Mientras en 1911, en Mississippi, nacía un niño negro como el carbón llamado Robert Leroy Johnson, en 1945 nacía Eric Patrick Clapton en Surrey tan sólo siete años después de que Robert muriese a manos de un marido celoso que, en pleno despecho, envenenó el whiskey del que el bluesman bebió. Pero si somos fieles a la historia y respetamos las fuentes sabremos que aquella copa no fue lo que le mató sino que fue el mismísimo diablo el que, tras firmar el pacto de concederle a Robert la virtud y la gracia para ser el mejor intérprete de blues de la historia, se cobró su alma allá donde se encuentran la 61 con la 49, en un cruce de caminos ("Crossroads") que hace décadas es el auténtico punto de reunión de un constante peregrinaje de admiradores y músicos que buscan el alma de Johnson y, por qué no, pactar también ellos con el diablo. Pero, un pacto es un pacto y, hasta la fecha, no ha vuelto a aparecer ni un sólo músico que haga sombra al legendario guitarrista negro. Pero, como en toda gran historia, hay siempre una excepción y es que en 1967 Eric Clapton era Dios (o eso rezaba aquella pintada situada en la parada de Islington) y así era que aquel chico blanco se obsesionó con el blues y Robert Johnson se convirtió, junto con el gran Muddy Waters, en modelo para él y se dedicó a aprender todos y cada uno de los veintinueve blues que Robert dejó como testimonio de su talento.
¡Y vaya si aprendió todas las lecciones de Robert Johnson! Pocos artistas han sido tan mujeriegos como Clapton (a excepción de John Lee Hooker) pero éste tuvo la suerte de no morir a manos del diablo o de un marido resentido y en el 2004 se metió al estudio a grabar su nuevo disco. Las sesiones se les hacían cuesta arriba a Steve Gadd (a la batería), Jerry Portnoy (armónica), Nathan East (al bajo), Andy Fairweather, Doyle Bramhall II y al gran Billy Preston, así que, cuando se aburrían, decidían arrancarse con uno de esos viejos blues del Delta y pronto pasaron a disfrutar tanto de aquellas canciones que terminaron por grabarlas y darse cuenta que estaban ante un disco en el que rendir un sentido homenaje a aquel por el que muchos de ellos habían decidido colgarse la guitarra. La idea residía en la cabeza del propio Clapton desde hacía muchos, muchísimos años pero nunca se había sentido con fuerzas ni aquellas canciones, que tanto había interpretado, habían brotado de sus dedos con tanta soltura y magia, queriendo salir del estudio en busca de aire.
"When You Got A Good Friend" inaugura la fiesta en la que este disco se convierte, un patrón clásico (como no puede ser de otra forma en el blues) nos lleva de paseo por toda la canción. La voz de Clapton ha cambiado, es más madura y posee más matices, su habitual manera desganada de cantar se ha convertido en un estilo en sí mismo y las palabras encajan entre sus guitarras y las de Doyle. "Little Queen Of Spades" llena de emoción desde el primer segundo con un órgano y una armónica dolientes son el contrapunto porque "They're Red Hot" es tan juguetona y desenfadada como se espera de un blues de mediados del siglo pasado. ¿Es capaz Clapton de capturar el dolor, la pena, la intensidad histórica de la segregación y la agonía de toda una raza junto con la precariedad llena de sabor de las grabaciones de Johnson? No, claro que no, decir lo contrario sería mentir tanto como estúpido por parte de un músico con la escuela de Clapton ya que éste sólo quiere disfrutar y tocar las canciones que tanto le gustan, por aquellas por las que siente verdadero amor desde que era un adolescente y así se traduce en las sentidas interpretaciones de la acústica "Me And The Devil Blues" y la maravilla de "Traveling Riverside Blues" con un slide magistral y un tono soberbio y pausado que no hacen más que darle más y más sabor.
"Last Fair Deal Gone Down" es la clara constatación de que Clapton no está muerto, de que no necesita meterse al estudio a componer nuevas canciones con las que demostrar aquello que ya no necesita demostrar una y otra vez, incendiaria. Hay que prestar especial atención a Billy Preston en este disco, "el quinto beatle" se sale del mapa con unos teclados de vértigo (hay que tener en cuenta que moriría tan sólo dos años después, todo un auténtico gigante de la música), "Stop Breakin Down Blues" y "Milkcow's Calf Blues" te harán viajar al Delta mientras que la interpretación de "Kind Hearted Woman Blues" es para quitarse el sombrero ante un Eric Clapton auténticamente colosal. "Come On In My Kitchen" vuelve al tono desenfadado y el slide hasta la archiconocida "If I Had Possession Over Judgement Day" y la versionadísima "Love In Vain".
"32-20 Blues" con las teclas como protagonistas y la densísima "Hell Hound On My Trail" cierran un disco hecho con clase y calidad de sobra como para demostrar el cariño y la gran deuda de Clapton por Robert. Sin Johnson, la música actual no sería tal y como la conocemos, carecería de alma. Sin Clapton no habría Dios, sólo un pacto entre aquel chico negro y el diablo.
© 2012 Bob Harris