Aquellos que parecen haber descubierto al trío de Liverpool con “Revengeance” y creen que enarbolan la bandera de salvadores del doom o stoner, jurando que “Revengeance” es lo más bruto y monolítico que se han llevado entre oreja y oreja en los últimos años convendría hacerles escuchar aquel ‘split’ del 2011 con Slomatics y, sobre todo, “Blood Eagle” (2014) en el que la banda sí se encontraba en su mejor momento y, por supuesto, recordarles que de trío también más bien poco ya que Conan parece haberse convertido en el proyecto de Jon Davis tras tres cambios de bajista (es una pena que dejase escapar a Phil Coumbe) y dos de batería, llevando Chris Fielding en la banda apenas tres años y Rich Lewis menos aún; tan sólo dos. Pero no les culpo porque el sonido de Conan es masivo, sí, salvaje y rotundo también, con esas montañas de amplificadores tras ellos y la vibración de un terremoto recorriendo nuestra espina cada vez que los escuchamos pero ninguna de estas cualidades son inherentes a éste, su último álbum, sino a la banda. Es más, podría afirmar sin ningún tipo de rubor que “Revengeance” supone el punto más bajo de toda su discografía junto a “Monnos” (2012) y, por supuesto, muy por debajo del genial “Blood Eagle”.
No tardarán en surgir voces críticas que intenten tirar mis argumentos por tierra asegurando que el álbum ha recibido loas a este y otro lado del atlántico pero no estoy defenestrando el disco, tan sólo situándolo en su justo lugar. Es más, “Revengeance” es un álbum notable con grandes momentos y un inaudito toque punk del que somos testigos en “Throne of Fire” y que se convierte, por obra y gracia de Rich Lewis en la canción más acelerada de toda la discografía de Conan en la que, sin embargo, volvemos a paladear la mastodóntica saturación de sus guitarras y el bajo parece desbordarnos. Las atmósferas opresivas repletas de ruido y vibraciones subterráneas siguen siendo el principal atractivo de una propuesta que nunca ha buscado la originalidad sino en mezclar lo mejor de algunas de las corrientes más broncas del metal en sus más de cuatro décadas de historia.
No faltarán esos momentos en los que la señal es tan robusta que parece que estemos escuchando un disco de doom cavernoso con la pizca exacta de drone como para crear en nosotros un estado de ánimo. Así son los primeros segundos de “Thunderhoof” y su posterior y pesadísimo desarrollo en el que las afinaciones más bajas nos harán creer que estamos montando a lomos de un aterrador megalodón antediluviano, igual que ocurre en “Wrath Gauntlet” (brillantemente unida entre el acople de la guitarra y los últimos coletazos de Lewis y el distorsionado bajo de Fielding secundando a la guitarra de Davis, empeñado en fondear los parajes abisales de la distorsión más granulada y garrula). Sin embargo, “Wrath Gauntlet” parece únicamente la agonizante coda de “Thunderhoof”. Y aquí es en donde uno parece sentir que no son únicamente sus tripas las que se mueven con los graves de Conan sino que los riffs son el principal punto flaco de “Revengeance”, hay algunos que son geniales pero otros que son tan fáciles y previsibles que no deberían haber sido grabados porque uno, como oyente, tiene la sensación de haberlos escuchado una y mil veces en otros discos y de la mano de otros artistas.
Especialmente llamativa es la homónima “Revengeance” por sus constantes cambios y que nos hace llegar a la conclusión inevitable de que, en este álbum, la principal novedad y la verdadera seña de maduración reside en las voces que se sienten mucho más dinámicas gracias a esos estupendos juegos a lo largo de los seis minutos de la canción que da título al álbum mientras “Every Man Is An Enemy” es mi favorita y me parece la más trabajada de todo el conjunto.
