Blogozarro #12 "Cuestión De Mojo"

¿Elegimos o somos elegidos? Creemos que podemos elegir nuestro trabajo, nuestra novia, nuestro coche o nuestros amigos cuando en realidad somos víctimas de las circunstancias y éstas nos eligen o nos conducen por caminos que creemos que nosotros mismos nos hemos forjado a base de estudiar, trabajar o perseverar. Tendríamos accesos de pánico si supiésemos la cantidad de cosas que escapan a nuestro control. Pincho a Muddy Waters y bajo la luz para escribir sobre el "mojo" (pronunciado ˈmoʊdʒoʊ o "moyo"), el bueno de Muddy sabía bien lo que era el "mojo", cualquier bluesman o artista auténtico sabe lo que es. Y ahora tú, que lees estas líneas, también te preguntarás qué es. El "mojo" es el encanto, la magia, el poder de atracción que las personas o los objetos ejercen sobre uno. ¿Cuántas veces nos hemos visto atraídos por algo o alguien que ejercía cierto poder o magnetismo sobre nuestro gusto? Hace mucho leía a un internauta que renegaba de comprar "on line" debido a que le gustaba probar lo que compraba y sentirse atraído o enamorado del objeto en sí. Suena "I'm Your Hoochi Coochie Man" de Muddy así que escribiré del "mojo" en relación con lo que me apasiona...

Mi primera guitarra fue una imitación de Stratocaster, yo tenía catorce años y había estado durante todo un año tocando una española que había heredado de mi tía, acabé destrozándola, la madera se rajó y pronto el mástil se hizo insufrible así que, en Navidad, recibí mi primera guitarra eléctrica. Era roja con el golpeador blanco, ¡estaba enamorado de aquella guitarra! y practicaba día y noche, me aprendí todas las canciones que me gustaban y sufrí más de la cuenta. En la tienda fueron sinceros; "es una guitarra para aprender, si le gusta y sigue en esto ya tendrá tiempo de invertir más dinero". Estuve casi dos años peleándome con ella, la veía tan atractiva y tan bonita que me era imposible resistirme a tocarla. Los trastes me hacían daño, las cuerdas se rompían cada día (por culpa del puente), se desafinaba constantemente y el mástil estaba curvado, si la afinaba duraba pocas canciones  pero aquella guitarra tenía "mojo". Nada ha sido comparable a la primera vez que la enchufé a un amplificador con distorsión, me creía Eric Clapton o Rory Gallagher cuando apenas sabía más de cuatro o cinco acordes, aquella guitarra fue la que me inició y nunca la olvidaré. Después de dos años de dejarme los dedos sobre su diapasón comencé a ahorrar para una Epiphone de finales de los noventa y madera de caoba que pesaba una barbaridad pero que sonaba con una fuerza descomunal, así que vendí mi "stratocaster" y compré la nueva. Muchos años más tarde y con más guitarras de las que necesitaba intenté localizar a aquella primera guitarra y llamé al comprador que, para mi tristeza, la había vuelto a vender, intenté seguirle el rastro y recuperarla sin éxito, no sé dónde habrá acabado pero siempre la recordaré, tenía magia, sin duda tenía "mojo".

Con mi siguiente guitarra fue con la que más disfruté, aquella Epiphone con nitro de márfil, pastilla doble en el puente y afinación floyd rose era todo lo que necesitaba para ensayar con mi grupo. Pero siento decir que aquella guitarra llegó en el momento equivocado, el rock alternativo inundaba la atmósfera de mis instituto y los ensayos de mi grupo pronto se volvieron los más alocados de todo el colegio. Era más fácil emular a Pete Townsend, Kurt Cobain o Pearl Jam en lo "malo" que a Satriani o Malmsteen en lo bueno, lo segundo era sinónimo de trabajo duro mientras que estrellar tu guitarra contra el bombo de la batería si la actuación no te había convencido era, además de fácil, mucho más satisfactorio y atraía las miradas de todos los que asistían a tus escasos conciertos. De esta manera, mi Epiphone voló tres días a la semana, hice surf sobre ella, fue arrojada desde un primer piso, aprendió a bajar por las escaleras y estrellarse contra los platos de la batería. ¡Era increíblemente dura! ¿Me preocupaban los arañazos o golpes que sufriera? Al principio, aquellos casuales sí, pero poco después aprendí a  vivir con ellos y cada marca la hacía más mía, tenía más y más personalidad y atractivo. Lo que ahora se llama "relic" y cuesta un dineral yo lo hacía sin ningún problema hace muchos años en el local de ensayo. La guitarra me duró seis años hasta que una noche, al final de una actuación con mi último grupo (¡qué ironía que fuese con ellos que eran los más calmados!) el mástil se partió por la mitad. Suena todo lo estúpido que posiblemente es pero, teñido por el recuerdo, fue la actuación más intensa y divertida que recuerdo con ellos. ¿Sigue viva aquella Epiphone? Por supuesto, encolé el mástil y retiré toda la pintura dejando la madera al natural, le haría falta algo más que una puesta a punto y seguiría sonando con la misma contundencia de siempre, mientras tanto sigue descansando en su estuche después de tantos años de sufrimiento, se lo merece.

