Tardé en engancharme a The Gaslight Anthem pero tampoco fue demasiado tarde como para no poder disfrutar de su mejor momento y es que casi siempre me pasa lo mismo cuando, durante meses, se nos bombardea con algunas bandas o artistas. Así, me compré en su momento “The ’59 Sound” (2008) y les pude ver girando con “American Slang” (2010) aún caliente bajo el brazo. La curiosidad de la primera toma de contacto con ellos para mí residía en esa constante conexión con Bruce Springsteen que a la larga les ha terminado lastrando por todos aquellos que, como yo, acuden creyendo que van a ver a una banda infinitamente más solvente sobre las tablas o, por lo menos, sudando la camiseta y lo que se encuentran es a un grupete norteamericano más de esos que suenan en el circuito universitario durante un tiempo y pasan al olvido. ¿Cómo me atrevo a decir esto? La gira de “American Slang” debería haber sido su gran puesta de largo y me encontré a una formación desnortada con un puñado de buenas canciones pero sin garra, cero química con el público y, mucho peor, entre ellos mismos. Pero la confirmación de todo esto la tuve frente a mis narices cuando estuve en otro concierto suyo durante la gira de “Handwritten” (2012) y, a pesar de tener un disco recién publicado que –si bien no era lo que se esperaba de ellos- sí contenía algunos singles los suficientemente atractivos como para haber sido una noche estupenda en un repertorio salpicado con lo mejor de “American Slang”, lo que me encontré de nuevo fue a un Brian Fallon completamente desapasionado o agotado, a un Alex Rosamilla que ni se quitó la cazadora y su capucha, constantemente de espaldas al público o ignorándolo y sin entablar contacto visual con Fallon o con unos músicos grises como Alex Levine o Benny Horowitz en la sombra, tras ellos. Nadie parecía creer nada de esto hasta que se publicó “Get Hurt” (2014) y entonces llegaron las dudas; Fallon se había separado de su pareja y le había pasado factura a la música y supongo que, visto lo visto, a la banda también (o quizá fue al revés, quién sabe). “Get Hurt” no era malo, simplemente decepcionante y la confirmación de que habían iniciado una clara línea descendente desde la supuesta cima que supuso “The ’59 Sound” y, tras decenas de entrevistas en las que juraban que todo iba bien, deciden darse un descanso indefinido y Fallon publica este “Painkillers” en solitario pero bien acompañado: incomprensible.
Podría jugar a adivinar lo que ocurrirá con The Gaslight Anthem y sería tan insoportablemente cierto como para que los que me lean no crean que tengo el don de la videncia pero sí la razón de años siendo testigo de la misma historia. Fallon escribe “Painkillers” como aquel que se lame las heridas tras perder su matrimonio y habiendo jodido la banda de su vida. Curiosamente, en la gira de presentación estarán Alex Rosamilla e Ian Perkins de The Gaslight Anthem pero no girarán bajo ese nombre, claro, porque falta la base rítmica que son Levine y Horowitz y la banda, oficialmente, permanece en estado de hibernación. “Painkillers”, como “Get Hurt”, tampoco es un mal disco pero no es “Nebraska” (1982), ni falta que le hace a Fallon, pero tampoco es el álbum que le confirmará como artista en solitario ni como el gran escritor de canciones que quiere ser o es para muchos y, dentro de poco, se reformará The Gaslight Anthem para, durante un tiempo, transitar en la zona gris y, entre paréntesis, giras minoritarias y parones varios, próximos cambios de formación o discos correctos pero intrascendentales, irá pasando el tiempo y nunca darán el gran salto que se esperaba de ellos hace ya tiempo. Ojalá me equivoque pero, por desgracia, estoy en lo cierto, esta historia es tan vieja como la industria de la música y en los últimos veinte años he visto y escuchado a demasiados grupetes como The Gaslight Anthem.
