Para qué engañarnos, durante aquel año todos quisimos vivir en un pueblecito de 5.120 habitantes que luego, de la noche a la mañana, se convirtieron en 5.1201 por error de un ayudante de policía local llamado Andy. Creo que hasta quisimos probar la tarta y un café "negro como la noche y caliente como el infierno" que pedían los del FBI y me atrevería a insinuar que hasta los asesinatos y chusma local ejercían una exagerada e incomprensible fascinación en nuestra imaginación pero que todo podría resumirse en la estampa de aquellos impresionantes y frondosos abetos Douglas que rodeaban a toda la localidad. Eran unos habitantes silenciosos, mudos, que presenciaban con resignación las historietas, dimes y diretes, masturbaciones oníricas y engaños e intrigas de los habitantes de Twin Peaks.
Por lo tanto, no es sorprendente que el principal sustento de aquel pueblo fuese la industria maderera y que el aserradero jugase un importantísimo papel no sólo en su economía sino en el desarrollo de su trama. Desde luego, visto lo visto, lo suyo no iba a ser el turismo. Seguro que aquel misterioso bosque afectaba el comportamiento de vecinos como Pete Martell (el tristemente desaparecido Jack Nance), Margaret (Lady Leño) o la caprichosa Audrey Horne pero lo más sorprendente de todo fue que aquella serie de la ABC tuviese éxito y se convirtiese en un clásico moderno de culto.
Después de "Terciopelo Azul", David Lynch se alió con Mark Frost para producir una serie cuya duración estaba más que sentenciada y que contaba la historia de un pueblecito en el que hayaban muerta a una adolescente llamada Laura Palmer (que, pese a su aspecto, era toda una pieza) y el impacto que esto suponía en sus tranquilos habitantes. Pero si algo nos enseña "Terciopelo Azul" desde sus primera secuencias es que bajo ese fabuloso, verde y recién cortado césped de modélicas casas de la bienpensante norteamérica hay insectos, las apariencias engañan, nada es lo que parece y, según vamos conociendo a los vecinos de Twin Peaks (incluyendo a la adolescente asesinada), nos percatamos de que lo raro es que no ocurran más incidentes de ese tipo en aquel pueblecito y terminen todos matándose los unos a los otros.
El terremoto que supuso y su impacto cultural fue tan grande que las ondas sísmicas se dejaron notar incluso en España y los primeros episodios fueron seguidos con auténtica devoción por gente incluso para la que, incomprensiblemente, era la primera toma de contacto con el universo del director estadounidense. Y digo incomprensible porque "El hombre elefante" (1980), "Dune" (1984) y "Terciopelo Azul" (1986) habían sido lo suficientemente populares como para servir de avales (por no hablar de "Cabeza Borradora" y su incesante proyección en todos los cines de arte y ensayo de la ciudad).
Daba igual, con "Twin Peaks" había logrado el equilibro perfecto entre su mundo y el nuestro, los ingredientes eran unos personajes únicos, extravagantes, raros y atractivos como ellos solos, capaces de apuñalarse por la espalda y por el frente sin ningún tipo de pudor, todos relacionados entre sí, el misterio de las historias policiacas, una deliciosa banda sonora a cargo de Angelo Badalamenti (que supo mezclar elementos ambientales, sintetizadores y jazzy creando estupendas atmósferas que uno identificaba automáticamente con cada escena) y una extraña relación morbosa que, por desgracia, no llegó a cuajar entre Dale Cooper y Audrey Horne (ya que la mojigata de Lara Flynn Boyle que en la serie sí que se enrrollaba con el pesado de James Marshall, sin embargo, se negó a que su noviete de por aquella época, Kyle MacLachlan, cayese en los brazos de Sherilyn Fenn, él se lo perdió...) algo que nos molestó a todos pero que logró mantener la tensión entre ambos durante cada uno de los episodios. Todo ello sazonado con las habituales especias de Lynch; juegos de palabras, expresiones que con el tiempo se han convertido en populares ("¿Quién ha matado a Laura Palmer?"), desviaciones sexuales, gloriosas secuencias (como cuando la cámara sale de un poro de la pared), pesadillas y su propia y esporádica intervención como el agente del FBI, sordo como una tapia, Gordon Cole.
A día de hoy, ver el episodio piloto supone un ejercicio de nostalgia por la cantidad de buenos recuerdos que evoca sin que estos lleguen a lastrar su visionado. Los años no han pasado por la historia, la forma en la que está dirigido es magistral y sus personajes siguen siendo tan frescos como entonces. Comienza con toda la artillería; el cadáver de Laura Palmer aparece a los dos minutos de comenzar la serie habiendo únicamente frases cortas por parte de un Jack Nance con aspecto de buen hombre que realmente parece estar en estado de shock, lo que viene a continuación es un despliegue en ramillete de los principales personajes de la serie con impactantes frases (a la vez que absurdas y lynchnianas) como el piropo; "Eres un cohete de tres pisos" o conocidas manías del director como la cabeza de ciervo caída sobre la mesa. Por no hablar del famosísimo Agente Cooper que ha dado para mil y una parodias y se ha consagrado como estereotipo del federal correcto, honesto y ordenado que, sin embargo, puede llegar a competir en manías y excentricidad (eso sí, encubierta) con el mismísimo Doctor Lawrence Jacoby.
Si la serie fue todo un éxito (al estilo lynchniano) también fue un tremendo pinchazo. La primera temporada roza la perfección, el propio Lynch dirige los dos primeros episodios y el séptimo, dejando su labor en manos de otros realizadores que supieron conducir la trama con menor o mayor éxito pero siempre a un alto nivel. Sin embargo, la segunda temporada (evidente e innecesariamente más larga debido al inesperado éxito de la serie, veintidós episodios nada menos) supone un declive debido a la ausencia de David Lynch (totalmente entregado a su película "Corazón Salvaje") y Mark Frost que abandonaron inocentemente a su criatura en manos de guionistas y directores de encargo, tomando ésta los peores vicios de los culebrones y telefilmes. Para colmo, la ABC obligo a Lynch a desvelar la identidad del asesino de Laura Palmer a la primera de cambio (ignorando la idea de éste de hacerlo al final de la serie) con lo que el interés del público fue decreciendo y los asalariados que se encargaron de continuar la franquicia no supieron hacer otra cosa que añadir absurdos personajes (que no deberían haber pasado nunca de secundarios) para abrir nuevas y soporíferas tramas alternativas con las que intentar exprimir la gallina de los huevos de oro.
La cadena vuelve a pronunciarse queriendo acabar con la serie mientras que los millones de seguidores protestan, Lynch y Frost se dan cuenta del error que han cometido y corren al rescate en los últimos episodios, de nuevo sube el nivel argumental y comienzan a cerrar todas las tramas secundarias que sus "becarios" han ido abriendo. Finalmente, Lynch se encargará de matar a la bestia en un último episodio con el cual decide cerrar toda esperanza de continuación, algo en lo que se ha mantenido firme durante todos estos años y es de elogiar. Como espectador nunca entendí la continuación de la serie tras el desenmascaramiento de Leland Palmer (como, de otra forma, también me ocurriría con "Doctor en Alaska" sin Joel Fleischman) pero reconozco que había algo de ritual en aquello de sentarse a vivir por unos minutos en aquel inquietante pueblo coronado por las montañas Whitetail y Blue Pine. Nunca más he vuelto a desear tanto vivir en un pueblecito, a excepción de lo que me pasó años después con Cicely, pero ésa es otra historia.
© 2011 J.Cano