"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Deafheaven "New Bermuda"

Lo ocurrido con Deafheaven es el claro ejemplo de uno de los muchos signos de los tiempos que nos toca vivir y sus protagonistas; desde aquellos a los que nos gusta escribir sobre música y nos empeñamos en etiquetar a las bandas para -en muchas ocasiones- defenestrarlas antes de tiempo, pasando por esa colección de chavales que se han lanzado sobre una tecla sin haber abierto siquiera un libro y creen erróneamente que su opinión es tan válida como la de cualquier otro (porque el gran engaño de nuestra época es que todos somos iguales cuando no es verdad), pasando por toda esa plebe analfabeta y pagada de sí misma que cree saber de todo en ciento cuarenta caracteres, cuando les sobran ciento treinta y nueve, que puebla las redes sociales y llena el ciberespacio con sus vomitonas de odio, faltas de ortografía y constantes muecas de asco para paliar algún complejo o frustración. Así, no es extraño que Deafheaven hayan sido menospreciados por toda una comunidad, tan obtusa en ocasiones, como es la blacker a causa de la absurda etiqueta con la que la prensa catalogó "Roads to Judah" (2011) y se elevase a tales cotas de odio que cuando publicaron el magnífico "Sunbather" (2013) se les ignorase directamente por un sector que no entiende que un Blast beat no tiene por qué ir acompañado de una muñequera de clavos o que para cantar sobre sentimientos tales como el aislamiento, la frustración, la soledad u otros mucho más oscuros uno no tiene por qué ocultarse tras un infantil Corpse paint. Sería difícil explicarle a todas esas personas de mentalidad tan cerrada que el maquillaje en el rock y su resurgimiento en Noruega tiene una base económico-social y cultural diametralmente opuesta a los modelos que estos tomaron de los setenta pero más difícil sería explicarle a esa otra caterva de esnobs que han ignorado a Deafheaven hasta ahora qué es el Shoegaze y por qué no existe nada parecido al supuesto y ridículo Post-blackshoegazecore como he leído en alguna prestigiosa revista especializada.

Lo cierto es que George Clarke y Kerry McCoy han sabido llevar su propuesta más allá tras el incomprendido -pero recio- "Roads to Judah" (2011) y, más difícil todavía, "Sunbather" (2013) con pasmosa facilidad, gracias a su falta de complejos y persistencia. Grabado en la soleada California y de nuevo con un sospechoso habitual como Jack Shirley, Deafheaven ha facturado cinco canciones en cuarenta y seis minutos (con dos piezas excesivas pero deliciosas de diez minutos) que técnicamente -subrayando mucho esta palabra- oscilan entre géneros tan dispares como el black metal, el post-rock, el metal alternativo, el shoegaze y algún que otro momento el dream-pop, el post-punk y el noise. ¿Por qué técnicamente y no estéticamente? Porque toman un elemento  de cada uno; los Blast beats, el acelerado pulso en los riffs más agudos e incisivos de la mano derecha, los largos desarrollos y tempos, síncopas, progresiones, cambios de patrones, aguerridas distorsiones, exultantes delays acompañados de momentos hipnóticos más cercanos al space-rock o la psicodelia y una sensibilidad pop para la melodía que hace que los momentos más oscuros (y creedme, en "New Bermuda" son muchos) estén salpicados de grandes melodías que se instalan en tu subconsciente. Para acabar de redondear su receta, recurren a la fórmula del contraste entre agresividad y calma, oscuridad y luz, como si Clarke y McCoy la representasen siendo Jagger o Richards; Monroe y McCoy de Hanoi Rocks y sus personalidades se reflejasen en su música como estados anímicos de ésta.

El arranque de mala leche que es "Brought To The Water" hace que nos percatemos de cómo Deafheaven han querido teñir de negrura la tinta de sus guitarras con Daniel Tracy atropellado como si el diablo le empujase a tocar la batería y Clarke gruñendo. Pero tanta oscuridad pronto se verá diluida y la canción evolucionará hacía algo menos viscoso y más fluído (evitemos hablar de luz porque "Brought To The Water" carece de ella, como casi todo "New Bermuda") hasta llegar a sonar a Radiohead, pasando por God Is An Astronaut o If These Trees Could Talk. El único punto negativo que puedo argumentar contra una canción tan enorme como "Brought To The Water" es su producción y ese horroroso "fade out" o desvanecimiento de la coda a piano con la que acaba y que nunca me cansaré de repetir que son horrorosas y están completamente pasadas de moda; que tan sólo evidencian falta de imaginación (algo incomprensible en una banda como Deafheaven y que prefiero achacárselo a Shirley que él se lo guisa y él se lo come todo tras los mandos).

La guitarra con la que abre "Luna" no nos puede coger por sorpresa (ya la hemos escuchado en el riff principal de "Brought To The Water", el mismo que hará las delicias de cualquier fan de Slayer) pero será en ésta en donde la disfrutemos en toda su dimensión cuando nos encontremos una canción que cabalga entre el black metal más oscuro, el melancólico post-rock y el thrash más enloquecido. Diez minutos magníficos, llenos de matices; salvajes y agresivos pero también bellos como cuando, en su sexto minuto, la canción parece quebrarse convirtiéndose en otra llena de dulzura y, sorpresa, un minuto más tarde alcanzar el clímax con su triunfal minuto final. "Baby Blue" se abre de manera hipnótica, rozando con la yema de los dedos el drone y el minimalismo para, acto seguido, golpearnos con toda su brutalidad y sorprendernos, una vez más, con la vuelta de tuerca que supone un solo de rock con Wah en el que hay que tener muy poca sangre para no emocionarse.

"Come Back" nos llevará, por momentos, a los ochenta con sus guitarras pero nos romperá el cuello con toda su fuerza cuando Clarke se empeña en tirar del carro con su garganta y nos sumirá en un extraño estado de calma en sus último minutos mientras que "Gifts for the Earth" es un brillante final en el que la emoción viene de mano de unas guitarras sin distorsión y una pandereta; ecos de otros estilos mientras George Clarke insiste en llevarnos a su terreno (o, a esas aguas negras con las que se abrían el álbum), a ese tan oscuro como tortuoso pero contenido como para entender que su lugar se lo debe a unas bonitas acústicas o unas suaves notas de piano con las que acabar "New Bermuda". 

Un gran álbum y la clara demostración de que para crear y sentir tan sólo hay que librarse de todo prejuicio. ¿No se trata de eso en el arte? ¿Cómo podemos querer encerrar a un espíritu tan libre como es el de las musas? Que no te engañen sus pintas o la portada color salmón de "Sunbather", que no te aten tus ideas preconcebidas y entrégate al lado oscuro; tenemos a Deafheaven.

© 2015 Mick Brisgau

Crítica: Tribulation "The Children Of The Night"

Poco queda ya del alocado thrash metal que hacían Hazard y aquellas demos "Aggression Within" del 2001 y "Agony Awaits" del 2004, tampoco del death metal que practicaban en "The Horror" (2009) o "The Formulas of Death" (2013) y quizá sea mejor así ahora que parece que el death metal ha llegado a un callejón sin salida y necesita algo de aire fresco y también, cómo no, por su propia supervivencia como banda. Pero, si poco queda de death metal en los suecos Tribulation -algo que no ha sido del todo bien visto por muchos de sus fans más reaccionarios- poco queda de black metal o cualquier género extremo y, sin embargo, su influencia empapa todo "Children Of The Night" por completo. Quizá, lo mejor para describir el álbum sería recurrir a adjetivos tan desgastados como oscuro o siniestro y también andaríamos algo desencaminados porque, a pesar de que las historias que aquí se cuenten sean más propia de los lunáticos -de esos cuyo hemisferio izquierdo es el que rige frente a los atributos apolíneos del derecho-, o a seres de piel cerúlea que disfrutan paseando a medianoche por camposantos, deslizando sus alargados y esqueléticos dedos por el tacto frío de las lápidas,  por esos que comen helados y odian el mar con casi cincuenta años pero escriben sobre el terror cósmico o se zambullen en los clásicos de la Hammer y leen las ediciones de Valdemar, lo cierto es que en "Children Of The Night" poco hay de siniestro y sí de mágico o misterioso. Mucho de Mercyful Fate, Ghost o incluso The Doors y poco o nada que recuerde al famosísimo metal sueco. ¿Miraron con cierta envidia Tribulation a otras bandas vecinas como Watain, At The Gates, In Flames o las huestes del Papa Emeritus para entender que debían y podían reclamar lo que también era suyo? El cambio experimentado en su tercer álbum va mucho más allá de una mera transición estética, parecen haber alcanzado una nueva filosofía que tizna sus guitarras y, para llegar al meollo del álbum, no hay que mirar demasiado a sus contemporáneos sino bucear un poco en el pasado del rock como gran género y no del metal.

