La verdad es que el nuevo álbum de The Libertines no es para tanto y se deshace entre los dedos en su segunda mitad pero contiene un puñado de canciones tan, tan irresistibles que, aunque sean breves y tan sólo unas poquitas, merece la pena escucharlas una y otra vez para reencontrarse con ellas de manera fugaz porque, por mucho que nos gustase lo contrario para atacarles sin piedad; suenan distendidas y, aunque ligeramente descafeinadas, siguen resultando divertidas y exageradamente refrescantes a pesar de que se noten las canas. Una banda que en veinte años tan sólo publica tres discos podría ser tachada, como poco, de inconstante o algo mucho peor pero basta saber que Pete Doherty y Carl Barât son la cabeza de ésta para entender qué es lo que ocurre. Honestamente, viví el fenómeno de The Libertines suficientemente cerca y joven como para no atraerme en absoluto y nunca pude verles la gracia por la que mis amigos, en cambio, literalmente se deshacían. "Up The Bracket" (2002) fue toda una sorpresa y un auténtico revulsivo para una década y nuevo milenio que, como ha terminado por confirmarse, se presentaba anodino desde su primer segundo de vida. The Libertines tenían una actitud punk divertida, no se tomaban en serio a sí mismos y, sin embargo, componían grandes canciones sin aparente esfuerzo pero los problemas llegaron pronto de mano de los excesos y la presión. Con "The Libertines" (2004) perdían fuelle aunque seguían resultando impredecibles y este "Anthems For Doomed Youth", por supuesto, marca una clara línea descendiente que no es tal si tenemos en cuenta que entre él y su antecesor han pasado ya once años en los cuales deberíamos, tan sólo, dar gracias por tener vivo a Pete Doherty entre nosotros. Es un milagro que siga con un pie en la tierra tanto como que él, Barât, Hassall y Powell transmitan cierto sentimiento de unidad cuando tocan juntos.
¿Es Carl Barât o Pete Doherty; quién es el culpable de este lapso? Lo cierto es que en esta última década tanto uno como otro nos han dado jugosos titulares; uno representando el papel de despechado y el otro perdido en su particular universo de sustancias y adicciones, Publicando un disco en solitario aceptable y cuatro bajo su nuevo grupo, Babyshambles, en los que se puede rescatar algún momento de lucidez, alguna gran canción, pero en los que inevitablemente uno echa de menos la inmediatez de The Libertines y cree verla en un Carl Barât que fuera del grupo matriz tampoco ha sabido alejarse de su sombra por méritos propios. Por tanto, la posible reunión, la desintoxicación, que Barât y Doherty ensayasen y compusiesen siempre fue un rayo de luz en mitad del caos, de la absoluta negación en la que se había convertido su propio universo. En mi caso, lo curioso de The Libertines es que, con el paso del tiempo, esa gracia o genialidad que no sabía verles a pesar de vivirlos, ha ido dando paso a saber apreciar su élan vital. Muy al revés de todos esos grupos que evolucionan o dan dramáticos cambios de timón y cruzan irremediablemente (o casualmente también) su camino con el de uno, The Libertines han seguido siendo ellos mismos, para bien y para mal, a pesar de los años conservan aquello que les hizo grandes o, por lo menos, diferentes y, en mi caso, no siendo el niño que era hace trece años, ahora sé mirarlos y sonreír con una canción como "Gunga Din" porque son como esos amigos que nunca crecerán y así está bien, tomarse a uno mismo demasiado en serio es el primer síntoma de la muerte en vida, que se lo digan a ellos…
Bien visto, este "Anthems For Doomed Youth" lo tiene todo a pesar de, irónicamente, faltarle eso mismo también; "Barbarians" abre de manera pegadiza, las guitarra suenan poco potentes pero no es culpa de Jake Gosling, un grupo como The Libertines no necesita más. Algo que encuentro en ellos y que antes no o me era absolutamente insoportable por mi fanatismo por los de Joe Strummer, es que The Libertines suenan más parecidos que nunca a los Clash menos obsesionados por la investigación, por el mestizaje y los sonidos, cuando aquellos disfrutaban de tocar y tocar sin preocuparse del trasfondo o la producción. En "Barbarians" hay guitarras que rozan la distensión reggae, fraseos punk, dobles voces en las que uno cree sentir los juegos y fraseos de Strummer. "Gunga Din", el primer single, simplemente me encanta. No estamos hablando de la canción del siglo; ni su letra, ni su música valen gran cosa pero es la capacidad de The Libertines para crear buenas melodías lo que me fascina y ese estribillo a medio camino entre la juerga, la melancolía y la añoranza; por el sueño perdido adolescente y la amistad en una piscina rodeados de botellas en mitad de la noche es sencillamente genial.
