"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Superjoint “Caught Up In The Gears Of Application”

Vaya por delante que nunca podré estar de acuerdo con ninguna muestra de intolerancia, que nunca veré con buenos ojos la actitud de Phil Anselmo y su ya legendaría metedura de pata con el aprovechado de Robb Flynn arrimando el ascua a su sardina y esos seguidores mojigatos que aseguraban haberse quedado ojipláticos con el saludo nazi de Phil. ¿Es que acaso todas estas almas puras e inocentes han estado hibernadas los últimos veinte años? ¿Cómo es posible que varios chavales asegurasen haber tirado sus discos de Pantera tras el incidente? La respuesta quizá no resida tanto en un supuesto estado de letargo sino en la pura y supina ignorancia y quizá la edad. ¿Dónde estaban todos esos chavales ahora dolidos con Anselmo en los noventa? ¿Acaso miraban hacia otro lado cuando Dimebag lucía la bandera confederada en su célebre guitarra, ignoraban esos saludos neonazis de Anselmo o no conocían la polémica de ese “White Power” en “A New Level”? No, debe ser que no lo conocían o se fían de Vinnie Paul cuando en un ataque de fariseismo asegura que si lucían la bandera sureña era porque les gustaba como la lucían Lynyrd Skynyrd; lo peor no es haber hecho algo reprobable o haberse confundido, lo peor es tratarnos como idiotas a todos aquellos que les conocemos desde hace muchos, muchos años.


¿Apruebo la actitud de Anselmo? ¡Jamás, no podría encontrar algo más opuesto y asqueante a mi ideología y manera de entender la vida! Pero también creo que en un momento de intrascendentes ídolos pop, gente como Phil Anselmo o Axl Rose (dejemos a un lado a un descerebrado como Ted Nugent, por favor, que ya es caso aparte) siguen aportando la misma dosis de peligrosidad al mundo de la música sólo que hace muchos años no existía esta hipersensibilización que a veces impide la tabula rasa y juzga por igual absurdos traspiés –lógicamente cuestionables- con actitudes más perniciosas pero soterradas bajo el buenrollismo generalizado de aquellos que se permiten levantar la mano y apuntar. Lo que hizo fue deleznable, ¿pero nadie sabía de los antecedentes de Anselmo, por qué la sorpresa? ¡Sorprendente habría sido ver a Bono o Sting vestidos con el uniformes de las SS pero ver a Anselmo borracho como una cuba haciendo una estupidez de ese calibre es algo a lo que las generaciones que crecimos con Pantera estamos ya acostumbrados! Obviamente, que lo hiciese antes no le da carta blanca para seguir haciéndolo pero tampoco al gran público a tomar una actitud tan cínica y despreciar cualquier futuro trabajo de Anselmo. Podría citar decenas de cientos de músicos que han lucido con gallardía emblemas nazis, actitudes ‘redneck’, letras abiertamente sexistas, machistas, violentas hasta el paroxismo, racistas y tendenciosas, de mal gusto o clara y abiertamente de actitud extrema a los que el público (niños y niñas, queridos míos) parece amar y no reparar en nada de ello, tomándoselo como un chiste.

En su defensa y desde mi modesta posición, he de decir que he coincidido con él en persona en varias ocasiones y en todas me ha hecho sentir a mí y todo el que se ha acercado como si fuésemos bienvenidos, un tipo cariñoso y amigable que no duda en pasarte su email, hablar de discos y Pantera y tratarte con un cuidado y una cercancía inauditas para alguien de su leyenda. Sí, de su leyenda porque no nos olvidemos que Anselmo, por muy bocazas que nos pueda parecer, es vital para entender el metal en los noventa y, a pesar de seguir cumpliendo años, sigue teniendo la misma ilusión por la música y no duda en embarcarse en mil y un proyectos. Como anécdota, puedo recordar cuando hace casi cuatro años me llegó un email de su oficina pidiéndome mi dirección personal para mandarme un regalo y al cabo de casi un mes apareció un bonito póster de Down firmado por toda la banda o aquella vez que me vio en el mítico Hellfest francés con un disco de Pantera y me dio un enorme abrazo de oso sin conocerme de nada. Phil puede ser un patoso y un bocazas pero donde gana, sin duda, es en las distancias cortas y, por supuesto, en sus discos.

Superjoint (que no es otra cosa que la continuación de Superjoint Ritual) es la reencarnación de un proyecto que pareció morir justo cuando asesinaron al propio Dimebag pero también con la publicación de “A Lethal Dose Of American Hatred” y que ahora Kevin Bond, Jimmy Bower y el propio Anselmo se han empeñado en resucitar contra todo pronóstico. Resulta del todo imposible negar la enorme distancia que hay entre el virulento “Use Once And Destroy” (2002) o su continuación, ese más taimado “A Lethal Dose Of American Hatred” (2003), pero también que “Caught Up In The Gears Of Application” gustará a todos los devoradores de las anteriores entregas, del legado de Anselmo y, por supuesto, del sonido NOLA porque eso es lo que encontrarán en este álbum de Superjoint; rabia, suciedad y la fortísima humedad pantanosa y mestiza de Nueva Orleans. Quizá el menos agraciado de su discografía pero todo un puñetazo de auténtico metal norteamericano para aquellos que duden todavía de la integridad musical de Anselmo.

Acoples, retroalimentación y Phil narrando antes de atacar la canción con una rabia que hacía años que no sentíamos en sus cuerdas vocales, con una letra agresivísima y un empuje brutal desde el primer segundo, justo lo que necesitábamos los amantes de su música y que no echaremos en falta tampoco en el segundo corte, “Burning the Blanket”, rapidísimo hardcore marca de la casa, con Joey Gonzales aporreando duramente los parches y Bower y Taylor siguiendo a Anselmo con una voz rasgadísima y procesada, entre la cerveza y el whisky, la mala uva de “Use Once and Destroy” y “The Great Southern Trendkill” pero también evidencia algunos de los problemas de “Caught Up In The Gears Of Application” y son principalmente su sonido (con tanto ‘barro’ y suciedad de las orillas de Nueva Orleans que llega a parecer una maqueta por momentos) y el apartado lírico en el que Anselmo, aunque nunca haya sido Yeats, peca de brutote y simplista y como ejemplo de ello podrían ser “Ruin You” o “Asshole” pero también hay que entender el escatológico humor al que suele recurrir a veces.

Aquella que da título al disco es un buen ejericio de rabia con un riff resultón pero repetitivo como “Sociopathic Herd Dillusion” intenta bajar las revoluciones y acercarse a ese Hardcore & Roll tantas veces intentado pero tan pocas veces conseguido. Por suerte, en “Circling the Drain” logran llegar allá donde no lo han logrado en todo el disco pero acusa de una repetición que la termina condenando. “Clickbait” o “Mutts Bite Too” vuelven a meternos de lleno en un disco en el que si bien no podría haber mucha queja, tan sólo es sustentado por dos o tres canciones que de verdad supongan algo relevante en la discografía de Superjoint/ Superjoint Ritual y “Rigging The Fight” y “Receiving No Answer to the Knock” lo cierran con la misma suciedad, mayor actitud y agresividad pero las mismas ideas propuestas a lo largo de las nueve canciones anteriores.

No cambiará la opinión que muchos tienen de Anselmo y tampoco hará que Superjoint consiga nuevos seguidores pero tiene algún que otro momento que justifica su escucha y, por supuesto, su compra pero quizá lo más importante es que Phil Anselmo sigue vivo, creativamente hablando, y prefiere saltar de un proyecto a otro antes que aferrarse a un glorioso pasado y eso le honra, a pesar de que, de vez en cuando, lo siga estropeando cada vez que se toma unas cervezas y abre la boca.

© 2016 Jack Ermeister

Crítica: Bon Iver "22, A Million"

Al final resulta que era tan hipócrita como los lectores que aguantan, día tras día, algunas de mis críticas y, aunque escuchaba tanta música como siempre había afirmado, mis oídos no toleraban casi ningún sonido publicado posteriormente a los noventa y cuando quería encontrar algo de consuelo siempre recurría a los sesenta y, más en concreto, a los setenta. No es que no le vea el punto a Father John Misty y su pretendidamente original actitud vital –entre la jeta más apabullante del vividor y el desahogo esnob más surrealista y artie- a Bright Eyes hace muchos años, a un trobador como el gran Ryan Adams (al cual reconozco que verle en directo durante la gira de “Gold” fue casi una epifanía) o demás moderneces como Justice o Timbaland, no. Es que cada vez que buscaba refugio siempre acudía a Dylan –siempre Dylan-, Neil Young, Leonard Cohen o Tom Waits, buscaba en los surcos de “Tonight's the Night” y me amparaba en “Pink Moon” con el único capricho ya también rancio de un “Kid A” de madrugada. Es por eso que cuando descubrí “For Emma, Forever Ago” (2007), como casi todo el mundo que ahora adora o reniega de Bon Iver, y fue ascendido a los altares del indie folk por una parroquia de modernetes que siempre he repudiado y su definitiva consagración con “Bon Iver, Bon Iver” (2011), entendí que su música no era para mí. No sabía muy bien por qué sus canciones me gustaban pero no me habían terminado de llegar y, por muy esnob que suene; su audiencia me repelía tantísimo como el personaje, así que no tuve más remedio que alejarme y dejar que NME o Pitchfork se deshiciesen en elogios. Pero también es verdad que puedo prometer y prometo no reírme nunca más de un eufemismo tan absurdo como el del “disco de muchas escuchas” cuando en realidad queremos referirnos a una obra infumable o de difícil digestión porque es lo que me ha ocurrido con “22, A Million”.

