La verdad es que no podemos quejarnos desde que Mark Osegueda se reuniese con Rob Cavestany y Andy Galeon en el 98 y dieran el pistoletazo de salida a una segunda encarnación de la banda con aquel “The Art of Dying” (2004) tras un EP que les sirvió para desengrasarse porque, cada tres o cuatro años y giras mediante, los de San Francisco nos han demostrado que el espíritu thrash de la Bay Area sigue más vivo que nunca y gozando de buena salud y es quizá, tras los últimos años y el notable “The Dream Calls for Blood” (2013) y su gira, además de la reedición de su imprescindible “The Ultra-Violence” (1987) y su interpretación íntegra en directo, además de la publicación de "A Thrashumentary" (2015) y la, parece que definitiva, estabilidad desde 1999 de una formación bien rodada en directo con la incorporación de Damien Sisson al bajo y Will Carroll en la batería (con la inevitable deserción de Andy Galeon) que Death Angel (únicamente ya con Rob Cavestany y Mark Osegueda como miembros más antiguos) parecen haber recuperado en “The Evil Divide” parte de la garra del mítico “The Ultra-Violence” tras bañarse en sus aguas durante los últimos meses.
Pero no nos vamos a engañar, poco queda ya de aquellos chavales que revolucionaron la escena con su debut y confirmaron su talento con "Act III" (1990) en una época bien jodida para el metal como fue la de primeros de los noventa cuando el rock alternativo y el popular grunge transformaron para siempre la industria. Death Angel en el 2016 ya no poseen esa frescura o inocencia, esa agresividad innata a la juventud que quiere comerse a bocados el mundo pero, a cambio, poseen tablas y talento para firmar uno de los discos más sólidos de este año y que, por desgracia, pasará inadvertido para el gran público.
Producido por Jason Suecof (Whitchapel, Job For A Cowboy, Trivium, Firewind, Six Feet Under, Kataklysm, Devildriver, The Black Dahlia Murder, All That Remains) quien ya trabajase con ellos en "Relentless Retribution" (2010) o “The Dream Calls for Blood” (2013) y cuyo único punto negativo es quizá ese sonido excesivamente pulcro y limpio (con las guitarras de Cavestany asépticamente procesadas) que, a mi entender, mata el espíritu de la buena suciedad infecta de las calles que todo disco de thrash debería poseer, “The Evil Divide” (con ilustración de Bob Tyrrell) es más de lo mismo; no hay sorpresas, pero las canciones son tan potentes, rápidas, afiladas y agresivas que engancha desde su primera escucha. ¿Por qué me gustan Death Angel? Porque no me engañan, porque no me prometen un disco diferente ni más potente que el anterior; simplemente se limitan a grabarlo y darme mi ración de thrash.
Y así comienza “The Evi Divide” , con un tema como “The Moth” que sintetiza muy bien lo que Death Angel nos van a ofrecer a lo largo del álbum; rapidez y gruesas guitarras que escupen riffs con mucho sabor ‘old-school’, Osegueda en un estupendo estado de forma, un pirotécnico Rob Cavestany que no dudará en desbocarse en el solo mientras Aguilar machaca la suya y Carroll parece dejarse la vida tras los parches. ¿Lo mejor? Es que tras la rasgada y rota voz de Osegueda (uno de los mejores y más infravalorados cantantes de thrash) hay unos coros estupendos que logran que “The Moth” sea aún más accesible y se convierta en una brillante forma de abrir el disco.
Claro que a esto ayuda el hecho de que la hardcore “Cause for Alarm” no nos deja recuperar el aliento con unas guitarras tocadas con una precisión y velocidad magníficas y, de nuevo, unas estrofas y estribillos muy melódicos entre los que Cavestany encontrará unos segundos para frasear y hacer gala de su genio. “Lost” es quizá la menos agraciada con ese toque a medio camino entre el metalcore y el emo, totalmente indigna de Death Angel, y en la que encontraremos, por lo menos, a un Mark Osegueda que se mueve como pez en el agua entre estilos y cuya voz encaja perfectamente allá donde quiera cantar.
Tras ese pequeño e insignificante bache, “Father of Lies” vuelve a situar el disco en lo más alto, especialmente a resaltar los cambios de ritmo y el trabajo de las guitarras pero también los dinámicos juegos de voces y la inteligente mezcla de Suecof superponiendo varias pistas de Osegueda y que, gracias a ello, te produce aún más sensación de velocidad. Obviamente, que un grupo de la Bay Area bautice a una canción con “Hell to Pay” ya sería suficiente carta de presentación pero que en los primeros segundos te vuele la cabeza, no obstante, Cavestany nos lo confirmará haciendo relinchar a su guitarra y dando paso al resto de la banda que, bajo el desenfrenadísimo trabajo de Carroll, no hara sentir que el tiempo no ha pasado para ellos.
Como magnífica es la introducción de “It Can't Be This” a cargo de Damien Sisson en un medio tiempo en el que Osegueda enfatiza el mensaje del estribillo “Don’t know what I waaaaant!” y lo disfruta mientras que con la pegadiza “Hatred United / United Hate” vuelven a sacudirnos con un invitado de lujo como Andreas Kisser de Sepultura que se hace cargo del solo (lástima que el videoclip esté tan poco trabajado, mostrando una imagen de la banda tan casera, amateur y con la ausencia de Kisser). Mala suerte que “Breakaway” y “The Electric Cell” no estén a la altura del resto del álbum y le hagan bajar la nota a pesar del la labor de Cavestany y ese riff con el que abre “Breakaway” y que promete mucho en los primeros segundos para terminar convirtiéndose en una canción sin demasiado gancho o ese final con “Let the Pieces Fall” y demasiado azúcar en el estribillo. Pero no puedo quejarme cuando tan sólo encuentro cuatro canciones que alejan a “The Evil Divide” del merecido sobresaliente que podrían haber obtenido y, a pesar de ello, lo siguen convirtiendo en un álbum infinitamente superior a "Relentless Retribution" (2010) a la altura de "The Dream Calls for Blood" (2013), lo que es una buena noticia.
Diez canciones que orbitan entre el thrash más desenfrenado a uno más maduro, quizá más calmado o medio tiempo que, sin embargo, suena fiero y contundente a pesar de su tempo. Puede que escrito no tenga mucho sentido pero basta escuchar las diez canciones que integran el disco (más el regalo que supone “Wasteland”) para sentir que en sus cincuenta minutos hay poco relleno y sí una banda solvente que se limita a hacer lo que mejor sabe hacer. Imposible sentirse decepcionado cuando el trabajo está bien hecho, si muchas otras bandas se limitasen a girar y grabar, siguiendo el ejemplo de Death Angel, centrándose en componer y dar a los fans lo que quieren en vez de generar incendiarios titulares…
© 2016 Albert Gràcia