Pero si pensábamos que "Gunga Din" (basada en el poema de Kipling) era imposible de olvidar, comprobaremos cómo de equivocados podíamos estar porque "Fame And Fortune" es un auténtico chicle que se pega con su languidez en los coros. "Anthem For Doomed Youth" es el lógico valle del que Nick Hornby estaría satisfecho por la inteligencia de Carl Barât y Pete Doherty al saber situarla en su justo lugar. ¿Son autobiográficas las canciones de The Libertines? Desde luego, nunca sabremos qué les deparará el futuro pero en "Anthems For Doomed Youth" parecen haber aprendido bien la lección y la canción que da título al disco se aleja suficientemente del terreno del grupo para adentrarse con elegancia en uno más maduro. El bajón que supone la crepuscular "You're My Waterloo" a piano es tan sólo superable con la, sin embargo, errática "Belly Of The Beast" que promete más de lo que ofrece en un principio y "Iceman" que termina por hacernos perder la fe antes de tiempo, como antes escribía cuando aseguraba que este disco se deshacía entre los dedos, es bonita y me gusta pero no deja de ser una canción de campamento.
"Heart Of The Matter" es otra cosa y con ella recuperamos la fuerza suficiente como para afrontar la segunda parte del álbum. En ella se dan la mano, de nuevo, Strummer y el mejor rock inglés sin complejos, sin grandes arreglos y sin estridencias. Como "Fury Of Chonburi" en la que parecen convencernos que trece años no son nada con unas guitarras realmente crujientes y mucho gancho pero "The Milkman's Horse" otra vez nos sumerge en las oscuridades de la mediocridad en esta montaña rusa que es el nuevo disco de The Libertines. El segundo single, "Glasgow Coma Scale Blues" se disfruta y me gusta por su atropellado ritmo pero el problema es que tras "The Milkman's Horse" uno espera algo más de su estribillo, mucho más que acabar con "Dead For Love" y terminar de rematarnos en el suelo y a sangre fría…
Como extras; la vibrante "Love On The Dole" (que debería haber subido posiciones en el orden final del álbum), la divertida "Bucket Shop" (con rimas un tanto sobadas) o la espontánea "Lust Of The Libertines" pero, de nuevo, todo un "interruptus" como "7 Deadly Sins" como, esta vez así, punto y final. Sorprendentemente coherente, aprueba y deja buen sabor pero el inevitable paso del tiempo se nota; si no en sus melodías sí en el cariz general de un disco que en su totalidad debería ser tan burbujeante como las primeras canciones cuando lo descorchábamos y termina sabiendo a jarabe aunque nos guste escucharlo una y otra vez por esas dos, tres o cuatro temas que nos devuelven a The Libertines, por lo menos, durante unos minutos.