El concepto de artista torturado es un cliché y en muchas ocasiones tan sólo sirve para transformar en personajes a seres humanos corrientes y molientes cuyas obras no poseen la suficiente enjundia por sí misma como para aguantar los envites del paso del tiempo y el juicio del propio público. ¿Justin Vernon sufriendo mal de amores, pánico escénico, aversión a la fama? ¿Disfrutando de eternos maratones de series como “Doctor en Alaska”, encerrado en una cabaña, perdida en el monte, devorando Häagen-Dazs de vainilla con nueces de Macadamia? ¡Vamos, contadme algo nuevo o no tan mundano porque esa podría haber sido mi propia historia o, posiblemente, la del lector que posa su vista sobre estas líneas! ¿Qué hay de nuevo en todo eso? Es más, cuando vi los títulos de las canciones; "22 (OVER S∞∞N)", "10 d E A T h b R E a s T ⚄ ⚄" o “21 M◊◊N WATER" y leí sobre el proceso de deconstrucción de estas o escuché algún adelanto con el dichoso Auto-Tune usado hasta el paroxismo como esos mediocres que creen que rociar cualquier carne con Pedro Ximénez es todo un signo de distinción o innovación, no pude sentir menos pereza por “22, A Million”.

Y, sin embargo, un buen día me encontré a solas en un hotel y aquel disco me llamaba poderosamente desde mi reproductor, me puse los cascos y, por muy cursi que pueda parecerle a cualquiera que me lea, sentí que esas canciones eran inoculadas en mi organismo y creía comprender lo que Vernon trataba de decirnos. ¿Me había vuelto loco? No, había llegado el momento de escuchar de verdad “22, A Million” y no de escribir una crítica a vuelapluma, con prisas y menos ganas, tan sólo para cubrir el lanzamiento y ganar algunas visitas con no sé muy bien qué propósito a estas alturas. Así pasé varios días, casi en completo aislamiento por motivos de trabajo, escuchando únicamente este disco y creédme que tengo un buen par de Teras con toda la obra de Young y Dylan entre otras toneladas de música pero no, mi corazón me pedía “22, A Million”.

Muchos colegas defenestraron el disco en pocas horas, ¿le dieron el tiempo que se merecía? La mayor parte de ese público que no ha sabido apreciar “22, A Million” porque no lo ha entendido o no ha querido arriesgarse es precisamente la que le pide riesgo al propio Bon Iver, ¿no es ridículo? “Esto terminará pronto” reza “22 (OVER S∞∞N)”, una canción que se despereza y que utiliza esa frase, a modo de mantra, para desbloquearnos. ¿Miedo a los efectos del éxito, a la ansiedad de la cantidad de expectativas puestas en uno mismo? Bon Iver las desmonta con esta primera canción; nos recuerda nuestra vulnerabilidad y lo temporal de todo hecho y, por todos es sabido, que una vez nos liberamos de casi cualquier opresión y entendemos la mortalidad de nuestra realidad es justo cuando no tenemos nada que perder.

Y así parece en “10 d E A T h b R E a s T ⚄ ⚄” con ese falsete oculto tras capas de percusión y el sampler de “Wild Heart” mientras el Dylan del “Blonde on Blonde” se viste con las ropas de Radiohead y Bon Iver tiñe a los de Oxford con los colores otoñales y la matería prima de los secretos de “Vespertine” (2001) de Björk. ¿Es Kanye West? No, es Bon Iver deconstruyendo su propio tono gracias a un masivo uso del Auto-Tune en “715 - CR∑∑KS” en la que logra parir una de las melodías más bonitas de todo el álbum mientras su voz intenta romper la burbuja tecnológica e incluso creemos sentir ese titubeo analógico inequívoco de una cinta de casette pasada de escuchas. Sin embargo, tras una genialidad de ese tamaño, “33 „GOD‰” nos romperá con su vulnerabilidad en una de las canciones más sensibles que le he escuchado a Bon Iver sino fuese por la continuación con “29 #Strafford APTS” o la minimalista y maravillosa “666 ʇ” con camplers de “Standing In The Need Of Prayer” y un ritmo construido con mimo por la intensidad.

“21 M◊◊N WATER” es puro ambient que servirá de pasaje a “8 (circle)”, puro soul, o el jazz de baratillo (dicho con todo el cariño del mundo) a 8 bites que parece “____45_____” y una despedida por todos los Neil Young del universo con “00000 Million” en la que parece que somos testigos del auténtico deshielo y entendemos aquello “esto terminará pronto…” de “22 (OVER S∞∞N)”. Leerme escribiendo que es un disco al que hay que darle tiempo o escuchas es tan absurdo o más que verme escuchándolo una y otra vez en diferentes ciudades y siempre esperando la próxima ocasión como si de un Bill Murray de segunda me tratase y estuviese permanentemente perdido en Tokio pero es la primera vez que conecto a un nivel emocional semejante con un álbum que soy capaz de escuchar de un tirón, sin saltarme ni una sola canción. Amigos míos, de canciones así es de lo que se componen los sueños o, mucho mejor, la vida…

© 2016 Jim Tonic

Concierto: Saxon (Madrid) 17.12.2016

Siempre he pensado que Saxon tienen más cosas en común con Motörhead de las que podríamos imaginarnos en un principio pero en esta ocasión por mi cabeza –y seguramente también la de muchos- planeaba la sombra de Lemmy ya que Motörhead compartían cartel con Saxon en el que hubiese sido su último paso por nuestro país si el cáncer no nos lo hubiese arrebatado a traición. Por tanto, esta actuación de Saxon –a pocos días de cumplirse el amargo aniversario de su pérdida- era cita obligada para todo amante del NWOBHM, del heavy más clásico, del hard rock, de Lemmy, Motörhead, Biff Byford y todo aquel que se diga amante de la música. Pero además la ocasión era más que apropiada porque Saxon no sólo siguen siendo una grandísima banda en directo con la que caben pocas quejas sino que, para colmo, han grabado un disco tan notable como “Battering Ram” (2015) que si bien no es más que una excusa para lanzarse de nuevo a la carretera como también promocionar el directo “Let me Feel Your Power” o cualquiera de las lujosas ediciones con las que nos tientan a todos los coleccionistas, nos demuestra que Saxon gozan de una envidiable salud sobre las tablas. En mi opinión, la posibilidad de perderse este concierto era poco menos que una locura tras varios bolos como el de Clutch y Brujería (o Kvelertak antes) que no decepcionándome sí que me dejaron con ganas de más, algo que no me ha ocurrido con Saxon, por ejemplo...

De nuevo, la sala escogida no hace fácil la noche, aparte de fría suena horriblemente mal sin entrar en comparaciones con su hermana mayor (la plaza) u otras de la capital porque volveríamos al eterno debate de las pocas salas decentes disponibles en una ciudad como Madrid o las clásicas dudas de aquellos que no tienen oído alguno y se conforman con poco. Saxon solucionaron la papeleta del sonido gracias al ingenio de los técnicos, subir el volumen a tope y su pericia sobre el escenario además de un repertorio magnífico y generoso en el que cabían pocas quejas y sí deleitarse con cada uno de los clásicos y no tan clásicos durante dos magníficas horas de música. Con la ausencia de Nibbs Carter por problemas familiares y la presencia de Gus Macricostas de Battleroar como reemplazo, Saxon engulleron a ’77 o Girlschool con el mismo poderoso sonido de siempre (tras verles en directo en siete ocasiones y una octava en el próximo mes de junio en Francia, Hellfest, hay pocas sorpresas en un concierto de una banda tan clásica pero siempre tan agradecida)

Tras “It’s a Long Way To The (If You Wanna Rock ‘n’ Roll)” de AC/DC como introducción y la omnipresente águila metálica coronando el escenario abrieron fuego con “Battering Ram”, “Heavy Metal Thunder” y “Sacrifice” o “Solid Ball Of Rock” (una de mis favoritas que sigue sonando igual de fresca que siempre) que nos sirvieron para entrar en calor con la buenísima química de Quinn, Scarratt y Glockler además de la entrega de Byford. “Never Surrender”, la infalible y emocionante “The Eagle Has Landed” con una magnífica entrega y Biff y Quinn sintiéndola en cada nota o la reciente “The Devil’s Footprint” (también magnífica su interpretación, por cierto) nos adentraron en un concierto con “Strong Arm Of The Law”, “Power And The Glory” o “Queen Of Hearts” como valedoras de un repertorio que abarca más de tres décadas y en el que se dan la mano canciones históricas con algunas novedades creando una dinámica en la que uno no echa de menos ni siente que la noche pueda flaquear en ningún momento. El homenaje de Bifford a Lemmy con la salvaje versión de “Ace Of Spades” nos hizo emocionarnos (no creo que nunca pueda llegar a aceptar la pérdida de un artista con tantísimo carisma como para sentirle como un amigo) y su espíritu sobrevoló por nuestras cabezas mientras “Wheels Of Steel” cerraba el concierto no sin rematarlo con unos jugosos bises con “Let Me Feel Your Power”, “747 (Strangers In The Night)” (simplemente mágica) y el final de fiesta con “Crusader” (que da igual el tiempo que pase que sonará siempre igual de épica), “Denim And Leather” y “Princess Of The Night” nos dibujaron una sonrisa en la cara. Cuando todo acaba, Bifford estaba empapado en sudor pero sonriente, a mi lado tengo a un conocido locutor de radio -de parche en el ojo y pata de palo- que asegura que el concierto 'no ha estado mal' y me sorprende su apresurado juicio cuando ha estado la mayor parte del tiempo entrando y saliendo, de charla con sus amigos y pasando de todo, una lástima cuando sus compañeros de profesión se preguntaban unos a otros qué canción era “Solid Ball Of Rock” o se reían de un título como "Rock 'n' Roll Gipsy".

