A la salida de un concierto, un amigo mío se acercó a Mark Lanegan a darle las gracias por la espectacular actuación que acabábamos de ver, estábamos en la calle, era de madrugada y hacía tanto frío que éste había disuadido a cualquier fan de Screaming Trees de pasear por la ciudad buscando al cantante de "Gospel Plow", Mark es un tipo honesto y poco amigo de la atención de los focos y, en plena calle mientras fumaba, dudamos de acercarnos a él no fuera a ser que nos contestase con una de esas miradas heladoras y silencios sepulcrales tan propios suyos. Pero no, Mark aquella noche estaba sorprendentemente hablador y paciente permitiéndonos preguntarle casi cualquier cosa (al fin y al cabo éramos dos chavales y él, con su metro noventa, sus tatuadas manos y por la enorme admiración con que le mirábamos y escuchábamos, nada tenía que temer). Le hablamos de Screaming Trees, le preguntamos por los dibujos del disco "Scraps At Midnight"(1998) y nos reímos cuando bromeo sobre Corgan pero el gesto se le torció rápidamente cuando mi amigo le preguntó por Layne Staley. ¿Qué tal está Layne? ¿Sabes si va a hacer algo, les has visto hace poco? Hace meses que no le veo -nos contesto sombrío- y, muy amablemente pero cortante, nos dijo que tenía que dejarnos. Nunca más pudimos olvidar aquella lección; para nosotros son músicos, dioses, ídolos pero, muchas veces, entre ellos, son amigos y Layne y Mark vaya si lo eran... A las dos semanas de aquel incidente nos levantamos con una noticia que nos cayó como una losa, Layne Staley había muerto.
Es complicado explicarle a un chaval de veintipocos lo que significan muchas de las bandas que dejaron huella en los noventa al igual que a muchos nos cuesta entender realmente, en profundidad, y fuera de toda mercadotecnia lo que significan muchas de las grandes formaciones de los setenta. Alice In Chains eran uno de las grandes grupos de los noventa y los que compramos "Dirt" (1992), "Alice In Chains" (1995) o acudimos al estreno madrileño de su "Unplugged" (1996) todavía no hemos podido superar, en cierta forma, que un grupo con tanto por delante se volatilizase con tan sólo un legado de tres discos, el "efecto Nirvana" volvía a darse con Alice In Chains; grandes grupos que, en tan sólo un par de discos, escriben una página en la historia del Rock y desaparecen en cuestión de segundos como si fuesen un espejismo y siempre, siempre, de manera trágica. Es complicado, como antes decía, contarle a un chaval lo que supuso escuchar "Them Bones" o "Rooster" con catorce años a primeros/mediados de los noventa y lo especial que uno llegaba a sentirse escuchando "Jar Of Flies"(1994). Eran canciones, discos, que podían cambiarte el humor en cuestión de segundos, podías caer en una profunda depresión escuchando "Dirt" si elegías el día equivocado para pincharlo o sumergirte en un mundo árido pero a la vez hermoso con tan sólo un par de sus canciones, envalentonarte y afrontar casi cualquier cosa escuchando "Facelift" (1990) o un single como "Again". Alice In Chains eran un grupo especial, con un cantante sensible con una de las voces más diferentes y peculiares del Rock, eran los más metálicos de la escena alternativa y eso se notaba en los riffs de Jerry pero también tenían, como Nirvana, una facultad innata para hacer grandes melodías.
Es por eso que, cuando se reunieron, no quise saber nada de aquella gira (como me ocurriría con el trío más famoso de Seattle si los dos miembros restantes decidiesen volver) me costaba mucho imaginarme aquellas canciones sin Layne y, a pesar de lo que decían mis amigos, evité a toda costa verles. Un gran error que se hizo más y más evidente cuando publicaron el magnífico "Black Gives Way to Blue" (2009). ¿Qué sentido tiene que Kinney, Inez y Cantrell no puedan tocar juntos bajo el nombre de Alice In Chains? ¡Están en todo su derecho, es su grupo y han esperado catorce años! ¿Qué más queremos? Para colmo, se descolgaban con un disco como "Black Gives Way to Blue" y una gira (que esta vez sí que no nos perdimos) en la cual pudimos comprobar no sólo su gran estado de forma sino la inteligente jugada de William DuVall quien no intenta, en ningún momento, suplantar a Layne ni ocupar su puesto sino que se limita a dar apoyo a Cantrell, está al servicio de las canciones. ¡Chapeau!
