Hay veces que escribo una crítica con la inseguridad propia del que no está satisfecho con el álbum o las canciones pero no sabe si es culpa del artista o de uno mismo por no haberle concedido más escuchas y puedo asegurar que soy generoso con el tiempo y las oportunidades. Pero con Katatonia no tengo ese mismo sentimiento porque les he escuchado hasta la saciedad desde hace muchos años, siendo aquel “Brave Murder Day” del 95 el primer disco suyo que me compré bien aconsejado por un amigo y las excelentes críticas de una prensa especializada cuando todavía escribían profesionales y no alocados y extremistas fans, intensitos todos ellos. El problema que tengo con Katatonia es que nunca han vuelto a ser todo lo grandes que fueron en el pasado y eso, aunque no deja de ser mi opinión, parece ser que es también el sentir popular cuando ello les ha pasado factura dejando de ser una promesa para terminar afincándose en una liga de segunda en la que muchos asegurarán que se cuecen los productos más gourmet de la música y es donde se paladea el verdadero genio pero rara vez se llena una sala o se hacen nuevos seguidores. Katatonia, sin embargo, llevan unos años en los que han visto incrementada su popularidad gracias al auge de otros artistas que, queramos o no, han configurado poco a poco una nueva escena en la que los límites entre el prog y el metal se han desdibujado por completo para terminar en un cóctel de melancolía, pianos, acústicas y algún que otro momento más duro pero siempre contenido. Me refiero a ese mundillo endogámico en el cual los fans parecen competir entre ellos por la hipersensibilidad a la hora de escuchar las canciones de Steven Wilson, Anathema, Riverside, Leprous o Haken y, al final, todos y cada uno –a fuerza de compartir audiencia y ventas, cuando no festival- terminan por incorporar los elementos del otro de manera inevitable y, quiero creer; sin ánimo de subirse a ningún carro.
Aquí no se trata de debatir, por enésima vez, sobre el uso o no de los guturales (como ocurre con Opeth, esa banda de progresivo que alguna vez sonó como una de metal y ahora muchos no les permiten que suenen a Purple, Crimson y Åkerfeldt cite a ABBA, más para provocar que para otra cosa, como principal influencia a la hora de componer con acústicas) o si los discos de Wilson son mejores o peores que los que firmó con Porcupine Tree porque con Katatonia esa batalla parece ya cosa del pasado. Aquí de lo que se trata es que cuando escucho este nuevo álbum siento estar escuchando lo mismo una y otra vez; como si estuviesen aprovechando las sobras de discos anteriores y los ingredientes de algunas de sus otros compañeros. ¿Qué es lo que hecho en falta en “The Fall Of Hearts”?
Primero, la composición; creo que ninguna de las canciones está lo suficientemente trabajada a nivel de escritura (no me refiero instrumental que también pero no en cuanto a talento sino en estructura) e, igual que las letras vienen a ahondar en los mismos tópicos de los últimos diez años de la banda, no hay ninguna canción que entre y no salga por la otra oreja, no hay una que se grabe a fuego y uno tenga la necesidad imperiosa de volver a ella, las trece canciones pasarán por uno sin pena ni gloria. Claro que escuchando el álbum de manera obsesiva uno encontrará allá donde no hay gran cosa, como me ha ocurrido con “Takeover” o “Decima”, pero hay que hacer el esfuerzo.
Por no hablar de que en “The Fall Of Hearts” (producido de nuevo por el propio Jonas Renkse y Anders Nyström, lo que este último ahora entiende en las entrevistas como un hecho que, lejos de las ventajas obvias, puede mermar la visión artística de la banda y su castrar su dirección creativa) parece que han optado por lanzarse de lleno al progresivo, algo con lo que ya llevaban tiempo coqueteando si lo que queremos creer es que el progresivo -como caricatura y no como género, como producto para las masas- se trata de alargar las canciones de manera antinatural. Lo que produce que algunos de los temas sean innecesariamente extensos cuando no hay riesgo o aventura en ellos que lo requiera y el desarrollo de muchos sea simplemente la repetición, una y otra vez, del mismo fraseo bajo el mismo compás o, mucho peor, otra estrofa metida a calzador.
Segundo, la voz; Jonas Renkse tiene una de los registros más bonitos de la música, ¿por qué no cantar con un poquito más de apasionamiento? Porque no sería Katatonia me responderán muchos de aquellos que me lean. Claro, les he escuchado durante los últimos veinte años, lo sé, pero no le estoy pidiendo a Renkse que cante como el histriónico Justin Hawkins de The Darkness (a cada uno lo suyo) sino algún pequeño cambio de tercio, subida de azúcar o bajada de tono, algo que evidencie que está sintiendo lo que canta, que interprete, que haya algo parecido a emoción, alguna inflexión que me haga sentir que estoy frente a un estribillo o una estrofa descarnada pero nada, nada en absoluto. Es algo similar a lo que me ha ocurrido con Ross Jennings en “Affinity”, por favor, ¿pueden ustedes cantar de manera natural y sintiendo y no como un emulador de voz?