Para cerrar, “Earthenguard” y sus doce minutos (de nuevo entre el doom más prehistórico y el drone más cafre) en la que un poquito de contención en los desarrollos a favor de una menor duración y un clímax más marcado habrían ayudado a que “Revengeance” no haya acabado convertido en un EP de duración excesiva del cual tan sólo podemos extraer la propia “Revengeance” y “Every Man Is An Enemy” como auténticos hitos los tres cuartos de hora que dura. Conan son grandes, hacen lo que mejor saben hacer y suenan auténticamente demenciales pero superar al grandioso “Blood Eagle” sigue siendo su principal objetivo y mucho me temo que con “Revengeance” se han quedado lejos. Sí tenemos que agradecerles que, junto a otras bandas, consigan aupar de nuevo el movimiento del doom inglés entre los principales medios y estén en boca de todos en las redes y para eso sí que no hay suficiente reconocimiento posible.
No tardarán en surgir voces críticas que intenten tirar mis argumentos por tierra asegurando que el álbum ha recibido loas a este y otro lado del atlántico pero no estoy defenestrando el disco, tan sólo situándolo en su justo lugar. Es más, “Revengeance” es un álbum notable con grandes momentos y un inaudito toque punk del que somos testigos en “Throne of Fire” y que se convierte, por obra y gracia de Rich Lewis en la canción más acelerada de toda la discografía de Conan en la que, sin embargo, volvemos a paladear la mastodóntica saturación de sus guitarras y el bajo parece desbordarnos. Las atmósferas opresivas repletas de ruido y vibraciones subterráneas siguen siendo el principal atractivo de una propuesta que nunca ha buscado la originalidad sino en mezclar lo mejor de algunas de las corrientes más broncas del metal en sus más de cuatro décadas de historia.
No faltarán esos momentos en los que la señal es tan robusta que parece que estemos escuchando un disco de doom cavernoso con la pizca exacta de drone como para crear en nosotros un estado de ánimo. Así son los primeros segundos de “Thunderhoof” y su posterior y pesadísimo desarrollo en el que las afinaciones más bajas nos harán creer que estamos montando a lomos de un aterrador megalodón antediluviano, igual que ocurre en “Wrath Gauntlet” (brillantemente unida entre el acople de la guitarra y los últimos coletazos de Lewis y el distorsionado bajo de Fielding secundando a la guitarra de Davis, empeñado en fondear los parajes abisales de la distorsión más granulada y garrula). Sin embargo, “Wrath Gauntlet” parece únicamente la agonizante coda de “Thunderhoof”. Y aquí es en donde uno parece sentir que no son únicamente sus tripas las que se mueven con los graves de Conan sino que los riffs son el principal punto flaco de “Revengeance”, hay algunos que son geniales pero otros que son tan fáciles y previsibles que no deberían haber sido grabados porque uno, como oyente, tiene la sensación de haberlos escuchado una y mil veces en otros discos y de la mano de otros artistas.
Especialmente llamativa es la homónima “Revengeance” por sus constantes cambios y que nos hace llegar a la conclusión inevitable de que, en este álbum, la principal novedad y la verdadera seña de maduración reside en las voces que se sienten mucho más dinámicas gracias a esos estupendos juegos a lo largo de los seis minutos de la canción que da título al álbum mientras “Every Man Is An Enemy” es mi favorita y me parece la más trabajada de todo el conjunto.
Para cerrar, “Earthenguard” y sus doce minutos (de nuevo entre el doom más prehistórico y el drone más cafre) en la que un poquito de contención en los desarrollos a favor de una menor duración y un clímax más marcado habrían ayudado a que “Revengeance” no haya acabado convertido en un EP de duración excesiva del cual tan sólo podemos extraer la propia “Revengeance” y “Every Man Is An Enemy” como auténticos hitos los tres cuartos de hora que dura. Conan son grandes, hacen lo que mejor saben hacer y suenan auténticamente demenciales pero superar al grandioso “Blood Eagle” sigue siendo su principal objetivo y mucho me temo que con “Revengeance” se han quedado lejos. Sí tenemos que agradecerles que, junto a otras bandas, consigan aupar de nuevo el movimiento del doom inglés entre los principales medios y estén en boca de todos en las redes y para eso sí que no hay suficiente reconocimiento posible.
© 2016 Conde Draco