Que quede bien claro que de los tres capitanes de navío que menciona Nick Mason en su magnifico libro "Inside Out: A Personal History of Pink Floyd" siempre he sido más de Ahab. Las extrañas visiones y quimeras de Syd Barrett siempre me han resultado ajenas y, aunque atractivas, nunca me terminaron de tocar la fibra y de los restos del naufragio y la ascensión del marinero de primera, David Gilmour, a maestro y comandante para llegar a tierra tras el éxito de "The Wall" (1979) y sus descartes en "The Final Cut" (1983) sólo podré decir que admiro al guitarrista y su forma de tocar, que tiene una voz preciosa pero le falta nervio y empuje. Es por eso que siempre he sido más de Waters, ese Ahab violento y agresivo, dictador y aguerrido, cabrón con personalidad que lleno de heridas y frustraciones decide exorcizarlas mediante la música construyendo un muro para protegerse y, una vez superado, derribarlo. A él le debemos los mejores y más virulentos años de Pink Floyd, los más siniestros y oscuros, los más sexuales, políticos, violentos y, por ende, comerciales del grupo. Pero tanto poder ante la pasividad de sus tres compañeros (Gilmour en dique seco creativo, Nick de árbitro y Richard asalariado y navegando con su familia por el Mediterráneo) no le vino bien a Waters que siempre, digan lo que digan, necesita y necesitará la otra cara de la moneda para tener algo de mesura y llegar a la perfección (que se lo digan a cualquiera de los binomios competitivos más famosos de la historia del rock; de Lennon y McCartney o Jagger y Richards) a la que nunca ha llegado ni en su irregular carrera en solitario ni con el fallido "The Final Cut" y así ocurrió lo que tenía que ocurrir; ante el hecho de no concebir su carrera en solitario bajo la sombra de Pink Floyd, decide dar por muerto y hundir al grupo en las profundidades del océano sin saber que el resto de la tripulación -esos tres marineros que hacían lo que su capitán quería en todo momento- quería continuar sus aventuras como trío, algo que sólo trajo problemas legales, amenazas, peleas, juicios y un sinfín de abogados cuando David Gilmour despertó y se dio cuenta de que Pink Floyd eran también Wright, Mason y él mismo por derecho propio, no sólo Waters.
Por desgracia, y como seguidor de Ahab, para mí Pink Floyd murieron en 1985 con la salida de Waters, claro que "A Momentary Lapse Of Reason" (1987) o "The Division Bell" (1994) tienen grandes momentos y en directo seguían funcionando pero el genio, la actitud, la dureza de Waters gritando en el escenario a los músicos, su nerviosa forma de tocar el bajo y su personalidad en las canciones hacen que me resulte imposible no admitir que los discos de Floyd como trío son blandos y, en ocasiones, faltos de contenido o unidad. Pero que nadie se piense que los de Waters en solitario son mucho mejor, a Ahab le faltaba Gilmour, le faltaba el contrapunto de estar en un grupo y tener que luchar -que imponerse en una democracia- en solitario campaba a sus anchas con una corte de súbditos que le decían a todo que sí y así ocurre con sus álbumes; autocomplacientes con algún que otro destello pero igualmente fallidos (aquí Gilmour le gana la partida, cosas del mar). Por eso, tras veinte años de silencio, me resultó irónico y hasta un poquito hipócrita que Gilmour -para el que pesa tantísimo el nombre de Pink Floyd- decidiese resucitar al grupo con "The Endless River" con la excusa de rendir homenaje a su compañero, Richard Wright. Éste había sido ninguneado en las sesiones de grabación de "The Wall" y seguramente mucho antes en la intimidad de la banda, siendo despedido para, posteriormente, ser contratado como músico de acompañamiento en la gira. Lo que en un principio podría resultar una humillación terminó del revés para Waters cuando el teclista fue el único en percibir su salario tras las escasas representaciones de "The Wall" en directo y, al no ser socio, no tuvo pérdidas por el carísimo montaje como sí les ocurrió a Waters, Gilmour y Mason. Personalmente siempre he visto a Wright como un genio humilde, alguien que no le da importancia al trabajo que hacía y que, sin embargo, es fácilmente reconocible nada más pinchar un disco en el que él toque. Lo curioso es que años después, cuando ya Pink Floyd eran trío, parece ser que en la sociedad nunca llegó a entrar Wright y así fue de hecho para facilitar los procesos legales entre Waters y el resto de los Floyd. De ahí que me pareciera hipócrita la actitud de Gilmour con "The Endless River" pero me faltaba una pieza del puzzle que entendí mientras paladeaba "The Endless River"...