Con todo esto sobre la mesa, ¿es “The Fall Of Hearts” un mal disco? No, claro que no pero tampoco el Santo Grial del nuevo prog, goth o como le queramos denominar a lo que actualmente practica una banda ya alejada de su pasado más doom o death, ni tampoco un disco histórico o magistral. ¿Cuántos de ellos se publican al mes para que todo el mundo le otorgue extrañas, altísimas e inverosímiles puntuaciones? ¿Cómo es posible que, como muchos afirman, todo lo que publican algunos elegidos como Anathema, Leprous, Haken, Katatonia, Wilson sea de matrícula de honor? ¡Qué falta de criterio! Luego, cuando pasan los años, llegan los puntos de inflexión cuando se repasan las discografías y se acepta públicamente que este o aquel álbum no llegaba. Admitámoslo, Katatonia han vuelto a grabar un buen disco, notable, porque son buenos músicos y seguro que a sus fans más acérrimos les derretirá el alma pero su gran momento pasó hace ya quince años con aquellos “Last Fair Deal Gone Down” (2001) y “Viva Emptiness” (2003) o mi querido “Brave Murder Day” (1995). Aceptar los aciertos y los errores de nuestros artistas favoritos no nos hará peores, ni a nosotros ni a ellos, nos hará disfrutarles lejos de la pataleta y de la sinrazón propias de la inmadurez adolescente de aquel que tiene que defender todo incluso cuando no procede.
Por ejemplo, si escucho “Takeover” y logro abstraerme de que es una canción que ya he escuchado mil veces antes puedo encontrar las maravillosas guitarras de Anders Nyström y Roger Öjersson (por otro lado, muy similares en cuanto a sonido a la de Adam Jones, algo que se repetirá en muchos de los pasajes del álbum y negarlo es como aquellos que no querían admitirlo en “Ghost Of Perdition” y de eso hace ya once años). También me gusta el segundo verso del estribillo, con Renkse cantando más abierto; “Crushed by the flood I won't let you go” o “Crushed by the grey I'm waiting for colour” pero creo que es demasiado extensa y a excepción del estupendo trabajo de Daniel Moilanen con el que sí sentimos que alcanzamos cierto clímax, el resto de la canción no termina de estallar por esa maldita mesura de la que hacen gala. En “Serein” encontramos lo que más me gusta de la banda; esas atmósferas creadas gracias a las guitarras y el bajo de Niklas Sandin sobre las que Renkse se mueve con naturalidad, aceleran un poquito más y sí se notan las transiciones, los cambios de ánimo y, en general, un poquito más de fuerza y épica bajo esa constante melancolía que tan bien saben manejar y transmitir.
“Old Heart Falls” es bonita y los arreglos de cuerda toman más protagonismo de la mano del binomio Renkse/ Nyström pero su parte central no me termina de llegar, a pesar de que es la guitarra del propio Nyström la que le hace subir de nota y, si llega a emocionarme, es por él y su maestría. “Decima” nos baja a la tierra –como si hubiese hecho falta-, es una canción más íntima y emocional pero demasiado lineal que tan sólo tendrá dos cimas (siendo la segunda la que más tarde en llegar) y que podría haber sido, perfectamente, la segunda parte de “Old Heart Falls”. ¿Bonita? Sí. ¿Recordable? No. ¿Trascendente? En absoluto.
“Sanction”, mucho más virulenta y agresiva, juega con los contrastes en un disco en el que la contención parece instalada desde el primer segundo y, claro, se agradece no por la descarga (con Renkse rara vez elevando el tono) sino por esa tensión que saben ir construyendo mientras que “Residual” vuelve a incidir, como “Decima”, en ese patrón de introducción/ estrofa/ estribillo/ puente o desarrollo/ estrofa y un último estribillo con el que pretenden resolver todo el álbum y que, una vez hemos entendido, nos descubre a una banda que parecía funcionar infinitamente mejor en otros terrenos quizá más brutos o directos pero más naturales en ellos.
“Serac” podría haber sido firmada por Opeth pero en ella, por lo menos, Renkse coge algo de fuerza y Nyström firma quizá las mejores guitarras del álbum tras “Old Heart Falls”. Por supuesto que después de “Sanction” o “Serac” creeremos que hemos entrado en barrena y el álbum está en su mejor momento (como si la banda hubiese ya calentado) y es algo que parece confirmarse con ese riff de “Last Song Before the Fade” en el que nos olvidamos de las partes más blandurrias y pretendidamente densas, siendo esta última otro de los grandes momentos de “The Fall Of Hearts” pero “Shifts” y su piano (por otra parte, genial aunque innecesarios los efectos de sirena que hay tras él) o la acústica “Pale Flag” que más bien parece un madrigal hasta que entra la pandereta y esa percusión con bongó o “Vakaren” y su insufrible envoltorio sintético nos dan el tiro de gracia sino fuese por “The Night Subscriber” que comienza como la segunda parte de “Takeover” hasta que Nyström la rasga por la mitad o “Passer” en la que los suecos parecen darse cuenta de que para transmitir, ser emocionales e intensitos y resultar pesados en cuanto a densidad no hace falta dormir al oyente o alargar la composición cuando no procede.
Si escucho este disco otras treinta veces sacaré aún más jugo a unas canciones que seguramente crecerán en mí pero, ¿será capaz un chaval que no sienta esa misma pasión por Katatonia pasar de las dos o tres escuchas cuando ninguna de las canciones llega de manera inmediata ni supone lo mejor del catálogo de Renkse y compañía? Muchos dirán que no hace falta pero más de una hora de nueva música (sin contar con los tres extras de la edición especial, además del DVD) son demasiados minutos cuando uno, picando de aquí y de allá algunas canciones sueltas, encuentra que hay otras que podrían haber sido olvidadas o acortadas y habrían hecho subir la nota del álbum. Quizá goce del agrado de los que somos fans pero nuevos tampoco les traerá y no creo que eso agrade a ningún artista o banda…
© 2016 Jack Ermeister