SETLIST: Slow Train/ Last Kiss/ Midnight Blues (Gary Moore)/ Dust Bowl/ You Better Watch Yourself/ Sloe Gin/ The Ballad of John Henry/ Lonesome Road Blues/ Happier Times/ Steal Your Heart Away/ Blues Deluxe/ Young Mans Blues/ Woke Up Dreaming/ Mountain Time/ Bird On A Wire (Leonard Cohen)/ Just Got Paid (ZZ Top)/
El destino quería la austeriana coincidencia de tener al autor de la "Trilogía de Nueva York" y a mi querido Bonamassa el mismo día en Madrid. ¡Con la de días que tiene un año! Así que, mientras el genial Paul Auster firmaba libros en una conocida librería de la capital, Bonamassa arrancaba de manera fulgurante su concierto en Madrid con el tren de su "Dust Bowl" (2011) para mi propia frustración ¿Es Joe el nuevo mesías de los amantes de la guitarra y el blues como rezan los carteles? Después del concierto de anoche puedo asegurar (y casi jurar por Auster) que sí, que lo es, que Joe es eso y mucho más. Pero vayamos por partes porque mientras Hughes escribe el nuevo disco de Black Country Comunion y Bonamassa declara que el mejor álbum de éstos es el primero para revuelo de la prensa especializada que siempre quiere ver conspiraciones en ese gran culebrón que es la industria musical fuera de nuestro país, nuestro protagonista continúa su camino hacia la leyenda sin prisa pero sin pausa, actuando en un frío Madrid cuyo Palacio de Congresos se mostraba lleno en una gélida noche de Febrero. Sí, lleno, porque la crisis no entiende de buen gusto y allí, el que más y el que menos, hizo el gran esfuerzo por estar en un concierto con buqué y estilo a raudales. Y, a tenor de las caras y los comentarios a la salida, creo que nadie salió defraudado.
Pongámonos en situación e intentemos abstraernos del hecho de que ni esta crítica es la que puedes encontrar en cualquier otra página, ni tú, querido lector, eres el típico amante de la música que se conforma con saber qué ocurrió en el concierto de ayer. Porque ahí me tienen a mí, empotrado en unas de las incómodas butacas del Palacio de Congresos del Campo de las Naciones dándole vueltas una y otra vez a la idea de que Paul Auster está en plena Castellana conociendo a sus lectores y yo, uno de ellos, está a kilómetros de él (más cerca que nunca) a escasos minutos de que comience otro concierto más de los muchos a los que he ido. ¿He dicho otro concierto? Sí, en efecto, ya te has dado cuenta de que me he equivocado porque cuando Joe sale al escenario puntual como un reloj y toca el primer acorde en su guitarra, me incorporo en mi asiento, me doy cuenta de que no es uno más y durante las siguientes dos horas y pico no podré apartar la vista de lo que ocurre sobre las tablas, como para acordarme de que Auster está esa noche en Madrid.
Después de escuchar a Clapton versionando a los Beatles y con Iron Maiden atronando por los altavoces su "2 Minutes To Midnight" segundos antes de que Joe ataque con "Slow Train" que suena magistral y mucho más potente que en el disco, me doy cuenta de que el público es el más variopinto de los últimos conciertos en los que he estado. Padres de familia, amantes del blues, rockeros, adolescentes, parejas y hasta algún que otro heavy. Una mezcla bastante inusual para el concierto de blues de todo un guitar-hero. Pero cuando suenan "Slow Train" o "Midnight Blues" ya te puedes ir olvidando del blando de John Mayer o, sacrilegio, del mismísimo Gary Moore porque Bonamassa es tan versátil como para enganchar a aquellos amantes de la música norteamericana más nocturna, el rock duro, fronterizo, yankee e incluso sureño. "You Better Watch Yourself" o "Dust Bowl" fueron caramelos llenos de rabia y técnica que nos encandilaron a todos pero fue en "Sloe Gin" cuando muchos no aguantaron en sus asientos y se levantaron a ovacionar al maestro porque lo que hizo durante esta canción nos sobrepasó a todos.
Excesos como el uso del Theremin en "The Ballad Of John Henry" que, literalmente, dejó a todos con la boca abierta y despertó de nuevo una entusiasta reacción por parte del público y momentos densos como "Happier Times" y más clásicos, pero no menos impactantes, como "Mountain Time". Nos regaló los oídos diciendo que el público de Madrid siempre es especial, que está encantado de comenzar la gira en la península y bromeó con el jet lag y la cantidad de cafés, Coca-Colas y Red Bulls que había tomado a lo largo del día pero todo esto no importa porque es un profesional y una vez se ha colgado la guitarra no hay quien le mueva del escenario. Y si algo no faltó anoche fueron guitarras, una impresionante colección basada principalmente en la legendaria Gibson. Allí estaba su Les Paul, una SG de doble mástil, una Firebird con la que desató mis más bajas pasiones durante "Lonesome Road Blues", una Fender Telecaster color "blonde" de golpeador negro durante el homenaje a Leonard Cohen en "Bird On Wire" y, para acabar, la bizarra Flying V con la que nos despidió a todos.
Durante más de dos horas se dejó los dedos sobre el diapasón, cabalgó sobre guitarras eléctricas, estranguló sus cuerdas e incluso nos cortejó con una acústica. El público en pie pidiendo otro bis mientras Joe, con su sonrisa tímida y oculto tras sus gafas se despide con sencillez y estilo del respetable. En efecto, no era un concierto más y Bonamassa sí que es el nuevo mesías. Los carteles no mentían.
