SETLIST (incompleto/erróneo): Sixteen Saltines/ Dead Leaves and the Dirty Ground (The White Stripes)/ Missing Pieces/ Weep Themselves to Sleep/ Hotel Yorba (The White Stripes)/ Trash Tongue Talker/ I Cut Like A Buffalo (The Dead Weather)/ Two Against One [Danger Mouse]/ You're Pretty Good Looking (For A Girl) (The White Stripes)/ Hello Operator (The White Stripes)/ Steady, As She Goes (The Raconteurs)/ The Hardest Button to Button (The White Stripes)/ We're Going to Be Friends (The White Stripes)/ My Doorbell (The White Stripes)/ Freedom At 21/ Blue Blood Blues (The Dead Weather)/ Seven Nation Army (The White Stripes)/
El paso de John Anthony Gillis (Jack White para todo el mundo) por Madrid es una de esas veladas en las que hay que estar, principalmente para desmontar el mito nacido de la falta, de la ausencia de uno mismo, para comprobar que, sin ser un mal músico y con una puesta en escena con fuerza, no es el gran salvador del Rock como pretenden vendernos medios y sectarios. No han pasado apenas veinticuatro horas y ya ha sido denominado como "el concierto del año", "el paso del último gran héroe de la música del siglo XXI", "el gran salvador del blues" (pobres Robert Johnson o Muddy Waters), "puro Rock N' Roll", "la perfecta síntesis entre rabia, ruido y música". Pues permítanme que me cisque en todos los plumillas; blogueros, profesionales y/o aficionados porque lo que el sábado vimos sobre las tablas de La Riviera fue un buen concierto, correcto pero no inolvidable y con un sonido escandalosamente malo, horroroso desde cualquier ángulo (laterales, pista, detrás y frente a la famosa palmera, a escasos metros del escenario o desde el guardarropa, daba igual), aquello no había técnico que lo salvase como admitió uno de ellos; "no puedo bajar la batería y si le subo la guitarra y la voz lo saturo más aún". Pero vayamos por partes porque hubo grandes y mediocres momentos, de todo, como en botica.
La Riviera se mostraba llena, más que nunca, con una enorme hilera de gente que aguardaba a entrar; cientos de gafas de pasta y sombreritos entre la dignidad de Dan Aykroyd y la estupidez de Pete Doherty, miles de Converse All Star y un tipo con una camiseta de Van Halen (al que desde aquí saludamos porque sabemos lo que nos divierte como populero fijo contándonos sus andanzas viendo a Kiss, Pat Benatar o los de David Lee Roth) y que me sorprendió de sobremanera verle en las primeras filas disfrutando como el que más. No deja de resultar increíble que a otros grupos les cueste llenar salas infinitamente más pequeñas y Jack White haya conseguido reventar La Riviera de esa manera cuando todavía nuestra ciudad parece desierta con la mitad de vacaciones. Hace bastante tiempo, Jack y Meg tocaban al otro lado del río (en la extinta y sí a medio llenar Sala Aqualung) para unos pocos afortunados durante la gira de "Elephant" (2003) y ahora, en solitario y con un disco notablemente inferior como "Blunderbuss" lograr colgar el cartel de "todo vendido", cosas del mercado, supongo.
Abrieron la noche el insoportable trío llamado Peggy Sue presentando "Acrobats" (2011). ¿Qué queréis que os diga? ¿Debo decir que me gustaron cuando me parecieron lamentables? ¿Acaso debo mentir y afirmar que son magníficos? Desde una posición "privilegiada" pude ver todo el concierto sin perder ni ripio de lo que allí se cocía. ¿Nadie se fijó en que la mayor parte de éste, Katy Klaw, se dedicó a pulsar una cuerda con el dedo índice, sin formar ningún acorde en muchas canciones? ¿Qué pasa que soy el único que se percató de su poca pericia? Vale que yo no sea especialmente amigo de los denominados "corre mástiles" al más puro estilo Yngwie o Petrucci (un respeto para ellos) pero lo de esta señorita clama al cielo. Katy, Olly y Rosa se despidieron con una horrorosa versión de "Hit the Road Jack" llena de pregrabados (perdón, "memory box") y me reconcilié con el mundo cuando un chaval de la primera fila gritó; "Peggy Sue, go home!" ya que pensé que no estaba tan sólo como creía, que alguien en la sala había entendido que aquella actuación había sido totalmente prescindible. Si Buddy Holly levantase la cabeza...
