"private music" de DEFTONES

Un ejemplo más de la autenticidad y creatividad de los de Sacramento...

Crítica: Testament "Para Bellum"

En un género tan despiadado como el thrash metal estadounidense, las leyendas del pasado navegan entre la gloria de antaño y los inevitables altibajos del presente y unas carreras que, en muchos casos, se han dilatado demasiado en el tiempo. Bandas como Metallica han realizado en experimentos que más que añadir a su propia leyenda, siempre polarizan; Megadeth se aferra a su característico caos, Anthrax parece haberse desvanecido en el olvido, a pesar de seguir en activo, y Slayer, el titán indomable, optó por un retiro que sabe a despedida asistida y a saqueo premeditado de los bolsillos de sus seguidores cuando vuelven a la vida, siempre que la mujer de uno de ellos, requiere algo de dinero suelto para el último de sus caprichos. Testament, por su parte, siempre han ocupado un lugar especial en nuestro corazón. Discos como "The New Order" (1988) y "Practice What You Preach" (1989) se alzaron como cimientos del subgénero, resistiendo el paso del tiempo con una solidez envidiable, pero el thrash es ese terreno traicionero, donde incluso los gigantes enfrentan la sombra de la redundancia y así llegamos a "Para Bellum" (2025), su decimotercer capítulo, que plantea una duda persistente: ¿pueden estos veteranos revitalizar su legado con algo nuevo, o se limitarán a vivir del pasado? La respuesta no es un triunfo rotundo, pero tampoco un suspenso fulminante. Con Eric Peterson en las guitarras rítmicas y Alex Skolnick brillando en los solos, Testament explora desde pinceladas de black metal hasta guiños al hard rock clásico, creando un álbum variado, que no siempre cohesivo. No es una reinvención audaz, sino un paso tibio que mantiene viva la chispa, aunque con tropiezos que reflejan tanto la madurez como las limitaciones de una banda que lleva cinco décadas en la batalla.


La estructura de "Para Bellum" (2025) se desenvuelve como un viaje impredecible, donde los momentos de brillo compensan, en parte, el arranque irregular y las digresiones menos inspiradas, y una segunda mitad en la que el disco encuentra su mejor versión en canciones como "Room 117", donde Testament despliegan un pegajoso groove que evoca lo mejor de su era dorada, con afilados riffs cortesía de Peterson y unos coros que se clavan en la memoria. Es una fusión inteligente de thrash vintage y metal clásico, con buenos estribillos que Chuck Billy reparte con su habitual carisma gutural, recordando el espíritu accesible de "Practice What You Preach" (1989). Aún más convincente es "Havana Syndrome", que equilibra el sonido icónico de la banda con influencias del NWoBHM, evidentes en los solos melódicos de Skolnick, cuando el maestro serpentea con elegancia sobre una base rítmica sólida impulsada por el burbujeante bajo de Steve DiGiorgio, cerrando con una energía que, si bien no reinventa la rueda, ofrece un respiro refrescante en un álbum propenso a la dispersión. La homónima, "Para Bellum", suena bien pero no es más que un cóctel sobrecargado de ideas; desde el thrash furioso, pasajes blackened y ecos de metal tradicional que se entremezclan en un torbellino que funciona en dosis, pero que peca de ambición desmedida, dejando al oyente con una sensación de potencial no del todo desarrollado. En contraste, el arranque con "For the Love of Pain" promete mucho con su thrash veloz y furioso, infundido de un black metal que remite a los experimentos pasados de Peterson en Dragonlord, aunque aquí se siente más crudo y directo, con blasts beats que aceleran el pulso sin llegar a la maestría. "Infanticide A.I." mantiene esa agresividad rayana en el grind, con riffs que vuelan en todas direcciones y la voz de Billy sonando al borde de la demencia, respaldada por la batería inclemente de Chris Dovas, el nuevo miembro que, pese a no ser Gene Hoglan, cumple con precisión quirúrgica. 