El destino quería la austeriana coincidencia de tener al autor de la "Trilogía de Nueva York" y a mi querido Bonamassa el mismo día en Madrid. ¡Con la de días que tiene un año! Así que, mientras el genial Paul Auster firmaba libros en una conocida librería de la capital, Bonamassa arrancaba de manera fulgurante su concierto en Madrid con el tren de su "Dust Bowl" (2011) para mi propia frustración ¿Es Joe el nuevo mesías de los amantes de la guitarra y el blues como rezan los carteles? Después del concierto de anoche puedo asegurar (y casi jurar por Auster) que sí, que lo es, que Joe es eso y mucho más. Pero vayamos por partes porque mientras Hughes escribe el nuevo disco de Black Country Comunion y Bonamassa declara que el mejor álbum de éstos es el primero para revuelo de la prensa especializada que siempre quiere ver conspiraciones en ese gran culebrón que es la industria musical fuera de nuestro país, nuestro protagonista continúa su camino hacia la leyenda sin prisa pero sin pausa, actuando en un frío Madrid cuyo Palacio de Congresos se mostraba lleno en una gélida noche de Febrero. Sí, lleno, porque la crisis no entiende de buen gusto y allí, el que más y el que menos, hizo el gran esfuerzo por estar en un concierto con buqué y estilo a raudales. Y, a tenor de las caras y los comentarios a la salida, creo que nadie salió defraudado.
Pongámonos en situación e intentemos abstraernos del hecho de que ni esta crítica es la que puedes encontrar en cualquier otra página, ni tú, querido lector, eres el típico amante de la música que se conforma con saber qué ocurrió en el concierto de ayer. Porque ahí me tienen a mí, empotrado en unas de las incómodas butacas del Palacio de Congresos del Campo de las Naciones dándole vueltas una y otra vez a la idea de que Paul Auster está en plena Castellana conociendo a sus lectores y yo, uno de ellos, está a kilómetros de él (más cerca que nunca) a escasos minutos de que comience otro concierto más de los muchos a los que he ido. ¿He dicho otro concierto? Sí, en efecto, ya te has dado cuenta de que me he equivocado porque cuando Joe sale al escenario puntual como un reloj y toca el primer acorde en su guitarra, me incorporo en mi asiento, me doy cuenta de que no es uno más y durante las siguientes dos horas y pico no podré apartar la vista de lo que ocurre sobre las tablas, como para acordarme de que Auster está esa noche en Madrid.
Después de escuchar a Clapton versionando a los Beatles y con Iron Maiden atronando por los altavoces su "2 Minutes To Midnight" segundos antes de que Joe ataque con "Slow Train" que suena magistral y mucho más potente que en el disco, me doy cuenta de que el público es el más variopinto de los últimos conciertos en los que he estado. Padres de familia, amantes del blues, rockeros, adolescentes, parejas y hasta algún que otro heavy. Una mezcla bastante inusual para el concierto de blues de todo un guitar-hero. Pero cuando suenan "Slow Train" o "Midnight Blues" ya te puedes ir olvidando del blando de John Mayer o, sacrilegio, del mismísimo Gary Moore porque Bonamassa es tan versátil como para enganchar a aquellos amantes de la música norteamericana más nocturna, el rock duro, fronterizo, yankee e incluso sureño. "You Better Watch Yourself" o "Dust Bowl" fueron caramelos llenos de rabia y técnica que nos encandilaron a todos pero fue en "Sloe Gin" cuando muchos no aguantaron en sus asientos y se levantaron a ovacionar al maestro porque lo que hizo durante esta canción nos sobrepasó a todos.
Excesos como el uso del Theremin en "The Ballad Of John Henry" que, literalmente, dejó a todos con la boca abierta y despertó de nuevo una entusiasta reacción por parte del público y momentos densos como "Happier Times" y más clásicos, pero no menos impactantes, como "Mountain Time". Nos regaló los oídos diciendo que el público de Madrid siempre es especial, que está encantado de comenzar la gira en la península y bromeó con el jet lag y la cantidad de cafés, Coca-Colas y Red Bulls que había tomado a lo largo del día pero todo esto no importa porque es un profesional y una vez se ha colgado la guitarra no hay quien le mueva del escenario. Y si algo no faltó anoche fueron guitarras, una impresionante colección basada principalmente en la legendaria Gibson. Allí estaba su Les Paul, una SG de doble mástil, una Firebird con la que desató mis más bajas pasiones durante "Lonesome Road Blues", una Fender Telecaster color "blonde" de golpeador negro durante el homenaje a Leonard Cohen en "Bird On Wire" y, para acabar, la bizarra Flying V con la que nos despidió a todos.
Durante más de dos horas se dejó los dedos sobre el diapasón, cabalgó sobre guitarras eléctricas, estranguló sus cuerdas e incluso nos cortejó con una acústica. El público en pie pidiendo otro bis mientras Joe, con su sonrisa tímida y oculto tras sus gafas se despide con sencillez y estilo del respetable. En efecto, no era un concierto más y Bonamassa sí que es el nuevo mesías. Los carteles no mentían.
© 2012 Marco Stanley Fogg