Para los canadienses, este álbum suponía algo tan sencillo como tan complicado cuando una banda está, artísticamente hablando, desahuciada después de la debacle que supuso “Wilderness Heart” (2010) –expresándonos de manera muy dramática, claro- y su banda sonora del 2012 (“Year Zero: The Original Soundtrack”) porque podrían haber hecho un elegante ‘mutis por el foro’ y nadie habría sentido su ausencia excepto aquellos que, muy de vez en cuando, reivindicamos la grandeza de “In The Future” (2008) o, muy al contrario, esforzarse y reclamar su lugar con un buen cuarto álbum (sin duda, un síndrome discográfico mucho menos traumático que el del tan temido segundo del que ya hemos hablado en otras ocasiones porque, para el cuarto, las bandas suelen encontrarse ya rodadas en sus cortas carreras y se limitan a disfrutar del rédito y reconocimiento si han tenido la fortuna de haber publicado, al menos, dos grandes obras con las que asegurarse un directo o un futuro recopilatorio a corto plazo y ejemplos de ello los tenemos para todos los gustos).
Por suerte, Black Mountain han decidido tomar este camino y, con las musas de su parte, han publicado “IV” (que en sí mismo no es el colmo de la originalidad ya desde su título) pero con el que recuperan la inspiración en unas canciones que les han hecho volver a estar en boca de todos tras seis años de ausencia; seis años que son los que les ha costado recuperarse del bache de su anterior álbum. Si lo pensamos bien, “Wilderness Heart” no era un mal disco (y como siempre ocurre, no le faltan exaltados defensores que incluso lo sitúan muy por delante de “In The Future”), tenía grandísimos momentos y alguno sonrojantemente blando pero su talón de Aquiles era la falta de coherencia; su propuesta no era creíble, se les sentía forzados y, mucho peor, carentes de esa chispa con la que nos habían hecho suspirar dos años antes. No lo negaré, yo mismo pensaba que la historia de Stephen McBean, Amber Webber y compañía habían llegado a su fin con el fulgurante “In The Future”, habiendo sido ‘flores de un día’, porque ni “Wilderness Heart” ni, mucho menos, “Year Zero: The Original Soundtrack” me hacían volver a ellos y su silencio discográfico sólo podía hacernos temer lo peor. Posiblemente era un juicio apresurado, quizá me equivocaba o, por el contrario, este “IV” significa ahora su cima; lo que está claro es que es un balón de oxígeno para ellos y con el que nosotros también volvemos a respirar pero de alivio.
Tras una magnífica portada de aires setenteros y llena de ese sabor clásico de otras bandas prog de la época, pudiendo haber sido firmada por Hipgnosis, como decía, “IV”, no es un título demasiado original. ¿Cuántos grandes álbumes se llaman así y cuántos otros por su color? Me gustaría creer que lo ocurrido a Black Mountain y muchos otras bandas no es más que falta de imaginación o no saber cómo titular el álbum porque precisamente los canadienses siempre han sabido bautizar cada entrega como es debido pero con “IV”, es que el nombre ya nos remite a algunos grandísimos discos y, sobre todo, al inevitable “IV” de Led Zeppein de 1971.
Sin embargo, el de Black Mountain poco tiene que ver con el hard rock de los setenta y la mística de Page y Plant o la del “Vol.4” de Sabbath en el 72 pero menos aún con el stoner con el que a todo el mundo se le llena la boca etiquetando la música de McBean porque, a excepción del riff principal de “Mothers Of The Sun” –ese que, por otra parte, tarda tantísimo en llegar tras la eteréa introducción de tres minutos y medio- el resto del álbum es de todo menos hard y la cita a Zeppelin o Sabbath se nos agota en el primer cartucho. “Mothers Of The Sun” es tan exagerada y grandilocuente que se debate entre lo deliciosamente kitsch y el ataque de genialidad de McBean; perfecta para un anuncio, el tráiler de una película o encabezar campañas de moda, es la bandera de “IV” pero, irónicamente, nada tiene que ver con el carácter del álbum. ¿Dónde están el resto de riffs en “IV” una vez “Mothers Of The Sun” concluye? Lo mejor de todo es que en “Florian Saucer Attack” echarán el resto con los teclados en una canción completamente contagiosa mientras que en “Defector” nos arrojarán al espacio más distante con una mezcla de sonido a medio camino entre los Pink Floyd más sueltos de los setenta y el funk de discoteca, con Amber sonando como Beth Gibbons de Portishead. Nada que objetar, ¿quién quiere escandalosos y arenosos riffs de guitarra cuando tiene canciones con tanto talento?
“You Can Dream” hará sentir orgulloso a Trent Reznor en sus bases y toma prestado el famoso estribillo de Suicide y con “Constellations”, de no ser por los teclados de Schmidt, Black Mountain rozan con la yema de los dedos el panteón de Frehley y Stanley con un riff clásico al que no se cortan en sazonar incluso con un cencerro. La balada “Line Them All Up” destila soledad con sus aires a western y “Cemetery Breeding”, con toda su intensidad y esos arreglos, o “Crucify Me” y su lento ‘in crescendo’ –sobre todo esta última- son las auténticas joyas de un álbum que, aunque más sólido, basa toda su pegada en tres o cuatro canciones sobresalientes y cinco notables, un logro que, si bien hace que se les escape el calificativo de ‘obra maestra’, sí les sitúa muy por delante del panorama actual en cuanto a calidad.
“(Over And Over) The Chain” resulta la más espacial del conjunto pero en ella construyen con paciencia el clímax de esa guitarra –que, todo hay que decirlo, no termina de estallar- y es Joshua Wells el que servirá de colchón para que Stephen y Amber canten a dúo el mantra que le da nombre o la final “Space To Bakersfield” en la que Black Mountain parecen sentirse de lo más cómodos con ese soul sideral en el que la repetición de acordes abiertos con un Wah y los teclados nos ayudan a encontrar un estado de ánimo muy cercano al que llegamos de manos del drone rock.
Habrá quienes sitúen “IV” por debajo de “Wilderness Heart”, aquellos que hablen de su gran obra maestra o la continuación de “In The Future” pero lo cierto es que Black Mountain parecen haber aprendido la lección tras su tercer álbum y han conjugado lo mejor de aquel con su homónimo debut del 2005 y la inspiración del segundo para crear un disco complejo en el que se dan la mano influencias rock, pop, prog, psicodélicas e incluso funk conservando la esencia del grupo y les sitúa de nuevo en el mapa, allá donde nunca debieron de salirse.
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