¿Es Carl Barât o Pete Doherty; quién es el culpable de este lapso? Lo cierto es que en esta última década tanto uno como otro nos han dado jugosos titulares; uno representando el papel de despechado y el otro perdido en su particular universo de sustancias y adicciones, Publicando un disco en solitario aceptable y cuatro bajo su nuevo grupo, Babyshambles, en los que se puede rescatar algún momento de lucidez, alguna gran canción, pero en los que inevitablemente uno echa de menos la inmediatez de The Libertines y cree verla en un Carl Barât que fuera del grupo matriz tampoco ha sabido alejarse de su sombra por méritos propios. Por tanto, la posible reunión, la desintoxicación, que Barât y Doherty ensayasen y compusiesen siempre fue un rayo de luz en mitad del caos, de la absoluta negación en la que se había convertido su propio universo. En mi caso, lo curioso de The Libertines es que, con el paso del tiempo, esa gracia o genialidad que no sabía verles a pesar de vivirlos, ha ido dando paso a saber apreciar su élan vital. Muy al revés de todos esos grupos que evolucionan o dan dramáticos cambios de timón y cruzan irremediablemente (o casualmente también) su camino con el de uno, The Libertines han seguido siendo ellos mismos, para bien y para mal, a pesar de los años conservan aquello que les hizo grandes o, por lo menos, diferentes y, en mi caso, no siendo el niño que era hace trece años, ahora sé mirarlos y sonreír con una canción como "Gunga Din" porque son como esos amigos que nunca crecerán y así está bien, tomarse a uno mismo demasiado en serio es el primer síntoma de la muerte en vida, que se lo digan a ellos…
Bien visto, este "Anthems For Doomed Youth" lo tiene todo a pesar de, irónicamente, faltarle eso mismo también; "Barbarians" abre de manera pegadiza, las guitarra suenan poco potentes pero no es culpa de Jake Gosling, un grupo como The Libertines no necesita más. Algo que encuentro en ellos y que antes no o me era absolutamente insoportable por mi fanatismo por los de Joe Strummer, es que The Libertines suenan más parecidos que nunca a los Clash menos obsesionados por la investigación, por el mestizaje y los sonidos, cuando aquellos disfrutaban de tocar y tocar sin preocuparse del trasfondo o la producción. En "Barbarians" hay guitarras que rozan la distensión reggae, fraseos punk, dobles voces en las que uno cree sentir los juegos y fraseos de Strummer. "Gunga Din", el primer single, simplemente me encanta. No estamos hablando de la canción del siglo; ni su letra, ni su música valen gran cosa pero es la capacidad de The Libertines para crear buenas melodías lo que me fascina y ese estribillo a medio camino entre la juerga, la melancolía y la añoranza; por el sueño perdido adolescente y la amistad en una piscina rodeados de botellas en mitad de la noche es sencillamente genial.
Pero si pensábamos que "Gunga Din" (basada en el poema de Kipling) era imposible de olvidar, comprobaremos cómo de equivocados podíamos estar porque "Fame And Fortune" es un auténtico chicle que se pega con su languidez en los coros. "Anthem For Doomed Youth" es el lógico valle del que Nick Hornby estaría satisfecho por la inteligencia de Carl Barât y Pete Doherty al saber situarla en su justo lugar. ¿Son autobiográficas las canciones de The Libertines? Desde luego, nunca sabremos qué les deparará el futuro pero en "Anthems For Doomed Youth" parecen haber aprendido bien la lección y la canción que da título al disco se aleja suficientemente del terreno del grupo para adentrarse con elegancia en uno más maduro. El bajón que supone la crepuscular "You're My Waterloo" a piano es tan sólo superable con la, sin embargo, errática "Belly Of The Beast" que promete más de lo que ofrece en un principio y "Iceman" que termina por hacernos perder la fe antes de tiempo, como antes escribía cuando aseguraba que este disco se deshacía entre los dedos, es bonita y me gusta pero no deja de ser una canción de campamento.
"Heart Of The Matter" es otra cosa y con ella recuperamos la fuerza suficiente como para afrontar la segunda parte del álbum. En ella se dan la mano, de nuevo, Strummer y el mejor rock inglés sin complejos, sin grandes arreglos y sin estridencias. Como "Fury Of Chonburi" en la que parecen convencernos que trece años no son nada con unas guitarras realmente crujientes y mucho gancho pero "The Milkman's Horse" otra vez nos sumerge en las oscuridades de la mediocridad en esta montaña rusa que es el nuevo disco de The Libertines. El segundo single, "Glasgow Coma Scale Blues" se disfruta y me gusta por su atropellado ritmo pero el problema es que tras "The Milkman's Horse" uno espera algo más de su estribillo, mucho más que acabar con "Dead For Love" y terminar de rematarnos en el suelo y a sangre fría…
Como extras; la vibrante "Love On The Dole" (que debería haber subido posiciones en el orden final del álbum), la divertida "Bucket Shop" (con rimas un tanto sobadas) o la espontánea "Lust Of The Libertines" pero, de nuevo, todo un "interruptus" como "7 Deadly Sins" como, esta vez así, punto y final. Sorprendentemente coherente, aprueba y deja buen sabor pero el inevitable paso del tiempo se nota; si no en sus melodías sí en el cariz general de un disco que en su totalidad debería ser tan burbujeante como las primeras canciones cuando lo descorchábamos y termina sabiendo a jarabe aunque nos guste escucharlo una y otra vez por esas dos, tres o cuatro temas que nos devuelven a The Libertines, por lo menos, durante unos minutos.
© 2015 Jim Tonic