De Bob Dylan nunca podré decir nada malo. Como artista o persona, me da igual, poco me importan sus contradicciones, sus períodos de mediocridad o cuando ha tomado decisiones poco acertadas o que no eran del agrado de su público.
No puedo decir qué le conociese o me iniciase en su obra a una determinada edad porque Dylan siempre ha estado ahí, incluso cuando no le conocíamos o afirmábamos saber de ninguna de sus canciones. Ambas opciones son, por supuesto, imposibles. Es como el viento, llega a todos los sitios incluso cuando crees que no porque no sientes frío. Es quizá (y con gran diferencia) el artista que más me inspira y aporta. Puedes escuchar sus canciones, tararearlas, tocarlas, cantarlas en la ducha o leer sus letras como el que lee un poema o novela y siempre, siempre, encontrarás algo nuevo, un matiz, un significado, una sorpresa o un secreto al que nunca prestaste la debida atención y te sorprende en el momento más insospechado.
Con su música he celebrado, he reído y he cantado pero también he estado solo, he pensado y me ha acompañado en muchos momentos en los que no deseaba estar con nadie salvo con sus palabras.
Y es que, a pesar de su aparente apatía hacia el público, Dylan es intenso y sorprendentemente cálido y lo otro, esa antipatía, ese mirar huraño del que presume sobre las tablas es sólo apariencia, una capa con la que protegerse de la gran masa; esa que le da la oportunidad de tocar todas las noches pero que es capaz de aturdirle con sus gritos o aplausos en canciones que a veces requieren ser escuchadas con el debido silencio a pesar de ser tocadas ante una marabunta.
Él nunca ha entendido por qué ha generado tal magnetismo y siempre ha defendido el papel del músico en segundo plano, al servicio de la música (como ocurre con esas antiguas grabaciones de blues en las cuales no importa el artista y, muchas veces, son aficionados o músicos de la calle) pero sí la canción. "Yo no soy lo que importa. Lo que importa son las canciones. Yo soy apenas el cartero, soy el que las entrega"
Le he podido ver en muchas ocasiones (pocas para un dylanita, muchas para cualquier persona) y no cambiaría ni una sola de aquellas noches. Siempre son especiales.
Dylan morirá sobre los escenarios, le llegará su momento como él quiere, tocando una noche tras otra, una ciudad después de la anterior, con un público que no dejará de escucharle a pesar de no saber nada de su ídolo como él mismo dijo: "Yo no siento que conozcan ni siquiera una partícula de lo que yo soy o de lo que me preocupa. Es absurdo, gracioso y triste que toda esa gente dedique tanto de su tiempo a pensar en qué, sobre quién. ¿Sobre mí? Aprendan a vivir, por favor, están desperdiciando sus vidas"
Y tiene toda la razón, es cierto que, ninguno (ni siquiera los que pensamos que le debemos tanto), conocemos en realidad a esa persona que tanto admiramos y estimamos por encima de mucha de la gente que nos rodea día a día, es verdad, pero sólo me hace falta poner uno de sus discos o asistir a uno de sus conciertos para adivinar el verdadero secreto de su música: con ella no le conozco mejor a él (ni falta que me hace) pero sí que me conozco mejor a mí mismo. Muchas gracias, Bob. Feliz cumpleaños otro año más.
© 2012 J.Cano