El ominoso teclado con el que se abre "Strange Gateways Beckon" ya nos hace presagiar que el álbum que tenemos entre las manos no es normal, hay algo en esa introducción y el medio tiempo pesado en el que se convierte que nos hace sentir que estamos ante algo diferente. Las guitarras de Zaars y Hultén son magníficas y tienen más que ver con el hard que con el metal, Andersson ladra; "Beckoning The children of the Night, the spirits of the undead, and the lesser lights" y toda la canción parece cobrar vida propia con el pulso nervioso de las seis cuerdas y cómo Hultén entra y sale de la melodía para ceder paso a Zaars. "Melancholia" es una mezcla entre power, death y ese toque neoclásico en los riffs mezclado con el ritmo atropellado del black o el punk y el tono cabalgante del hard más clásico, una maravilla en la que también nos damos cuenta de la importancia y el peso de las letras para conformar toda la imaginería de Tribulation; "Hierophany, a temple from below. It's the magic that I know, eucharist and rebirth. A blessing from the goddess herself, awakening the shadows of my self"

"In The Dreams Of The Dead" y ese extraño regusto a Immortal -que, todo hay que decirlo, pronto desaparecerá en favor de la melodía- no es la más inspirada pero sí es suficientemente atractiva para sumergirnos en "The Children Of The Night", como "Winds" y su ritmo machacón que pronto se teñirá de cierto heroísmo y en la que el único punto flaco es Andersson. Pero la gran sorpresa de "The Children Of The Night" es, sin duda, "Själaflykt", pieza instrumental de casi seis minutos y cuyo comienzo ligeramente doom por la pesadez de las guitarras y gótico gracias al teclado pronto se verá refrenado por ese regusto sesentero, entre surf y ocultista, con el que la saben rematar.

"The Motherhood Of God" debe su atmósfera a The Sisters Of Mercyy es uno de los puntos álgidos del álbum, quizá sea así también tras la atmósfera hipnótica a la que nos ha llevado el final de "Själaflykt" pero la verdad es que se agradece una canción que sirva como contrapunto. La más tradicional y en la que podremos encontrar no sólo la influencia de los de Leeds sino también de Maiden gracias al magnífico entrelazado de las guitarras que, sin embargo, nunca llegan a doblar. "Strains Of Horror" sirve como pequeño ejercicio a Andersson para salirse del encorsetamiento sometido por sí mismo e intentar hacer algo diferente, como el crescendo de "Holy Libations" en el que parece más suelto y se permite el lujo de cambiar el tempo mientras Hultén y Zaars rematan, de nuevo, de manera gloriosa la canción.

"Cauda Pavonis", ambiental y lúgubre, con cierto sabor a Danny Elfman, es la outro antes de la jugada final que es "Music From The Other", cuyas coordenadas musicales no están tan lejos de la propuesta de "The Formulas of Death" y sirve de puente entre lo que fueron y lo que son porque en ella no se olvidan de su pasado más rotundo pero tampoco de ese tono epopéyico a las seis cuerdas.

Un álbum cuyo único lastre podría ser la voz de Johannes Andersson, quizá muy limitada pero en todo momento correcta, cuyo registro es demasiado plano y no hace más que resaltar la magnífica labor de Adam Zaars y Jonathan Hultén en auténtico estado de gracia. Pero hay más, algo más, porque "Children Of The Night" no es un álbum que pueda ser medido con la misma vara que el resto y es que exuda algo tan romántico como los textos que publicaba August Derleth o las interpretaciones de Vincent Price y la apabullante mezcla de géneros que sus canciones derrochan. Quizá ahí resida el secreto del álbum; grandes canciones compuestas con dos guitarras que dejan pequeño el concepto de épico.

© 2015 Lord Of Fuckin' Metal

Crítica: Cage The Elephant "Tell Me I'm Pretty"

No deja de resultar morboso el que una banda como Cage The Elephant haya estado luchando durante los últimos años por evitar las obvias comparaciones con Jack White y, para su cuarto álbum, se hayan decidido a llamar a Dan Auerbach de The Black Keys o, para que nos entendamos; el archienemigo de White. Porque en los últimos años éste -y, más en particular, su compañero Patrick Carney- se han reído hasta la saciedad de White, mientras éste se tomaba a sí mismo demasiado en serio y protagonizaba sonadas rabietas en sus declaraciones a la prensa especializada internacional para defenderse de la pareja de músicos. Por tanto, que Matt Shultz le llamase en mitad de una noche de borrachera suplicándole colaborar no deja de tener su miga. ¿Y el resultado? Al margen de "Mess Around", single con buena pegada que fue recibido con tibieza a causa de su sonoro parecido con The Black Keys, "Tell Me I'm Pretty" es un gran álbum que mezcla inteligentemente el pop y el rock de los sesenta y setenta con el alternativo y garage-rock; de The Beatles a Nirvana, de los Flamin' Groovies a los Pixies pasando por los Zombies, el sonido Detroit, el pop más psicodélico y guatequero y, por supuesto, su Kentucky natal. Pero, donde encontramos notables diferencias es en sus canciones; sí, su sonido se ha ensuciado al pasar por el filtro de Auerbach pero, pobres de aquellos que pensaban que con "Melophobia" (2013) llegaban a la cima de su carrera porque con "Tell Me I'm Pretty" mantienen el nivel aprovechando a su favor el abandono de Lincoln Parish y toda la tensión que éste generaba en el seno de la banda, como asegura Shultz, para que ese crisol de influencias se llene aún más y termine estallando fragmentado en mil pedazos con la ayuda de Auerbach, libres de ya Jay Joyce y Parish.

"Tell Me I'm Pretty" es, fundamentalmente, un álbum fresco, de retorno a los orígenes pero no musicales sino, según Shultz, a la ilusión de tener una banda y por la que unos chicos de Bowling Green (Kentucky) decidieron colgarse unas guitarras y salir de su pueblo, grabado en tres semanas y media en los estudios Easy Eye Sound de Nashville (Tennessee), parece que el ambiente que se respiró fue lo suficientemente inspirador y distendido como para que el propio Auerbach cogiese su guitarra y tocase con ellos, hiciese coros y les diese un pequeño golpe de timón a modo de ayuda.

Las guitarras de "Cry Baby" derrochan la actitud del britpop de los noventa pero pronto se convierte en puros sesenta, de no ser por la letra de Shultz y versos tan brillantes como: "Monday you cough, Tuesday you cry, Wednesday in bed. What if you die?" pura esencia del grupo y repleto de ironía y mordacidad, algo que se repetirá en más de una ocasión. Las críticas más feroces de "Mess Around" no podían ir menos desencaminadas porque sí que es cierto que, a pesar de su sonido yeyé, la primera impresión es que la suciedad de sus guitarras y su tono recuerdan más a Black Keys que a la propia identidad de la banda pero es tan sólo el envoltorio y, afortunadamente, un caso aislado porque, aunque la influencia de Auerbach se deje entrever no volverá a ser tan, tan evidente. "Sweetie Little Jean", una de las grandes joyas del álbum, deja pequeña la anterior producción de la banda con su tono de gran musical y sus guitarras como la melodramática "Too Late to Say Goodbye" nos llevará a ciegas a la colaboración entre Auerbach y Lana del Rey, otra pequeña gran maravilla de un álbum que va creciendo según avanzamos en él, con un estribillo verdaderamente magnífico; "Now I'm under your spell, trapped in the light, shouldn't have stood that close to the fire. No turning back, no where to run, no where to hide, it's too late to say goodbye. Push back from my heart, wish we go back to the start but oh my God is this real no more time. It's too late, it's too late to say goodbye"

Más guitars aún, como la de "Cold Cold Cold"; evocadoras y nostálgicas, puro pop sesentero mezclado con el mejor indie de los ochenta (cuando éste no era llamado ni entendido así) una de mis favoritas por el viaje que propone, todo su sabor y, de nuevo, una letra deliciosa: "Doctor can you help me cause I don't feel right. Better make it fast before I change my mind". Es cierto que en los primeros segundos de "Trouble" escuchamos ese sonido claro del "Submarine" de Alex Turner pero ello no lastra la escucha de una canción que se convierte en una obsesión y es capaz de atraparnos durante horas, escuchándola en bucle gracias a un puente precioso y un estribillo tan delicado como aparentemente ingenuo: "Trouble on my left,Trouble on my right, I've been facing trouble almost all my life. My sweet love won't you pull me through. Everywhere I look I catch a glimpse of you. I said it was love and I did it for life, do do for you"

