Séptimo disco de estudio de los de Portland y es inevitable echar el freno y, antes de continuar con la reseña, acercarse a Colin Meloy y darle un apretón de manos y un par de palmadas en la espalda porque después de "The King is Dead" (2010) la verdad es que no esperaba que se pudiesen superar y ni siquiera se lo pedía a estas alturas tras un disco como el de hace cuatro años y un "Picaresque" (2005) y "The Crane Wife" (2006) seguidos. Además, por qué no decirlo; cuatro años son muchos y estaba convencido de que después de "The King Is Dead" les resultaría francamente difícil volver con algo a la altura, un digno sucesor, así que era un hipócrita porque no es que no se lo pidiese; es que ni siquiera lo esperaba, todo un descreído. Y es que The Decemberists hace tiempo que, quizá como R.E.M. (con quien guardan más de una similitud en cuanto a sonido y, como no, amigos de mandolinas con Peter Buck) y sin llegar a las cotas de éstos debido a no poseer ningún single del éxito de los mejores tiempos de los de Athens, el grupo de Meloy ha sabido oscilar de manera drástica pero sin titubear entre el indie y el pop más atemporal y radiable sin perder por ello credibilidad, como así ocurrió tras "The Hazards of Love" (2009). Abandonando el barroquismo, el exceso y a veces las innecesarias progresiones en temas de corte puramente indie-folkie, con "What a Terrible World, What a Beautiful World" dan un paso a la madurez en el cual confluyen lo mejor de su carrera y melodías redondas en una producción de Tucker Martine en la cual hay un huequecito para cada instrumento, para cada arreglo, para que las canciones vuelen y, sin llegar a empachar, suenen dulces y agradables sin caer en lo forzado y todo con buen gusto.
Recapacitando sobre su impacto en sus propios seguidores y los efectos de la fama, "The Singer Addresses His Audience" establece una conversación con el oyente en la cual Meloy te dice: "sabemos que te pertenecemos, que construyes tu vida alrededor nuestra pero debemos cambiar algo" y recurre inconscientemente a Lampedussa y "El Gatopardo" cuando dice que tienen que cambiar algo para que, en el fondo, no cambie nada. Ironiza y quita hierro al asunto cuando caen en la cuenta de que te has cortado el pelo como Rachel Blumberg en el videoclip y abren este "What a Terrible World, What a Beautiful World" de manera auténticamente gloriosa con esas voces dobladas en la ascensión hacia el estribillo y los arreglos de cuerda. Pero la canción no es más que una introducción que en su clímax te conduce en una suerte de éxtasis en el que las guitarras se desbocan sobre los violines, los metales y el piano hasta que la batería exhala su último platillazo y el amplificador se queda ronroneando como un gato lleno de feedback hasta "Cavalry Captain" en la que se descorcha toda la alegría del grupo y los días más soleados quedan ensombrecidos por tan deslumbrante comienzo; "I am the cavalry captain. I am the remedy to your heart. I am the carbon collected, I am the printing upon your stars" y los juegos de voces se muestran magníficos en el puente hacia el estribillo de nuevo, una y otra vez, una y otra vez hasta matarte de felicidad o arrancarse con un "Philomena" que suena como un pastiche de los cincuenta y los sesenta agitados, no removidos. El pizzicato es jodidamente espectacular y le añade un toque especial junto con los coros y los suspiros y creemos morir una y otra vez ante un estribillo tan delicioso: "So I’ll be your candle and I’ll be your statuette, I’ll be your lashing loop of leatherette. Aw Philomena, if only you’d let me go. Down, down down!" ¡Sobresaliente!
"Make You Better" es un medio tiempo poco arriesgado, sí, no lo vamos a negar y no cuesta nada imaginarlo cantado por el propio Michael Stipe. "I wanted you, I needed you. Oh-oh, to make me better. Oh-oh, to make me better" y el estribillo sube hasta la luna allá donde se quedaron los mejores Jayhawks de Mark Olson. No exagero, tan sólo han pasado cuatro canciones y las cuatro son de una exquisitez pop que abruma. "Lake Song" es engañosa porque aunque lo que se lleve el protagonismo sea la voz y la guitarra acústica que marca el ritmo, si uno permanece atento encontrará la belleza en las guitarras de Chris Funks (que, por momentos, recuerdan a los punteos de free jazz de Nels Cline), los teclados de Jenny Conlee, el bajo de Query y el magnífico trabajo de percusión de Moen cuyo mayor logro es no hacerse notar pero estar ahí; al servicio de la melodía, siendo su colchón. Y Meloy canta; "And when the light broke dawn. You were forever gone but I remember you: You were full. You were full and sweet as honeydew".
Las guitarras de "Till the Water Is All Long Gone" encajan a la perfección y demuestran que la sencillez siempre es un buen aliado pero, claro, los coros se unen a la voz principal de Meloy, el bajo aparece sinuoso tras los punteos, la rítmica y el piano decoran con suaves pinceladas mientras las cuerdas dibujan sobre las palabras de Colin. Tras las últimas dos canciones, el disco había entrado en un sueño del que despertamos con "The Wrong Year" en la que la acordeón de Jenny Conlee lleva todo el peso, "And she wants you but you won't do and it won't leave you alone, and the rain falls on the wrong year, and it won't leave you alone. It won't leave…". Cuatro minutos de belleza y buen gusto. La oscura "Carolina Low" nos guía con trazas de canción tradicional, un poquito de reverb, una guitarra y la voz de Meloy antes de la folkie "Better Not Wake the Baby" en la que parece que suena un banjo pero no; ¡es el bouzouki! Y con él nos sumergimos en la irlandesa/rootsy "Anti-Summersong". Si algo está claro es que desde "Carolina Low" el disco ha cambiado susceptiblemente y, aunque "Easy "Come, Easy Go" siga siendo pop, tiene mucho menos brillo y, obviamente, es menos radiable. Me gusta el trémolo de la guitarra de Chris Funk, los efectos burbujeantes y los coros en low-fi.
Con "Mistral" parecen volver tras las pistas de Olson y Louris, de ella me gusta especialmente el puente, en el que bajan un tono y con un sostenido; "And then furrow this aching jet. The streets are built on ancient gold and the crib, and the will" elevan el estribillo de manera natural, sin estridencias; "Woah, the mistral. Blown it all away". Y no, no podía faltar la armónica y el acompañamiento parco de una guitarra y un bombo en "12-17-12" pero The Decemberists todavía se guardan un as en la manga, sí, todavía. Nada más y nada menos que acabar con "A Beginning Song", una canción triunfal que acaba "What a Terrible World, What a Beautiful World" como empezó, por todo lo grande y Meloy; "...and i am wanting, should i be wanting? and i am hopeful, should i be hopeful? when all around me, when all around me. Is the sunlight, is the shadows, is the quiet, is the work, is the beating heart, is the ocean, is the boys, is you, my sweet..." y rematan "and the light bright light, it's all around me, all around me, all around me..." dejándonos sin aliento en un orgasmo final que te hará volver a escuchar entero el álbum. Pocas veces escucharás un disco así, pocas veces leerás una crítica como ésta...
© 2014 Jota Jiménez