El paso de John Anthony Gillis (Jack White para todo el mundo) por Madrid es una de esas veladas en las que hay que estar, principalmente para desmontar el mito nacido de la falta, de la ausencia de uno mismo, para comprobar que, sin ser un mal músico y con una puesta en escena con fuerza, no es el gran salvador del Rock como pretenden vendernos medios y sectarios. No han pasado apenas veinticuatro horas y ya ha sido denominado como "el concierto del año", "el paso del último gran héroe de la música del siglo XXI", "el gran salvador del blues" (pobres Robert Johnson o Muddy Waters), "puro Rock N' Roll", "la perfecta síntesis entre rabia, ruido y música". Pues permítanme que me cisque en todos los plumillas; blogueros, profesionales y/o aficionados porque lo que el sábado vimos sobre las tablas de La Riviera fue un buen concierto, correcto pero no inolvidable y con un sonido escandalosamente malo, horroroso desde cualquier ángulo (laterales, pista, detrás y frente a la famosa palmera, a escasos metros del escenario o desde el guardarropa, daba igual), aquello no había técnico que lo salvase como admitió uno de ellos; "no puedo bajar la batería y si le subo la guitarra y la voz lo saturo más aún". Pero vayamos por partes porque hubo grandes y mediocres momentos, de todo, como en botica.
La Riviera se mostraba llena, más que nunca, con una enorme hilera de gente que aguardaba a entrar; cientos de gafas de pasta y sombreritos entre la dignidad de Dan Aykroyd y la estupidez de Pete Doherty, miles de Converse All Star y un tipo con una camiseta de Van Halen (al que desde aquí saludamos porque sabemos lo que nos divierte como populero fijo contándonos sus andanzas viendo a Kiss, Pat Benatar o los de David Lee Roth) y que me sorprendió de sobremanera verle en las primeras filas disfrutando como el que más. No deja de resultar increíble que a otros grupos les cueste llenar salas infinitamente más pequeñas y Jack White haya conseguido reventar La Riviera de esa manera cuando todavía nuestra ciudad parece desierta con la mitad de vacaciones. Hace bastante tiempo, Jack y Meg tocaban al otro lado del río (en la extinta y sí a medio llenar Sala Aqualung) para unos pocos afortunados durante la gira de "Elephant" (2003) y ahora, en solitario y con un disco notablemente inferior como "Blunderbuss" lograr colgar el cartel de "todo vendido", cosas del mercado, supongo.
Abrieron la noche el insoportable trío llamado Peggy Sue presentando "Acrobats" (2011). ¿Qué queréis que os diga? ¿Debo decir que me gustaron cuando me parecieron lamentables? ¿Acaso debo mentir y afirmar que son magníficos? Desde una posición "privilegiada" pude ver todo el concierto sin perder ni ripio de lo que allí se cocía. ¿Nadie se fijó en que la mayor parte de éste, Katy Klaw, se dedicó a pulsar una cuerda con el dedo índice, sin formar ningún acorde en muchas canciones? ¿Qué pasa que soy el único que se percató de su poca pericia? Vale que yo no sea especialmente amigo de los denominados "corre mástiles" al más puro estilo Yngwie o Petrucci (un respeto para ellos) pero lo de esta señorita clama al cielo. Katy, Olly y Rosa se despidieron con una horrorosa versión de "Hit the Road Jack" llena de pregrabados (perdón, "memory box") y me reconcilié con el mundo cuando un chaval de la primera fila gritó; "Peggy Sue, go home!" ya que pensé que no estaba tan sólo como creía, que alguien en la sala había entendido que aquella actuación había sido totalmente prescindible. Si Buddy Holly levantase la cabeza...