"How Are You True" es la obligada balada que debe romper ligeramente el ritmo, con ecos de Radiohead o Noel Gallagher, contiene bonitas imágenes como "All your days spend countin' numbers'Til one day you'll find, day you'll find. That life has passed you by and in the quiet still of silence try to hide your eyes". "That's Right" (puro sonido costa oeste de los sesenta) o "Punchin' Bag", en la cual se bañarán en las aguas de Jack White y The Black Keys sin complejo alguno para narrar un episodio de violencia doméstica, nos llevarán al último arrebato alocado del álbum con "Portuguese Knife Fight" en la que se declaran, sin ningún tipo de rubor, desde el primer verso "I wanna waste my life with you, oh yeah. Well the look in your eyes says you're feeling the same way too, oh yeah" y despiden el álbum con actitud, repitiendo sin temor la misma declaración de principios, deletreándola incluso: "I wanna waste my life with you, oh yeahTell me, pretty bird how's that baby blue? I'm just trying to catch a feel"

Con "Tell Me I'm Pretty", Cage The Elephant nos demuestran lo importante que es sacudirse el polvo y volver a levantarse con ilusión y aún más ganas, lo necesario que es alejar a las personas tóxicas lo más lejos posible de uno (en el caso de Lincoln Parish) y lo estúpido que son muchos de esos tópicos de apagar el móvil a la tercera copa; de haber sido así, Matt Shultz nunca habría reunido el valor suficiente para proponerle a Dan Auerbach una colaboración, seguirían de la mano de Jay Joyce y estaríamos hablando de la consabida continuación de "Melophobia" y, por tanto, de la prematura muerte de Cage The Elephant. "Tell Me I'm Pretty" es todo un caramelo, una pequeña maravilla de un año que se está despidiendo por todo lo grande.


© 2015 Jack Ermeister

Crítica: Baroness "Purple"

El cuarto álbum de Baroness no podría ser más especial y además significar todo un punto de inflexión para John Baizley. "Purple" no es la continuación de "Yellow&Green" (2012) y se agradece porque, a pesar del enorme talento de Baizley para las melodías, donde éstas encuentran su verdadero aliado es en la distorsión de las guitarras y su casual pero puntual mezcla con las acústicas en algún que otro momento porque, a mí entender, la magia de las eléctricas y cómo tiñen la obra de los de Georgia es lo que fundamentalmente siempre les ha diferenciado del resto de bandas con las que habitualmente se les compara, alejados de la vulgaridad del riff grueso per se, sabiendo hilvanar estupendas armonías y coloreando inteligentemente sus canciones. La unión con David Fridmann aquí es vital (ya no es John Congleton el que está tras los mandos), un productor que poco o nada tiene que ver con el estilo que Baroness practica pero que ha demostrado con creces su valía en todo tipo de proyectos, a cada cual más dispar y ecléctico (desde Sleater-Kinney, Luna, Mercury Rev, Mogwai, Low, MGMT, Tame Impala o el último de No Devotion),  pero en "Purple" confirma que sabe imprimirle fuerza, brillo y matices a unas guitarras que sonarán poderosas a lo largo y ancho de "Purple". Guitarras, guitarras, guitarras y guitarras porque si de algo es de lo que no carece este álbum es de ellas. Para Baroness supone ese cambio necesario porque la banda, como tal, evita la repetición y, de manera lógica y natural, busca la evolución intentando que cada uno de sus álbumes no sea la evidente continuación del anterior. Pero "Purple" también supone un cambio de casa; de Relapse Records al suyo propio, Abraxan Hymns, y la independencia y excitación, aunque mayor carga de trabajo, que supone para alguien tan creativo como Baizley llevar las riendas de su propio sello. Por otra parte, esa filosofía del grupo es vital para entender por qué "Purple" no ahonda, ni siquiera de soslayo, en el accidente sufrido en carretera durante el verano del 2012, prefiriendo mirar hacia delante y no regodeándose en un episodio así, justificándose John Baizley cuando argumenta que sería injusto sumir en ese exorcismo a aquellos miembros de Baroness que no lo sufrieron e incidiendo en la importancia de pasar página y mirar al futuro. Y es que, tan sólo el propio Baizley y Peter Adams (cuyo proyecto paralelo, Valkyrie, ha firmado otro de los grandes álbumes de este año con "Shadows") son los únicos que sufrieron aquel accidente, Nick Jost y Sebastian Thomson  al bajo, teclados y batería respectivamente, se incorporaron posteriormente.

Abrimos el vinilo y contemplamos la exuberante portada, obra de John Baizley, repleta de simbología; con una enorme luna llena de fondo, cuatro mujeres rodeadas por animales (ratones, un halcón con su presa y tres perros, lo más parecidos a chacales o la cabeza de anubis, quizá en referencia al episodio más cercano a la muerte, como la enorme marea de clavos) pero también abejas y miel, flores anunciando la primavera o un renacimiento y, por supuesto, el púrpura dominando la paleta; un color que es el símbolo de la eternidad, la magia, la inmortalidad y la fe pero también de la rareza, la oposición de conceptos y el wildeano sentimiento de la diferencia y la extravagancia bien entendida frente a lo vulgar y ordinario. No parece casualidad alguna que la naturaleza del álbum tenga más que ver con "Blue" (2009) y "Red" (2007), como si hubiesen mezclado ambos colores y el resultante fuese una jugosa uva o arándano.

Pinchamos "Purple" y suena "Morningstar" con toda su fuerza y en la cual es imposible no pensar en Mastodon debido a su segunda guitarra, esa que va arpegiando bajo el riff principal. El trabajo en ellas es delicioso pero serán también los coros los que nos llamen la atención sobre la robusta base rítmica de Jost y Thomson. "Shock Me" es, sencillamente la canción mas inmediata de todo el álbum y será uno de los grandes momentos de sus próximos conciertos por lo fácil que entra, su magnífica introducción (además de esas notas de teclado en el estribillo) y cómo se desatan las guitarras, como sube la intensidad en la euforia de ese estribillo que se pega como un chicle llenándonos de entusiasmo a pesar de que su letra parezca el despertar de un sueño en el que preferíamos vivir frente a la pesadilla de la vida que nos ha tocado y un solo que, a pesar de su brevedad, nos demuestra el estado de gracia e inspiración que la banda atraviesa o, mejor aún, lleva ocho años atravesando (y, si te gustan las guitarras y todo lo que rodea a su timbre, podrás sentir levemente en él la nasalidad de los Vox de válvulas de los setenta y la forma en la que se doblaban las notas en aquella época. Aunque mucho me temo que todo se deba al modelado en estudio porque Baroness no tiran de Vox y distorsiones británicas de hace cuarenta años sino de BadCats y OCDs...)

Mientras que en "Try to Disappear" juegan a crear esa tensión gracias a esas guitarras contenidas y el teclado (atención a éste en todo el álbum porque con él lograrán muchos ambientes y texturas nunca antes vistas en sus canciones) en "Kerosene" o  "Desperation Burns" podremos oler levemente en la lejanía las llamas y el caos (aunque Baizley niegue que ninguna trate sobre el accidente o las sensaciones que éste despertó en ellos). "Kerosene" es una buena muestra de cómo mezclar potencia con melodía (evocando, de nuevo, a los de Atlanta) suspense con pequeñas dosis de psicodelia en segundo plano mientras que "Desperation Burns" basa todo su potencial en una sucesión de potentes riffs, enlazados unos con otros en constantes sacudidas de ánimo. "Fugue" es un pequeña pieza instrumental de apenas tres minutos con un fuerte sentimiento de fusión y con la que pretenden aligerar la carga de profundidad de una primera cara que arrancará con "Chlorine And Wine" cuyo comienzo parece la salida de un coma y, poco a poco, se despereza o despliega todo su plumaje gracias a Thomson y las bonitas guitarras que encuentran colchón en el bajo de Jost, pronto se armará y la distorsión y la voz de John tomarán todo el protagonismo aunque el verdadero clímax llegue un minuto antes de acabar; "Black rose on the bed, turn me to fire. Black rose in the vein, shine in your eye" y ese "Please don’t lay me down!" que parece una súplica y con el que la cierran.

