Últimamente, cuanto más leo sobre música, más ganas tengo de no haberlo hecho. Y es que procuro evitar las opiniones de los demás si debo escribir la crítica de un álbum, el motivo es sencillo aunque pueda sonar algo presuntuoso; no quiero que el juicio del resto contamine el mío y así ha sido siempre pero las redes sociales son muchas veces inevitables y, durante las últimas semanas, mientras disfrutaba de “Affinity” no paraba de toparme con todo tipo de exageradas declaraciones de amor hacia sus canciones. ¿Es para tanto? ¿Acaso no podemos disfrutar del talento de un artista, en este caso Haken, sin tener que encumbrarlo innecesariamente a los altares y parecer adolescentes haciéndolo entrar en comparación con grandes clásicos? O, por el contrario, ¿aceptar opiniones contrarias sin llegar a esgrimir como excusa y argumento la ignorancia del resto ante una forma de pensar diferente? Tras decenas de escuchas he de reconocer que Haken han firmado uno de los grandes discos del año, da igual si te gusta el prog o no que para apreciarlo tan sólo te bastará con que escuches con atención y te sumerjas de lleno en un álbum repleto de detalles. Pero la cara amarga de todo esto es que, a pesar de su genialidad, hay dos motivos que lastran mi experiencia con “Affinity”, un disco que, personalmente, considero muy por debajo de “Visions” (2011) y, por supuesto, del que para mí es su obra maestra hasta la fecha, “The Mountain” (2013) pero no pasa nada; el álbum posee cualidades suficientes para brillar con luz propia. El primer motivo es, al mismo tiempo, el obstáculo más difícil de superar para mí y es que me da la sensación de que Haken, si bien antes han sido siempre considerados como los hermanos pequeños de Dream Theater (con todas las reservas que tal comparación conlleva, como aquella con la banda de los hermanos Shulman), en “Affinity” parecen haber perdido todo rastro de personalidad y todas y cada una de las canciones suenan a otras bandas del género.
Ya no es la participación de Einar Solberg de Leprous (cuñadísimo de Ihsahn) que es puro azúcar y su peculiar tono de voz va camino de convertirse en una caricatura de esa forzadísima intensidad con carga de profundidad de mentirijilla de la que hizo gala en el impostado “The Congregation” (2015) sino que hay momentos en los que Haken suenan exactamente como los noruegos pero, claro, también como Circus Maximus, The Algorithm, Anathema y, por supuesto, los inevitables Dream Theater e incluso los Yes de mediados de los ochenta (pero, ¿cómo va a querer entender esto un chaval cuyas referencias acaban en los últimos diez años y no ha mamado una de las discografías más ricas de la historia de la música? Hablar de Yes, Wakeman, Genesis o Robert Fripp a gente cuyo acervo musical se reduce a Katatonia, Anathema, Riverside, Opeth o Steven Wilson es realmente frustrante cuando tratan discos de hace treinta años y carreras seminales de manera tangencial, sin darles escuchas ni tiempo suficiente y creyendo que el progresivo lo ha inventado mi admirado Devin Townsend). Lo que hace que me cuestione, ¿en qué momento aceptaron Haken las críticas sobre sus marcadísimas influencias y decidieron abandonarse a ellas en vez de profundizar en la búsqueda de su propio camino? En “Affinity” hay momentos en los que me cuesta identificar a los ingleses y no creer que estoy escuchando un collage estético de todas esas bandas más recientes.
El segundo motivo es la voz de Ross Jennings y que siento especialmente cuando escucho las versiones instrumentales del álbum. Creo que su garganta no le hace justicia al trabajo de “Hen”, Griffiths, Green, Tejeida y Hearne. Me explico, la instrumentación es, por supuesto, magnífica y está a un nivel altísimo pero en todas las canciones percibo que la voz de Jennings no está a la altura y, por momentos, hace perder fuelle a algunos de los minutos más emocionales del disco cuando entendemos que su tono no da para más, que su rango es limitado y que sus recursos son insuficientes para sostener algunos temas. ¿Quiero decir con esto que sea mal cantante? En absoluto, sólo que su voz no es todo lo versátil que debería, no posee apenas matices (basta con escuchar los constantes contrastes en la música y sentir que Jennings no acompaña) y carece de recursos expresivos como cambios de tono lo suficientemente llamativos y creíbles que acentúen algunos de los pasajes y, en muchas ocasiones, se siente bastante monótona o plana (y que nadie me mencione aquellas canciones, como “Red Giant”, en las que está más que procesada, por favor, porque esto en todo caso sería un recurso de estudio propio de Jens Bogren). Y aquí quería llegar, ¿es culpa de Bogren (quien ya es un viejo conocido de la banda) que Haken, en vez de crecer, estén constantemente bebiendo de su propia fuente? Echar un vistazo al currículum de Bogren es diseccionar casi todos los ingredientes más actuales del sonido de este álbum y desear un cambio de productor que sea todo un punto y aparte para los músicos y les haga ver su arte desde otra perspectiva.