Mi tercera guitarra fue una electroacústica que me regaló mi madre. Con ella actué en todos los bares que pude, la saqué un par de veces en algún que otro concierto con el grupo e incluso me acompañó en una actuación en un teatro de la cual tengo mejor recuerdo que lo que finalmente resultó. Con los arañazos lógicos de haberla tocado durante más de quince años y haberla paseado por medio Madrid, mi acústica aguanta con mejor sonido que antes el paso del tiempo. Negra, con un color verdoso en el cuerpo y un binding color crema que me hacía sentirme como si fuese el mismísimo Johnny Cash

Después de partir el mástil de la Epiphone necesitaba una guitarra con la que poder seguir actuando y ensayando así que mi familia me regaló una Fender Telecaster que supuso el salto a las grandes ligas. Es la guitarra con la que he grabado todas mis maquetas hasta la fecha, tan versátil que  asusta, capaz de sonar pop, rock o metal. Acostumbrado a la potencia ochentera de la Epiphone (más cañera que otra cosa) recuerdo que la primera vez que enchufé la Telecaster al amplificador del local, su "twang" me desconcertó e incluso me molestó, a los pocos minutos ya se había hecho a las canciones y yo a ella. Reemplazaría a la Epi en todas las actuaciones en directo e incluso terminaría sacándola para las versiones acústicas. 


La Strato de Rory Gallagher
¿Fui más responsable con ella? Por supuesto, tan sólo un par de rasguños. He conocido a tipos que sufren con cada arañazo, que limpian compulsivamente sus guitarras y bajos después de cada ensayo, respeto esa actitud pero no cuando estas mismas personas gastan un dineral comprando las imitaciones "relic" de Fender de las Stratocaster de Rory Gallagher o Clapton (su "Blackie"). Son guitarras preciosas y con un trabajo digno de lo que cuestan, que digo: ¡son maravillosas!  pero en mi vida compraría una de ellas si luego cuido las mías como si fuesen piezas de museo y digo esto sin entrar en el debate moral del sentido de envejecer una guitarra técnicamente nueva porque me encantan este tipo de acabados. Las guitarras, así como todo lo que nos rodea, se enriquecen con el paso del tiempo y las historias que sus heridas de guerra cuentan. Odiaría si mis guitarras no tuviesen la marca de mis dedos o aquel golpe que les propiné sin querer. ¡Cada guitarra es rica por lo que ha vivido, no lo olvides!

La Telecaster sació mi apetito como ninguna otra hasta el punto de llegar a creer que no necesitaba tocar otras cuerdas que no fuesen las suyas. Así que, pasados los años entró en mi casa mi primera Gibson, una Flying V con tres humbuckers (¡tres!), la más chillona de todas, tocarla es tan divertido como adictivo, la acción de las cuerdas está tan baja y su mástil tan estrecho (sin llegar a ser como el de una Ibanez, claro) que es fácil coger velocidad pero lo que más me sorprendió fue su facilidad para el blues. Sabía que Hendrix la había usado pero, claro, yo no soy Jimi (ni mucho menos) y tampoco este modelo de Flying es parecido al que él usaba hace cincuenta años pero es una guitarra capaz de sonar en limpio tan cristalina como macarra y cazallera con distorsión. Pesa poco y es de mástil encolado, cómoda para tocar de pie y, lo que al principio parecía un inconveniente debido a su forma de flecha se ha convertido en una de sus ventajas ya que para tocarla sentado es necesario agarrarla con el mástil cerca de la cara. Diferente e impactante pero auténtica como ella sola. ¿Qué me atrajo? Su "mojo", por supuesto.