Ese pequeño sentimiento de fusión de "Fugue" es el mismo que sentimos al escuchar la introducción de Thomson en "The Iron Bell", cuya velocidad nos desbordará hasta la evocadora "If I Have to Wake Up (Would You Stop the Rain)" en la que es Jost quien lleva todo el peso, secundando a Thomson con un ritmo pesado, junto a John en las voces. Nueve piezas y ni una sola que sobre (porque la marcianada de "Crossroads of Infinity" es tan sólo una despedida); la duración perfecta para un álbum, lejos de innecesarios alardes y absurdos rellenos. Mágico, misterioso, exótico y tan diferente pero tan propio de Baroness que es imposible no amarlo desde su primera escucha y quedarse embobado contemplando una y otra vez el vinilo, como si fuese un pequeño regalo de los dioses.


© 2015 Conde Draco



Valoración
4/5 –

Crítica: Hanging Garden "Blackout Whiteout"

Siempre que puedo hablarlo con alguien, retomo el viejo debate musical nórdico. ¿Por qué muchos de los mejores músicos proceden de allí? ¿Cómo es posible que el pastel de muchos géneros extremos se lo repartan noruegos, suecos o finlandeses? Hace mucho tiempo entrevistábamos a Ola Englund (Six Feet Under, The Haunted, Jeff Loomis o su propio proyecto, Feared) y la respuesta que me dio fue, restándole importancia al talento o la propia cultura, achacárselo al clima; "Hace frío y no hay mucho que hacer en la calle, supongo que por eso muchos chicos nos metimos en las casas a tocar instrumentos durante años". Y puede que Englund tenga razón y el clima, por supuesto que sí, haga que cientos de chavales se encierren en su habitación con una guitarra entre las manos pero, a tenor de los géneros, también el carácter y sus emociones. Hanging Garden son finlandeses y en su música no cuesta encontrar ese ensimismamiento, esa contemplación y profundización de sentimientos junto a la forzosa mezcla de géneros como es el doom con toques del death más melódico mezclado con algunos momentos prog y esas texturas góticas heredadas del metal más pesado y melancólico inglés. Muchos podrán pensar que ando muy alejado de las coordenadas de los finlandeses pero nada más lejos de la realidad; para el oyente más avezado no será difícil entender su propuesta en base a los ingredientes anteriormente citados y, respecto al influjo inglés, tampoco hay que ser un lince para entender que muchos de sus pasajes más romanticones proceden de los de Halifax, que esos teclados están obviamente heredados de Mackintosh y que su nombre seguramente proceda del "Pornography" (1982) de The Cure, por mucho que algunos le quieran buscar referencias más exóticas.

Grabado en los estudios Red Five y Southcurve, "Blackout Whiteout" es claramente superior a "TEOTWAWKI" (2009) y "At Every Door" (2013) pero no a su ópera prima, "Inherit The Eden" (2007) y quizá lo que lastre a este "Blackout Whiteout" sean esos momentos más dulzones en los que parecen sonar a Paradise Lost e inequívocamente a sus compatriotas Ghost Brigade, referencia obligada cuando nos enfrentamos a la segunda cara de un álbum en el que el parecido es más que cuestionable y roza, por momentos, la repetición de atmósferas de aquellos. ¿Suficiente como para defenestrar un trabajo como "Blackout Whiteout"? Para nada, el error de "Blackout Whiteout" es otro muy diferente y las virtudes de éste siguen siendo más que suficientes como para que su escucha sea todo lo placentera que se espera de una banda que es capaz de mezclar oscuridad con belleza, desgarradores voces con aquellas más melódicas, elegantes teclados con pesadísimos bajos y guitarras cristalinas creando pequeñas y deliciosas marañas melodiosas. 

Algo que se siente a la primera escucha en una canción como "Borrowed Eyes" y su pesadísimo bajo pero en la que es imposible obviar el sabor de los últimos trabajos de Katatonia, en "Whiteout" nos daremos cuenta que Hanging Garden han decidido centrarse en su faceta más oscura, creando atmósferas más depresivas y siniestras que en anteriores trabajos, gracias a esa base rítmica doblada; a esas reverberaciones, a esos elementos electrónicos con los que enriquecer la mezcla y, por supuesto, debido al magnífico trabajo de Toni Toivonen en las voces, suficientemente versátil como para sonar lúgubre y sombrío pero también agresivo o brutal. El piano de Nino cerrará "Whiteout" sobre un loop que nos llevará a otra de las grandes influencias de los finlandeses, Nine Inch Nails, y al magnífico enlace o transición a "Embers", una de las cotas de este "Blackout Whiteout", llena de intensidad y con un estribillo claro y muy marcado, repleto de nostalgia gracias a esa elegancia en las teclas que antes resaltaba como principal característica del sonido de la banda.

Magnífico es el in crescendo de "Eclipse" en la que las guitarras parecen estremecerse mientras la percusión avanza pesada y suaves notas de piano juegan con las guitarras. El único aspecto negativo es que esa tensión creada pronto se ve diluída en su parte central y no será hasta sus últimos segundos, en los que unos acertados guturales aparecen, cuando lleguemos al clímax de la composición. "Aoede" es la que rompe, por completo, la tónica del álbum haciéndonos dudar del carácter de éste y confundiéndonos. Sin duda, resulta accesible y los coros, así como el trabajo de las guitarras, está trabajado pero es demasiado plana, demasiado fácil y con un carácter demasiado obvio. Por suerte, "Unearth" es una explosión emocional que vuelve a sumergirnos en el álbum y sus constantes idas y venidas y cambios de ánimo lograrán atraparnos en la red de Hanging Garden a pesar de que en el último minuto abusen de la superposición de pistas en la voz, un recurso del que se abusado hasta la extenuación pero que siempre produce resultados interesantes si se utiliza con mesura, lamentablemente éste no es el caso.

"Words that Bear No Meaning" y la voz más death de Toni nos alegrarán en los últimos coletazos del álbum pero también es cierto que ello les mimetiza con el resto de bandas de su estilo. Las guitarras de "My Rise Is Your Fall" son de lo mejor del álbum, las más duras o pesadas y las de "Blackout" las más emocionales pero el problema a estas alturas no son las evidentes influencias de sus compatriotas o el rico legado de Paradise Lost o Katatonia, el verdadero problema de "Blackout Whiteout" es que tras las primeras escuchas uno tiene la sensación de estar escuchando una y otra vez la misma canción. Por lo tanto, hay una curiosa mezcla de sentimientos; por un lado, el álbum supone un paso adelante y la clara recuperación tras "At Every Door", hay momentos verdaderamente bonitos en todas y cada una de sus composiciones y ese toque pesado y dramático que hacen que uno vuelva a escucharlas, además del talento de los músicos pero, por otro lado y, a pesar del leve giro de timón, el álbum pierde consistencia según avanza y muchas de las canciones muestran claros síntomas de agotamiento creativo o falta de ideas cuando, a la novena, nos damos cuenta de que estamos masticando de nuevo lo que ya creíamos haber digerido. "Blackout Whiteout" es interesante pero, por todo los expuesto anteriormente, resulta complicado entender  a priori su importancia en una carrera como es la de Hanging Garden y adivinar si es tan sólo la muestra de una banda sin rumbo o, por el contrario, de una en constante búsqueda.


© 2015 Jim Tonic

Crítica: Killing Joke "Pylon"

Si hay un grupo que no haya decepcionado desde su regreso o hiato es, desde luego, Killing Joke. Resulta de lo más curioso ver cómo han sido capaces de influir a tantísimas bandas tan dispares como Metallica, Nirvana, My Bloody Valentine, Nine Inch Nails o Soundgarden (imposible no mencionar siempre a algunos de sus alumnos más aventajados cuando uno habla de los ingleses) y seguir trabajando duro desde una segunda fila, dando grandes conciertos y publicando álbumes tan sólidos como "Absolute Dissent" (2010) o "MMXII" (2012) sin que éstos sean el respaldo definitivo para que Killing Joke abandonen, de una vez y por todas, el estatus de banda de culto y, lo mejor de todo, sin que se pierdan ellos mismos entre las reverencias de la crítica. Lo habitual en una banda así sería que, tras la deglución sufrida en los noventa por el rock alternativo y su posterior resurgimiento ante las constantes reivindicaciones de su obra por parte de los gurús de aquella década, Jaz Coleman y los suyos hubiesen vuelto de manera digna, con un álbum correcto bajo el brazo y una gira que se convirtiese en un pequeño baño de masas con el que saciar el ego y llenar sus arcas paseando el cadáver embalsamado de su banda por los escenarios. Lo que nadie se esperaba es que aquel regreso y, sobre todo, la vuelta de la formación original nos trajese una segunda juventud de la mano de álbumes que mantienen el listón tan alto como para creer en ellos y entender que los de Notting Hill no llegaron a extender su influencia hace tres décadas sobre cientos de músicos por casualidad sino que, de manera sibilina, siguen siendo piedra de toque para muchos chavales que empiezan ahora en la música.