Puede parecer todo un tópico pero nuestros héroes se hacen mayores y no hay un reemplazo cuando uno asiste regularmente a conciertos y sale contento pero sin esa sensación de haber alimentado el alma como me ha ocurrido a la salida de Saxon. Grandísimo Bifford, con orgullo llevo una camiseta de tu banda y que así sea por mucho tiempo…


© 2016 Lord Of Metal

Crítica: Brujeria "Pocho Aztlan"

Me cuesta horrores entender a aquellos que conociendo a Brujeria no les dedican más de cinco minutos y menosprecian su música. Principalmente porque creo que a este tipo de personas les falta sentido del humor o un buen litro de cerveza para entender lo que no hace falta entender… La música de Brujería es una grandísima y cafre mezcla de todo lo que nos gusta a los amantes de lo extremo pero con unas reglas del juego que les hace únicos. Así fue con el sorprendente “Matando Güeros” (1993) con el que nos dejaban a todos boquiabiertos cuando entendíamos que se podía cantar en nuestro idioma y sonar igual de brutal que otros artistas o alimentaban nuestra fantasía cuando nos pretendían hacer creer que era una banda formada por auténticos narcos. Pocas bromas cuando publicaron “Raza Odiada” (1995) y se metieron a todos los seguidores de la escena en el bolsillo, justo cuando ya teníamos más que digerido que Juan Brujo era John Lepe, Dino Cazares; Asesino, Güero Sin Fe; Billy Gould, Hongo; Shane Embury y Greñudo; Raymond Herrera. Daba igual porque aquel disco no sólo era notable sino todo un mazazo y todos entendimos lo divertido que era asistir a un concierto suyo. 

Tras un EP como “Marijuana” (1997), además de la colaboración en “Spanglish 101”, llegó el consabido giro con “Brujerizmo” (2000) y su giro al groove con toques industriales así como la aceptación de que más que una banda ya eran plenamente un colectivo de amigos que colaboraban y, entre idas y venidas de músicos, grababan la música que les apetecía con la excusa de pasar tiempo juntos y salir de gira. Pero dieciséis años son muchos y a pesar de “Angel Chilango” (2014) el mundo entero clamaba por un nuevo disco de Brujeria ya que parecían haberse convertido en una banda de directo únicamente… ¿Y qué mejor momento que el que nos ocupa con la imparable carrera electoral de Donald Trump como auténtico y extrañísimo signo de los tiempos que vivimos? Es verdad que “Viva Presidente Trump!/ Pared del muerte” no era lo que todos esperábamos de ellos pero, al mismo tiempo, era una buena noticia que mantuviesen intactas las ganas de provocar y, por supuesto, esa vuelta al death y el grind que supongo tendrá mucho que ver con la marcha de Cazares (seguramente con barra libre para Shane Embury pero todos lamentando la pérdida del miembro fundador) y la entrada en el 2006 de, nada más y nada menos, que Jeffrey Walker de Carcass, llamado El Cynico.

¿Es “Pocho Aztlan” un buen disco? Sí, sin duda. ¿Es una obra maestra? Nada más lejos de la verdad. “Pocho Aztlan” (de nuevo con “Coco Loco”, esa siniestra mascota comprada por Juan Brujo que tienen que rentabilizar con cada lanzamiento), publicado con Nuclear Blast y una buena galería de productores como Russ Russell, Ross Gonzalez, Huey Dee y Eddie Casillas (todo queda en casa), suena brutal –imposible negar lo contrario-, contundente y con una presencia apabullante de graves además de esa mala leche inherente al grind que parecían haber perdido con la vital incorporación del mencionado Walker pero, lamentablemente, el álbum posee tantos defectos como grandes momentos. “No Aceptan imitaciones”, por ejemplo, es una barbaridad que hace palidecer a otras bandas mucho más serias y seguramente con más pretensiones, como “Santongo” o la violenta “Plata O Plomo”. 

La influencia de Dead Kennedys está presente en la punky “México Campeón” y, por supuesto, en ese homenaje al clásico que es California Über Alles” (aquí bautizada como “California Über Aztlan” y que sirve como agradecimiento a Jello Biafra, también miembro de la banda en el pasado, por toda la ayuda prestada) pero también hay momentos que chirrian en el contexto del álbum. “Códigos”, por ejemplo, parece tener poco que ver con la línea general de “Pocho Aztlan” y podría parecer evidente que es obra de Cazares ya que, a pesar de no estar presente, descubrimos que muchas de las canciones que integran el disco han sido compuestas con anterioridad perdiendo este cierto sentimiento de unión y homogeneidad. Lo mismo ocurrirá con “Isla de Fantasia”, no son malas canciones en absoluto y quizá hayan sido escritas para este álbum pero, partiendo de la base, de que un disco de Brujeria debe estar bien especiado y sonar tan variado y mestizo como pueda, no termina de haber mucha coherencia.

Pero, si somos sinceros (y con Brujeria no podemos evitarlo), también es verdad que “Pocho Aztlan”, con esos pequeños inconvenientes, es un disco que sintetiza el espíritu de la banda; narcocorridos a toda velocidad, gore, sexo, santería y mala uva a ritmo de grind y death pero ahora también crítica social con temas con los que le puede hervir la sangre a cualquiera como los problemas de la inmigración o el racismo, todo ello cantado en español y logrando algo único que puede o no gustar pero nunca dejará de resultar refrescante o, por lo menos, toda una experiencia en directo que es en donde le ganan la partida a muchas otras bandas porque la música de Brujeria no hay que intelectualizarla demasiado, no hay que buscarle tres pies al gato y, simplemente, tomarse un par de litros, saltar y pasarlo bien con ellos. Siendo así, nada que objetar; Brujería al cien por cien pero, que quede claro, lejos de “Raza Odiada”…


© 2016 Jack Ermeister

Crítica: Dark Tranquility "Atoma"

Pocas bandas respeto más y espero con ganas un nuevo lanzamiento como me ocurre con Dark Tranquility que con el lento gotear de noticias relacionadas con este, su nuevo lanzamiento, no hacían otra cosa que abrirnos el apetito de lo que estaba por llegar. Y no es que los suecos lo tengan precisamente fácil, su discografía me parece notable con algunos picos auténticamente sobresalientes y aunque “Atoma” no llegue a la altura de un clásico como “the Gallery” (1995), “The Mind’s I” (1997) o “Projector” (1999) como tanto le gusta cacarear a muchos promotores y críticos, sí que me parece un disco superior a los últimos “We Are The Void” (2010) o “Construct” (2013) y es precisamente este último con el que más similaritudes encuentro porque si bien “Atoma” es superior, tampoco es un punto de ruptura tan vibrante como muchos podrían esperar. Para que nos entendamos, “Atoma” posee todas las señas de identidad de Dark Tranquility, las suficientes como para que no sintamos que han perdido el norte como muchos de sus compañeros (y no quiero mirar a nadie pero es inevitable pensar en In Flames) pero perfectamente equilibrado para que, sin grandes concesiones, tampoco sintamos un estancamiento; hay death, claro que sí, pero también hay melancolía a raudales, grandes estribillos y una atmósfera gótica y densa magnífica. En definitiva, opodemos respirar aliviados. En definitiva; la esencia de Dark Tranquility no se ha perdido por el camino pero sí que se nota que Stanne, Sundin, Brändström y Jivarp han invertido tiempo en la composición y el mimo que las nuevas canciones requieren, además de ser el primer álbum en el que participa Anders Iwers (Tiamat, Avatarium) tras la ausencia de Martin Henriksson y su inexplicable pérdida de pasión por la música, como él mismo se encargó de aclarar.

Producido por la propia banda y Jens Bogren, posee belleza pero ello no quiere decir que a lo largo de sus casi cincuenta minutos haya uno sólo que sobre o sintamos que el álbum flaquea. “Encircled”, por ejemplo, suena clásica pero con unos riffs cortantes y oscuros que nos llevarán a lomos de los teclados de Martin mientras Stanne se deja literalmente a garganta; sé que la comparación a muchos les parecerá forzada por lo poco que tienen actualmente que ver la dos bandas pero escuchar un arranque así con Stanne en plena forma hace que me acuerde de lo vivido en la última gira de Katatonia con Renkse (cuyo tono me parece precioso pero parece haberse dejado la agresividad y la pasión en la interpretación en su casa de Hägersten) y aprecie el esfuerzo de Stanne. Como la propia “Atoma” nos recordará a Paradise Lost y será una muestra clara de ese toque gótico perfectamente fusionado con la melodía del death y de nuevo la potente voz de Stanne.

Me encanta el riff de “Forward Momentum” y la mezcla de las guitarras con el teclado, me gusta la textura que crean sin ceder ni un ápice a sus principios estéticos, me gusta el toque depresivo y la belleza que exuda sin caer en lo patético o en lo cursi, en lo relamido de muchas bandas melódicas de death que tienden a la oscuridad más impostada. “Neutrality” es una pequeña obra de arte que se encabrita tras las primeras notas y nos recordará a At The Gates pero serán esos arreglos futuristas los que hilvanarán la canción con la futurista “Force of Hand” en la que el trabajo de Niklas Sundin es para quitarse el sombrero (no extraña leer los créditos y saber que ha participado en la composición) como también en la oscura “Faithless by Default” junto a Martin.

