Hay algo que me produce cierto rechazo cuando escucho o leo a un artista tan joven como Andrew Stockdale defenderse en las entrevistas y hablar de supuesta vuelta a las raíces, de recuperar la ilusión perdida y asegurar que cuando un riff suyo suena como uno de Tony Iommi es porque es imposible no idear uno o exagerar un power-chord sin que nuestro paladar se llene de Black Sabbath y me doy cuenta de que ese rechazo viene por el hecho de que el mejor álbum de Wolfmother es y será siempre su debut homónimo del 2005 y los sempiternos cambios de formación han terminado por transformar el concepto de grupo en un proyecto unipersonal al que el propio Stockdale intentó darle continuidad con el correcto "Cosmic Egg" (2009), fracasó estrepitosamente en su intento por desmarcarse de la marca que ya supone “Wolfmother” con su disco en solitario “Keep Moving” (2013) y volvió a errar en el blanco en su segunda vuelta a las raíces con el autoproducido “New Crown” (2014) que pasó sin pena ni gloria cuando se encargó él mismo de su distribución digital y de una horrenda y casera producción en la que ninguna canción sonaba igual ni parecía mezclada o masterizada de la misma forma y que ni siquiera los más fans fueron capaz de aguantar si es que llegaron a enterarse de su publicación y nos encontramos aquí, dos años después, con la tercera vuelta a las raíces como aval de un músico de treinta y nueve años que tan sólo ha publicado cuatro álbumes y debería estar demostrándolo todo. ¿De verdad que nadie más lo ve?
Recuerdo aquella primera gira de Wolfmother todavía con excitación, pude verles en dos ocasiones; la primera telonenando a Pearl Jam, uniéndose Mike McCready en “Woman” y luego Andrew Stockdale subiéndose al escenario con la banda de Seattle al completo para cantar “Hunger Strike” de Temple Of The Dog junto a Eddie Vedder, encargándose Andrew de las partes de Chris Cornell, mucho más altas. La segunda vez fue en Madrid, Stockdale venía acompañado de sus amigos Chris Ross y Myles Heskett (fundadores de Wolfmother) y recuerdo que fue un concierto apoteósico en el cual no cabía ni un sólo alfiler en una sala plagada de periodistas y unos pocos fans que salimos extasiados cuando Chris Ross tiraba su teclado o se montaba sobre él y Stockdale se descolgaba de los amplificadores. Para colmo, y por increíble que parezca, por suerte, cenamos todos juntos en un restaurante de comida rápida cercano en el que, por supuesto, hablamos con los tres y, tras las fotos y discos firmados de rigor, nos despedimos. Quizá todo eso tiña mi recuerdo y repercuta en mi opinión sobre el constante vaivén de músicos y las ansias de Stockdale para convencer al gran público de que Wolfmother es él, sus dos amigos eran meros comparsas, y sus nuevas canciones son capaces de hacerle sombra a las de su debut y así han pasado once años, que se dice pronto…
En “Victorious” prosiguen esos cambios, tan sólo Ian Peres a los teclados porque la continuidad de Josh Freese tras los parches está más que cuestionada, compartiendo labores con Joey Waronker y el propio Stockdale encargándose de todas las guitarras, bajo y voces, de nuevo bajo la batuta de un productor por el que siento debilidad, Brendan O’Brien, pero que aquí es incapaz de darme lo que busco en sus trabajos; ese sonido , crudo y cálido porque en “Victorious” lo que importa es darle la urgencia necesaria a la música de Andrew Stockdale, convencido de que puede sonar como una banda australiana tributo de Led Zeppelin, y su voz de helio. “The Love That You Give” suena por Page y Plant por los cuatro costados y la que da título al álbum, “Victorious”, son suficiente para que sepamos por dónde irán los tiros en un álbum poco arriesgado y que apuesta al caballo ganador de aquel primero. Ambas canciones tienen gancho, tienen pegada, suenan razonablemente bien e incluso el toque épico de la segunda nos hará recuperar algo de fe en el discurso estético de Stockdale gracias al traqueteo de su riff. “Baroness” es quizá la ganadora de la primera cara con ese estribillo tan pegadizo en el que Stockdale no se ruboriza cuando pregunta; “Tonight, tonight, tonight… Could you be my valentine?" pero el desaguisado comienza con la acústica “Pretty Peggy” que es tan predecible como su estribillo coral, propio de un Chris Martin en horas bajas en un campamento de verano, armado con su acústica. Sorprendente que Andrew Stockdale haya roto el aire retro de la composición con algo tan fácil como esos “ohhhh, ohhhh” que ya son casi un ingrediente obligatorio en cualquier disco pop o indie del momento.
Pero también revisitará a Cheap Trick con igual resultado en la vitaminada “City Lights” y seremos testigos de cómo el disco pierde fuelle con canciones tan mediocres como “The Simple Life” o “Best Of A Bad Situation” (con esas insoportables palmas). “Gypsy Caravan” podría haber tenido más cuerpo, haber resultado más pesada y la prueba está en que Stockdale hará el ejercicio de cantar el fraseo de Ozzy Osbourne (incluso tirará de eco al final de esos versos tan abiertos) lo que nos da una idea de por dónde debería haber discurrido la canción. El robo a Sabbath continúa con “Happy Face” y esa guitarra que suena como si la tocasen las cercenadas yemas del mismísimo Iommi o a los propios Uriah Heep en “Eye Of The Beholder”. Por lo menos, son sólo diez canciones; tampoco necesitamos más para saber ante qué tipo de disco estamos.
Andrew Stockdale sigue empeñado en servirnos la misma mezcla de ingredientes que engrandecieron su debut pero, lejos de la chispa creativa de aquellas canciones que compuso a los treinta años, nos regala otras diez que demuestran que esa obsesión por recuperar a Wolfmother tan sólo se traduce en falta de evolución y poca amplitud de miras de un artista que es incapaz de pasar página de una vez y abandonar esa obsesión de dejar de sonar como cuando eran tres colegas que se lo pasaban bien en el escenario. Debe ser muy jodido que te pidan “Woman” en cada concierto y se olviden de “Pretty Peggy”, de saber que nunca más habrá otra mujer igual con tan sólo cuarenta años y cuatro discos.
© 2016 Mick Brisgau