Grabado a caballo entre Inglaterra y Praga y producido por Tom Dalgety, lo mejor de "Pylon" es que, fuera de cualquier tópico o cliché, es un álbum que no ofrece tregua alguna. Ni una balada o medio tiempo, diez canciones directas a la yugular, con un sonido sólido como una roca, con una producción desbordante y cuya mezcla pide que lo escuchemos a todo volumen y, a ser posible, a toda velocidad mientras conducimos y nos percatamos de que nuestro pie derecho pisa impulsivamente el acelerador, signo inequívoco de que lo que estamos escuchando nos está hablando directamente a las tripas. En "Pylon" no encontrarás ni una sola de esas canciones que requieren mil y una escuchas, no tendrás que esforzarte para vibrar, de "Autonomous Zone" a "Into the Unknown", todas suenan como un tren sin frenos.

Precisamente es "Autonomous Zone" la que destapa el tarro de las esencias de Killing Joke y nos encontramos ante la batería de Big Paul Ferguson y la fiereza cruda tan típica de Geordie Walker mientras Jaz Coleman parece sermonear, en su tono más clásico (convertido desde hace años en un extraño cruce de Alice Cooper industrial de aires postpunk y un Joker de Alan Moore entrado en años), y los teclados saturan la canción mientras Youth hace vibrar su bajo. Sencillamente apabullante en sus coros y sus arreglos. Pero, claro, "Dawn of the Hive" tampoco nos dejará mucho descanso, su guitarra suena ácida, radioactiva, mientras Coleman parece cantar desde un megáfono y, para el estribillo, Ferguson pone la directa y toda la canción parece revolucionarse.

"New Cold War" posee un ritmo marcial, andante, mientras las guitarras se divierten con acordes al aire pero, como todas las composiciones de "Pylon", la guitarra coge músculo rápidamente y la tónica de la canción cambia cogiendo más cuerpo. "Euphoria", más gótica y menos directa, abusa de las atmósferas levemente melancólicas de su primera época (algo a lo que ayuda, sin duda, la voz llena de eco de Coleman), como "New Jerusalem" nos hará dudar de su carácter debido a su comienzo titubeante y su ritmo levemente vacilón para encolerizarse de manera majestuosa, como una pequeña tempestad en la que el trabajo de Ferguson es sencillamente soberbio y la voz de Coleman no tiene más remedio que alzarse sobre las olas eléctricas de Walker.

"War On Freedom" rompe el patrón más experimental para ser una canción sencilla, sin grandes estridencias, cuyo sabor residirá en las guitarras, teñidas de cierta melancolía, quizá la canción más predecible y menos excitante de todo "Pylon" junto a "Big Buzz" en la que intentarán desbocarse sin éxito. No pasa nada, "Delete" volverá a poner las cosas en su sitio gracias a Walker y Ferguson. ¿Qué hubiese sido del rock y el metal industrial de los noventa sin Killing Joke en los ochenta? Cuesta imaginarlo… La subversiva y corrosiva "I Am the Virus" vuelve a hacer que "Pylon" eleve el vuelo con su ritmo trepidante y un estribillo sucio con unas buenas guitarras aullantes y coros llenos de distorsión mientras que "Into the Unknown" hace concluir "Pylon" de manera acelerada, como si no hubiesen pasado los años por ellos, como si no hubiésemos escuchado diez canciones y no tuviésemos más remedio que volver a ellas una y otra vez.

"Pylon" es, sin duda, uno de los grandes álbumes del año, cuyo único problema es que mantiene una línea tan coherente dentro de la notable carrera de Killing Joke que no llamará la atención de los neófitos, ni tampoco despertará el recelo del resto de bandas mientras los críticos se deshacen en elogios. Es tan homogéneo en su calidad y genialidad en una banda tan fiable como la de Coleman que el gran público no reparará en él hasta que  la formación desaparezca y entonces sí; entonces vendrán los lamentos y las reivindicaciones. Disfrutemos de Killing Joke mientras estén entre nosotros facturando álbumes como "Pylon" porque ya está bien de tener que escuchar los discos mil veces para llegar a ellos cuando todo es tan fácil como "darle al play" y vibrar. 

© 2015 Conde Draco

Crítica: Kylesa "Exhausting Fire"

La gran paradoja del séptimo álbum del trío, "Exhausting Fire", es que con él parecen haberse encontrado a sí mismos aún siendo el disco en el que menos suenan como Kylesa de inmediato, en sus primeras escuchas. Levemente inferior a "Ultraviolet" (2013), si queremos compararlos como si fuesen  fruta en un supermercado, pero  quizá también porque, aunque inequívocamente sea una continuación de aquel, los pasos dados en éste le alejan irremediablemente y poco a poco de su predecesor. En él no podemos esgrimir el lógico cambio de productor ya que es Philip Cope quien está de nuevo tras los controles pero Cope sí que tiene algo que ver en que este "Exhausting Fire" suene diferente y es que, si en "Ultraviolet" era Laura Pleasants quien se encargaba fundamentalmente de las voces, aquí vuelve Cope a compartir protagonismo con ella, recordándonos de nuevo a esas alternancias tan características de los antiguos Pixies. Es cierto que la capacidad de Cope es limitada si la comparamos con la versatilidad de Pleasants pero también que el registro utilizado es más que suficiente para las composiciones, las cuales tampoco requieren a alguien mucho más dotado, funcionando perfectamente su voz a lo largo de "Exhausting Fire". 

Otro tema muy diferente es la experimentación -en gotas, todo hay que decirlo, pero suficiente como para alterar la tónica general- y el toque crudo y básico de las diez canciones originales (exceptuando, claro, la versión de Sabbath) que, sin embargo, las emparenta más con el rock alternativo que el metal, haciéndoles abandonar de manera inteligente la liga de bandas que orbitan entre el sludge, el groove o el stoner más bronco y así abrirles algunas puertas nuevas de cara a los próximos álbumes. Por lo tanto,  "Exhausting Fire" no huele al álbum definitivo que muchos esperábamos, ni tampoco a ese de oficio al que muchos clamaban con las primeres escuchas y críticas en tinta digital, como si cada movimiento de una banda como Kylesa fuese predecible y, sobre todo, tan característico como si los de Savannah hubiesen sido capaces de haber creado un sonido tan fácil de identificar o perdurar en nuestro recuerdo como para lastrarles, artísticamente hablando. Es por eso que con este álbum la aventura de Kylesa parece pibotar y, lo mejor de todo, situarles en una posición en la cual podemos esperar casi cualquier cosa de ellos en el futuro; lo cual es, sin duda, infinitamente más excitante para ambas partes; los músicos y su público.

"Crusher" es la canción que nos llevará de vuelta al universo de Kylesa bajo una base rítmica heredera del industrial y un farragoso bajo del sludge, con fuerte influencia de "Ultraviolet" y Laura cantando de manera más sensual que a lo que nos tenía acostumbrados últimamente y, aún así, las dobles voces llenas de reverberación y la percusión hacen que entremos en una falsa calma de la que las potentes guitarras rápidamente nos sacarán. En "Inward Debate" jugarán con la psicodelia y ese renqueante riff propio del stoner pero, aún siendo una de las menos arriesgadas e imaginativas del álbum, la percusión y, más en concreto, el juego de voces es notable. El medio tiempo que es "Moving Day" con Cope cantando más sombrío que nunca entronca con el rock alternativo de los 90 o bandas tan dispares como The Cure o Killing Joke.

"Lost And Confused", que sirvió como adelanto, es una magnífica muestra del espíritu de "Exhausting Fire" con un McGinley soberbio, ya que la canción comienza de manera atmosférica y termina asalvajándose gracias a la labor de éste pero, volvemos a lo mismo; tras los pantanosos y arenosos riffs, lo que perdura en la memoria de uno es la magnífica unión de Pleasants y Cope. El metal del desierto en el que se transforma "Shaping The Southern Sky", con ciertos aires boogie, se apacigua pasados los dos minutos pero tan sólo para construir su propio clímax en ese puente lleno de ecos y murmullos que termina por volver a su naturaleza con un buen, corto y efectivo solo; nada de virtuosismo pero sí un golpe sobre la mesa con el que cerrar la canción.