“The Pitiless”, de Jivarp, es una de las más directas de todo “Atoma” y ese comienzo de Stanne con ese inquisitivo “Right now! Right here! We stand alone!” es una auténtica gozada, de nuevo una mezcla perfecta entre los teclados de Martin y la mala ralea de las guitarras de Sundin como en “Our Proof of Life” parecen de nuevo retomar el espíritu de los de Halifax (hasta que Stanne se encabrona, claro) sin caer en la parodia y con excelentes resultados. “Clearing Skies” (obra de Brändström) es una de las más accesibles del disco, quizá una de las más pegadizas con ese riff tan contagioso mientras que “When the World Screams” vuelve a hacer coger cuerpo a la recta final de “Atoma” que Dark Tranquility resolverán de manera magistral con la oscurísima “Merciless Fate” (de nuevo inconmensurable Stanne) y ese sabor de los Cavanagh (antes de perder los reaños y convertirse en una banda tan lamiosa…) en “Caves and Embers” para cerrar el disco por todo lo alto con Niklas secundando a Martin en el riff principal.

Uno de los grandes discos de un año en el que muchas bandas parecen estar apurando para regalarnos los oídos y un alegato de la buena salud que todavía poseen los suecos mientras muchos de sus paisanos han perdido fuelle o confunden la evolución con la sacarina. Produce verdadero placer escuchar discos así de trabajados…


© 2016 Conde Draco

Crítica: Deathspell Omega "The Synarchy of Molten Bones"


A veces creo que Deathspell Omega tienen un interés tan sádico como burlón en su afán por publicar nueva música con el único malsano objetivo de dejar en ridículo al resto de bandas de metal. Y es que lo de los franceses sólo puede tildarse de genialidad cuando echamos la vista atrás y nos encontramos con EPs como “Drought” (2012), “Diabolus Absconditus” (2011), “Veritas Diaboli Manet in Aeternum: Chaining the Katechon” (2008) o “Mass Grave Aesthetics” (2008) y discos como “Paracletus” (2010) o “Fas – Ite, Maledicti, In Ignem Aeternum” (2007), entendiendo a Deathspell Omega como una banda que no sólo ha vuelto a hacer excitante el black metal sino que ha llevado su fusión con otros subgéneros allá donde lo llevaron Gorguts con el death, pariendo una obra sólida pero inclasificable, valiente, extraña e incomparable en la que, para colmo, han sabido recuperar el viejo misterio de la música y es que poco encontrarás allá donde les busques cuando otras bandas y artistas pierden la intimidad en decenas de redes sociales o venden su alma al mejor postor con todo tipo de merchandising, encontrando el placer en el cada vez más raro anonimato de nuestros días…


Los que llevamos años siguiendo la estela de Deathspell Omega nos encontraremos en “The Synarchy of Molten Bones” un álbum de cuatro canciones que, sin embargo y por duración, aunque breve, no es un EP, un cruce entre el glorioso “Paracletus” y una pizca de la experimentación más opaca de “Drought”. Una mezcla bien equilibrada de rabioso y agrio black metal con el gusto en pocas dosis por la innovación y la vanguardia de su último corta duración (quizá la única pega y es que siendo como son, no hayan arriesgado un poco más). Con un comienzo tan cinemático como épico en la homónima “The Synarchy of Molten Bones” en la que sus primeros segundos jugarán con las texturas propias del stoner para irlas ensombreciendo hasta el torbellino ‘blackmetalero’ en el que saben convertirla y esas furiosas arremetidas repletas de una virulencia tan sólo calmada en el último minuto para cederle algo de protagonismo a unos coros y una disonancia auténticamente hiriente. Si no la has escuchado lo mejor es que te hagas a la idea; imagínate el resultado de mezclar a Gorguts, Mastodon, Behemoth y los primeros Darkthrone con Blut Aus Nord; mezclado, no agitado, por favor…

Cuando llega el turno de “Famished for Breath”, hace tiempo que ya te han hecho entrar en calor; las guitarras crujen a tu alrededor y la voz parece vomitar extraños salmos que se mezclarán con el ritmo sincopado de la batería. De nuevo es ese mismo vendaval sólo que ahora esos arpegios que servían para abrir “The Synarchy of Molten Bones” son los que construirán el hilo narrativo de “Famished for Breath” y los constantes ‘breaks’ de la batería romperán el ritmo, claro que sí, pero también te empujarán contra las rocas y te acordarás de “Leviathan” en “Onward where Most With Ravin I May Meet” pero, aunque el tempo sea más calmado y marcado, las guitarras tienen tanto grano y un toque tan pesado que tan sólo sus últimos fraseos atonales aligerarán la carga de “Internecine Iatrogenesis”, una auténtica tormenta de casi seis minutos en la que sabrán reconvertirse en su último minuto en una versión sacra y orquestal de Sunn O))) con un último golpe al ‘crash’ de la batería que te sumirá en el más absoluto de los silencios.

¿Ha sido real? ¿Tan sólo cuatro canciones bastan para desarmarte como oyente? “The Synarchy of Molten Bones” es uno de esos clásicos y agradecidos discos para los que hay que sentarse y escuchar sus canciones una y otra vez para poder discernir si Deathspell Omega lo han vuelto a hacer o se han quedado a medias pero en los que aguardan grandes momentos para esos oyentes más pacientes. Sin temor alguno, los franceses han vuelto a dar un paso al frente y lo único que puedo echar en falta en este tan técnico “The Synarchy of Molten Bones” es que no hayan sido más generosos en su duración y con esa pizca de innovación procedente de “Drought”, por lo demás sigo pensando que Deathspell Omega publican discos para vergüenza de sus coetáneos, demasiada genialidad en únicamente cuatro canciones. Sencillamente brutal, masivo en su asalto al sentido de aquel que lo escuche

© 2016 Lord Of Metal


Crítica: The Rolling Stones "Blue And Lonesome"

Un disco accidental, una colección de canciones que son el resultado de un año de macerado y tres días de efervescente trabajo en los British Grove Studios y, sin embargo, por irónico que parezca, “Blue And Lonesome”, no sólo puede ser presentado como el único álbum conformado íntegramente por versiones si exceptuamos su disco de debut, “The Rolling Stones” (1964) en el que la única aportación original fue "Tell Me (You're Coming Back)" y el EP, “The Rolling Stones”, también del mismo año, con cuatro versiones (Chuck Berry Gordy/Bradford, Alexander y Leiber/Stoller) sino quizá y con mucha precaución, claro, su mejor grabación desde “Tatto You” (1981). No es que “Blue And Lonesome” sea la respuesta a una actividad que en el estudio que si bien nunca ha resultado mediocre (tan sólo “Undercover” del 83 o “Dirty Work” del 86 podrían ser considerados menores en los últimos cuarenta años, todo un logro al alcance de pocos) sí que “Bridges To Babylon” (1997) y más en concreto “A Bigger Bang” (2005) parecían no estar a la altura evidenciando una escasez de ideas que ha provocado que los Stones se hayan convertido en una apisonadora en directo descuidando su faceta en el estudio, provocando que ellos mismos hayan tenido que desechar la idea de publicar un álbum con material totalmente nuevo con el que, según Richards, no serían capaces de completar ni siquiera la mitad del minutaje sino que “Blue And Lonesome” parece ser todo un ejercicio maestro de blues en el que no sólo han querido huir de las reinterpretaciones más obvias para darle el gusto al guitarrista sino también un ejercicio copernicano por el cual, si este fuese el último disco de estudio de la banda (esperemos que no sea así y haya una última sorpresa en la recámara), podría ser visto como lo que podría ser uno de los mejores broches para cerrar una discografía que acaba como comenzó, más cercanos que nunca a su querido rhythm and blues, a ese blues que siempre ha corrido por sus venas incluso cuando alcanzaron el éxito masivo, se convirtieron en la mayor banda de rock ‘n’ roll de la historia e incluso coquetearon con el funky, el sureño, el pop o el reggae.

Un álbum cuya principal característica es el sonido directo de una banda interpretando las canciones en directo y con Jagger y su armónica como grandes protagonistas, como así ocurre en el single “Just Your Fool” de Buddy Johnson en el que nos hacen cómplices de ese sonido cálido que han logrado Don Was y The Glimmer Twins (que no son otros que Jagger y Richards) en el que las guitarras son capaces de invocar todo el dolor del mundo en “Commit A Crime” de Howlin’ Wolf o la nocturna y abrasiva “Blue And Lonesome” de Memphis Slim en la que la que de nuevo Wood (ese “eterno recién llegado” con más de cuatro décadas sirviendo en sus filas) y Richards, más sucio y con más grano que nunca, serán capaces de destilar toda la noche que tus oídos puedan beberse; como si su música fuese una bebida servida a las tantas de la madrugada. “All Of Your Love” de Magic Sam y ese canto al desamor es magníficamente domado por Jagger mientras Watts y Darryl Jones castigarán si piedad el compás en “I Gotta Go” de Little Walter con la armónica de Jagger cobrando vida o Eric Clapton aportando su inconfundible toque en “Everybody Knows About My Good Thing” (Miles Grayson y Lermon Horton) y es que resulta inconfundible su tono aunque ataque las cuerdas con un slide al más puro estilo de su amigo, el fallecido Duane Allman.

