Los años en la industria musical son como los años perrunos; un año en las listas, lidiando con la fama, haciendo cientos de conciertos, estrechando manos y firmando autógrafos equivale a siete años humanos. Así, en este mundo que nos ha tocado vivir; en el que se asciende a la cima con la misma facilidad con la que se desciende a los infiernos del olvido y tu disco se convierte en la carpeta del escritorio de tus seguidores, a los grupos -como ya he dicho en infinidad de ocasiones- no se les deja crecer y se les pide que conserven su esencia pero, al mismo tiempo, evolucionen y sorprendan para mantenerse arriba y seguir resultando un producto atractivo. El caso que nos ocupa, el tercer larga duración de Mumford & Sons; "Wilder Mind", es especialmente doloroso porque en él, paradójicamente, sí hay canciones que merecen la pena, compuestas con mimo y con ganas, con buenas letras y grandes momentos pero aquí lo que falla es el cambio brusco de timón, esa obsesión por dejar instrumentos de bluegrass como el banjo o el contrabajo de lado y colgarse una semihueca o una Jazzmaster al cuello para mimetizarse con el resto de artistas indies del momento, el grupo ha querido cambiar y lo ha hecho de tal manera que ha perdido sus señas de identidad, "estandarizando" y "homogeneizando" su sonido al del resto de bandas del momento. Sería injusto, por tanto, culpar a la producción de James Ford o la mano de Aaron Dessner de The National porque lo único que hacen es echar secundar a Marcus y su grupo en esta decisión que han querido dejar de ser un grupo folkie, rootsy de universidad para sonar como Coldplay.
James Ford a la batería y Dessner a los teclados mientras el grupo se limita a interpretar canciones con guitarra y bajo eléctricos, con poca gracia, buenas formas pero en ocasiones parece que sin ganas. "Tompkins Square Park" es buen ejemplo de ello, de ese emparejamiento con el sonido del grupo de Chris Martin y aunque Mumford & Sons quieran resaltar los bajos y una percusión seca, las guitarras les traicionan y Marcus suena demasiado parecido a Martin pero, para colmo, con menos registro. Y es que esto es lo que pasa cuando te mueves en un territorio que no es el tuyo, "Tompkins Square Park" es una buena canción y tiene un estribillo bonito pero, por favor, ¿no habría sonado mejor con acústicas y la batería de Marcus a pleno trote? La parte central o segunda estrofa, con ese sonido de caja de ritmos es aburridísima. "Believe" nos desconcertó a todos, habían cumplido su promesa de olvidarse de los banjos, mandolinas y contrabajos, nos encontrábamos con un tema lento y atmosférico que podría haber formado parte de "Ghost Stories" de Coldplay y en la que ni siquiera el estallido del final con esa guitarra ruidosa pero llena de "reverb" es capaz de arreglar. A lo largo y ancho de este "Wilder Mind" uno tiene la sensación de que el grupo ha copiado sin alma el sonido de otros, por ejemplo U2, con sus peores tópicos y tics.
"The Wolf", por lo menos, inyecta algo de sangre en las venas con la que, quizá y sólo quizá, sea la canción con el tempo más acelerado de sus tres discos. "Wilder Mind" es un interesante pero todo un horror, suena demasiado ochentera y los que no lo quieran ver (perdón, oír) que, por favor, no enarbolen la ajada bandera del homenaje, del revival o de la madurez porque "Wilder Mind" es lo último que querríamos escuchar en un disco de Mumford. Las guitarras de "Just Smoke" son bonitas pero, al basar toda la canción en ellas y su compás, resulta repetitiva y empacha por dulce. "Monster" actúa como cierre de la cara A y sólo cómo eso, como cierre apagado que se supone que encontrará su contrapunto en la cara B, nada más, sólo eso. Vamos a ver, que sí; que las canciones son agradables de escuchar y seguramente sean un fondo perfecto mientras le preparas el desayuno a la mejor amiga de tu novia después de habértela cepillado y ella, para colmo de los tópicos, lleva tu camisa mientras todo el piso huele a café recién hecho. Que sí, que es un "disco blanco" o lo que es lo mismo; esos que pueden sonar de fondo en la consulta de un dentista, en un ascensor o en un Zara, pero ése es su problema: es uno de esos discos en los que nadie repara y terminan por pasar sin pena ni gloria, de puntillas.
Lo peor es que "Snake Eyes" comienza la nueva cara de la misma manera que hemos abandonado la anterior, de manera bonita, sí; pero aburrida. Tan sólo despegará ligeramente cuando el bajo domine la mezcla y suba de volumen ligeramente mientras el teclado lanza un loop de fondo. "Broad-Shouldered Beasts" habría sido redonda con acústicas -como casi todo el disco- porque su toque oriental al comienzo es magnífico y la melodía también pero es que, a pesar de lo bonito de sus teclados, la canción no acaba de cuajar, no convence. "Cold Arms" es muy intimista y me gusta pero la voz de Marcus es limitada y no es su registro (imaginemos, por ejemplo, a Eddie Vedder cantándola, ¿qué cambio, verdad?). "Only Love" es la que más nos recuerda a lo que el grupo era en el disco anterior pero sí, seguimos echando de menos sus señas de identidad, esas que -aunque todos supiésemos que eran algo forzadas- nos gustaban porque despegaban del resto de grupos y aquí, en "Only Love", los nuevos recursos no resultan y cuando le llega el momento a la emocionante "Hot Gates", uno entiende que el disco ha entrado en un punto de no retorno desde "The Wolf" para llevarnos al sopor y a las medias tintas y ésa, queridos amigos, era la tercera canción de las doce que componen el conjunto.
La edición de lujo contiene cuatro innecesarias tomas en directo de "Tompkins Square Park", "Believe", "The Wolf" y "Snake Eyes" que confirman que no son, en absoluto, malas composiciones y que en directo ganan alejadas del sonido de este "Wilder Mind" pero innecesarias, como decía, porque uno se da cuenta que no aportan nada nuevo a las originales y ni siquiera se nota que sea un directo, como registros carecen de sangre y emoción. "Wilder Mind" es el clásico disco que divide y pone las cosas aún más difíciles para el futuro, para ellos y para sus seguidores.
© 2015 Sam Malone