La noisy "Night Drive" y "Blood Moon" por su inmediatez vuelven a resumir en nueve minutos la grandeza de un álbum en el que cabe el rock del desierto más árido, el mencionado noise, shoegaze, sludge, stoner, metal, doom y alternativo, sin olvidar ese toque oriental con el que "Blood Moon" parece despedirse. Pero hay más, mucho más, como la bestialidad en la que se convierte "Growing Roots", en la que nos recordarán a Sonic Youth cuando centrifugaban sus propios desarrollos y seguramente sea el punto álgido del final de sus conciertos, y "Out Of My Mind", una digna, brillante y marciana manera de despedir un álbum con un saturadito y rugoso solo de bajo a manos de Cope antes de rematar la canción con su estribillo. 

Sobre la versión de Sabbath, "Paranoid", poco más que decir porque es tan sólo un regalo, una golosina que, sin embargo, no resume mejor que las diez anteriores el pathos del álbum de Kylesa y cuyo enfoque se agradece pero tampoco mejora ni añade nada de nada a la canción inmortal de los de Birmingham pero sí ha servido para que a los cuatro esnobs de siempre, frente a su escasa imaginación, se les llena la boca y la pluma tildándola de "lisérgica". "Exhausting Fire" es un gran álbum pero, como escribía al comienzo de esta crítica, es tan sólo un paso más en su propia propuesta pero uno importante, eso sí, ya que se vislumbra una búsqueda en su suave cambio de rumbo.


© 2015 Conde Draco

Concierto: Deathcrusher Tour (Madrid) 26.11.2015

No fue muy complicado cruzarse en persona con unos amables Jeff Walker o Bill Steer de Carcass, Shane Embury o Mark Greenway de Napalm Death y John Tardy o Terry Butler de Obituary en la sala La Riviera y es que el Deathcrusher Tour nos traía en un mismo cartel, nada más y nada menos, que a Voivod, Napalm Death, Obituary y Carcass (además de Herod, como invitados especiales) para una noche que se antojaba tan extrema como inolvidable. No podíamos menos que sentirnos afortunados, no por haber intercambiado un par de palabras con los músicos, sino por poder ser testigos de una de esas giras que raramente pasan por nuestro país. Si no mal recuerdo, Carcass tan sólo han tocado dos veces en Madrid, siendo la última hace la friolera de veintitrés años, algo inexplicable si tenemos en cuenta su actual estado de forma tras su regreso con el sólido "Surgical Steel" (2013) pero es que los ingleses parecieron hibernar tras el magnífico "Swansong" de (1996) protagonizando tan sólo algunas contadas giras en ese enorme lapso de tiempo. Lo que para muchos habría significado el certificado de muerte, para Carcass han sido tan sólo unas largas vacaciones en las que, a pesar de la marcha de Michael Amott (algo que, por supuesto, no les ha afectado en absoluto al binomio formado por Walker y Steer), nada parece haber cambiado y desde la peculiar estampa de Steer sobre el escenario (siempre me ha resultado gracioso que tanto su pose como su estética no puedan estar cardinalmente más alejadas del estilo que practican) o el timbre de Walker -y, más en concreto, su potencia- no se han visto mermados por el paso de los años. 

Por otra parte, los compañeros de gira no podían ser más acertados. Los siempre correctos Voivod con Denis Bélanger al frente son toda una garantía en directo, Obituary son otra de esas bandas que están atravesando un momento dulce con el potente "Inked In Blood" (2014) que llevan ya año y medio presentando en directo por los escenarios de medio mundo y de Napalm Death sólo podemos decir que nunca se habían ido y nuestra tercera ocasión de verles sobre las tablas no sería para nada una decepción sino, todo lo contrario, un placer. La sala La Riviera no es el mejor lugar para un concierto de estas características y no nos hartaremos de repetirlo pero la capital no ofrece otras alternativas mucho mejores con aforo similar, con la balconada cerrada y la pista llena a tres cuartos de su capacidad, el sonido fue todo lo digno que se podría esperar y la visibilidad razonablemente buena debido a la comedida entrada. Es el signo de nuestros tiempos, en internet uno no alcanza a leer todos los comentarios positivos sobre Carcass u Obituary, las suplicas a los promotores locales y las redes sociales hirviendo de gente que clama por este tipo de carteles compartidos en nuestro país pero, sin embargo, cuando llega el día del concierto la entrada no deja de resultar del todo decepcionante. ¿Dónde se han metido todos esos que supiraban por ver, de nuevo, a Carcass sobre un escenario y, para colmo, compartiendo escenario con Obituary, Napalm Death y Voivod?


Setlist de Voivod: Ripping Headaches/Tribal Convictions/ Kluskap O’Kom/ Chaosmöngers/ The Prow/ Overreaction/ Forever Mountain/ Voivod/   

Voivod saltaron al escenario todavía con poco público y abrieron fuego con "Ripping Headaches" con Bélanger animando a las primeras filas y Mongrain y Laroche derrochando energía. Langevin y su introducción a la batería, secundada por el bajo de Laroche nos llevaron a "Tribal Convictions" como la rapidísima y thrashera "Kluskap O’Kom" logró que surgiesen los primeros empujones y saltos en la pista pero la sorpresa vino cuando en "The Prow" se subió al escenario el propio Jeff Walker y se desató la locura cuando comenzó a tocar el bajo, "Forever Mountain" y el clásico indiscutible que es "Voivod" cerraron su actuación con todos sonrientes y los roadies desmontando rápidamente para que Napalm Death hiciesen acto de aparición. Algo a resaltar de la noche, al margen de las bandas, fue la rapidez del equipo técnico y la puntualidad con la que cada banda abordó el escenario, ni un sólo retraso, todo funcionó como un reloj. Hacía dos años que no veía a Voivod en directo, aquella vez fueron Jason Newsted y Phil Anselmo los que se subieron al escenario con ellos, y siempre tengo la sensación de que el tiempo no ha pasado por ellos pero también el amargo convencimiento de que podrían estar mucho más arriba, haber tenido un poquito más de suerte y reconocimiento, aún así Bélanger dio toda una lección de cómo levantar a la gente y calentar la sala con su buena dosis de energía.

Setlist de Napalm Death: Apex Predator – Easy Meat/ Silence Is Deafening/ On the Brink of Extinction/ Smash a Single Digit/ Timeless Flogging/ How the Years Condemn/ Scum/ Life?/ The Kill/ Deceiver/ You Suffer/ Cesspits/ Nazi Punks Fuck Off/ Unchallenged Hate/ Suffer The Children/ Siege of Power/ 

Napalm Death, sin embargo, salieron de manera muy natural, sin darse demasiada importancia, con Mark "Barney" Greenway en una estupenda forma, ya recuperado, y el carismático Shane Embury sonriente. Con "Apex Predator – Easy Meat" (2015) aún caliente, fue con su tema homónimo con el que precisamente abrieron la velada a modo de intro, Barney no paró ni un segundo de moverse, concentrado y cantando, a medio camino entre el baile o el descoyuntamiento, entre un personaje de Hanna-Barbera o Jim Carrey (curioso descubrir que el actor cómico es uno de los mayores fans de la banda) en esa forma tan peculiar que tiene de actuar. "On the Brink of Extinction" o "Smash a Single Digit" cayeron como un torbellino mientras Danny Herrera sudaba lo suyo tras la batería y John Cooke hacía las rítmicas y apoyaba a Barney en las voces. "How the Years Condemn" y la mítica "Scum" nos golpearon con su inmediatez mientras la versión de los Dead Kennedys, "Nazi Punks Fuck Off", ponía algo de calma (si es que así se puede tomar un himno tan cafre) a un repertorio explosivo e impredecible que cerró con los clásicos "Suffer The Children" y "Siege of Power" a modo de guinda y haciendo sudar la camiseta a todo aquel que se hubiese resistido durante la media hora larga de actuación de los de Meriden.


