Ya podemos irnos olvidando de la Björk de discos como "Debut" (1993), "Post" (1995) u "Homogenic" (1997), Björk ahora mismo no pretende hacer música para las masas, quizá nunca lo quiso y, sin embargo, el éxito acudió presto a su encuentro. Y ahora no es que huya de él, es que directamente le da igual y, por un lado, es de alabar pero, por otro, hace que buceemos en experimentos sonoros que no son aptos para todos los paladares. ¿Cuándo comenzó este disparate? Seguramente la primera vez que hizo una canción pésima o indigna y tanto la crítica como el público la aplaudieron como si aquello fuese la cuadratura del círculo ante la incomprensión de la misma o el miedo a parecer que uno no entiende, que no llega, mientras hordas de fans le miran con perplejidad y sonríen desde la cumbre del discernimiento musical (algo parecido a lo que ocurre con Animal Collective). A mi entender, el desastre comenzó con "Selmasongs" (2000), un disco que no dejaba de ser la banda sonora de "Dance In The Dark" de Lars Von Trier y en la cual nuestra protagonista acertaba en algunos pasajes mientras en otros nos abandonaba a la deriva del tedio.
Pero llegó "Vespertine" (2001) y, a pesar del horroroso vestido de cisne que lucía, nos hizo recuperar la fe, nunca más haría discos como "Debut" u "Homogenic" pero "Vespertine" era tan hermoso que era imposible no conmoverse con sus sonoridades e inflexiones vocales, sus arreglos y melodías. Tan majestuoso como contemplar el deshielo.
Pero nuestras sospechas se confirmaron en aquel "Medúlla" (2004) que tenía, como siempre, algún tema auténticamente impresionante pero realmente chocante en su conjunto. "Volta" (2007) nos dejaba bien claro que aquello era un viaje sin retorno con sus percusiones industriales y este "Biophilia" (2011) compuesto a base de Ipads, Apps y demás cacharrillos, no es un mal disco en absoluto pero tampoco es el disco que todos esperábamos, su naturaleza es extraña así como sus composiciones, su envoltorio, su portada y la sensación que nos deja.
El arpa del Ipad que suena en "Moon" es bonita, quizá es una de las que más suena a la Björk que todos conocemos pero el acompañamiento no es tan brillante como para dejar que tome protagonismo por encima de su propia voz, el único instrumento con mayúsculas que escucharemos a lo largo y ancho de su nuevo disco.
Lo mismo ocurre con "Thunderbolt", cuya base es errante y discurre al margen de la melodía vocal, como innecesario es acabarla con cuarenta y cuatro segundos de pedorretas sintetizadas. Es uno de esos momentos en los que uno se siente verdaderamente estúpido escuchando esos sonidos en el coche y piensa; ¡qué inteligente es, de verás que lo ha vuelto a hacer, nos está tomando el pelo a base de bien, cualquiera dice algo!
Lo mismo ocurre con "Thunderbolt", cuya base es errante y discurre al margen de la melodía vocal, como innecesario es acabarla con cuarenta y cuatro segundos de pedorretas sintetizadas. Es uno de esos momentos en los que uno se siente verdaderamente estúpido escuchando esos sonidos en el coche y piensa; ¡qué inteligente es, de verás que lo ha vuelto a hacer, nos está tomando el pelo a base de bien, cualquiera dice algo!
"Crystalline" es una de las que más me gusta y realmente eso es lo que verdaderamente importa en un disco de estas características. Dudo mucho que algún crítico o seguidor de las islandesa pueda presumir de saber lo que ésta ha querido decir, ha querido expresar o busca causar en el oyente más allá de lo que lleguemos a sentir o no a través de los exóticos sonidos con los que no regala el oído y sentir en este disco es una tarea difícil a la que nos aferraremos con desesperación en las pocas canciones en las que podamos. Los últimos segundos de "Crystalline" podrían formar parte del nuevo disco de Prodigy, no está mal el viaje al pasado de la mano del jungle, algo verdaderamente contradictorio en el supuesto espíritu innovador de la artista a la que no les gusta discurrir por el mismo sendero más de una vez.
"Cosmogony" habría sido incluida en cualquier disco anterior sin ningún sonrojo; sencilla y bonita, emocionante y accesible. Como "Dark Matter" cuya siniestra melodía (como no podía ser de otra manera con ese nombre) nos hará estremecernos a lo largo de toda su duración.
"Cosmogony" habría sido incluida en cualquier disco anterior sin ningún sonrojo; sencilla y bonita, emocionante y accesible. Como "Dark Matter" cuya siniestra melodía (como no podía ser de otra manera con ese nombre) nos hará estremecernos a lo largo de toda su duración.
"Hollow" dejará satisfechos a todos aquellos que orgasman con Von Trier y compañía mientras que con "Virus" endereza la nave a pesar de que la melodía con la que comienza se va diluyendo en un océano de cucharillas de postre que dejan en ridículo al "Two Virgins" de Yoko y John. "Sacrifice" acaba sincopada, ensuciando de nuevo la preciosa melodía con la que se abría, como ocurría con "Crystalline"...
"Mutual Core" nos lleva de nuevo a la Björk de hace unos años, con sus constantes cambios de ritmo, y uno empieza a preguntarse por qué los temas que más nos recuerdan al pasado son los que más nos gustan, "Solstice" acaba el disco con el arpa con la que se abría y su magnífica voz alejándose poco a poco mientras el tema se desvanece.
"Mutual Core" nos lleva de nuevo a la Björk de hace unos años, con sus constantes cambios de ritmo, y uno empieza a preguntarse por qué los temas que más nos recuerdan al pasado son los que más nos gustan, "Solstice" acaba el disco con el arpa con la que se abría y su magnífica voz alejándose poco a poco mientras el tema se desvanece.
No es un buen disco, tampoco es malo del todo, simplemente es una entrega más de Björk; aquella chica que se convirtió en mujer bajo la atenta mirada de miles de personas y que un día decidió crecer sin tener que darle excusas a nadie. Tampoco es fácil escribir sobre el nuevo disco de Björk pero estoy seguro de que es mucho más difícil escucharlo sin soltar un bostezo o echar una cabezadita para luego, en sus conciertos, fumar tabaco de liar y presumir de entender lo que sólo la artista ha creído llegar a saber.
© 2011 Marsellus Wallace