Pero si de "mojo" hablamos no puedo evitar mencionar mi bajo porque "mojo" fue precisamente lo que sentí cuando lo contemplé en directo. Se trata del Hofner de Paul McCartney, claro que no es el mismo y para los puristas estos Hofner son totalmente indignos de los originales que el bueno de Paul usaba. Conviene recordar a todos éstos que a McCartney su primer Hofner le costó tan sólo treinta libras igual de poco que le costaron sus cinco Stratocaster a Clapton de las cuales regaló una a Pete Townsend, otra a George Harrison y las otras tres las desmontó para hacer, con sus mejores piezas, a la negra "Blackie", como poco le costó su Strato a Rory Gallagher o a Angus Young su SG y, sin embargo y a pesar de que estamos de acuerdo en que aquellas guitarras eran mucho mejores que las que ahora se fabrican con el pretexto del "signature" o aprovechando la fama de cada músico, a todos y cada uno de ellos les sirvieron para hacer y crear su música. Volviendo al Hofner, es imposible no tocarlo y hacer sonar "Drive My Car", su sonido es cálido y redondo, su peso es suficiente para que resulte agradable sin llegar a ser incómodo, sus acabados son magníficos y su "sunburst" es tan clásico como atractivo a la vista.

 Que te gusten las guitarras y no tener ningún modelo de Les Paul es un ultraje. No hace falta gastarse un dineral en un Gibson, hay multitud de marcas como Epiphone (las gamas bajas, que las Custom se disparan), Cort o las fabulosas Tokai (no las japonesas que ya están tan caras como las Epis o las Gibson Studio) como para saciar el apetito de una Les Paul sin necesidad de empeñarse. La Les Paul de mis sueños se fabricó en Tennessee, Nashville. A pesar de todos los "weight relief holes" que Gibson le haya hecho y que para muchos las Les Paul Studio son una pérdida de tiempo y de dinero, estoy encantado con mi "goldtop", me gusta su mástil gordito, es la guitarra que más pesa de todas las que tengo y logra sonar hardrockera pero también pantanosa en los blues más oscuros, su sonido es denso y gordo, redondo y rotundo pero en los solos saca su sonido cien por cien Gibson. 

John Lennon y Harrison compraron sus Epiphone Casino por poco dinero y pronto se hicieron famosas, es imposible enumerar la cantidad de artistas que las han tocado. John hizo que la decaparan para que la madera "respirase mejor" y no la dejó de tocar durante años. ¿Tienen alguna Epiphone Casino en Sunburst? No, me decían en muchas tiendas, esas guitarras merecen la pena si se tratan de la edición Lennon "Revolution" o las limitadas, prueba esta Casino Limitada, te encantará. ¿Podrían pedirme una Sunburst? ¡Pero si no valen lo que cuestan! Me da igual, estoy completamente enamorado de mi Epiphone Casino y, después de unos ajustes, todavía más. Me gusta su estética, su sencillez y clasicisimo así como el cálido sonido de sus cuerdas. ¡Incluso llega a sonar maravillosamente bien con distorsión! Uno de los grandes placeres de esta guitarra, en mi modesta opinión, reside en tocarla a solas y sentir la vibración de su madera en tu estómago, no hablo de su estrechita caja de resonancia, hablo de las vibraciones que toda su madera es capaz de transmitir. Majestuosa, elegante y muy versátil, claro que no es igual que las que George o John compraron en su momento pero a mí me sirve, fue un capricho y un regalo que nunca olvidaré. Es el claro ejemplo de cuando una guitarra te elige a ti, es entonces cuando no tienes nada que hacer nada más que dejarte llevar por ella.

Y llegamos al final de este especial dedicado al "mojo de las guitarras" con la última. Si hay una guitarra por la que haya sentido verdadera obsesión y he podido estar horas contemplando es, sin duda, la Gibson SG Standard, mi tercera, y espero que no la última, Gibson de mi colección. La SG ("solid guitar") nació en 1961 con la clara intención de paliar las bajas ventas que la Les Paul había obtenido frente a Fender. Un cuerpo totalmente sólido (algo que se ha mantenido durante todos estos años) pero más estrecho y un doble cutaway que te permite acceder a las notas más bajas sin llegar a dislocarte el pulgar además de haberse convertido en los icónicos y diabólicos cuernos del modelo, un golpeador con forma de ala de murciélago y el sonido más "encabronado" y "rock" de todas las Gibson. Hay quienes alegan que las mejores SG son a partir de las 61 Reissue hacia arriba pero, personalmente, me encanta la Standard y soñaba cada día con ella hasta que cayó en mis manos. Tras el color Cherry se puede ver la veta de la madera, todo en ella ha sido cuidado con mimo hasta el último detalle. La mía me lo puso difícil y conseguirla fue toda una odisea con inundaciones en la fábrica de Gibson y la guitarra agotada en todas y cada una de las tiendas que visité hasta que la encontré, la probé en un valvular y supe que toda la grandeza del rock y del blues estaban en ella y, aunque mis dedos todavía no saben extraerla, fue su "mojo" el que me susurró al oído; llévame contigo.
© 2011 J.Cano