Setlist de Obituary: Redneck Stomp/ Centuries of Lies/ Visions in My Head/ Intoxicated/ Bloodsoaked/ Dying/ Find the Arise/ ‘Til Death/ Don’t Care/ Slowly We Rot/ 

Los de John y Donald Tardy nos dieron lo que veníamos buscando, una buena dosis de death metal, acompañados de Kenny Andrews a la guitarra principal, ayudando a Trevor Peres, y Terry Butler al bajo, Nos llevaron de viaje al 2005 y su "Frozen In Time" con "Redneck Stomp", que sirvió de introducción para la entrada de John Tardy y, de ahí, a la rapida "Centuries of Lies" de su "Inked In Blood" (2014) con Donald golpeando los parches como si fuese el Apocalipsis. "Intoxicated" y "Bloodsoaked", ambas de "Slowly We Rot" (1989) cayeron como una losa, como si el tiempo no hubiese pasado por ellas, como la ametralladora que fue "Dying" ("Cause Of Death", 1990) y la brutal "Find The Arise", también de su trabajo del 90, con Donald forzándose hasta lo imposible. "‘Til Death" de su debut o la desquiciada "Don’t Care" de "World Demise" (1994) nos condujeron hacia el obvio e inevitable final con la coreada "Slowly We Rot", un mar de púas y el incomrpesible rictus circunspecto de Terry Butler, algo que nos sorprende bastante desde que pudimos verle en persona en la pasada edición del Hellfest y, aún más, por el contraste que supone ver a los Tardy disfrutar o a un simpatiquísimo Kenny Andrews saludando a todos los fans con una sonrisa de oreja a oreja. Obituary sonaron como una apisonadora en un concierto corto pero que sirvió a modo de repaso de toda su carrera. 

Setlist de Carcass: 1985/ Unfit for Human Consumption/ Buried Dreams/ Incarnated Solvent Abuse/ Cadaver Pouch Conveyor System/ This Mortal Coil/ The Granulating Dark Satanic Mills/ Captive Bolt Pistol/ Exhume to Consume/ Reek of Putrefaction/ Keep On Rotting in the Free World/ Corporal Jigsore Quandary/ Mount of Execution/ Heartwork/ Land of Steel/ 

Y llegó el momento de los cabezas de cartel, de los protagonistas absolutos de la noche, Carcass. Una lona con la portada de "Surgical Steel" y la introducción que es "1985" sirvió para que Daniel Wilding se sentase a la batería, Ben Ash se colgase el bajo, la delgada silueta de Bill Steer tomase el escenario y Jeff Walker apareciese y ganasen la partida desde el comienzo con una desbocada "Unfit for Human Consumption". Si la voz de Walker sorprende en estudio por la inevitable conjetura sobre su pacto con el diablo, en directo resulta aún más asombrosa porque conserva toda la fuerza y desgarro. Las guitarras de Steer y Ash se mezclan a la perfección y crean un muro de sonido denso, eléctrico y nervioso, entre el muteado de las rítmicas y los afilados riffs. La primera canción de "Heartwork" (1993) no tardaría en aparecer, "Buried Dreams" irrumpió con su tempo más calmado y ese solo, casi en su tercer minuto, a medio camino entre el hard y el metal, fue sencillamente soberbio. 

Y de viaje a "Necroticism – Descanting the Insalubrious (1991)" con la trepidante "Incarnated Solvent Abuse" que sonó tan brutal como precisa, técnicamente perfecta. A la zaga fueron "Cadaver Pouch Conveyor System" o ese ataque sónico en que se convierte "This Mortal Coil", de nuevo de "Heartwork". "The Granulating Dark Satanic Mills" y su riff de apertura (por el que, seguramente, Kerry King mataría) nos demuestra que las canciones de "Surgical Steel" encajan a la perfección con las del resto de su repertorio más clásico. "Captive Bolt Pistol" o la matadora "Exhume To Consume" de "Symphonies of Sickness" (1989) terminaron de confirmar que Carcass estaban devorando vivos al resto de sus compañeros. 

Para acabar, "Keep On Rotting in the Free World" de "Swansong" (1996) y "Corporal Jigsore Quandary", o la triada final con "Corporal Jigsore Quandary", "Mount of Execution" y, como no, "Heartwork" o "Land of Steel" les hicieron abandonar el escenario con una sonrisa de satisfacción mientras entre el público algunos volvían a encajarse la mandíbula, recogían sus pedazos y otros intentaban recuperar la sensibilidad en las vértebras. Abandonamos la sala con un zumbido en los oídos pero una sonrisa de satisfacción, no sólo por lo que significa haber acudido a este magnífico cartel sino porque rara vez podremos disfrutar de nuevo a estas bandas girando juntas y un estado como el actual. Una noche para recordar...

© 2015 Lord Of Metal

Crítica: Kampfar "Profan"

Si uno escucha con atención la discografía de los noruegos Kampfar, entenderá que, tras la marcha de su guitarrista Thomas, algo cambió en el seno de la banda más allá de la lógica transición en el sonido que conlleva perder a uno de los compositores principales. Y es que con "Mare" (2011), abrieron un nuevo episodio en su carrera, con un álbum que, si bien era el más flojo hasta la fecha, sin embargo, abría drásticamente su sonido al gran público, algo que se confirmó con "Djevelmakt" (2014) y parece encontrar su clímax en "Profan", con el que, para colmo, recuperan la calidad compositiva de álbumes como "Kvass" (2006). Pero es que basta escuchar una canción como "Gloria Ablaze" para saber que es inútil resistirse a uno de los grandes álbumes del género de este año. Un riff rasgado y Ask golpeando sin piedad su batería mientras Dolk (uno de esos artistas plenamente reconocibles, no solamente por su peculiar físico y estética sino por su forma de cantar) maldice, gruñe y se deja la garganta hasta llegar a un estribillo poderoso y adictivo. Es cierto que uno escucha "Profan" y poco queda de "Mellom skogkledde aaser" (1997) o "Fra underverdenen" (1999) y su propuesta negra como el carbón, resultando inmensamente más accesibles los Kampfar actuales, pero esa fácil digestión no debe confundirse precisamente con poca agresividad, accesibilidad a la melodías con una negativa facilidad en las composiciones.

La misma "Profanum" y su vertiginoso riff, sus potentes y ácidas guitarras o el ritmo "castigador" (como decía un amigo mío hace muchísimos años y cuya forma de entender el adjetivo siempre me hizo mucha gracia), nos envuelven, de nuevo, en un tema con todos los ingredientes propios del black pero pasado de revoluciones. "Icons" es un verdadero asalto con toda la artillería noruega y unos coros de ultratumba, a cargo de Ask, mientras Dolk escupe sus versos, uno tras otro. Quizá "Profanum" y "Icons" sean las más ligeras de todo el álbum ya que, pese a las descargas que suponen, basan todo su poder en la melodía mientras "Skavank" es un crisol en el que convergen lo mejor de todo el álbum, la carrera de Kampfar y, sin exagerar, supone un gran avance respecto a un álbum como "Djevelmakt"; siete minutos y medio de constantes cambios de ritmo con fuertes accesos de cólera, alternados con segundos de auténtica desesperación y angustia, procedentes del estómago de Dolk y unas guitarras auténticamente gloriosas, con un fuerte sentimiento épico a cargo de Ole Hartvigsen. Un esfuerzo titánico de los noruegos por avanzar y condensar, a lo largo de sus minutos, todos los ingredientes que han hecho grande al black metal pero con el sabor propio de Kampfar.

"Daimon", su misterioso comienzo a piano y un instrumento como un didgeridoo le confieren un toque místico y ceremonial que pronto se rasga con la aparición de Dolk cabalgando, de nuevo, sobre el frenético ritmo de Ask, por si fuera poco éste vuelve a echar una mano en la segundas voces y el resultado es sencillamente majestuoso. Pero lo mejor de "Daimon", sin duda, son los arreglos de piano en mitad del estribillo, es difícil explicar la textura que logran crear en un subgénero en el que ya creíamos haber escuchado de todo; mientras ahora todo el mundo parece girar la cabeza hacia un instrumento como es el saxo (ignorando que algunos músicos noruegos ya lo mezclaron con maestría hace años) y otros mencionan siempre la misma gracia de Taake con el banjo, Kampfar se han decantado por un suave rumor vodevilesco, unas pocas notas juguetonas, en una canción tan bruta e impredecible como "Daimon", nada de estridencias pero mágica en su resultado.

