SETLIST: Trains/ Luminol/ Postcards/ The Holy Drinker/ Drive Home/ Nueva canción/ The Watchmaker/ Index/ Sectarian/ Harmony Korine/ Raider II/ The Raven That Refused to Sing/ Happy Returns/ Radioactive Toy/
Me gustaría saber qué ha ocurrido desde que, hace trece años, me comprase "Lightbulb Sun" y tres años más tarde asistiese estupefacto a un concierto de Porcupine Tree en la simpática sala Caracol de Madrid con una entrada de diez o quince personas apoyadas sobre la tarima del escenario y una repercusión inexistente para ahora llenar un auditorio y tener a toda la gente entregada, justo ahora que ha publicado "The Raven that Refused to Sing (and other stories)" que, aún siendo un gran disco lleno de buenísimas canciones, no es representativo de su mejor momento. ¿Pero qué es lo que ha ocurrido? Muchos dirán que es cuestión de su duro trabajo (que también) pero eso sería obviar los diez años anteriores a esa visita que digo y después ha vuelto a pasar por España y salas de mediano aforo que sí logró llenar o un festival en el que fue ignorado por gran parte de la audiencia (ya que su estilo poco o nada tenía que ver con el Metal que reinaba en aquellas jornadas), ¿pero qué es lo que ha ocurrido para que gente que hace un tiempo le ignoraba, haya llegado a su música y ahora se levante para aplaudir tras cada canción con fervor casi religioso?
A mi gusto es una mezcla de todo: el gusto por el denominado "nuevo rock progresivo" ha ido en aumento, la propuesta de Wilson se ha diversificado tocando palos tan diferentes como el Rock electrónico más calmado (con Blackfield), el Metal Progresivo, sus labores como productor con bandas han llegado a otros públicos (bien con sus nuevos discos o remasterizando a King Crimson), además de saberse rodear de grandes músicos -como el binomio formado con Guthrie Govan, auténtico responsable del sonido de muchas de las canciones de "The Raven that Refused to Sing (and other stories)- y artistas y, por último y no menos importante, su repentina pero constante aparición en diferentes entrevistas, encuentros con su público, masterclasses de composición, presencia en los medios digitales que le han proporcionado miles de seguidores pero también una creciente base de enemigos. Sí, parece que Steven Wilson está donde está gracias a su duro trabajo y mucha inteligencia.
¿Enemigos? Cuesta creer que un músico cuya principal obsesión es grabar más y más discos y componer algunas de las mejores canciones de la última década sea capaz de generar tanta discusión y enfermizos ataques pero después de asistir a su último concierto en Madrid (y única fecha en España) y considerándome todo lo amante de su música que puedo ser (con un parche firmado por todo Porcupine Tree de su actuación de París en la gira de "In Absentia" colgando en la pared mientras escribo esta crónica) también creo que puedo llegar a entender el por qué de esos ataques.
La actuación de Madrid fue notable, con grandes momentos pero también pretenciosa -pretendidamente pretenciosa- con una buscada profundidad y unas ansias de trascender que antes no eran tan evidentes en sus conciertos. Si antes Steven Wilson llegaba a nuestra alma era porque tocaba algunas teclas de manera inconsciente y su propuesta tenía ecos de diferentes grupos clásicos, mezclaba emoción con contundencia, belleza con oscuridad mientras que ahora ir a verle se convierte en todo un ejercicio sesudo diseñado para que todos esos amantes de Rush, King Crimson y Pink Floyd sientan que están viendo en directo a la reencarnación de Fripp o Waters, se sientan especiales llevando una camiseta del "2112" mientras Wilson se ha convertido en una caricatura de sí mismo sobre las tablas.
El auditorio lleno casi en su totalidad, la excitación por ver a Wilson desbordaba el puesto de merchandising repleto de camisetas, comics, discos, dvds y parches de batería firmados en serie con la leyenda "for charity" (no como el mío, firmado en mano, cosas del directo hace una década...), nos sentamos y a los poco minutos se apagan las luces y comienza una introducción…
Sinceramente, me sentí como si estuviese viendo a unos vulgares imitadores de Pink Floyd. Habría entendido una introducción así hace cuarenta años, cuando resultaba muy "artie" y totalmente intelectual y "progre" mostrar la imagen de una calle con sus transeúntes durante quince minutos filmada por un jovencito Andy Warhol, proyectada sobre las sábanas de una actuación de la Velvet, sobre unas diapositivas mientras Syd Barrett hace el molinillo sobre montañas de efectos o un Jim Morrison universitario se lo muestra a sus compañeros como proyecto de fin de curso, pero en pleno 2013 me resulta pretencioso y aburrido y no sé si es así por la introducción en sí misma o por el silencio sepulcral y el análisis concienzudo de esos nuevos seguidores que miraban a la pantalla queriendo descifrar el supuesto misterio y trascendencia de esas imágenes en absoluto éxtasis y cara de circunstancia. En la pantalla aparece un músico callejero, prepara su guitarra y, a la vez, comienza a sonar "Trains" mientras Wilson toma el escenario.
