Hace poco leí, no sin cierta desgana, el comentario de un chaval que suele escribir críticas para otra web que desdeñaba, con razón (que no argumentos), “The Getaway” y afirmaba que Red Hot Chili Peppers dejaron de resultar interesantes en “Stadium Arcadium” (2006) y rápidamente dejó de interesarme lo que tuviese que contarme porque me percaté de que estaba leyendo las elucubraciones de un advenedizo que, con todos mis respetos, llegaría, mal que bien, a la treintena, por lo que realmente no conocía a la banda de primera mano; en estos momentos puedes escuchar todos los discos de un artista, leerte su wikipedia, bajarte toda la discografía y rarezas a la carpeta más bonita de tu ordenador que eso no te convertirá en un experto para poder sentar cátedra y es incomparable al conocimiento que te da haberlo visto en directo a lo largo de los años y el poso que, con el tiempo, pueden dejar en ti sus discos a fuerza de escucharlos una y otra vez. Para mí, la cuesta bajo de Red Hot Chili Peppers vino tras “Blood Sugar Sex Magik” (1991), el primer disco que me compré de ellos siendo adolescente, y su posterior paso por Madrid en el 94 con aquel “Tour de La Sensitive”. Recuerdo que ya en aquella época estábamos los críos que disfrutábamos de “Blood Sugar Sex Magik” y esos otros que creían que la banda se había vendido al mainstream más puro con aquel álbum. Pero si digo que la cuesta bajo de los Peppers fue tras aquel del 91 es con pleno conocimiento de causa porque la salida de Frusciante y la incorporación de un Dave Navarro que muchos creímos que encajaría a la perfección fue un auténtico bajón creativo cuando nos dimos cuenta de que el guitarraista de Jane’s Addiction había cambiado para siempre y poco tenía ya que ver con aquel que firmó “Nothing's Shocking” (1988) o “Ritual de lo Habitual” (1990) estando ahora más preocupado de ligotear con supermodelos y mantener el rimmel y la laca de uñas en perfecto estado de revista para los conciertos que de tocar realmente. Por suerte, Navarro salió por la puerta de atrás después de aquel olvidable “One Hot Minute” (1995) y Frusciante volvía para firmar el que es, por ahora, el auténtico canto de cisne de Red Hot Chili Peppers; “Californication” (1999) que, a pesar de lo notable, ya evidenciaba todos los defectos que lastrarían a la banda en los próximos trabajos. Y es que parecían haber sido castrados y aquellos que antes presumían de ser impredecibles y salvajes en directo, pagaron el duro peaje del éxito de “Under The Bridge” y su posterior secuela, “Scar Tissue”, y ahora preferían componer inocentes baladas e intentar firmar, una y otra vez, una nueva “Give It Away” con desigual resultado.
Aprovecharon las sobras en “By The Way” (2002) y en “Stadium Arcadium” (2006) se les fue la fuerza por la boca con un innecesario álbum doble que sí habría resultado si lo hubiesen dejado en uno sencillo y hubiesen prescindido de todo su relleno (que era mucho y con el que podríamos impermeabilizar unas buenas botas de montaña) pero, por desgracia, Frusciante volvía a dejar la banda y tardarían cinco largos años en volver a grabar un nuevo álbum con su nuevo sustituto, Josh Klinghoffer (que poco tenía de “nuevo” para la banda ya que anteriormente echaba una mano con el equipo de Frusciante) y publicaban el flojito “I’m With You” (2011) y ahora (entrando en la dinámica de bandas que publican y salen de gira cada cinco años) “The Getaway” que evidencia un mayor trabajo de estudio y composición que el anterior pero poca frescura y menos genialidad o inspiración en unas canciones que, a pesar del esfuerzo, se olvidan con facilidad y ninguna llega realmente a tocarnos la fibra y en el que el único acierto absoluto es la bonita portada, obra de del artista Kevin Peterson.