El oyente casual o ese que no se creyese que los Stones grabarían a estas alturas un disco de blues se llevará las manos a la cabeza cuando “Ride 'Em On Down” de Eddie Taylor (mutación de “Shake ‘Em On Down” de Bukka White) con el que Richards sonreirá socarronamente mientras los más jovenes se extrañan y entienden que “Blue And Lonesome” no es un disco de blues comercial repleto de concesiones al gran público sino un capricho (con el que Richards parece haber disfrutado más que ninguno) como ese regreso a Little Walter en “Hate To See You Go” en el que han sabido capturar todo el sabor del género en sus tres minutos o la crudísima “Hoo Doo Blues” (con ayuda de Jim Keltner tras los parches) de Jerry West y el famoso Lightnin’ Hopkins (Otis Hicks) en la que los Stones se moverán con maestría en la oscuridad del vudú de Luisiana pero también con soltura en “Little Rain” (Jimmy Reed) en la que, como suele ser habitual en el blues, la añoranza por el amor perdido es la clave o la vigorizante “Just Like I Treat You” para hacernos remontar un disco con una parte más luminosa (quizá la que más nos recuerde a lo que una vez fueron cuando comenzaban en la música) y una más oscura y maldita que los Stones visten como si fuese una segunda piel.

Para despedirse “I Can't Quit You Baby”, las dos últimas autoría de Willie Dixon, con Clapton fraseando sobre el diapasón de su Stratocaster en la que la titánica tarea de superar a Zeppelin y la voz de Plant se torna imposible pero sirve de brillante cierre con Jagger aullando y Leavell/Clifford extrayendo las últimas gotas de blues de las teclas del piano.

Porque los Rolling Stones (los Stones para muchos y los Rolling para todos los que los amamos), nacieron del blues, cuando en la estación de tren de Dartford, Keith Richards se acercó a aquel otro chaval que era Mick Jagger y le preguntó de dónde había sacado el “Rockin' at the Hop” de Chuck Berry, edición de la Chess, y “The Best of Muddy Waters” y los astros se conjugaron para que esa amistad forjase uno de los tándem creativos más famosos de la historia de la música con permiso de Lennon y McCartney y, claro, el difunto Brian Jones. Un álbum que, sin ser esa maravilla que ya no tienen la necesidad de firmar y muchos absurdamente esperan sin haberse empapado de verdad de cualquiera de sus discos anteriores, se traduce como uno de los grandes regalos de un año a punto de cerrar. Parafraseando a Jagger, sé que es sólo blues pero me encanta…

© 2016 Jim Tonic

Crítica: Lamb Of God "The Duke"

Hay muchos motivos por lo que de verdad amo la música de Lamb Of God y me da en la nariz que no soy tan original porque hay muchos más locos como yo que sienten lo mismo por ella. Me encanta la potentísima base rítmica que forman John Campbell y Chris Adler, las guitarras de Willie Adler y, por supuesto, Mark Morton pero lo más importante es que, aparte del poderoso rugido, siento una especial simpatía por Randy Blythe. Creo que tras su fortísima garganta y esa transformación que sufre cuando se sube a un escenario por la cual un tipo interesado en la fotografía y la literatura, se convierte en un verdadero animal, hay un tipo sensible con tantísimos fantasmas como cualquiera de nosotros y una mala suerte durante los últimos años como su desgraciado incidente en Praga, el accidente de bus que sufrió la banda mientras giraba o el robo y agresión que sufrió en Dublín que ha logrado superar gracias a su buena estrella y “The Duke”, este EP que tenemos entre las manos, sólo viene a confirmarme lo que pienso de Blythe, un músico con los pies en la tierra que, con las lógicas reservas, no dudará en estrecharte la mano y mostrarse tan cercano como pueda. Y es que la historia que hay tras este EP es la de un fan, como tú y como yo, que logró su sueño y conoció a Randy Blythe en Phoenix, Arizona, y al que Lamb Of God dedicaron “Ruin” debido a su lucha contra la leucemia. Wayne Ford -así es como se llamaba- tres años después empeoró y su familia informó a la publicista de la banda, Randy llamó a Wayne y terminó forjando una amistad a distancia, charlando con él habitualmente, chateando y permitiéndole escuchar los avances de “VII: Sturm und Drang” en el estudio, Wayne había terminado entrando en la vida de Randy para bien pero, por desgracia, aquello no duró mucho ya que, poco después, perdía su batalla contra la leucemia y fallecería placidamente en su casa, rodeado de sus seres queridos, tenía tan sólo treinta y tres años.

“Immortalis”, la canción que Randy escribió para Wayne, nunca llegó a entrar en “VII: Sturm und Drang” pero era lo correcto porque merecería más protagonismo, una llamada de atención para que la gente se conciencie de la importancia de la ayuda, de lo fácil que es ser donante de médula ósea y los pocos que hay en el mundo. “Immortalis” terminó llamándose “The Duke”, curiosa coincidencia cuando descubrimos que Frank, el padre de Wayne, decidió bautizarlo así por el actor, John Wayne, al que se le llamaba “The Duke”, y no podría ser mejor homenaje para Wayne Ford. Todos aquellos que se han sorprendido de escuchar a Randy cantando de manera más melódica no tendrían porqué si entienden que Lamb Of God no son una cerradísima banda de groove sino que, tal y como muestran sus últimos trabajos, hay ansias de trascender y, sin perder robustez, prestar atención a la melodía y experimentación.

“The Duke” posee la fuerza pero también un estupendo solo de Mark, además Chris Adler demuestra por qué es uno de los grandes baterías del momento, un tema magnífico en el que no debería haber cabida para la clásica polémica entre guturales y voces melódicas que tantos ríos ha provocado en el mundo del metal. Además, la inédita “Culling” nos devuelve a los Lamb Of God de siempre, esos que son capaces de mostrarse más contundentes y con tanto músculo o más que Pantera pero con un toque polvoriento, repleto de grano, que tanto nos gusta de los de Virginia; puro nervio.

Como material extra para este EP, “Still Echoes”, o la clara demostración de que el groove metal en directo puede sonar igual de bien que cualquier otro subgénero y que la calidad no depende únicamente del técnico sino también de la pericia de la banda. Aquellos que estuvimos en la gira de presentación de “VII: Sturm und Drang” recordaremos con cariño cómo sonó “Still Echoes” y la inevitable para Randy Blythe, “512”, con la que nunca olvidará uno de los episodios más dramáticos de su vida. “512” en directo suena magnífica y su verso; “My hands are painted red, my hands are painted red” se graba en tu memoria desde la primera vez que lo escuchas, como “Engage the Fear Machine” parece un martillo hidráulico en el que la voz de Randy se rasga tantísimo que llega a parecer un animal herido; claras demostraciones del poderío de la banda sobre las tablas.

Puede que Wayne Ford nunca haya llegado a ver publicado este EP, “The Duke”, pero nosotros le hemos conocido a él y su historia a través de la música que más amaba y ello, aparte de recordarnos nuestra propia mortalidad, nos acerca aún más a Randy Blythe y nos demuestra que es tan grande sobre un escenario como cuando se baja de él, historias como estas nos reconcilian con el mundo…

© 2016 Lord Of Metal

Crítica: Helmet “Dead To The World”

Hace muchos años, en los noventa, mencionar a Helmet era sinónimo de honestidad. Page Hamilton y la formación original practicaban un rock pesado, monolítico y musculoso que, a pesar de su solidez, no encajaba en una década en la cual eran demasiado alternativos para ser considerados por el público del metal y eran demasiado duros para ser tomados en cuenta por el público alternativo. Además estaba el problema de la imagen en una época en la que esta, muy al contrario de lo que cree todo el mundo, lo era casi todo, como hoy en día. Y es que el considerado rock alternativo nació a mediados/ finales de los ochenta como respuesta al que lideraba las listas; aquellas bandas de aspecto extravagante y caduco eran reemplazadas por tipos con camisetas y camisas de franela ya en los noventa, por una rabia punk y una angustia adolescente en la que Helmet no supieron o quisieron encajar y, posteriormente, a mediados de aquella década; cuando el grunge estaba más que muerto y el rock se fusionaba con la electrónica, Helmet compartieron exraños carteles con bandas que poco o nada tenían que ver con ellos.

Así, por ejemplo, abrieron para el mejor Marilyn Manson en su gira de presentación de “Antichrist Superstar” (1996) en la cual no podían tener menos que ver y, tras aquella y un notable “Aftertaste” (1997), Helmet desaparecieron como tal. Eran todo lo contrario a Manson pero tampoco tenían nada que ver con otros compañeros de su generación y, a pesar de la rotundidad de su música, el poco glamour exhibido y la escasa repercusión en las listas y bajas ventas acabaron con una banda que supo firmar “Strap It On” (1990), el maravilloso “Meantime” (1992) o “Betty” (1994), para ambos han realizado recientemente giras celebrando sus aniversarios, pasando por nuestro país, logrando capturar la magia y llevándonos de viaje a la adolescencia a todos los treintañeros que acudimos a verles y que, habiendo estado en las giras originales, no podíamos evitar perdernos la ocasión de reencontrarnos con aquellas canciones.

Volvieron en 2004 con “Size Matters” y se celebró como tal pero algo habían perdido por el camino, “Monochrome” (2006) y “Seeing Eye Dog” (2010) fueron la evidencia de que el proyecto de Page Hamilton parecía funcionar mejor en el recuerdo o sobre un escenario que en el estudio y cuando anunció que Helmet no publicarían más discos y, acto seguido, se embarcó en las giras de “Meantime” y “Betty”, todos entendimos que una de las bandas más de culto de los noventa y a la que siempre habíamos entendido como injustamente olvidados, aceptaban su papel y aquellas noches serían todo un regalo. Pero la música está llena de casos en los que los artistas se desdicen y cambian de opinión no tanto porque carezcan de integridad sino por lo mucho que aman lo que hacen y así Page Hamilton anunció orgulloso el lanzamiento de “Dead To The World”. ¿Y qué esperábamos todos aquellos que asistimos a sus últimas giras?