Pink Floyd son grandes músicos, historia del rock, iconos, mitos para nosotros; el gran público, pero en realidad son personas; sienten, padecen, sufren y sobretodo envejecen y a estas alturas de la película no tengo duda alguna de lo mucho que tuvieron que sufrir Gilmour, Mason y -sí, también- Waters con la pérdida de un compañero con el que han pasado tantísimos años juntos. Es la primera vez que yo recuerde que Waters mantiene la boca cerrada ante el lanzamiento de nuevo material y, aunque posteriormente haya hecho algún comentario porque le supera ver a su propio grupo sin él, nada que ver con lo que habría soltado por la boca hace dos décadas. Para mí la cosa es muy sencilla, "The Endless River" supone una finísima coda y elegante despedida para un grupo como Pink Floyd. Si "The Division Bell" trataba sobre los problemas de comunicación, "The Endless River" (curiosamente, alfabéticamente se ordenan consecutivos), trata sobre las palabras que no se dijeron, los momentos que se compartieron y el largo viaje por el río sin retorno que supone el camino hacia la muerte y por el que los miembros de Pink Floyd y todos nosotros terminaremos haciendo, la portada es obra del artista egipcio Ahmed Emad Eldin y supone la cuarta en la historia del grupo que lógicamente no pertenece a Thorgerson, fallecido en el 2013. El título está tomado de la canción que cerraba "The Division Bell", "High Hopes" (de la cual también se tomó el nombre del álbum del 94; "Our thoughts strayed constantly and without boundary The ringing of the division bell had begun") que dice "The nights of wonder with friends surrounded. The dawn mist glowing. The water flowing. The endless river, forever and ever" que narraba la historia de la banda (con sus buenos y malos momentos) además de unirse con "See Emily Play" cerrando el círculo de manera maravillosa.
Si algo aprendí en la carrera fue a juzgar una obra por su contexto y el problema de las críticas negativas a "The Endless River" es porque lo evalúan como el que pesa fruta en el mercado (por un lado, el problema es de Gilmour/ Mason por compartir con una masa de borregos algo tan íntimo y sensible como el homenaje a su amigo, cáptese e la ironía). Es absurdo evaluar "The Endless River" y compararlo con "The Dark Side Of The Moon" (1973), "Wish You Were Here" (1975), "Animals" (1977) o "The Wall" (1979) ya que incluso podría tener más que ver con "Meddle" (1971) u “Obscured by Clouds” (1972). Pink Floyd ya hizo todo lo que tenía que hacer, demostró todo lo que tenía que demostrar y eso no es malo pero es de idiotas esperar que ahora volviesen a hacer algo remotamente parecido a lo logrado en los setenta y más teniendo en cuenta las aguas en las que se ha hervido este sentido homenaje; material sobrante de las sesiones de "The Division Bell", esa cantidad ingente de metraje del que ya Mason advirtió que podrían sacar otro disco, aquel que llamaban sarcásticamente "The Big Spliff". Pero decir sobrante para muchos equivale a "sobra" o "desecho" y nada más cerca de la realidad si tenemos en cuenta el nada democrático sistema de votaciones para determinar qué temas darían forma definitiva a "The Division Bell" en el que Wright siempre votaba con un diez sus propias canciones y Gilmour y Mason tuvieron que idear otra forma de selección a más de noventa horas de grabación según Manzanera.
Es por eso que Gilmour contactó con el ex-Roxy Music Phil Manzanera para producir el disco que, asustado al principio, se lanzó a seleccionar material tras una selección previa del propio Gilmour, después de veinte horas de grabaciones Manzanera con la ayuda de Youth, Andy Jackson, Damon Iddins como ingeniero, Gilmour y Mason acertó con la unidad para concebir finalmente el disco como cuatro suites y seguir trabajando con el resto de músicos (Ezrin y el yerno de Wright y viejo conocido del grupo al bajo, Guy Pratt, además de Durga McBroom, Sarah Brown y Louis Marshall a los coros) y el proceso de posproducción hasta una semana antes del lanzamiento definitivo. El 5 de julio del 2014, la mujer de Gilmour, Polly Samson, soltaba el bombazo a través de Twitter, además Polly sería la autora de las letras de la única canción no instrumental del disco; "Louder Than Words". Según Gilmour no habrá continuación como Pink Floyd aunque admite que hay muchísimo material inédito de Wright que algún día verá la luz y que "The Endless River" no supone lo mejor ni la totalidad de "The Big Spliff", para Mason el final no está tan claro y parece ser que los tres están de acuerdo en remasterizar discos como "Animals" e incluso publicar material inédito.
Referirse a "The Endless River" como un disco de relax o compararlo a la colaboración de Gilmour con The Orb, la carrera en solitario del guitarrista o cualquier otra obra de Floyd es inútil. "The Endless River" se abre con una introducción mágica "Things Left Unsaid" basada en el sintetizador de Wright y voces pregrabadas que desembocan en "It's What We Do" tras una transición hecha con un overdub, ecos de "Shine On Your Crazy Diamond" con un Hammond mágico y una guitarra, la de Gilmour, que se despereza como un amanecer envuelta en el sintetizador ya clásico del grupo, simplemente perfecta. Y de nuevo una transición maestra entre "It's That We Do" y "Ebb And Flow" (cuya única pega es lo corta que resulta y lo bien que entra el experimento de Wright con el Farfisa).
