Los primeros segundos de "Oceania" son los más engañosos de la historia del Rock porque a uno le hacen sentir que los Smashing Pumpkins de siempre han vuelto pero basta con dejar que la canción se desarrolle para que uno entienda que ese riff entrecortado y ese solo de guitarra que parece un cohete se transformen en una medianía más en la carrera de Billy Corgan. "Quasar" debe tanto a "Cherub Rock" del "Siamese Dream" (1993) que provoca cierta vergüenza ajena el que Corgan achaque su, ahora, errática carrera a una búsqueda de "noséqué" horizonte musical y una contumaz aversión a repetir esquemas en una contínua huida del estancamiento. En Madrid dijo que le resultaría muy fácil grabar una y otra vez "Siamese Dream" y seguir viviendo de las rentas cuando lo que él quiere es grabar música que le resulte excitante tanto a él como a su audiencia. Pues bien, Billy, no te engañes a ti mismo porque estoy seguro de que darías tu brazo derecho por volver a tener la inspiración que derrochaste en los noventa. Es cierto que este "Oceania" supone lo mejor que ha grabado en los últimos doce años, desde aquel lejano "MACHINA/The Machines of God" (2000) pero es que, por el camino hemos tenido todo tipo de intentos y proyectos fallidos como su disco en solitario, el insípido experimento de Zwan y los fallidos "Zeitgeist" (2007) y "Teargarden by Kaleidyscope" (2009). Sí, la opinión generalizada de la crítica ha sido buena, moderadamente buena, tampoco vayamos a pensar que la prensa especializada se ha desvivido en elogios porque este "Oceania" es bueno, es entretenido pero poco más. Supongo que, para todos esos jovencitos que ahora descubren el universo Pumpkin, este disco será lo más parecido a un tesoro, pero para los que hemos vivido la carrera de Corgan en su apogeo, este álbum supone otro disparo de fogueo más que sumar a su carrera en decadencia.
Si "Quasar" debe a "Siamese Dream" el motivo de su existencia es por el riff con el que arranca, las guitarras suenan increíbles pero cuando el resto del grupo se une uno nota las bajas de D'arcy, Iha y Chamberlain y, si me apuran, de la increíble Melissa Auf der Maur. Los nuevos Smashing Pumpkins son tan insípidos en directo como en estudio y si en la guitarra, Jeff Schroeder carece de personalidad, Mike Byrne es tan inofensivo que la comparación con el salvaje Jimmy Chamberlain está fuera de lugar mientras que Nicole Fiorentino, aunque cumple su sexy papel en directo, en estudio podría ser sustituida por cualquiera, por cualquiera. Recuerdo que hace muchos, muchos años, Billy echaba en cara a sus compañeros su poca participación en el grupo y hacía una brillante analogía de ello con la de la entrada a un circo la cual él le pagaba a James, D'arcy y Jimmy para encontrar que después del espectáculo ninguno le devolvía el importe. Menuda estupidez.
"Panopticon" y su melodía son buenas pero la canción sufre de repetición de esquemas mientras que "The Celestials" es una versión remozada del sonido de "Disarm" o "Spaceboy", nada nuevo bajo el sol. Las cuerdas sientan bien a las guitarras acústicas y la nasal voz de Corgan pero, aunque evocadora en estos días, no termina de cuajar y cuando acaba uno se siente empachado por tanto almíbar (a pesar de ello, es de las mejores del disco). "Violet Rays" resulta aburrida desde su introducción. Las guitarras de "My Love Is Winter" son etéreas como la melodía de la voz de Billy pero no se traducen en un estribillo brillante sino lineal y sin sorpresas. Cinco canciones y la potencia de las seis cuerdas se ha limitado únicamente a dos de ellas. Dramático.
Exceso de sintetizador en "One Diamond, One Heart" que le confiere un toque ochentero, sin emoción. Como "Pinwheels", un experimento que desemboca en una guitarra acústica sin éxito. O los teclados de "Oceania" y la batería sin gracia, de una canción que titula un álbum uno espera mucho más, no una medianía como la escrita por Corgan. El recogimiento se confirma con "Pale Horse" en un disco que va de más a menos y cae en coma sin posibilidad de salvarse. Las guitarras de "The Chimera" recuerdan a Muse pero cualquier comparación con el grupo de Bellamy es una anécdota ya que la canción que nos ocupa se convierte en un medio tiempo aburrido. Con "Glissandra" llega cierta emoción pero avanza y termina como empieza, con aspecto cansado y sin excitación o cambio alguno. ¡Cómo se echan de menos las subidas y bajadas de los antiguos discos de Smashing Pumpkins, esas que nos tenían en vilo durante todas las canciones!
"Inkless" es más de lo mismo, un tema inofensivo y "Wildflower" es una coda más coral que otra cosa. Desde luego que es lo mejor que Billy ha hecho desde "MACHINA/The Machines of God" pero esto no debería consolarnos ni a él ni a nosotros. Vuelvo a recordar la analogía del circo; estoy seguro de que Billy prestó el dinero de la entrada a James, D'arcy y Jimmy durante los noventa pero éstos, aunque el propio Corgan no lo sepa todavía, le dieron mucho más que dinero, discos, singles y giras, le dieron su compañía y eso es lo que se echa en falta en todos sus discos desde "Mellon Collie and the Infinite Sadness" (1995) y en este "Oceania" en particular.
© 2012 Jack Ermeister