Pues una venganza de Hamilton, un regreso digno de una de las bandas más injustamente olvidadas de la era alternativa, un puñetazo sobre la mesa logrando capturar en disco ese sonido masivo de las guitarras, ese bloque de hormigón que es capaz de dejarte sordo pero con una sonrisa. Lamentablemente, “Dead To The World” no es nada de eso sino una decepción más a sumar en su carrera y el certificado de defunción de un músico honesto como Page Hamilton que parece no haber encontrado nunca su lugar o haberse equivocado de nuevo en un álbum que no sería tan malo si quizá lo hubiese sido firmado con otro nombre y en el que se desdibuja tanto, tantísimo la personalidad de la banda que les hace abandonar la etiqueta de metal para encontrarnos un power pop de regusto indie con melodías poco inspiradas, una voz irreconocible y unas guitarras que no tienen nada que ver con el espíritu de Helmet y el sonido que les hizo famosos en los noventa. Cierto es que la formación de sus años de gloria con Peter Mengede, Henry Bogdan, Rob Echevarria y John Stanier ya es cosa del pasado y por sus filas han pasado una gran cantidad de músicos, siendo Dan Beeman, Dave Case y Kyle Stevenson los que secunden actualmente a Hamilton pero es inútil buscar el cambio de norte en ellos cuando el único responsable es Page.

“Life or Death” es un horror, tan blanda y con un toque tan pop que asustará y confundirá a cualquiera que escuche “Dead To The World”, "I ♥ My Guru" mejora algo pero no termina de convencer quizá por las guitarras y porque, a pesar de levantar la cabeza, sigue siendo una composición sin garra o fuerza, como “Bad News” reincide en la orientación más blanda y accesible a la que supongo que habrá llegado Page Hamilton quizá queriendo algo del pastel del público de Foo Fighters pensando, con buena lógica, que parte de él le pertenece.

Tras “Red Scare” en la que recuperan algo de cuerpo y nos recordarán quizá a los Helmet que todos conocíamos llega el turno de “Dead To The World” en la que bostezaremos hasta el ‘spoken word’ de “Green Shirt” cuando escuchemos que no hay ni rastro de emoción. Pero lo peor de todo es que con “Expect the World” no mejoran las cosas y tan sólo “Die Alone” y “Drunk in the Afternoon” nos harán levantar la ceja y echar aún más en falta lo que podría haber sido este disco y en lo que finalmente se ha quedado tras la ñoña “Look Alive” o la innecesaria y lentísima versión de “Life or Death”.

Un álbum que no les devolverá al mundo de los vivos como no les hará llegar a un público que, pensándolo bien, tampoco les necesita cuando el único lugar posible para Helmet es en el recuerdo y la nostalgia de todos aquellos que les disfrutamos en los noventa. Hamilton continúa publicando bajo el nombre de Helmet aunque esto suponga hundir más en el ostracismo a la banda, aumentar la brecha entre lo que hicieron y hacen actualmente y confirmar que no siempre el que tuvo, retuvo…

© 2016 Jack Ermeister

Concierto: Kvelertak (Madrid) 27.11.2016

Una gélida y desangelada noche de domingo nos traía a los noruegos Kvelertak de nuevo a España y una discretísima entrada (apenas  dos tercios de la sala con la segunda planta  cerrada) evidenciaba su poco poder de convocatoria por muchas razones, luego no nos llevemos a engaños; Kvelertak nos han visitado hasta en nueve ocasiones, contando con este último bolo de Madrid, en los últimos cinco años, bien con Slayer dando forma a un cartel con Anthrax, el Azkena, el Primavera Sound o nuestro querido Resurrection Fest allá por 2011, cuando muchos promotores no sabían siquiera de su existencia y el público menos aún, en Viveiro los trajeron en su mejor momento. También es verdad que el atractivo de este nuevo paso por España era el de su primera visita por salas como protagonistas absolutos de su propia gira, haciéndose acompañar de Skeletonwitch (que tampoco llenaron en su anterior visita en su gira Hell Has Arrived Over Europe, a nadie debería sorprender, por tanto, el pinchazo), y la presentación de su tercer trabajo, “Nattesferd”, que siendo un buen álbum –seamos honestos- no está a la altura de “Meir” (2013) o su homónimo debut del 2010, marcando una clara línea descendente que es quizá fruto de un éxito basado en el boca a boca que no les ha permitido tomarse un buen descanso sino que en los últimos seis años han tenido que dejarse la piel sobre los escenarios de medio mundo, siendo habituales de cualquier festival europeo que se precie. Y lo que en un principio puede verse como un añadido para afianzarse y soltarse en el directo ha terminado por pasarles factura a la hora de sentarse a escribir.

“Nattesferd”, su nuevo disco, como decía unas pocas líneas más arriba no es malo, ni mucho menos, pero es claramente un disco transicional en el que parecen haber subido el volumen allá donde la inspiración no llegaba, con una producción, a cargo de Nick Terry, que hace que echemos muchísimo de menos al salvajísimo y descarnado Kurt Ballou de Converge porque “Nattesferd” suena poco arriesgado, conservador y domesticado; si te gusta Kvelertak –como es mi caso- disfrutarás de cada una de sus canciones pero, al acabar, pensarás; ¿Y ya está? Lo cierto es que Erlend Hjelvik, con el inevitable búho, y los suyos volvían a España para intentar convencernos de las bondades de su última entrega, siendo suficientemente generosos y arriesgados como para que la mitad de su repertorio se componga de las canciones de esta, lo que demuestra la seguridad o fe que tienen en su colección de temas.

En mi caso, siendo la cuarta vez que les veo en dos años, no sentía hastío pero sí cierta sensación de repetición e indiferencia (lo cual es malo, muy malo…), que imagino que muchos habrán compartido conmigo, y ni siquiera la mal llamada evolución, que otros justifican para defender “Nattesferd”, suponía un aliciente para mí cuando, tras verles de nuevo, he podido comprobar que en directo son exactamente la misma banda de hace cinco años (lo cual no es tan malo si mantienes también el nivel en el estudio) con el mismo sonido, la misma puesta en escena y los mismos clichés pero quizá más cansados, más agotados (algo innegable cuando vemos el estatismo de Landa u Ofstad, Nyggard en segundo plano y Erlend representando su papel de nuevo Hank Von Helvete, luciendo tripita sin complejo alguno) algo inconcebible en una propuesta musical como la suya, y es que tras las primeras canciones el sonido (por cierto un horror el de la sala, hasta bien entrado el concierto no pudimos percibir a todos los instrumentos con claridad y la voz no se escuchaba como debería) que eran capaces de sacar de sus instrumentos y nos arrojaban los bafles no parecía corresponderse con la actitud de los seis músicos del escenario (por otro lado, demasiado pequeño para dejarles respirar y moverse). Supongo que para muchos chavales, siendo su primera vez, estarían encantados y está bien, así debe ser, pero a las bandas hay que pedirles más; ¿dirán lo mismo estos críos cuando dentro de cinco años hayan presenciado varios conciertos de Kvelertak y se encuentren más de lo mismo pero con unos músicos aún más agotados?

Posiblemente, el problema de Kvelertak sea que son una buena banda pero no la gran formación que muchos nos han intentado vender; han grabado dos grandes discos y resultan divertidos en los festivales y funcionan, por supuesto que sí. Kvelertak en directo –a pesar de lo dicho más arriba y el agotamiento de cinco años sin descanso en la carretera- son tan cafres y divertidos, tan rock ‘n’ roll y con tanto nervio como pocos de su generación, acudir a un concierto de los noruegos es todo un acierto, se mire por donde se mire, y las canciones de “Nattesferd” la verdad es que no destacan; con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Lo bueno porque “Dendrofil For Yggdrasil” o el single que es “1985”, son una buena apertura y forman un todo con las canciones de “Kvelertak” y “Meir” pero tras “Berserkr” u “Ondskapens Galakse” nos percataremos de que esa supuesta homogeneidad se transforma en aburrimiento cuando hemos sido testigos de cómo la pista se vuelve loca con “Bruane Brenn”, la propia “Kvelertak” e incluso “Utrydd Dei Svake” pero recibía con frialdad la irregular “Nattesferd” en la que las guitarras, por lo menos, le daban todo el empuje que le faltaba.

“Blodtørst” u “Offernatt” fueron una auténtica descarga de adrenalina, salvajes y arrolladoras mientras que “Svartmesse” apaciguó demasiado los ánimos siendo un recio medio tiempo como es y, como decía, el trío “Bruane Brenn”, “Kvelertak” y “Utrydd Dei Svake” terminó por caldear un concierto que tuvo una canción para todos los presentes pero no todos salieron de allí con la misma cara de felicidad.