La segunda suite quizá sea mi favorita, el comienzo de "Sum" es poderoso, un "in crescendo" delicioso en el que domina de nuevo el sintetizador de Wright pero también el slide de Gilmour mientras Mason parece que va a arrancarse como, en efecto, ocurre en la jazzy "Skins" que recuerda levemente a los ambientes de "Meddle", solo de batería para Mason y enlace con "Unsung"que sirve como visagra de "Anisina" no sin antes hacernos entrar en cierta tensión gracias a los arreglos de cuerda, el sintetizador de nuevo y los acordes del propio Wright. "Anisina" es un medio tiempo, hermano de "Louder Than Words", bello tema instrumental con un saxo bonito que hace volar la canción aunque en la mezcla esté demasiado alto, casi al mismo volumen que la guitarra de Gilmour, los coros le añaden emoción.
La tercera suite se abre con "The Lost Art Of Conversation" y es inevitable pensar lo poco y mal que nos comunicamos como especie y los problemas que esto generó en el seno del grupo. Gilmour no es una persona muy habladora pero odia cuando alguien dice el tópico de que, como músico, se expresa mucho mejor con su guitarra que con sus labios porque lo que realmente frustra a Gilmour, según ha dicho en más de una ocasión, es no encontrar las palabras adecuadas para cada momento y de ahí que desde "The Division Bell", Polly Samson sea quien le ayude con las letras de sus canciones. No deja de ser una introducción a la segunda parte del disco, de corte clásico, como llave para "On Noddle Street", una de mis favoritas por su ambiente nocturno, procedente de las grabaciones en los Olympic, me recuerda muchísimo a "What Do You Want From Me", es más, os desvelaré un secreto; podéis cantar una canción sobre la otra. "Night Light" sigue sonando muchísimo a "Shine On Your Crazy Diamond" y me gusta porque Wright era un excelente creador de texturas para que Gilmour navegase sobre ellas con su guitarra. "Allons-Y (1)" es espléndida, una de las mejores del álbum, podría encajar perfectamente en "The Wall" y suena como "Run Like Hell", sencillamente espectacular. El Hammond de Wright domina "Autumn '68" de una manera excepcional, como si fuese una Fuga de Bach, la guitarra de Gilmour derrocha elegancia y retornamos a "Allons-Y (2)" que simplemente es el "reprise" de la primera parte, en la que David suelta aún más electricidad de sus Fender y se podría entender como un tema partido por "Autumn '68". Mientras que la curiosidad de "Talkin' Hawkin'" se antoja perfecta para cerrar la tercera cara del disco, no es más que una continuación de "Keep Talkin'" pero, sin embargo, no encuentro mejor cierre a la tercera suite; "Speech has allowed the communication of ideas, enabling human beings to work together to build the impossible. Mankind's greatest achievements have come about by talking. Our greatest hopes could become reality in the future, with the technology at our disposal, the possibilities are unbounded. All we need to do is make sure we keep talking…"
La cuarta suite tiene un sonido familiar, la canción se llama "Calling" y resuena apabullante recordando a Vangelis, ¿quién no ha pensado inmediatamente en "Blade Runner" al escucharla? Mientras que "Eyes To Pearls" se construye sobre el riff de Gilmour que podría guardar cierta similitud sonora con "Have A Cigar" tocada por Ry Cooder (deformación propia de fan) a pesar de tener efectos propios de "One Of These Days" de "Meddle". "Surfacing" es puro "sonido Floyd" con esa acústica y el slide sobre ella haciéndose acompañar de los magníficos coros, pero demasiado corta. ¿Por qué, Dave, por qué no has querido que Polly ponga letra a todas estas pequeñas obras maestras y, en vez de piezas, llamarlas canciones por derecho propio? Y el cierre con "Louder Than Words" con una letra emotiva y sentida, quizá la más evidente para cantar pero ni de lejos la mejor del conjunto, aún así el estribillo se pega y se contagia.
Para acabar, "TBS9" con los teclados de Wright en primerísimo primer plano y una joya "TBS14", ambas canciones parecen borradores, maquetas, esbozos que podrían haberse convertido en grandes canciones con un poco más de trabajo en el Astoria, ese luminoso estudio flotante en el que David disfruta trabajando. Por último, "Nervana" una canción basada en el musculoso riff de Gilmour, la más dura del conjunto, sólida como una roca cuando se unen la batería, el bajo y los teclados y con un solo excepcional.
Pero no podría despedirme de esta crítica sin antes no apuntar a todas esas webs y revistas de crítica supuestamente especializadas que del error de un conocido periodista musical en su columna han hecho una historia: la anécdota de los buzos bajo el caso del barco Astoria de Gilmour para captar las grabaciones del último disco de los Floyd fue de "A Momentary Lapse Of Reason" del 87 no como ellos dicen, siete años más tarde, de "The Division Bell", no lo digo yo, lo dice Nick Mason en "Inside Out", página 212. Ahora disfrutad de "The Endless River" ubicándolo en su contexto, no todos los días Pink Floyd publica disco y nosotros somos tan afortunados de escucharlo, otros veinte años se antojan demasiado...
© 2014 Jim Tonic