Pero es que “Painkillers” no es un mal disco y, sin embargo, es un álbum más. Fallon cita en las entrevista a Tom Petty y su mítico “Full Moon Fever” (1989) pero ya quisiera que fuese así. Lo que más me gustaba de The Gaslight Anthem, además de la temática de sus canciones y esas historias robadas –muchas veces a traición- a Springsteen, era la voz de Fallon; cuando se calienta, acelera el fraseo y sube el tono tiene ese punto arenoso, rasgado, sucio y grave que tanto sabor le daba a esas canciones sobre amores imposibles y perdedores en enormes coches americanos a gasolina, en “Painkillers” bajará el tono en la mayor parte de las canciones lo que hará que su garganta no rompa y se pierda la marca de la casa. Las composiciones, per se, no son una maravilla pero se siente que ha recuperado algo del placer por escribir (como ocurre en la emotiva “Painkillers” que da nombre al álbum) y se sienten más sólidas que, por ejemplo en “Get Hurt”, pero las doce que integran el álbum requieren de demasiadas escuchas, demasiadas pasadas, como para que formen parte de uno y queramos volver al disco cada cierto tiempo. Es complicado: son temas más trabajados sobre el papel y acertados que los de su último trabajo pero no hay ninguno que llegue a las cotas de “Get Hurt” o “Selected Poems” de aquel (que no eran las mejores pero, por lo menos, atrapaban casi de manera instántanea).
Es escuchar los primeros segundos de “A Wonderful Life” y sonreír cuando a Fallon le sorprenden las comparaciones con Springsteen, ¿de verdad no sabes por qué, Brian? Pero es ver el pequeño homenaje a Bruce y ese "Greetings From Asbury Park" al comienzo de su videoclip y, claro, entender. Poco original en su estructura y melodía, con una ejecución correcta a la que no le habría venido mal algo más de electricidad, menos acústica, y muchos menos coros. Nunca será “Badlands” porque le falta huevos, la homónima al álbum nos baja a la tierra de golpe; este no es el disco de una banda, es un proyecto en solitario, y así suena más recogida e íntima, infintamente mejor que “A Wonderful Life” y con una letra más personal. “Among Other Foolish Things” es lo más divertido que encontraremos en este "Painkillers" y, aunque sea un constante estribillo con unos bonitos coros, no nos hará entrar en calor como “Smoke”, por muchas palmas que añadan a la mezcla y el slide de la guitarra, no consigue hacernos sentir en un pub y estar en comunión con el artista que la canta.
“Steve Mcqueen” rompe aún más la primera cara del disco que no digo que sea un horror o poco inspirado; estamos ante un álbum bonito y trabajado pero nada más. La letra no es de lo mejor que ha escrito Fallon, en absoluto, y el acompañamiento con escobillas y el slide sin estar mal, hace que la canción nos haga entrar en un letargo del que no nos sacará, la más tradicional aún, “Nobody Wins”.
La hipotética segunda cara del álbum se abre con “Rosemary” y de nuevo ese “sonido Springsteen” en el que creeremos estar escuchando a Roy Bittan mientras que “Red Lights” o “Long Drives” (esta vez con un pedal steel de Josh Kaler) nos sumirán aún más en esa soñarrera en la que habíamos entrado con “Steve Mcqueen” y de la que sólo habíamos abierto un ojo con “Rosemary” para leer su título de la carpeta del disco. Como “Honey Magnolia” cantada a dúo o el sosísimo cierre de “Open All Night” de la que tan sólo podría salvar la guitarra principal sonando por los Travelling Wilburys y su ya eterna “End Of The Line” pero cantada por Fallon en voz baja, con contención, arruinando lo más bonito de su garganta.
También es cierto que el trabajo del productor, Butch Walker (Pink, Lindsay Lohan, Avril Lavigne, Peter Yorn, Katy Perry, Taylor Swift o Fall Out Boy) es bastante plano en “Painkillers” pero dejándolo al margen; ¿era necesario este álbum, aportará algo a la, ya de por sí, saturadísima industria? Si a Fallon le sirve para exorcizar sus demonios internos y recuperar algo de pasión por The Gaslight Anthem, ya es suficiente pero poco aval para el resto que tendríamos que escucharlo una y otra vez para sacarle algo de un jugo que parece no tener mientras hay decenas de discos ahí fuera esperando a ser escuchados. No es malo, es prescindible y ésa es la auténtica pena.
También es cierto que el trabajo del productor, Butch Walker (Pink, Lindsay Lohan, Avril Lavigne, Peter Yorn, Katy Perry, Taylor Swift o Fall Out Boy) es bastante plano en “Painkillers” pero dejándolo al margen; ¿era necesario este álbum, aportará algo a la, ya de por sí, saturadísima industria? Si a Fallon le sirve para exorcizar sus demonios internos y recuperar algo de pasión por The Gaslight Anthem, ya es suficiente pero poco aval para el resto que tendríamos que escucharlo una y otra vez para sacarle algo de un jugo que parece no tener mientras hay decenas de discos ahí fuera esperando a ser escuchados. No es malo, es prescindible y ésa es la auténtica pena.
© 2016 Jack Eimeister