Pero es que en “The Getaway” no sólo echaremos de menos a John Frusciante con sus coros y esa guitarra, entre funky y hendrixiana, sino que también notaremos la ausencia de la mano de Rick Rubin por primera vez en más dos décadas. Aquí son Danger Mouse (nuevo gurú de todas esas bandas ya maduritas que buscan rejuvenecer su sonido, algo así como el bótox de los productores y, para colmo, firma cinco de las nuevas canciones) y el ya conocido por todos los fans de Radiohead, el genial Nigel Goldrich en las mezclas que aquí, sin embargo, poco puede hacer con un plato ya precocinado de una comida que ni siquiera al inglés le gusta y, menos aún, conoce de primera mano (y es que Westminster y los lamentos oxfordianos de Yorke quedan muy lejos de California y sus olas).
Pero, por si acaso hay algún excéptico, el verdadero problema de “The Getaway” es la falta de naturalidad en unas composiciones que no respiran, que se sienten prefabricadas y luchan por romper bajo una producción que no les corresponde, aparte de su indudable falta de gancho, y todo ello puede explicarse cuando descubrimos que la banda tenía ya el disco terminado hace dos años y fue un accidente de Flea con su tabla de snowboard lo que les impidió entrar al estudio y, claro, en ese tiempo (en el cual, además Flea –para añadirle más dramatismo aún, supongo- asegura que tuvo que volver a aprender a tocar el bajo tras su lesión) la banda tuvo tiempo para pensar una y otra vez las canciones (mala señal) durante dos años en los cuales se encontaron, lógicamente, sin productor y fue entonces cuando, de manera muy oportuna y casual (nótese la ironía), surgió de la nada Brian Burton (aka Danger Mouse) y se ofreció a echarles una mano. Pero lo peor estaba por llegar porque el productor no sólo desechó la mitad de las canciones que los Peppers ya tenían sino que se ofreció a componer con ellos y aprovechar algo de su material y esta es la génesis de “The Getaway” y, como muchos comprenderán, todo ello desequilibra al álbum haciéndole perder fuerza y coherencia, además de un envoltorio estético propio de Mouse que no, de ninguna manera, es el de los Peppers…
Por otra parte y antes de entrar en harina, dejemos ya de tratar con condescendencia a Josh Klinghoffer porque a estas alturas y después de darle la oportunidad en “I’m With You” y su correspondiente gira, mucho me temo que su interés por las texturas y afición por los pedales (siendo Frusciante un loco de ellos, como muestra tan sólo hay que echarle un vistazo a su excelente ‘gusto gourmet’ durante la gira de presentación de “Stadium Arcadium”) en él únicamente enmascara su mediocridad (como esos pintores surgidos de la nada que se lanzan a la abstracción, no por la lógica del proceso sino porque figurativamente son un cero a la izquierda) y poca pericia en unos zapatos que siempre le quedarán demasiado grandes. De las tres veces que le he visto en directo no ha habido ni una sola que haya clavado uno de los solos de Frusciante (ni siquiera ha sido capaz de repetir los suyos propios) y, cuando lo intenta, a Flea se le nota más tenso y pendiente de seguirle para entrar a tiempo y rematar el desastre que de disfrutar y llegar a esa comunión salvaje y natural a la que llegaba con Frusciante. Además, en estudio tampoco da la talla y ni sus coros ni su aportación a los dos discos en los que participa es gran cosa; los ardientes y lúbricos solos y riffs de Red Hot Chili Peppers han quedado postergados al olvido y lo que ahora tenemos es una guitarra, muchas veces burbujeante, sonando de fondo como una licuadora o una lavadora, para nada picante o caliente como sugiere el nombre de la banda.
Y así, con estos mimbres, es como me enfrento a la crítica de “The Getaway”, al que he dado un inusual tiempo de escucha como sin con ello fuese capaz de comprender o encariñarme con unas canciones que no resultan. La apertura con la homónima al álbum no está del todo mal y es de lo mejor del álbum. Puro disco de los setenta con una letra facilona en la que Kiedis, cómo no, es incapaz de no mencionar California; “Complete repeat, sitting in your car and on your street. Lost in California…” y será el único punto que nos recuerde que estamos ante un disco de Chili Peppers. ¿En cuántas canciones de los Peppers se menciona al soleado estado que les sirve de inspiración? Si la memoria no me falla y sin consultar fuente ajena, creo que en más de una veintena; obviamente en "Dani California" y "Californication" pero también en “Around The World”, “Parallel Universe”, “Under The Bridge”, “Out In L.A.” o “Hollywood”, “Emit Remmus”, “Desecration Smile” y así podríamos seguir… (algo digno de estudio porque Kiedis es de Michigan, Flea australiano, Chad Smith de Minnesota y tan sólo Josh es de California siendo Frusciante de Nueva York). Como en “Dark Necessities” nos reencontramos con el bajo de Flea y sentimos esa agradable sensación de estar en terreno conocido en una canción que, sin ser una maravilla, es de lo más pegadizo de todo “The Getaway”.
