Siempre he creído que The Cult son esa banda que podría ser representativa de la gran injusticia que supone alcanzar las mieles del éxito para, en un abrir y cerrar de ojos, ser los grandes olvidados de una industria que parece más interesada en otros artistas de menos talento pero más relumbrón. Pero la verdad es que quizá los únicos culpable de esto sean ellos mismos; Ian Astbury y su hosco carácter y la superestrella que es Billy Duffy y la lucha entre ambos egos y direcciones artísticas. Y es que tras “Sonic Temple” (1989) -y si me apuran aquel “Ceremony” (1991), al que guardo gran cariño por ser mi primer álbum comprado de The Cult y escucho regularmente pero fue un claro descenso- a la banda no le sentó nada bien la irrupción del rock alternativo en los noventa y tras la publicación del homónimo “The Cult” en 1994 (que pasará a la historia de la banda , entre sus seguidores, como “el de la cabra”) en el que se permitieron coquetear con otras sonoridades e incluso arreglos electrónicos, entraron en hibernación hasta el magnífico “Beyond Good and Evil” (2001), siendo olvidados por ese gran público que les pertenecía por derecho propio en la segunda mitad de los ochenta. Pero, habiendo pasado ya veinticinco años desde mi primer contacto con su música y habiéndoles visto media docena de veces (a cada cual más imprevisible pero siempre genial a pesar de algunos altibajos) e incluso ver a Ian Astbury en un par de ocaciones acompañando a Ray Manzarek y Rob Krieger luciendo como Jim Morrison e interpretando el repertorio inmortal de The Doors, he de admitir que posiblemente esté equivocado y The Cult no sea una banda que esté en el lugar equivocado; puede que la liga en la que jueguen sea demasiado pequeña para ellos y gracias a su talento y trabajo se merecieran mucho más pero esa posición es también la que les permite ir contracorriente y mantener su espíritu indómito, grabar álbumes sin ningún tipo de presión, embarcarse en otros proyectos, celebrar la gira de aniversario de un disco tan emblemático como “Love” (1985), actuar en chándal y con desgana durante media hora en un festival con todo el mundo pendiente de ti o, sin embargo, dejarse la piel en una sala durante casi dos horas.
Sirva como anécdota mi experiencia durante una de las giras que pasó por nuestro país y en la que tuve la suerte de poder pasar al backstage y conocer a Astbury y Duffy en persona, allí estaba también Tempesta atendiendo a todo el mundo mientras Duffy era incapaz de abandonar su pose y trataba con displicencia a todo el mundo e Ian Astbury que se había convertido –como por arte de magia y tras bajarse del escenario en el que había dado un concierto soberbio pero su tamaño siempre había sido el de un ser humano- en un enorme oso que arramplaba con todo a su paso y mantenía a la gente a raya con sólo su mirada. Recuerdo que un amigo mío se le acercó y a Astbury le cogió tan por sorpresa que le apartó de un manotazo sin el menor esfuerzo para despachar a los cinco o seis seguidores que se apretujaban contra la pared del camerino, rotulador y discos en mano, que intentaban no ser vistos hasta que Ian estuviese más calmado y fuese posible abordarle.
“Hidden City” poco o nada tiene que ver con el genial “Choice Of Weapon” (2012), aquí la música ha perdido crudeza pero, sin embargo, ha ganado en profundidad y matices y con ello no afirmo que “Hidden City” sea un mal álbum, todo lo contrario; es un buen disco pero falto de ese nervio post-punk mezclado con hard rock que los ingleses tan bien supieron sintetizar hace décadas y hacer suyo en sus últimos álbumes. Producido de nuevo por, el tan odiado como amado, Bob Rock (que tocará el bajo en, al menos, tres canciones como son "Dance the Night", "Birds of Paradise" y "Deeply Ordered Chaos” mientras que Chris Chaney de Jane’s Addiction será quien se encargará de las labores rítmicas en el resto de temas)
“Dark Energy” es un formar brillante de abrir un álbum, tiene fuerza y energía, además de reencontrarnos con una de las mejores voces de la historia del rock. Escuchar a Astbury es sentirte transportado a otra época y lugares, sabe compensar la falta de potencia con esa profundidad que le ha hecho ganar en graves y aprovechar su tono de barítono en el que no sabemos si estamos escuchando a un chamán, a Morrison, a un cantante de hard o, simplemente, a Ian Astbury con todo lo bueno que ello conlleva, sencillamente magnífico. Duffy suena cortante como una navaja en sus riffs y Tempesta está sobresaliente pero en la parte central de “Dark Energy” probaremos de primera mano esa atmósfera que teñirá por completo el álbum; cuando al bajo de Chaney se une el teclado Jamie Muhoberac y crean esa textura densa que será el ingrediente principal de algunas canciones de “Hidden City”, justo las que rompen el clímax.
“No Love Lost” emergerá de manera grandiosa en el estribillo con la urgencia de Duffy y ese toque místico-oriental tras los nerviosos riffs de su White Falcon que se adelantan incluso al propio Ian mientras que éste sacudirá su pandereta como poseído en el estribillo de “Dance The Night” . El problema comienza con “In Blood” en la que no consiguen mantener la tensión sobre el teclado de Muhoberac a pesar de los arreglos de cuerda y perderán fuelle con “Birds Of Paradise” que, sin ser una gran canción, quiero creer que lo que falla es la producción o la toma porque escucho guitarras que me gustan y un estribillo, por no mencionar el estupendo puente, que podrían haber funcionado mucho mejor.
El sonido de “Hinterland” es mucho más violento pero suena ralentizada y pierde frescura como gana por enteros la visceral “G O A T” en la que toda la mezcla parece mucho más sucia y la guitarra de Duffy no parará de escupir licks tras cada verso de un Astbury en primer plano deleitándonos con esa garganta llena de sabor en la mejor interpretación de todo el álbum, llena de fuerza y sentimiento. “Deeply Ordered Chaos” tarda demasiado en arrancar y se estanca en una atmósfera farragosa con unos arreglos que no la favorecen nada de nada mientras que “Avalanche Of Light” podría haber formado parte de “Choice Of Weapon” y nos hace recuperar el pulso perdido que irremediablemente perderemos de nuevo con “Lilies”, la mediocre “Heathens” y ese momento tan Bowie que supone “Sound and Fury” y que suena demasiado a “Wild Is The Wind” de nuestro alíen favorito.
“Hidden City” tiene el sabor de todos los álbumes de Astbury y Duffy pero le falta carácter y una dirección clara que se evidencia cuando encontramos canciones que poco o nada tienen que ver entre sí e incluso claros ejemplos de grandes momentos de inspiración con otros claramente prescindibles. Afirmar que un álbum de The Cult es malo es una completa estupidez porque hasta los menos agraciados contiene grandes canciones por las que suspirarían otros artistas pero “Hidden City” no termina de cuajar.
© 2016 Jim Tonic