Aunque sea una de mis canciones favoritas (magnífico aquel "In Absentia" del 2002) habría preferido que hubiese empezado con "Luminol", a la versión de "Trains" le falta la contundencia de una banda, Wilson la canta sólo con su acústica y se nota que su garganta no ha calentado todavía ya que no alcanza las notas altas del estribillo, lo soluciona cantando en otro tono y -como tiene esa voz tan bonita- el resultado es excepcional pero me pone en alerta. El resto de la banda se incorpora tras el exageradísimo clamor del público y a nuestra derecha se sitúa Guthrie Govan, el auténtico genio en la sombra de este disco y gira.
Ahora sí, es el turno de "Luminol", la locura se apodera del escenario y la canción alcanza su clímax con un Wilson fuera de sí, suena perfecta y la gente, una vez más, se levanta (algo que se repetirá una y otra vez al finalizar cada canción) para aplaudirle como si se les fuera la vida en ello. Los gritos se los lleva Steven Wilson pero el público parece obviar la solvencia de la banda que le acompaña y el nervio desprendido por Guthrie. Otra cosa que me sorprende es el cambio sufrido por Wilson en directo, ha pasado de ser un músico que se concentraba en su música y puntualmente se movía, bailaba o se balanceaba con su guitarra para convertirse en el centro de atención gesticulando constantemente, levantando los brazos y bailando. Salta, se arrodilla y cambiará hasta tres veces de guitarra o bajo en una misma canción tras rasgar tan sólo un par de notas... Pero el anticlímax para mí -y siento ser muy crítico- llega cuando en "Postcards", sentado al frente del escenario (tras lo que parece una mezcla de piano o moog) saca el móvil del bolsillo trasero de su vaquero, lo consulta y sigue cantando, como si estuviese en una oficina (algo que hará también durante "Harmony Korine"). Un gesto totalmente contradictorio para el supuesto "embuimiento místico" en el que nos quiere hacer creer que anda sumergido (no me imagino a Waters haciendo lo mismo durante su última gira de "The Wall" o a Fripp soltando la guitarra para contestar un WhatsApp), error suficiente para sacarme de la interpretación de "Postcards" hasta "The Holy Drinker" en el que, aunque logra meternos de nuevo en la actuación gracias al mantra en el que se convierte, las proyecciones en la pantalla se suceden en bucle haciéndole perder impacto como espectáculo , que no como concierto.
Las excelentes animaciones de "Drive Home", sin embargo, enfatizan la interpretación de Wilson que ha sido precedida de una simpática introducción acerca de su poco conocimiento teórico musical (básicamente, no sabe nada de solfeo) y su forma de hacerle entender a un músico con mayúsculas como Guthrie qué es lo que quiere, lo que busca en una canción. Tanto el "speech" como la canción son sobresalientes. A continuación un tema nuevo en el que pide, por favor, que no se suba a Internet para no restarle impacto a la gente que la vea por primera vez en las próximas fechas de la gira, con una base ligeramente electrónica y una melodía oscura y sobria se cierra la primera parte del concierto, corriendo una cortina como velo entre el escenario y el público.
De nuevo sentimientos encontrados ante un recurso ya de sobra utilizado en los setenta, en los noventa a manos de NIN en su gira de "The Fragile" y una introducción para "The Watchmaker" que bebe directamente de Pink Floyd, tanto que parece que vaya a sonar "Breathe" de un momento a otro. El estribillo de "The Watchmaker" es sublime y de lo mejorcito del concierto sino es porque la sigue "Index" y añade aún más intensidad si cabe, subiendo la nota media del concierto.
"Sectarian", "Harmony Korine" (que nunca me ha terminado de convencer y menos con un repertorio tan amplio en el que elegir una mejor) y retiran la cortina. Tras "Raider II", llega el momento álgido con "The Raven That Refused to Sing" en el que, con el tema principal del nuevo disco parece vertebrar el concierto por entero, ahora sí la voz de Wilson se aprecia en su esplendor y el estribillo luce glorioso en un "in crescendo" espectacular hasta que el grupo estalla justo antes de los bises y vuelve para despedirse con "Happy Returns" y "Radioactive Toy".
A la salida, de nuevo el puesto de camisetas es asaltado y la gente parece haber presenciado el concierto de sus vidas pero a mí hay algo que no me termina de convencer. En el fondo, todo se reduce a eso: pasar un buen rato y que el artista te haga vibrar, te haga sentir único y, aunque indudablemente hubo magia, de este concierto no salí maravillado como la primera vez que vi a Wilson diez años antes, sin duda uno de los dos se ha hecho mayor: o él o yo.
© 2013 Conde Draco
(Fotos de Alive87)