Una actuación con una gran cantidad de sentimientos encontrados cuando no hay reproche alguno; Kvelertak han cumplido su parte del trato y no podemos salir decepcionados pero es inevitable olvidarse de la sensación de que algo se ha perdido por el camino. Quizá sea que nuestra capacidad de sorpresa es cada vez menor, igual que la suya al no haber crecido como se esperaba de ellos (como, por poner un ejemplo, Baroness) y han dejado de ser la irreverente sorpresa mejor guardada de la fría noruega para convertirse en una banda más de las muchas que visitan nuestros escenarios. El búho de Erlend Hjelvik no es tan fiero como lo pintan o necesita un descanso…


© 2016 Jim Tonic

Crítica: Nick Cave & The Bad Seeds “Kicking Against The Pricks”

Por suerte, el álbum de Nick Cave no se llamaría “Head On A Platter” (“La cabeza sobre una bandeja”) sino el aún más explícito “Kicking Against The Pricks” (“De coces contra el aguijón”), de nuevo otra referencia bíblica; esta vez la conversión de Saulo de Tarso que se dirigía a Damasco a prender a los miembros de la iglesia de Dios cuando es cegado por un relámpago que se identifica; “Soy Jesús a quien tu persigues, duro es tu sino de dar coces contra el aguijón…” y con el que el australiano parece identificarse con ese Salvador y a los Bad Seeds con esos seguidores a los que la prensa ha perseguido a coces durante los últimos meses o incluso, como él mismo aclaró; “en sentido no bíblico, me refiero a los periodistas como ‘pricks’” porque eso era lo que pretendía un Cave más que resentido con las críticas recibidas en “The Firstborn Is Dead”. Pero “Kicking Against The Pricks” no ayudaría en absoluto a curar esa herida emocional en el ego del artista publicando como tercer disco un inusual álbum de versiones que no serviría precisamente como bálsamo y con el que él reconocía a algunos de esos autores y composiciones que conformaban parte de su vasto universo de influencias. Pero lo importante de “Kicking Against The Pricks” es que, si bien es fácil cebarse en la elección de canciones, lo que a muchos se les escapó fue que en este álbum es en donde el sonido de Cave con los Bad Seeds eclosiona por completo y encuentran su identidad; en él está la lúgubre voz de Cave (cada vez más lejos de ese desgañite punky y su constante montaña emocional), el grandioso órgano que llena la mezcla, el piano y los baquetazos de Wydler, la guitarra de Blixa (cuya maestría no sólo está en su manera de ‘arreglar’ las canciones sino también saber cuándo debe aportar y cuando su guitarra debe enmudecer) y todo hilvanado por ese maestro que es Mick Harvey (el auténtico cerebro en el estudio junto a Flood) cuyo saber no sólo está en su habilidad con los instrumentos sino tras los controles. Y, para colmo, “Kicking Against The Pricks”, con todos sus defectos, fue recibido con los brazos abiertos por una crítica que se rendía de nuevo ante un resentidísimo Cave que reaccionaba mal al halago y seguía resentido por lo ocurrido con su anterior álbum. Bien es cierto que al australiano nunca le han gustado ni los periodistas, ni las entrevistas o las críticas pero podríamos marcar este año como aquel en el que Cave le hizo la cruz definitiva a los medios y, como veremos más adelante, también a ese público berreante que seguía insultándole en directo y pidiendo a The Birthday Party.

Aprovechando su estancia en Melbourne comenzaron a grabar las versiones que compondrían el álbum en los AAV Studios con Tony Cohen (que ya había trabajado con ellos como ingeniero en “From Her To Eternity”) y las sesiones de grabación fueron sensiblemente mejores gracias al ambiente familiar y de amigos que reinó en el estudio. Si “From Her To Eternity” había nacido entre varios estudios, de las cenizas de un supuesto EP y la grabación de “The Firstbone Is Dead” fue “más tranquila” (aunque la banda la sazonase con sustancias tóxicas y terminase llegando la famosa presión del segundo álbum con Adamson desapareciendo por primera vez), en “Kicking Against The Pricks” hubo cierta distensión con Dawn Cave (la madre de Nick) tocando el violín en “Muddy Water” o la reaparición de Hugo Race que, como él mismo reconoció, se acercaba para ayudar pero también para disfrutar de la interminable juerga tras la grabación, además de disfrutar del ambiente comunero de idas y venidas de Blixa, Thomas Wydler y Barry Adamson para terminar grabando entre diciembre y enero de aquel año unas veintitrés canciones de las cuales formarían parte del álbum doce y, en años y reediciones posteriores, algunos descartes como “Black Betty” o “Running Sacred”.

Las canciones escogidas, sin embargo, no fueron todo lo acertadas que deberían y de ahí que el disco tampoco fuese saludado con una respuesta positiva por parte de un público que esperaba algo muy distinto. La selección corrió a cargo del propio Cave y, excepto la oposición de Rowland S. Howard a grabar material de los Beatles, pocas trabas se encontró Nick, conformando un repertorio (incluso con equivocaciones o cambios en los títulos y créditos de las canciones) que van “de lo Divino y lo humano, de lo Sagrado y lo profano” porque si bien era obvia la querencia de Cave por Lou Reed o Johnny Cash (o por lo menos no extrañaba la del de Brooklyn), a todos sorprendería la elección de “Weeping Annaleah” de Tom Jones o como se la rebautizó; “Sleeping Annaleah”. Pero hablar de la génesis de “Kicking Against The Pricks” es hacerlo también de la del excelso “Your Funeral ... My Trial” y es que, una vez terminada la grabación del álbum de versiones, Harvey y Cave tenían en mente llevar las cintas a los estudios Hansa para finalizar las mezclas allí. Negociaron con el dueño de los estudios AAV las horas muertas de grabación a mitad de precio y éste, tras aceptar verbalmente (nota importante; nunca negocies nada de palabra en el mundo de la música), les chantajeó; debían pagárselas completas o se quedaría con las cintas de “Kicking Against The Pricks”. Los Bad Seeds no nadaban en la abundancia y tras la desesperación inicial, decidieron pagar el rescate de aquellas canciones y, por lo menos, aprovechar las horas ya pagadas a precio de oro para grabar algunas nuevas canciones como “Your Funeral, My Trial”, “Hard On For Love” y “Jack’s Shadow” por lo que se encontraron con canciones originales que no podrían incluir en el próximo álbum de versiones y Barry Adamson, intuyendo que aquel tipo de situaciones y trapicheos serían el sino de la banda y les situaba de nuevo en la picota, decidía abandonar a los Bad Seeds con la ayuda de su buen amigo Mick Harvey que le ahorró la amarga papeleta de tener que anunciarle su deserción a Nick Cave quien, por lo visto, nunca se ha mostrado excesivamente comprensivo con este tipo de escapadas por la puerta de atrás. Cuando las cintas llegaron finalmente a Berlín, trabajaron en ellas y remataron las canciones con la ayuda de Flood en tan sólo tres días de auténtica locura en los que no pararon de trabajar, “Kicking Against The Pricks” ya estaba listo para ver la luz.

“Muddy Water” de Phil Rosenthal, comienza lentamente hasta que los Seeds se unen y acompañan a Cave en una canción que tarda en despegar y que si, además de la interpretación, algo la salva es el órgano de Cave o las dobles voces de Harvey y Adamson. La violencia más descarnada hace aparición en “I'm Gonna Kill That Woman” de John Lee Hooker en la que las guitarras repletísimas de ‘reverb’ de Blixa y Hugo Race sirven a Cave para elucubrar el asesinato de su pareja y alzar el tono, acentuando la demencia, al principio de cada verso al más puro estilo Hooker. Su chica ha pasado toda la noche fuera y el protagonista de la canción cree que le ha sido infiel, sabe que va a matarla por ello y se justifica a sí mismo: “Mi chica me dejó esta mañana y ya no me importa lo que la gente piense. Hice todo lo que pude y Dios lo sabe bien, intenté aliviarla en sus preocupaciones, eso hice, pero ya sabes que ella no era más que un problema y me tenía preocupado todo el tiempo. Dios sabe que sus actos me sacan de quicio. Mi chica estuvo toda la noche fuera, toda la larga noche y eso me preocupa” y el protagonista se pregunta y responde a sí mismo; “¿Debo matar a mi mujer? No me importa lo que diga la gente, voy a matar a esa mujer…” Como no parece muy desencaminada la elección de “Hey Joe” de Billy Roberts en la que el hombre, esta vez plenamente decidido, se dirige pistola en mano a matar a su mujer; “Hey Joe, ¿dónde vas con esa pistola en la mano? Voy a disparar a mi mujer, la cogí con otro hombre. Hey Joe, ¿escuché que mataste a tu mujer? Sí, la disparé y la rematé en el suelo. Hey, ¿dónde vas ahora? Me dirijo al sur donde seré libre, me voy a Méjico. Nadie va a ponerme una soga al cuello”. “Hey Joe” es una de mis favoritas de todo “Kicking Against The Pricks” porque tras la frialdad de Cave y la monótona batería de Harvey hay una tensión brutal en la construcción del clímax, por supuesto es inevitable sentir un escalofrío ante un crímen tratado de manera tan cotidiana y aceptada socialmente en unos años en los que el blues no solamente narraba la pena de la existencia y el desamor sino también la brutalidad de una sociedad en la que la mujer era poco más que propiedad del hombre y este se creía en derecho de aleccionarla o acabar con su vida por una mera suposición.

Sorprende, como indicaba, “Sleeping Annaleah” popularizada por Tom Jones que sirve de puente entre John Lee Hooker y el “Hey Joe” de Roberts pero que es totalmente prescindible con ese toque vals y ligero que en el estribillo nos recordaría incluso a la futura “There Is A Kingdom” de “The Boatman’s Call” (1997) mientras que la country “Long Black Veil” reincide de nuevo en la violencia; esta vez la ejecución de un inocente que rehusa confesar la coartada que le salvaría porque prefiere morir a confesar que la noche del asesinato él estaba encamado con la mujer de su mejor amigo, la canción narra la visita de su amante –con velo negro, de ahí su título- visitando la tumba del injustamente ejecutado y, a pesar de la sobreproducción traducida, de nuevo, en un excesivísimo uso del ‘reverb’, no sorprende tanto su elección dada la fascinación de Cave por Johnny Cash (uno de los muchos artistas que la interpretó) y del cual no solamente admiraba su figura como “hombre de negro” sino las historias que sus canciones contaban y, por supuesto, la leyenda del juglar, del artista en carretera espoleado por la química y al filo siempre de la línea, algo que repetirá en “The Folksinger” (erróneamente titulada “The Singer”) que le sienta como un guante, con una letra que podría haber firmado él mismo y en la cual, como indicamos, habla justamente de la tradición del cantante de folk que va de pueblo en pueblo.