"Nosotros creemos que la mejor forma de disfrutar este show es viéndolo con los ojos y no a través de una pantallita" y aplausos del respetable ante la petición del equipo de White, aullidos de sus fans, esos que segundos más tarde no pararon de fotografiar a su ídolo con millones de smartphones, totalmente desmemoriados y entregados. Pero es que la espera se hizo eterna, entre Peggy Sue y Jack pasó mucho tiempo, demasiado, los "roadies" de nuestro protagonista (perfectamente vestidos para la ocasión con pantalones de pinzas, tirantes, camisa, chaleco, corbata y sombreros negros, ojo al detalle) se esmeraron en dejarlo todo a punto mientras éste se hacía de rogar, saliendo con veinte minutos de retraso ante un respetable que, a la mínima de cambio, no dudó en cantar "Seven Nation Army"para jalearle (ignorando, yo creo, que la última vez que se le hizo esto en España, cuando vino a presentar a Barcelona el sobrevalorado "Get Behind Me Satan" del 2005, nuestro amado White, aquella vez con sombrerito cordobés y bigote rufinesco, se largó del escenario dejando a todos en una suerte de "coitus interruptus musical" que, sin embargo, fue visto como todo un alarde de autenticidad ya que, por aquella época, parece ser que quería desprenderse de aquel single y darle cancha a canciones como "Blue Orchid" o "The Nurse" pero es lo que tiene la afición del de Detroit, éste podría miccionar encima de sus seguidores que ellos lo calificarían como la séptima maravilla)
Acompañado por los magníficos Los Buzzardos, White arrancó la noche con "Sixteen Saltines" y, nada más empezar a aporrear la batería Daru Jones (con un set básico, muy Meg) me dio la sensación de que aquello estaba descompensado. Su fuerza y energía a los parches restó protagonismo a la guitarra de White que, tras el primer riff, se diluyó en un mar de ruido sólo distinguible cuando atacaba las notas más agudas. Dominic se esmeraba mientras que al "marsvoltiano" Isaiah sólo le veíamos hacer aspavientos al teclado porque escuchársele; poco. White, vestido de negro (sorprendentemente alto, supongo que también por esos botines blancos de afilada puntera que le jugaron alguna que otra mala pasada cuando pulsaba sus pedales) y el pelo recogido con una horquilla hizo la primera concesión al legado de los Stripes con "Dead Leaves and the Dirty Ground" y vuelta al redil con "Missing Pieces", las canciones de "Blunderbuss" suenan mejor en directo que en estudio, ganan en contundencia y fuerza pero pierden matices. Uno de los aciertos de la noche es la sabia decisión de mezclar todos los temas de su repertorio y no sólo sumergirse en el "universo White Stripe" sino atacar composiciones de Dead Weather, Raconteurs (todos con el esnob artículo "The" mediante, por supuesto) e incluso Danger Mouse. Así, sonaron "I Cut Like A Buffalo" o la pegadiza "Steady, As She Goes" porque si algo hay que decir a favor de White es que, para lo joven que es, ya posee en su haber un repertorio propio más que digno (producto de su, a veces cuestionable, incontinencia)
"Freedom At 21" sonó extraña pero deliciosa entre tanta guitarra como "Weep Themselves to Sleep" o bonita "Hip (Eponymous) Poor Boy" (que sí, que sonó). ¿Y del ídolo, del supuesto héroe de la guitarra de "It Might Get Loud"? Poco, como ya nos temíamos. Nada más que un par de "licks" y algún que otro solo sin mucha gracia, mucho aporreo efectista y poco más. Tan sólo tres guitarras de su arsenal (incluidas su Gretsch personalizada, una preciosa Fender Telecaster celeste con bisgby, acabado "Blue Ice Metallic" para los quisquillosos, y la antigüedad que luce en dicho documental y de la que dice desconocer los años e incluso el fabricante). Un descanso particularmente largo antes de los bises y para acabar y complacer al público, "Seven Nation Army" cuyo estribillo fue coreado incluso cuando White cantaba las estrofas para su propio desconcierto. A la salida, desbandada de gente y algunas pocas histéricas a esperar a White frente a los autobuses aparcados en el interior del parking de la sala y escucho a un chaval decirle a su chica: "uno de los mejores conciertos que he visto", pues anda que no te queda, majo...
© 2012 Dr. Z
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