Pero con “We Turn Red” empezamos la línea descendente cuando nos encontramos con una monolítica y plomiza canción en la que apenas hay cambio alguno y para la que debería bajar el espíritu en llamas del mismísimo James Brown y reducir a cenizas a todos aquellos que dicen que esto es funk cuando tan sólo se trata de un coñazo. En “The Longest Wave” escucharemos, por primera vez y última, en primerísimo primer plano la guitarra de Josh sin pedal o efecto alguno y si algo la salva es la melodía de Kiedis que, independientemente de que haya perdido esa fuerza inherente a la juventud, sigue cantando excepcionalmente bien y con su clásico fraseo. “Goodbye Angels” es un autoplagio que podría haber formado parte de “Stadium Arcadium” pero lo peor es que construyen cierta tensión instrumental que, sin embargo, no termina de estallar para terminar convertida en un sosito medio tiempo de más de cuatro minutos como la aburridísima “Goodbye Angels” en la que Kiedis vuelve a su estado favorito otra vez; “California dreamin' is a Pettibon. LA's screaming you're my home” y si algo en ella funciona es el estribillo a pesar de todo el azúcar del mundo que han empleado como forzados los chascarrillos sexuales en “Go Robot” o esas rimas pueriles en las que Kiedis no parece haberse estrujado suficiente las meninges; “Sometimes I feel like I'm a sentimental trooper. She cried so hard, you know she looked like Alice Cooper…”, aunque lo peor de ella es el puente electrónico, cien por cien de Danger Mouse no de Chili Peppers y esas palmas pregrabadas con las que ya han coqueteado en el pasado y de las que deberían ya olvidarse de una vez por todas.
Pero es que “The Getaway” no mejora y hace parecer excitante a “I’m With You” con ese intento fallido de trip-hop que es “Feasting on the Flowers” o el homenaje a Iggy Pop en, cómo no y tirando de imaginación, “Detroit”; “The Stooges and J Dilla, yeah. They tore this town apart…” o en la ruidosa “This Ticonderoga” (con más y más tópicos en sus versos) en la que apreciamos que Josh, por lo menos, sí sabe hacer quintas. Lo peor de “The Getaway”, sin embargo, es el pasar de las canciones y ser testigos de cómo ninguna lo hace retomar el vuelo. “Encore” podría ser una cara b de “Stadium Arcadium” como la dramática “The Hunter” pierde toda la emoción de su estrofa en un estribillo sin fuerza alguna o en “Dreams of a Samurai” carece de sentido la introducción a piano cuando el cambio de tercio es más de lo mismo y peca de exceso de minutaje.
Aquellos que esperan reencontrarse con los Red Hot Chili Peppers de siempre se darán de bruces con un disco atípico y con canciones poco inspiradas o indignas de unos músicos que podrían dar mucho más de sí. Esos otros para los que cualquier excusa es buena y todo les vale; bailarán en directo “Dark Necessities” como si fuese el single del año pero Red Hot Chili Peppers han perdido el rumbo y este desnortado álbum es la constatación de ello. Echo de menos a John Frusciante, no porque su vuelta fuese la solución (ahora más interesado en grabar música electrónica experimental, alejado de los focos) y creo que Flea es un músico con mayúsculas que se siente frustrado en una banda “millonaria y tan corta de miras” como los Chili Peppers pero quizá es que yo me hago mayor y echo de menos aquello que nunca volverá o, mucho peor; son ellos los que no están sabiendo envejecer con dignidad y menos ganas y creatividad aún….
© 2016 Jim Tonic