No puedo evitar sonreír como una hiena cada vez que leo a muchos de nuestros promotores anunciar la próxima visita de algunos artistas y asegurarnos que su último álbum es el más grande de toda su carrera y el tremendo error que cometeremos si osamos perdernos tan mágica cita cuando suelen ser veladas que pasan sin pena ni gloria en salas a medio llenar. Al fin y al cabo, esto es un negocio y tanto al artista como al promotor lo que les interesa es vender, otra cosa es como lo veamos los fans o aquellos que disfrutamos escribiendo. Pero, ¿no es por ello ridículo que en las entrevistas todas las bandas aseguren que estamos ante su mejor álbum, que se encuentran en mejor forma que nunca, que son las canciones más potentes y ese guitarrista o cantante que antes no se tragaban ahora son como hermanos? Así es, esto es un negocio y hay que tomarlo tal y quedarnos con lo que nos interesa, en este caso; las canciones. Primal Fear, nos guste o no admitirlo, siempre estarán en esa segunda línea en la que parece que se cuece lo más importante de la batalla y en la que se encuentran eternamente inmersos en esa pugna por sacar la cabeza uno por delante del otro pero no puedo negar que los alemanes siempre me han parecido una vulgar imitación teutona de Judas Priest con un Ralf Scheepers cada vez más parecido al mejor Halford -con ese grito desgarrador incluido que no hace más que evocarnos al del inglés- y el aderezo musical de sus compatriotas Accept, cuya segunda vida con Mike Tornillo no ha hecho más que revitalizarles mientras Udo anuncia una última gira cantando los viejos clásicos del combo.
Sé que muchos se estarán llevando las manos a la cabeza y me negarán que los últimos pasos de Udo Dirkschneider no hayan hecho más que hundirle en las arenas movedizas de la nostalgia (esas que llevan directamente al olvido y suelen ser mágicamente sorteadas con giras plagadas de éxitos, recopilatorios e insospechadas reuniones que, si se está demorando, es por la fuerza y el éxito de Tornillo), que Scheepers nunca llegó a ensayar siquiera con Judas Priest para sustituir al mismísimo Halford, que los álbumes de Primal Fear no suenan a los clásicos de Judas y que este "Rulebreaker" (al que no han bautizado como "Jawbreaker" de milagro) está a la mismísima altura de "Delivering The Black" (2014), "New Religion" (2007) o "Seven Seals" (2005) pero lo cierto es que está incluso por debajo de uno tan flojo como "Unbreakable" (2012) -pero, según gustos, ya que sé que hay mucho fan fatal que ama este álbum-, pero no nos dejemos engañar por la potente producción de Mat Sinner (bajista de la banda) y Jacob Hansen en las mezclas, además de las guitarras de Naumann, Beyrodt y Karlsson...
"Angels Of Mercy" es tan excesiva que es imposible ponerle pega alguna, la batería de Jovino suena tremenda y las guitarras parecen rugir mientras que la voz de Scheepers nos llega hasta el tímpano con su potencia, además la mezcla de sexo y metal siempre funciona y es bienvenida en el imaginario metálico pero, tras ella, nos damos cuenta de la gran paradoja de un álbum que suena brutal -en el sentido más puro de la palabra- pero cuyas canciones son, una tras otra, una repetición de esquemas con riffs que carecen de gancho tras la segunda escucha, como es el caso de "The End Is Near" y Scheepers más metido que nunca en la piel de Halford. "Bullets & Tears", mucho más melódica, es refrescante a excepción de ese estribillo tan manido y la propia "Rulebreaker", aunque es de las menos imaginativas del conjunto, es pegadiza y con pegada.
Más tópicos con "In Metal We Trust" o "We Walk Without Fear" y melodías fáciles, desarrollos aún más simples y guitarras bastante poco imaginativas, podemos destacar los enloquecidos agudos de Scheepers y el excepcional trabajo de Jovino que, por desgracia, pasa más inadvertido de lo que debería debido a esa producción de Sinner, "In Metal We Trust" se siente falsa, hipócrita, con esa letra tan forzada y absurda. Para colmo, "We Walk Without Fear roza los once minutos de duración, suponiendo toda una demostración de paciencia por parte del oyente que, a los primeros minutos, encontrará que la canción poco más tiene que ofrecer y podrían haber ahorrado, por lo menos, seis minutos.
El dislate llega con "At War With The World" en la que podríamos cantar perfectamente "I'm So Excited" de The Pointer Sisters cuando llega el estribillo, un jodido horror, como el medio tiempo de "The Devil In Me" en el que aciertan sonando más épicos pero en ella falla lo mismo que en las anteriores: corazón, creatividad que no fuerza y que Scheepers, por favor, se olvide de Halford por unos minutos. "Constant Heart" es una mezcla del mejor power germano y "Painkiller" de Judas Priest mientras que la balada "The Sky Is Burning" arranca de manera más dramática que en lo que termina convirtiéndose, aún así es un buen momento tras la tempestad de los temas más potentes de "Rulebreaker" y en la que se siente con mayor preponderancia sus raíces germanas. Para acabar, la enésima referencia a "Painkiller" de la mano de "Raving Mad" en la que ya sí que no tengo paciencia para intentar diferenciar lo que es un homenaje, un pasión de Scheepers o, directamente, una vulgar copia...
En la música, como en todo, no está de más romper algunos tópicos y los alemanes no siempre son fiables y tan cuadriculados como nos gusta imaginarlos y Primal Fear nos lo demuestran con este álbum. Obviamente es imposible que facturen un disco malo pero "Rulebreaker" está muy lejos del citado "Seven Seals" (2005) o "Nuclear Fire" (2000). Aquellos que acudan a sus conciertos se encontrarán a una banda potente sobre las tablas pero carente de esa chispa y esa genialidad que deberían tener actualmente y que los revitalizados Accept o incluso unos decadentes Judas Priest todavía conservan. Canciones pegadizas, heavy metal y testosterona alemana pero nada más. Qué gozada debe ser conformarse con tan poco, envidia sana de aquellos que se creen que todos los álbumes son magníficos porque suenan bien y todos los directos son apocalípticos o "descargas brutales" porque serán felices viendo a Primal Fear presentando un álbum en directo que nunca estará entre lo mejor de su producción y tampoco les hará abandonar esa segunda fila, tal y como desean...
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