SETLIST: Babel/ I Will Wait/ Whispers in the Dark/ White Blank Page/ Holland Road/ Timshel/ Little Lion Man/ Lover of the Light/ Thistle & Weeds/ Ghosts That We Knew/ Awake My Soul/ Roll Away Your Stone/ Dust Bowl Dance/ Baby Don't You Do It (Marvin Gaye)/ Winter Winds/ The Cave/
Resulta llamativo cómo el grupo liderado por Marcus Mumford ha pasado de tocar en pubs a llenar recintos de nueve y quince mil personas por medio mundo pero esa es la magia de la música y, como vemos, se repite una y otra vez, al margen de toda crisis. Pero, si uno se molesta en leer un poco sobre el grupo inglés, pronto se dará cuenta de que en su historia nada es por casualidad y que, aunque parezca un cuento de hadas, si hoy Mumford & Sons están presentando “Babel” (2012) en una enorme gira mundial tras la resaca de la noche victoriosa en los Grammys es porque han trabajado duro y han luchado por ello. “Sigh No More” (2009) llegó tras tres Eps y muchas noches tocando allá donde les dejasen, creando una sólida base de fans y, para cuando el éxito mundial les llegó con “Little Lion Man” o la clásica “The Cave”, Mumford y sus chicos tenían tantos y tantos kilómetros de carretera a sus espaldas que, aunque agradecidos, el éxito no se les pudo ni supo subir a la cabeza. Y así, del pub más recóndito del oeste de Londres, pasando por las Red Rocks, compartiendo escenario con Dylan y canciones con Ray Davies, llegaban a España y ocurría algo parecido; de una sala de apenas tres mil personas a un pabellón con más del triple de capacidad.
Hablar de Vistalegre como un recinto para conciertos no es tener imaginación sino mala leche, querer engañar al respetable. La plaza de toros podrá albergar cualquier tipo de espectáculo, deportivo o no, pero musical nunca. Allí he podido ver a todo tipo de artistas, desde Barón Rojo a Judas Priest, Arctic Monkeys, Kings Of Leon, Interpol, Coldplay, The Cranberries, Guns N’ Roses, Muse, Alice Cooper, Red Hot Chili Peppers, Depeche Mode, Dream Theater y los puntillosos (en cuanto a sonido) de Wilco y nunca, nunca, he disfrutado de un sonido mínimamente aceptable. La cubierta de Vistalegre hace que, cuando el público abarrota sus gradas, el sonido rebote y se forme un extraño feedback, como un aullido, con el que resulta inaudible cualquier canción. Mumford & Sons no son virtuosos pero sí grandes músicos que se dejan llevar por el momento y cualquier guitarrazo, mandolinazo o clímax que alcancen se distorsionó en la noche de Madrid embarullando aún más la mezcla. Semanas antes, cientos de fans les pedían, vía cualquier red social, que, por favor, no tocasen allí, que se fuesen a otro lugar, la calle mismamente; esto nos da una idea del tipo de recinto que es y la percepción que tiene el público en un Madrid con, cada vez, menos salas de mediana capacidad.
Pero, Vistalegre, esa noche no sólo destacó por su habitual y desastroso sonido sino de nuevo por su pésima organización. Con Mumford y los suyos ya en el escenario, el acceso a la pista permaneció cerrado durante la primera media hora de concierto, la promotora hablaba de seguridad alegando que la pista tan sólo permite un aforo de dos mil cuatrocientos personas pero, claro, la venta de entradas se hizo por toda ella llena a reventar por lo que, al no dejar entrar en el foso, pronto tuvieron que abrir todas las gradas, incluso aquellas de visibilidad reducida por la posición del escenario. Los vomitorios y accesos a reventar cuando, de golpe y porrazo, al quinto tema, abren el acceso a pista y entran en tromba cientos de chavales corriendo.
Pero el drama de una organización desastrosa no acaba aquí porque el cuerpo de seguridad contratado en Vistalegre actuaba como “pollos sin cabeza” y así, cualquier espectador que quisiese ir al lavabo, salir del recinto para marcharse o cambiar de planta tenía que soportar varios controles en cuestión de escasos metros. Una vez salías por una puerta era literalmente imposible volver a entrar sin tener que discutir, debatir o hacer entender que acababas de ir al baño o comprar una cerveza. La seguridad mal entendida sólo produce incomodidad a aquel que ha pagado su entrada y desea disfrutar de la noche y, lo peor de todo, se traduce en aún más inseguridad. Resulta irónica la inflexibilidad ante el tráfico en el hall o los pasillos y la laxitud con los fumadores.
Con un leve retraso, pudimos ver a Marcus accediendo al escenario desde uno de los laterales y el concierto arrancó de manera enérgica con “Babel” y “I Will Wait” haciendo presagiar una gran noche y es que, cuando un grupo en el mejor de sus momentos, echa toda la carne en el asador y empieza de manera fulgurante un concierto es porque está seguro de su repertorio y eso es precisamente lo que a Mumford & Sons le sobra, a pesar de su corta discografía; grandes canciones, suficientes para dar un concierto de hora y media sin sobresaltos.
Continuaron la senda con “Whispers In The Dark” y “White Blank Page”, confirmando que la noche era suya. Una escenario sencillo, diáfano, sin complicaciones, con un bonito fondo y unas efectistas luces que se internaban hasta la mitad del foso, produciendo un ambiente íntimo pero a la vez festivo, más propio de una festival folk que de un concierto de rock. Marcus, Winston, Ted y Ben se intercambian los instrumentos, saltan y aporrean las cuerdas pero también son inteligentes y se dejan acompañar por una sección de metal cuando la canción lo requiere y así forman una enorme fiesta abarrotando el escenario. La sensación de comunión con el público es total, su cercanía es evidente y, aunque parcos entre canción y canción, hacen participar al público, y así nos llevaron hasta “Holland Road”, quizá e inconscientemente la primera parte de un concierto cuyo cuerpo central, sin embargo, haría entrar en letargo a la pista.
Si las primeras seis canciones, hasta “Timshel” o la maravillosa “Little Lion Man” hacía que el público, predispuesto, disfrutase zapateando el suelo, las siguientes hasta los bises bajaron la nota media, de sobresaliente a notable, con canciones menos conocidas para la gran mayoría, más intimistas o con otra carga, que requieren otro tipo de recinto o, permitidme el atrevimiento, audiencia. “Thistle & Weeds”, “Ghost That We Kew”, la shakesperiana “Roll Away Your Stone” o “Dust Bowl Dance” sonaron deliciosas y esa tanda fue la que nos permitió ver lo versátiles que pueden llegar a ser con sus instrumentos (o incluso ver a Marcus disfrutar golpeando la batería) pero no fue hasta la versión de Gaye de “Baby Don’t You Do it” y el final de fiesta con la archiconocida “The Cave” que el concierto volvió a la vida, eso sí, por todo lo alto.
Así, a la salida, tenía sentimientos encontrados; un gran concierto con una propuesta arriesgada que, fuera de la salas más pequeñas en donde seguro que se llega a vivir con más intensidad, es difícil de traducir a pabellones de mayor aforo durante más de una hora si no se sabe manejar con suma inteligencia un repertorio que puede dar mucho más de sí sin que se llegue a hacer monótono o aburrido. Si se quiere tocar ante miles de personas hay que pasar, sí o sí, por el aro de los grandes espectáculos de pop/rock. Mumford & Sons están en su momento y hay que disfrutarles ahora, dentro de unos años ya veremos en qué ha quedado la aventura de Marcus y qué ha ocurrido con todos los allí congregados.