Así, con la ayuda de Nick Raskulinecz (el mismo productor que les ayudó tras los mandos en su anterior trabajo), Alice In Chains anunciaba nuevo disco, "The Devil Put Dinosaurs Here", siniestro título que hace referencia a la oscura y maquiavélica idea de que fue el diablo quien enterró huesos de dinosaurios en la tierra para hacernos creer en las teoría evolucionista frente a la creacionista y así poner en duda nuestra fe y la imagen de un Tricetarops en la portada de tal manera que, según cómo se mire, parece la del propio diablo gracias a la segunda imagen sobre la que se solapa, fondo rojo y suena el pesadísimo riff de "Hollow"...
Como el propio Jerry advirtió; "el nuevo disco es totalmente diferente pero seguirá sonando como sólo nosotros sabemos" y no mentía. "Hollow" suena a Alice In Chains por los cuatro costados pero la batería de Kinney resulta refrescante y el solo central, una maravilla, a pesar tener la sonoridad típica del Wah de Cantrell, suena punzante, cortante. "Hollow" es tan buena muestra de lo que el grupo es ahora como "Pretty Done" en la que la mezcla de la voz principal doblada por Cantrell y DuVal es sobresaliente, la canción suena urgente, tensa y sólida, justo como "Stone"(estupendo video) y ese asfixiante bajo de Inez que, por lo grave que suena, parece tener cuerdas de varios metros de longitud, sólo se verá cortado por la guitarra de Jerry, un riff sinuoso y ácido, como si se rayase un vinilo con las notas más agudas. Aquí sí que se nota la presencia de DuVall en la voz, sobre todo en los puentes antes del estribillo, y el resultado es espectacular, como no podía ser de otra forma.
"Voices" rompe la tensión eléctrica con el clásico medio tiempo acústico que tan bien dominan Alice In Chains, situada en el mismo lugar que "Your Decision", en la entrega anterior, alivia la pesada carga de "Stone" y nos lleva a la onírica "The Devil Put Dinosaurs Here" (con unas guitarras muy cercanas a su mejor material psicodélico de los noventa), escuchamos las voces de William y Jerry perdidas en el tiempo, como si nos cantasen desde el fondo de nuestros sueños más oscuros. La densidad continúa con "Monkey Lab" (llena de saturadísimas guitarras y pesados riffs que marcan el ritmo no sólo de la canción sino la senda por la que Kinney debe golpear) y suben la nota aún más con "Low Ceiling", uno de los singles más claros de este "The Devil Put Dinosaurs Here", perfecta, contundente y pegadiza, una obra de arte con un ritmo épico y un estribillo magnífico, una de las mejores del álbum.
Pero no todo acaba en ella y "Breath On A Window" nos pasa por encima, una maravilla llena de fuerza y con un fraseo genial a cargo de Jerry que no descuida, en todo el disco, las partes centrales de cada una de las canciones y las elabora con precisión para saber cómo realzarlas, de nuevo, en el estribillo. "Scalpel" y el sonido de su acústica te llevarán a "Brother" pero ésta deja sitio para la esperanza, aunque tan sólo sea en su melodía y no en su letra, se convierte en un medio tiempo y despega justo cuando la emoción de la canción lo requiere.
La guitarra vuelve a ser la protagonista en "Phantom Limb", un ritmo maníaco (más cercano al de una máquina industrial) que pronto se ralentiza para llevarnos, de nuevo, al universo de Alice In Chains. Y, aunque "Hung On A Hook" pinche ligeramente, su hermana "Choke"(una preciosidad de tema) cierra con tanta destreza y emoción el quinto disco de los de Seattle que no queda sino darles las gracias por haber vuelto. Si el diablo escondió los huesos de los dinosaurios para hacernos dudar, Dios nos trajo a Alice In Chains para demostrarnos que lo digno es continuar y, para colmo, hacerlo mejor que nunca. Va por ti, Layne.
© 2013 Jack Ermeister