Me preocupa en exceso esa afición por lo antiguo, por lo vintage, como declaración de principios. Es algo así como prescindir de un mechero y encenderte un cigarrillo con un pedernal pero no porque sepa mejor sino por el mero hecho del encanto de lo auténtico. Ahora hay cientos de músicos y millones de aficionados que vuelven al vinilo porque suena mejor (pero esos mismos vinilos vienen con códigos de descarga para que te bajes las canciones a tu reproductor digital de ultimísima generación y mucha de la gente que compra esos discos ni siquiera tiene plato), que compran carisísimas guitarras “relicadas” (envejecidas artificialmente) porque suenan, según ellos, mejor (claro, porque lo que las hace sonar así es el arañazo o el desgaste en la pintura y no la electrónica o la madera) y profesionales que prefieren grabar por la vía analógica (aunque luego mezclen y mastericen con medio digitales) y presumir de auténticos. Neil Young no tiene esa necesidad, es un genio y amo sus canciones pero, si poco entiendo su cruzada contra los nuevos formatos, menos entiendo su relación con Jack White. Resulta que después de “Americana”, Young decide grabar su nuevo disco de versiones en una cabina Voice o-Graph de 1947, reformada por el propio White y situada en la tienda de Third Man Records en Nashville, Tennessee, con motivo del Record Store Day, Reprise Records, lanzándolo por sorpresa. Pero es que para Neil, “Hay algo que sucede con un micrófono, cuando todo el mundo canta con el mismo. Nunca llegué a hacerlo en su momento y me doy cuenta que suena como un disco de los viejos. ¡Y me gusta ese sonido, siempre me ha gustado eso!”
Para todo aquel que no lo sepa, este tipo de cabinas eran muy comunes en Estados Unidos y que muchos soldados empleaban para mandar mensajes de voz a sus seres queridos y algunos músicos grabar una canción pero que, a estas alturas, Neil decida grabar con un micrófono Mono, acompañado de su guitarra y armónica, versiones de otros artistas a canción por vinilo de seis pulgadas y luego termine compilado en un LP (una incomprensible en CD y una edición deluxe con dos discos de vinilo de doce pulgadas, siete discos de vinilo de seis pulgadas, un CD, un DVD y un libro de 32 páginas. ¡Viva lo vintage y exclusivo!) no deja de ser algo tan extraño como para no ser entendido como otra cosa que una experiencia en sí misma (con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva, como lo ocurrido con “Le Noise”, 2010) y así lo ve el propio Neil; “una de las experiencias más low-tech que he tenido”
Hay que reconocer que como experimento es interesante y siempre es de agradecer escuchar algo nuevo del canadiense porque, entre otras cosas, está en un excelente estado creativo como ha demostrado con “Psychedelic Pill” (2012), que el comienzo es tan simpático como original para situarnos en un álbum así, “A Letter Home Intro” abre el disco como si Neil llamase, como si dedicase unas palabras a su madre y, poco después, acometer una versión de “Changes” de Phil Ochs pero la calidad del sonido es pobre, algo que lastra su escucha aún teniendo en cuenta que es algo buscado en esta grabación. “Girl from the North Country” suena frágil y emotiva en la voz de Young, alejada del encanto folkie de Dylan y alcanzando la emoción propia de Young pero, como en “Needle of Death” o la enorme “Early Morning Rain”, la ínfima calidad de la grabación y a veces lo artificial de ésta, me impiden disfrutar de un disco que seguramente no habría tenido la repercusión si no fuese por la particularidad de la grabación. Willie Nelson suena a gloria cuando Young canta “Crazy” (no menos que “On The Road Again”), revisita a Gordon Lightfoot con éxito y su “If You Could Read My Mind” para llegar a Ivory Joe Hunter en “Since I Met You Baby” pero la gran sorpresa es la versión de Springsteen de su “My Hometown” que Neil Young hace completamente suya sin que pierda el encanto de la original. Para terminar, y como colofón, “I Wonder If I Care As Much” de los Everly Brothers como broche de oro.
Con este disco me debato entre la alabanza y el improperio. Adoro la música de Neil Young, la colección de canciones elegida es deliciosa y su interpretación intensa y a la vez delicada y sensible, pero la forzada impostura del proyecto, el horrorosamente sonido logrado de manera innecesaria a la fuerza, además de la inmerecida publicidad a Jack White parecen advertirme que lo que para Young es un capricho y para White currículum, para mí no deja de ser una curiosidad que poco o nada tiene que hacer al lado de los otros discos del cantautor y cuyo ámbito de relevancia se ciñe únicamente a los completistas de su obra. Agradable pero forzado, interesante pero prescindible.
© 2014 J.Cano