El problema con Jack White no es su música, no son sus ideas; el problema de Jack White es él mismo y el absurdo personaje que se ha creado a medio hornear entre Sam de la película “Benny & Joon” y un anacrónico bluesman de medio pelo en nuestro siglo intentando parecer lo más auténtico posible. De él podría mencionar algunas de las cosas por las que Jack White no deja indiferente y no es precisamente por esa idiosincrasia asociada a la genialidad: su técnica a la guitarra es desastrosa y ni siquiera esa búsqueda particular de su propio estilo le hace ser reconocible al oyente (basta escucharle en directo o incluso en el reportaje “It Might Get Loud” ante Jimi Page o The Edge -no siendo éste último tampoco un virtuoso sino más bien un ratón de estudio con sus mil efectos y su olfato para encontrar texturas- para darse cuenta de que White es mediocre con las seis cuerdas y ni siquiera cuando defiende las guitarras de bajo precio y materiales alternativos como la fibra de vidrio o el plástico en modelos retro y esa lucha con el instrumento basada en aporrearle, pisotearle, estrellarle contra el suelo o añadirle a una Gretsch un innecesario cut-away trasero para un micrófono de armónica, resulta creíble), su capacidad para componer es inversamente proporcional a la calidad de sus canciones y letras a tenor de su incontinencia y resultados desiguales desde “Get Behind Me Satan” (2005), su voz es característica pero no transmite y ni siquiera es capaz de llegar a los tonos de sus propias canciones y modularla (que alguien le escuche en directo defender sus últimos temas, hacer versiones o mantener el tipo ante los ya supuestos clásicos de los Stripes) y su desafortunada guerra constante con The Black Keys, en la cual siempre sale trasquilado tras el pasotismo y las risas de Auerbach y Carney. Pero, por el contrario, también hay que defender sus virtudes: su capacidad de trabajo y su don de la oportunidad, su oportunismo para saber rodearse de respetables compañeros que le revisten y, por qué no, gancho a la hora de componer riff resultones que ya no inolvidables.
Pero también causa cierta tristeza lo pueril de una propuesta tan buscada y artificial. Si con Meg en los White Stripes, lo suyo era el rock de garaje y los colores rojo, blanco y negro, en su nueva aventura es la música de raíces norteamericana (esa supuesta mezcla entre blues, soul y folk) y los colores el azul y el negro, toda una declaración de principios, claro que sí, Jack...
Y así ocurre, la expectación generada con “Blunderbuss” no es la de “Lazaretto” pero White sí que supo aprovechar el Record Store Day; consiguiendo algo de publicidad con la grabación del último álbum de Neil Young, además de dar el doble salto mortal grabando su propio single y poniéndolo a la venta en el mismo día, en apenas cuatro horas, y filtrarse “mágicamente” este “Lazaretto” mucho antes de la fecha de publicación en su propio sello, Third Man Records. Tras escuchar “High Ball Stepper” y hacer todo tipo de cábalas sobre el nuevo álbum, resulta que “Lazaretto” adolece de la unidad de “Blunderbuss” y se conforma como un pastiche de canciones, variado e incluyendo algún que otro retazo folk y suave aderezo electrónico, pero poco más que un conjunto deslavazado y carente de unidad. A la pregunta de si White sería capaz de mantener el tipo en su segundo disco (que no es tal para un artista como él), la respuesta es no.
La enérgica “Three Women” es sólo un espejismo de jazz y fusión, de rock y experimentación sin complejos, de buen sentido de humor con un piano delicioso y una letra simpática y juguetona, como la propia “Lazaretto” y ese fuzz que continúa por esa senda abierta en la cual la referencia al rock setentero es inevitable, una buena melodía con cierta frescura y en la cual podemos intuir que White ha evolucionado desde “Blunderbuss” , con un solo que es pura herencia de Zeppelin y cierto toque electrónico, hasta “Temporary Ground” y el insospechado influjo de Crosby, Stills, Nash & Young que, aunque comparta el afilado y nasal timbre con Young, es incapaz de alcanzar las melodías del cuarteto en una voz como la suya a pesar de la ayuda de Ruby Amarfu y los deliciosos arreglos de cuerda que la acercan incluso a la época de Dylan y Baez con Scarlet Rivera.
Pero no hay por qué alarmarse porque White no intenta emular tampoco a Pecknold y en ‘Would you fight for my love?’ retorna al rock más aguerrido y sombrío con sus constantes y tormentosas sacudidas. La que fue el adelanto, “High Ball Stepper” es poco menos que la visagra de “Lazaretto” y no es nada significativa del álbum, a pesar de la concatenación de riffs y buenas ideas, me sorprende que haya servido de aperitivo. “Just One Drink” tira de Parsons sin éxito para acabar en una “Alone In My Home” demasiado complaciente para un artista tan “auténtico” como White y una melodía tan inocente como inofensiva. “Entitlement” confirma el cambio respecto a “Blunderbuss” y la aparente comodidad del de Detroit ante los colores acústicos, como ejercicio es notable, como canción es menor y carente de gancho, el piano vuelve a ser lo mejor del tema (excelente cantera de músicos de la que ha tirado White en el disco). “That Black Cat Licorize” sube el nivel de “Lazaretto” y nos hace creer que la energía no se ha disipado del todo en la segunda parte del disco pero la nadería que es “I Think I Found the Culprit” y la sosa despedida con “Want And Able” hacen descender el álbum a los abismos de la intranscendencia y el tedio, además de bajarle la nota media.
Un disco polémico por su cariz y su falta de objetivo que algunos ven como inconformismo musical y constante búsqueda de nuevos horizontes. Donde otros ven indulgencia y experimentación sólo se vislumbra falta de rumbo, donde muchos ven continuidad y coherencia, sólo se ven escasez de ideas para un álbum que ni confirmará a White como uno de los grandes músicos de nuestra época, ni como el charlatán por el que muchos de sus detractores claman. Ni azúl, ni rojo, ni frío, ni calor, con buenas ideas pero prescindible y puramente transicional. Deja frío, muy frío, como los azules de la portada.
© 2014 Conde Draco