Pero que ello no nos lleve a engaños y con "Pole in the Ground" serán los propios Kampfar quienes nos recuerden dónde estamos y qué estamos escuchando. Todo un torbellino de mala ralea noruega, con una parte central en la que bajan de revoluciones para dotar a la canción de la justa emoción que necesita con ese piano que antes mencionaba, unas guitarras aullantes y unos arreglos de tono heroico, tan sólo interrumpidos por el "ruidismo" de las cuerdas de Ole rasgadas. Una transición perfecta a, quizá la mejor canción de todo el álbum (rivalizando seriamente con "Gloria Ablaze"), "Tornekratt"; cinco minutos de perfección, agresividad y mala leche blacker, un lujo para los oídos más aguerridos y los amantes del metal noruego bien hecho, con buen gusto y una melodía que te hace balancear la cabeza mientras entornas los ojos y sonríes de satisfacción cuando sientes que todo encaja, que no hay nada forzado.

"Profan" suena cristalino, producido por el propio Ole Hartvigsen y mezclado por Jonas Kjellgren, los únicos defectos que puede albergar son su duración, a pesar de ser cuarenta minutos, siete canciones saben a poco a tenor del gran momento creativo que atraviesan y la excesiva compresión en la mezcla; ese gran mal que azota la música actual y parece cebarse especialmente con el metal de nuestros días. "Profan" es la progresión lógica y natural de "Djevelmakt" y nos confirma a Kampfar como uno de los nuevos (si es que se les puede llamar así) grandes referentes del black metal. 

© 2015 Lord Of Metal

Concierto: Kurt Vile (Madrid) 23.11.2015

SETLIST: Dust Bunnies/ I'm an Outlaw/ Pretty Pimpin/ That's Life, tho (almost hate to say)/ All in a Daze Work/ Stand Inside/ KV Crimes/ Wakin on a Pretty Day/ Jesus Fever/ Wild Imagination/ Freak Train/ Puppet To The Man/ Baby's Arms/ 

El problema es el de siempre; las expectativas, las malditas expectativas y la prensa actual, esa cuyos críticos escriben al peso, con desapasionamiento en la misma noche del espectáculo para rotativas y coinciden invariablemente en su juicio en nueve de cada diez conciertos, discos y películas. Ahora, Kurt Vile es el salvador del rock, el chico que dejó War On Drugs porque era demasiado genial produciendo la mágica escisión -tan manida también en el historia de la musica- con la que tenemos a Granduciel y Vile por separado pero éste último es el maldito, el que merece la pena, mientras Granduciel firma con una multinacional y vende su alma al diablo. Hasta el momento no he conocido ningún álbum de Vile que haya recibido una respuesta abiertamente negativa y, cuando así ha sido, aquel osado periodista que firmaba la crítica solía aligerar la carga por si acaso se estuviese equivocando, el tiempo le quitase la razón y el juicio y fuese el hazmerreír de su profesión. Todos los conciertos de Vile son epopéyicos, inolvidables incluso cuando han zozobrado y el cantautor se ha mostrado lánguido balbuceando. ¡Pobre de aquel que ose decir que, en algún momento, su producción o interpretación no están a la altura porque toda la prensa especializada, además de esa caterva de muchachos desastrados, a la par que esnobs de universidad privada procedentes del indie más auténtico (ése que es capaz de mearse en los Smiths pero, hábilmente, sabe enarbolar dos o tres nombres de la música tradicional norteamericana) caerán con toda su furia!


Y las expectativas, ésas a las que maldecía al inicio de esta humilde crónica, ésas que son las verdaderas culpables de que, cada vez que vea Vile en directo, se me atraganten algunos momentos y me ría por dentro de todos esos que a acuden a verle con verdadera devoción son, sin embargo, las que consiguen lastrar mi experiencia. "b'lieve I'm goin down…" (2015) no es un gran álbum pero sí es lo suficientemente sobresaliente como para que arroje cierta esperanza en el, a veces yermo, panorama independiente, pero no podemos desnortarnos porque es ligeramente inferior a "Wakin on a Pretty Daze" (2013) y "Smoke Ring for My Halo" (2011). Pero, entonces, si su último álbum, "b'lieve I'm goin down…" es, en algunos momentos, genial… ¿cuáles son esas expectativas a las que me refiero? Muy sencillo, esas críticas excesivamente edulcoradas y aduladoras, esas inexplicables comparaciones con un auténtico tótem como Neil Young, esa absoluta mitificación de su vida privada en la que tenemos que aceptar su carácter tímido y desastroso, su constantes vaivenes anímicos o su paso por todo tipo de trabajos penosos para ensalzar su obra y cumplir los tópicos del artista torturado, ligeramente damnificado, ultrasensible y underground, el constante infle de su pathos como si fuese un balón de playa en el que cada crítico sopla un poquito para lograr el fenómeno. 


De las dos veces que he podido ver a Vile en directo, en ninguna he sentido estar viendo a un jovencito Neil Young, ni siquiera un ápice de la desastrosa decadencia de un álbum como "Tonight's the Night" (1973), nada del Young más acústico o el más épico, de aquel que monta un "caballo loco" mientras aporrea su avejentada Les Paul Old Black,  del cocainómano que sopla su armónica y no, The Violators no son Crazy Horse, les faltan vatios, cojones, energía, sabor y oficio. He visto a un sexagenario Young en directo y todavía devora crudo a un treintañero como Vile. Pero que nadie se piense que la comparación que más me duele es la de Young, tampoco he visto a Elliott Smith en el "figerpicking" del de Philadelphia, la fría sensibilidad de José González, ni al Beck de K Records o el piscis ultrasensible de Cobain y no,  tampoco a Granduciel. Y es que, cada vez es más común que no aceptemos a los artistas tal y como son, que queramos engrandecerles comparándoles con otros, haciendo creer al resto que son el relevo generacional de esa delantera mítica que sigue sin relevo.


Kurt Vile es un gran compositor, con una voz arrastrada deliciosa y original en su forma de entender la guitarra, ésa que -a veces- sigue incluso tocando cuando el técnico se la ha arrebatado, esa Jaguar que se descuelga cuando la canción está lejos del último compás y esas acústicas que tan pronto rasga con desgana como acaricia con sus dedos pero NO, no es Neil Young, Dylan, Petty, Reed o Elliott Smith y ni falta que tampoco le hace. Segunda noche en la Sala Penélope en poco más de un año y la magnífica "Dust Bunnies" de su último álbum abriendo la velada. Suena bien y The Violators cumplen a la perfección, Vile armado con su Fender Jaguar sunburst. En "I'm an Outlaw" se colgará el banjo y nos llevará al medio oeste de su mano mientras que la obvia y facilona "Pretty Pimpin" pone a cantar a todos los chavales.


Ese "fingerpicking" que mencionaba hace aparición en " That's Life, tho (almost hate to say)" que junto a "All in a Daze Work" marcarán un ligero bajón anímico en el público que muchos califican como  "momento íntimo" pero suele ser el verdadero asesino de la mayoría de los conciertos. Y no será hasta "KV Crimes", tras una aún más calmada "Stand Inside", que Vile levantará el ánimo del respetable y el vuelo de su propio concierto con su medio tiempo. "Wakin on a Pretty Day" y su slide o la saltarina "Jesus Fever" nos salvan de ese tedio en el que nos habíamos sumergido pero "Wild Imagination" vuelve a quebrar el concierto. Es bonita y su estribillo me gusta pero basta escucharla para entender, e imposible rebatir, que no es la canción más adecuada para una noche en la que la gente, quizá por el momento actual que estamos viviendo tras lo ocurrido en París, estaba deseando desbocarse un poquito como así ocurrió en "Freak Train" con Trbovich soplando como un energúmeno su saxo que, muy a mi pesar, no llegó a sonar todo lo alto que debiera siendo completamente tapado por la traquetante batería y el Wah del propio Vile. Tras ella, la sorpresa de "Puppet To The Man" (una canción que me encanta pero, visto lo visto, prefiero en estudio) o la indispensable y enternecedora para un padre primerizo como Vile, "Baby's Arms", que a los demás nos sabe a poco para rematar un concierto y engrandecer su supuesta leyenda cuando al volver a casa nosotros no tenemos pañales que cambiar.

Un concierto correcto, para nada histórico. Con algún momento genial y otros francamente aburridos, con Vile cantando con más claridad y volumen pero con un innecesario "reverb" que, en algunas ocasiones, parecía que estuviésemos en una cueva y no un concierto en una sala minúscula a medio llenar. Volveré a repetir con Vile, claro que sí pero no, no se parece a nadie que conozcamos, es tan sólo él mismo, con más luces que sombras respecto a anteriores visitas y, eso sí, más entradas vendidas... 


© 2015 Mick Brisgau