de grabar pero también que el clamor que arranca la bonita “Children of the Damned” es incomparable a la tibieza con la que se reciben “Tears Of A Clown” en la que, por mucho que la escuche, no siento absolutamente nada y la pista parece darme la razón cuando la miro y permanece muerta. Volvemos a lo mismo; no es una mala canción pero es demasiado lenta, no suena a Maiden y es muy repetitiva. También seré sincero para que todos aquellos fans acérrimos me entiendan mejor; me gusta ver a Bruce recuperado y sintiéndola mientras que la interpreta pero es que es tan, tan floja…
“The Red And The Black”, por lo menos, posee algo más de ritmo y no hay duda alguna de que Harris la vive como las guitarras son auténticamente mágicas y nos demuestran lo afortunados que somos de poder vivir en directo, una vez más, el delicioso binomio de Murray/ Smith (y no, no me olvido ni menosprecio o desmerezco al simpático Gers, del que me gustaría escuchar su pista en algunas canciones porque hace menos que los ojos de Eddie, pero lo de sus compañeros es y será sobresaliente a lo largo de todo el concierto. Además siento especial debilidad por Murray como músico) pero, por muchos que algunos se empeñen, no es ni será nunca de lo mejor que ha grabado Steve Harris en los últimos veinte años, aunque este tipo de afirmaciones quede muy bien decirlas o escribirlas en depende qué foros. Por otra parte, la canción y sus “oh, oh, oh” son completamente indignos de Maiden y una solución facilona tanto en estudio como en directo que, sin embargo, a la cuarta repetición no encuentra demasiado eco entre la gente más allá de las primeras filas. Estamos hablando de una canción de casi catorce minutos con pocos alicientes y, aunque algún cambio, ninguna progresión que justifique un desarrollo final tan largo. Hagamos el ejercicio, ¿alguien se imagina este mismo tema con un tempo superior y una duración sustancialmente menor, además de las guitarras en primerísimo primer plano doblándose a sí mismas como sólo Maiden saben hacer? Exacto, el resultado habría sido sustancial. No nos empeñemos en aceptarlo todo y perder el poco criterio que nos queda por muy Maiden que sean.
El cañonazo de “The Trooper” nos saca del extraño estado de ánimo de “The Red And The Black”, un tema que podrían haberlo alargado hasta veinte, treinta o cuarenta minutos y damos gracias a Eddie de que no haya sido así. Imposible no emocionarse con esos versos que hemos escuchado y cantado millones de veces; “You'll take my life but I'll take yours too. You'll fire your musket but I'll run you through!” y que son capaces de levantar a cualquier auditorio y más con la inyección de energía del incombustible Dickinson. Como decía un chaval al lado mío; “nada más que por este momento merece la pena pagar lo que sea…”
Momento para otro clásico, de esos que nos hacen retroceder en el tiempo y, de nuevo, sirven como revulsivo a las canciones de “The Book Of Souls”. Nada más y nada menos que “Powerslave”, una maravilla con ese riff trotón y Bruce sintiendo cada verso tras la que nos encontraremos en la encrucijada de escuchar “Death Or Glory” (mucho más acelerada que en el disco y con más agresividad y gancho, lo que se agradece) y el último peaje al álbum, la homónima “The Book Of Souls”. No soy especialmente reaccionario o conservador cuando bandas clásicas a las que llevo escuchando toda la vida, desde mi adolescencia, publican nuevas canciones; es sólo que las de Maiden, por mucho que sean injustificadamente celebradas desde casa y no en directo, no están a la altura y no es una opinión mía sino que, de nuevo, bastaba echar un vistazo a los regueros de gente que aprovecharon “The Book Of Souls” y sus diez minutazos para ir a los aseos o acudir a las barras para comprar cerveza y entender que lo mío no es una opinión aislada. En ella, Bruce (vestido incomprensiblemente con un chubasquero verde, que alguien me lo explique, por favor…) le arranca el corazón a Eddie y, aún palpitante, se lo tirará al público en pleno momento de puro shock rock; un elemento que se repetirá a lo largo de toda la noche y me recordará a la anécdota de cuando Bruce asistió a un concierto de Peter Gabriel y alucinó con los efectos más “teatrales” y que el propio Dickinson replicará cuando ilumine su cara con un haz de luz o simule desfallecer.
Es quizá por eso que tras la canción que da título a su última entrega discográfica y con el consiguiente desgaste entre el público, “Hallowed By The Name” es recibida con todo el calor posible y, por supuesto, la inmensa “Fear Of The Dark” o el clásico que es “Iron Maiden” de nuevo con Eddie presente, esta vez tras McBrain.
“The Number Of the Beast”, con la clásica introducción de Vincent Price, sigue sonando arrolladora por muchos años que pasen y veces la escuchemos y para los bises pocas sorpresas en una gira en la que el repertorio admite pocas variaciones, mostrándose bastante rácano para aquellos que quieran verles en más de una fecha y país; “Blood Brothers”, tras su clásico del 82, que es coreada por todos allí mientras se elevan cientos de birras y el final con la pegadiza y brillante “Wasted Years”.
He echado de menos tantas y tantas canciones que es imposible asegurar que ha sido el mejor concierto de Maiden que haya visto pero es lógico en una carrera tan extensa y repleta de joyas como la de los ingleses. Por otra parte no puedo quejarme, verles en directo es siempre un placer y habrá un día (por desgracia, más pronto que tarde) en el que lamentaré no cantar uno de sus estribillos en directo pero, por mucho que sea lógico en su gira de presentación, es innecesario incluir todas esas canciones que roban espacio a otras que, sí o sí, deberían haber sonado. Quizá el problema no es que las incluyan en el repertorio sino que las hayan grabado y se las reciba sobre el papel como si fuesen obras maestras cuando en directo, como hemos sido testigos una vez más, aburren incluso a aquellos que lucen a la reencarnación maya de Eddie en sus camisetas. Un concierto correcto, igual al de la noche anterior y al de la noche anterior y al de la noche anterior y al de la noche anterior... Bueno pero no excelente, ni un hito en nuestras vidas o en la de aquellos que les hayan visto en otras ocasiones. Da igual si les ves en en una ciudad u otra que lo único que cambiará será el grito de Bruce; “Scream for me, Madrid!” y eso dice mucho más que la grabación de un autocomplaciente disco doble…
© 2016 Jim Tonic