Los descartes, “Black Betty” (‘buesizada’ con un poquito de ritmo, más al estilo de la original del 39 de Leadbelly que de la de Ram Jam del 77) y “Running Scared” (Roy Orbison) sirven como añadido. En la primera, Cave ejecuta el mítico fraseo de Leadbelly que ya utilizó para narrar la inundación de Tupelo; “Looky, Looky Yonder” y la segunda es todo un ejercicio, al más puro de Phil Spector, de cómo crear un denso muro de sonido que devore por completo la mezcla. Como el caso de “All Tomorrows Parties” que si falla en el blanco es por lo poco arriesgada de su versión, sonando muy similar a la de The Velvet Underground y es que uno siempre se plantea la necesidad de grabar una versión de una canción intocable e icónica con tan poco atrevimiento porque, si vas a grabar una canción ajena y quieres hacerla tuya (más siendo Nick Cave), la ñoñería debería estar prohibida desde la primera nota.

Muy diferente es la bonita “By The Time I Get To Phoenix” que si tampoco arriesga demasiado respecto a la de Jimmy Webb, por lo menos (y como en el caso de “The Singer”) le sienta maravillosamente bien a Cave. Lógica es la inclusión del escocés Alex Harvey aunque no la obvia elección de “The Hammer” pero, por lo menos, nos sorprenderá con todo el azúcar del acabado ochentero de “Something's Gotten Hold of My Heart” que la convierte en un pecado pop que querrá opacar con la auténtica “Jesus Met The Woman At The Well” que es puro gospel o la fantasmagórica “The Carnival Is Over” de The Seekers para cerrar “Kicking Against The Pricks”.

El single elegido fue “The Singer” con “Black Betty” y “Running Scared”, el videoclip fue dirigido por Christoph Dreher (recordemos que ya había realizado el de “Tupelo”) y de nuevo el resultado es bastante particular con Nick Cave vestido de riguroso negro (siendo una canción así no podría ser de otra manera) y luciendo pajarita, sobre un fondo -a veces rojo y muy lynchniano que le concede el toque de ensoñación justo- pelo largo generosamente engominado y una guitarra a modo de atrezo con la que se le siente tan incómodo como artificial (recordemos que Cave nunca ha sido guitarrista y que si pudo desquitarse fue muchísimos años después con Grinderman, de manera muy correcta pero muy justita). La verdad es que si nos paramos a pensarlo, grabar este tipo de vídeo (y más que grabarlo, atreverse a emitirlo) en 1986 era todo un sucidio o, como poco, un atrevimiento al alcance de muy pocos o de uno que quiera despeñar su canción por las listas cuando lo que triunfaba no podría ser más diametralmente opuesto; ABBA, Berlinda Carlisle, Berlin y su clásico "Take My Breath Away" de la banda sonora de "Top Gun", Crowded House, Depeche Mode, Duran Duran, Europe, Queen, Pet Shop Boys, Spandau Ballet, Genesis, Madonna y, por supuesto, los todopoderosos U2.

Pero a Cave el éxito le pilló por sorpresa (un éxito relativo, claro) y se encontró de nuevo con el favor de la crítica y unos vociferantes seguidores a los que ya detestaba abiertamente pero cuyo sector menos fundamentalista ya comenzaba a rendirse a las virtudes de los Bad Seeds que encontrarían en “Kicking Against The Pricks” su sonido e identidad, por no hablar de la voz del maestro de ceremonias que, con su tono de tenor espectral surgido del delta del Estigia, había encontrado también su propia identidad. Pero Cave y los Bad Seeds, siguiendo su peculiar instinto, no tuvieron mejor ocurrencia que, en vez de disfrutar de nuevo del agasajo de la prensa y promocionar el álbum con tranquilidad (a excepción de la mala leche mostrada con Matt Snow, aquel crítico que defenestró “The First Born Is Dead” incluso antes de que se publicase), recuperar aquellas canciones grabadas en los estudios AAV de Melbourne para, además de seguir dando actuaciones, volver a encerrarse en el estudio a grabar.

© 2016 Jesús Cano


Crítica: Taylor Hawkins “Kota”

De sobra es conocido el recurso de aquellas personas poco fotogénicas que, para evitar el disgusto cada vez que las fotografían, deciden salir haciendo el tonto adrede, forzando gestos imposibles o recreando escenas divertidas arropándose en el humor de la instantánea; si sales feo o fea, por lo menos, que parezca que lo has hecho porque quieres. Y esa es la sensación que tengo con este EP con el que Taylor Hawkins (Foo Fighters pero también Alanis Morrissette, Eagles Of Death Metal o sus The Birds Of Satan) ha decidido foguearse como solista y meter el dedo en la piscina para saber si el agua estaba muy fría antes de firmar un álbum en solitario o quizá porque la propuesta de “Kota” empacha tanto, tantísimo, que la simple idea de un álbum hace que necesitemos de sal de frutas. No es ningún secreto que Hawkins es el batería perfecto para una banda con aires de dictadura velada como Foo Fighters en la que se aprecia su contundente pero simplona forma de tocar el set de batería que el propio Grohl le ha elegido y que evidencia que Hawkins, además de cumplir el papel de bocazas divertido y sin pelos en la lengua (pero controlado por su jefe) que la banda necesita con dos músicos con dificultades para mostrar casi cualquier tipo de emoción como son Nate Mendel y Pat Smear, es el sustituto perfecto de William Goldsmith y cualquier otro batería que decida aportar algo de su personalidad tras los parches a las composiciones firmadas por Grohl. Y tengo esa sensación de que Taylor Hawkins ha preferido salir haciendo el tonto en la foto a firmar un serio debut en solitario para evitar cualquier posible crítica del tamaño y veneno del que han recibido sus compañeros Nate Mendel (con el tedioso disco de Lieutenant, “If I Kill This Thing We’re All Going to Eat for a Week”), Chris Shiflett con the Dead Peasants y su “All Hat and No Cattle” o el propio Hawkins con “The Birds of Satan” por no hablar de la tibieza de los medios con “Sonic Highways” (2014) o “Saint Cecilia” (2015) con Grohl al frente, cuando veo el videoclip de “Range Rover Bitch”, su propia actitud en las escasas tareas promocionales del EP o escucho los temas que lo componen.

Seis canciones que son un crisol de toda la música que ama Hawkins, con ecos de Queen y lo mejor y lo peor de una década como es la de los ochenta, pero todo ello sazonado de un humor y un gusto por el exceso y el histrionismo que satura en tan sólo la media docena de composiciones que lo integran y que nos haría creer que es algo original sino fuese por el excepcional y ochentero álbum de Shooter Jennings, “Countach (For Giorgio)” de este mismo año, que sí exuda tanta calidad como riesgo y cariño por una década que Hawkins parece no entender como músico y sí pervertir con la desmesurada presencia de la batería y unos riffs ramplones pero efectistas, para qué negarlo, que tienen el efecto contrario al deseado porque tal y como entran, salen por la otra oreja.

“Range Rover Bitch” es un cruce entre una parodia de Foo Fighters y Queens Of The Stone Age aligerada por la carga de profundidad del humor que sirve para aliviar cualquier posible crítica. Puede ser la más pegadiza y por ello sirve como single pero eso tampoco es suficiente defensa para una canción menor, igual que la horterísima “Bob Quit His Job” que también puede resultar muy divertidad y ligera pero cuya sonrisa se nos helará cuando nos demos cuenta que este es el tono general del EP y la fiesta se convierte en un drama cuando quizá la mejor del conjunto, “Southern Belles”, o el descarte ‘grohliano’ que es “Rudy” no son suficientes avales para justificar ya no la compra sino la simple escucha de “Kota”.

“Tokyo No No” se reviste de algo de modernidad y es posiblemente la más refrescante si es que hemos estado criogenizados las dos últimas décadas o no hemos escuchado nunca ningún disco de aquellos diez gloriosos años como Hawkins volverá a la seguridad del hogar de Foo Fighters en la más directa “I've Got Some Not Being Around You to Do Today” que no cuesta nada en absoluto imaginarse interpretada por el mismísimo Grohl y cuyos coros son claramente heredados de Queen, banda de la que Hawkins se ha confesado fanático en más de una ocasión.

¡No es tan malo, es tan sólo un divertimento, un pasatiempo, un capricho! –aseguran aquellos que todavía son capaces de defender un EP como “Kota” tras haber cometido el atrevimiento de escucharlo y no poder encontrar mejor defensa de un tipo que ha criticado sin piedad la calidad y el sonido de discos de otras bandas y artistas cuando los suyos no son capaces de sonar mejor, tanto en la banda que le ha dado la fama como en solitario, y que se atreve a interpretar “Tom Sawyer” de Rush y fantasear con la idea de calzarse algún día las botas de Neil Peart cuando ni siquiera es capaz de acertar una sola nota de las versiones que de los canadienses hace. Tan cierto es que el humor es, a veces, la única forma de enmascarar la mediocridad como que este disco nunca habría sido grabado o siquiera escuchado si no aporrease la batería donde lo hace con permiso de Grohl. La papelera de reciclaje del ordenador es un lugar maravilloso, cálido y acogedor, para este tipo de lanzamientos por muy divertidos y frescos que les parezcan a algunos de esos que sólo les justifica el completismo basado en el más puro fanatismo o la propia ignorancia…


© 2016 Conde Draco