Por otro lado, “Affinity”, es un disco equilibrado y coherente, con grandísimos momentos y otros en los que, alejándose de “The Mountain”, encuentran cierto equilibrio y son capaces de trasladar ese universo de los ochenta al que han querido llevarnos en este disco gracias las texturas y arreglos de “Hen” y Tejeida (a pesar del gruesísimo sonido del que se hace gala en las guitarras). Aseguraba Jennings que “Affinity” no sería un disco conceptual pero que sus canciones (en las que, por primera vez, han participado todos los miembros de Haken en su composición) sí servirían de banda sonora a algunos de los dilemas morales resultantes en la sempiterna dicotomía entre el hombre, la máquina y la creación. No hay problema en ello pero creo que es un tema abordado en demasiadas ocasiones y desde demasiados puntos de vista filosóficos y científicos como para que una banda ahonde todavía en ellos a estas alturas, aunque sea para musicarlos (en definitiva; me aburre y no me resulta nada original). Aún así, la portada de “Affinity”, diseñada por Backlake Design con los músicos representados por las aves que ya aparecían en “The Mountain”, posee gran encanto por su estética retro.
“affinity.exe” es la introducción con la que nos sumergiremos en el nuevo disco de Haken, siendo “Initiate” la que nos haga entrar de lleno. De ella me gustan los juegos en las voces y cómo las guitarras de “Hen” y Griffiths hilvanan la melodía sobre el magnífico bajo de Green pero ese influjo “leprousiano” en los gordísimos riffs y la forma de tocar de Hearne consiguen nublar el resultado final. “1985” habría encajado perfectamente en “Moving Pictures” (1981) de Rush hasta que llega Tejeida y, ahora sí, nos recuerda a Jordan Rudess o entra Jennings y, sobre el sintetizador creemos estar escuchando algunas de esas texturas ochenteras tan propias de los tres primeros discos de Gabriel en los ochenta. No pasa nada, entiendo que la canción y su concepto lo requieren, además es una de las que más disfruto quizá porque es la época en la que comencé a descubrir tantísima música y encuentro ecos de aquella década por cada rincón.
En “Lapse” abandonaremos aquellos años y pasaremos del post-rock al progresivo más abrasivo gracias a los dos magníficos solos en el desarrollo central siendo “The Architect”, con sus casi dieciséis minutos, la pieza que vertebre todo “Affinity”; la grandeza de la composición, sin embargo, reside en lo natural de sus transiciones y cómo son capaces de hacer que encajen de manera fluída y alternar esos riffs más djent con las atmósferas que rompen por completo la tensión alcanzada. El trabajo de los cinco músicos es soberbio y disfruto especialmente el de Green con esas bases tan jazzy o la fusión en las guitarras pero, por contra, no me gustan los guturales de los últimos minutos, tampoco el tratamiento de la batería, las guitarras –a veces completamente “leprousadas”- y, por supuesto, la prescindible aportación de Solberg en forma de tortuosos lamentos.
“Earthrise” es un soplo de aire fresco que agradezco pero es quizá el punto más bajo de todo el disco a pesar de crecer significativamente en sus últimos minutos como innecesario me parece el excesivamente procesado sonido de Hearne en “Red Giant” cuando su pegada pierde toda la gracia y podría haber sido sustituído por una aséptica caja de ritmos o los efectos, antes también mencionados, en la voz de Jennings. A favor de la composición quizá más experimental de “Affinity”, resaltar el magnífico “in crescendo” con el saturadísimo bajo de Green llevando todo el peso en los dos minutos de cierre.
Y llegamos a la última cima del álbum, “The Endless Knot”. Sencillamente apabullante tanto en su sonido como su complejidad y por la manera en que la resuelven gracias a su virtuosismo, lo que hace que me pregunte; ¿por qué Haken no han hecho algo así a lo largo y ancho de “Affinity”? En “The Endless Knot” nos encontramos a una banda que suena como ellos mismos y, a pesar de las evidentes influencias, arriesga sin dejar de sentirse cómodos en su propuesta. Obviamente, “The Architect” es la pieza clave del álbum pero “The Endless Knot” es la gran sorpresa.
Por desgracia, eligen cerrar el trabajo con la blandurria “Bound By Gravity”, sonando a todos menos a ellos pero con un extra de autocomplacencia del todo indigna de su genio y que nos hace sentir el deseo de volver a “The Endless Knot”, “The Architect” o “1985” y olvidarnos de la balada que lo despide u otras piezas igual de prescindibles como “Earthrise” o “Red Giant” y que, sumado a todo lo expuesto anteriormente, me confirman que, aún siendo grande, está por debajo de “Visions” o “The Mountain”. Aquellos que pregonan estar ante un disco histórico tan sólo tienen que dejar pasar los meses y las escuchas para aceptar el genio y el nivel pero también la poca originalidad, esa misma que les “apaisaja” y evita que den el salto definitivo
© 2016 Jack Ermeister