Detrás de todo gran hombre hay siempre grandes canciones y nos lo confirma Malik Bendjelloul en el documental "Searching For Sugar Man" cuyo visionado, si uno es lo suficientemente crítico como para no verse cegado por la desmedida emoción que llega a contagiar la cinta, sí que lleva a la duda sobre si la historia de Rodriguez es creíble o no y lo que estamos viendo es un falso documental o mockumentary (como le gusta ahora decir a los más entendidos). Obviamente, "Searching For Sugar Man" cuenta la historia de Rodríguez como quiere pero incluso esos recursos o tretas de Bendjelloul son lícitos cuando saltan los títulos de crédito y todo el cine rompe en aplausos, como ocurría antes con las grandes películas que te atrapaban en la butaca. Y es que hay que tener la sensibilidad de un percebe para dudar de la historia (de una historia que además ninguno de nosotros conocía hasta hace poco y por la que hemos sentido suficiente curiosidad a la salida del cine como para rastrear y buscar por la red más información de Rodríguez), plantearse que hemos sido engañados o dudar de la narración de Stephen “Sugar” Segerman, propietario de la tienda de discos y cuyo apellido está claramente ligado a la música de Rodríguez “Sugar Man" es la primera canción de "Cold fact". Cuando descubrí a Rodriguez estaba obsesionado con él. Por mi apellido, Segerman, mis amigos ya me llamaban Seger, de ahí a Sugar, había un paso. Creo que estaba predestinado a tener un papel en su historia” y Craig Bartholomew Strydom, crítico musical al que también le obsesionó la música de "Sugar Man". Es verdad que causa cierta desilusión descubrir que la acción y búsqueda de Craig y Stephen fue ya hace años y que, aún con esas, hasta que no ha llegado Bendjelloul con su documental bajo el brazo, la música de Sixto Rodríguez no nos ha llegado y hemos permanecido ajenos a su encanto, una auténtica lástima. Por tanto, cualquier atisbo de paranoia sobre por qué deja fuera su gira australiana del 79 o por qué se dice que lleva viviendo cuarenta años en la misma casa cuando parece ser que no es del todo cierto, son minucias que carecen de interés ante una historia y unas canciones como las de Sixto Rodríguez. ¡Qué bonitas, qué bien suenan y qué bien escritas! Una mezcla entre Dylan, Cat Stevens, John Denver y Donovan.
Emocionante es el descubrimiento de Rodríguez en el tugurio portuario en el que el músico está tocando de espaldas al público y desoladora la sensación que se le mete a uno en el cuerpo cuando, tras dos excelentes discos en plena década de los setenta; "Cold Fact" (1970) y "Coming from Reality" (1971) es despedido por su sello discográfico a causa de sus bajas ventas a tan sólo dos semanas de Navidad, tal y como premonitoriamente cantaba en su canción "Cause". ¿Qué más se le puede pedir a un músico que el que componga y grabe grandes canciones? Parece ser que en la ecuación de todo éxito hay una insoportable y necesaria variable llamada "suerte" y Sixto Rodríguez (al igual que nuestros queridos Anvil y otros muchos grupos que, por desgracia, no nos llegarán) no tuvo la mejor así que, consciente de ello, abandonó la esperanza en la música y, aunque rasgueé la guitarra cada noche en su casa, la necesidad de alimentar a su familia le lleva a aceptar todo tipo de trabajos en la construcción, demolición de edificios, pintar y diversas chapuzas domésticas.
Mientras tanto, y ajeno a todo ello, sus discos se vendían en Sudáfrica de mil en mil llegando a convertirse en todo un icono y banda sonora de movimientos sociales contra el Apartheid pero ¿cómo llegó su música hasta allí? “Una chica visitó América se hizo con un disco y lo trajo de vuelta, se lo puso a sus amigos y les gustó. Se expandió muy rápido siendo grabado una y otra vez en cinta hasta que varios sellos lo reeditaron” Y ahí es donde entran Stephen “Sugar” Segerman y Craig Bartholomew Strydom cuya pasión por la música de Rodríguez hace que se unan en la búsqueda de ese supuesto icono musical que, al mismo tiempo, es un completo desconocido del que nadie sabe si se ha suicidado sobre el escenario o se lo ha tragado la tierra aunque su interés inicial fuese , tan sólo, saber cómo había fallecido Rodríguez. De Londres a Ámsterdam, de Ciudad del Cabo a la ciudad del motor y, por fin, aparece el fantasma gracias al valor de una de sus hijas para contactar a estos dos Sherlock y Watson musicales.
El rastreo lógico de Craig le lleva a buscar dónde van los royalties de esos cientos de miles de discos que Sixto ha vendido en Sudáfrica (impagable el malinterpretado testimonio de Clarence Avant que afirma que las ventas de discos de Rodríguez en Estados Unidos se limitan a seis o que, ya retirado, desconoce por completo a dónde irá el dinero de todas esas ediciones africanas) para acabar leyendo las letras de Rodríguez como si de las Sagradas Escrituras se tratase y encontrar que el músico reside a las fueras de Detroit, en Dearborn y que responde a todas las preguntas con una sonrisa y una paz más propias de un santón que de alguien al que la vida ha vapuleado a pesar de poseer, sin duda alguna, un talento especial.
El relato de su gira sudafricana (de la cual donó todas sus ganancias) es emocionante y aunque canse ver las reiteradas muestras de júbilo de un público extasiado ante el músico que en su propio país no es más que un albañil, es literalmente imposible no salir del cine tarareando "I Wonder" o "Sugar Man". "Alguien a quien le gusta la música tanto como a ti debe ver Searching For Sugar Man" me decía mi tía y qué razón tenía. Gracias, Gema, prometo no volver a vivir sin la música de Rodríguez.
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