Sin embargo, no todo resiste el escrutinio, "Nature of the Beast" se desvía hacia un hard rock ligero que apesta a versión de Saxon y, aunque la ejecución es impecable, carece de la garra que define a Testament, resultando olvidable. "High Noon", con su temática de pistolero del Oeste, peca de cursi, distrae más que suma, y "Meant to Be" no es más que una balada emotiva que pone a prueba la capacidad melódica de la banda, con toques djenty y un pathos que conmueve pero que, en el contexto del disco, parece un meme en el que Testament juegan a acercarse al emo de cualquier banda de medio pelo.  Al final de su escucha, "Para Bellum" (2025) es un testimonio agridulce de la longevidad en el metal: un disco que brilla por el talento innegable de su elenco, pero que no alcanza las alturas de los clásicos que forjaron la leyenda de Testament. La instrumentación es, como siempre, un festín de precisión y pasión; Peterson y Skolnick forman un dúo envidiable, capaz de transitar del caos thrash a la emotividad limpia con una facilidad que solo los grandes logran, mientras DiGiorgio añade profundidad con sus líneas de bajo que rugen bajo la superficie, y Dovas, con su poderoso arsenal, mantiene el motor en marcha sin fisuras notables. Mientras que Chuck Billy, por su parte, sorprende con una versatilidad rejuvenecida: pasando del ladrido thrash a gañidos propios del black y voces melódicas, inyectando vida a cada pista. Pero, al mismo tiempo, cuajado de tropiezos en la composición que lo lastran, como esa sensación de eclecticismo forzado que impide un flujo narrativo sólido, no siendo el regreso triunfal que algunos anhelaban, sino un disco más, con más aciertos que errores en la balanza, pero sin llegar a la gloria. Al final, en un mundo donde el metal extremo devora a sus hijos, Testament sigue de pie, no como un coloso invencible, sino como un guerrero sabio que sabe cuándo blandir la espada, aunque lleve ya demasiados discos prefiriendo guardar la hoja.

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Crítica: Orbit Culture "Death Above Life"

Me sorprende la repercusión que ha tenido Orbit Culture en los últimos años, cuando siempre que los he visto, me da la sensación de que la banda que escucho en estudio no es la misma banda que veo en directo. Alcanzaron un pico notable en "Descent" (2023), un disco que, pese a sus virtudes en la construcción de riffs letales y atmósferas opresivas, se vio lastrado por una mezcla asfixiante que lo relegaba a un territorio francamente olvidable. Previamente, "Nija" (2020) había explorado la oscuridad con mayor acierto, aunque también bajo una producción claustrofóbica que, en retrospectiva, anticipaba las tensiones que este cuarteto ha enfrentado al equilibrar ambición y claridad. Ahora, con "Death Above Life" (2025), la banda liderada por el guitarrista y vocalista Niklas Karlsson presenta una evolución que, si bien mantiene la esencia de su sonido —un amor declarado por el thrash primigenio de Metallica y los paisajes cinematográficos de compositores como Hans Zimmer y Howard Shore—, introduce ajustes en la producción a cargo del multiinstrumentista Buster Odeholm de Humanity’s Last Breath. Optando por un enfoque que canaliza su exceso de ideas en estructuras más variadas, incorporando influencias de djent y metalcore para aliviar la densidad que menciono. Sin embargo, la prominencia de las voces limpias de Karlsson, con su timbre grave inspirado en Hetfield pero imperfecto en su ejecución, emerge como un elemento discordante que no funciona en muchas canciones. La instrumentación, con riffs entrecortados y breakdowns, conserva la brutalidad característica, pero la mezcla, aunque mejorada en términos de respiración musical, sigue pecando de sobrecarga, lo que diluye el impacto de sus progresiones armónicas y ominosas texturas ambientales. En este contexto, Orbit Culture demuestran una madurez en la gestión emocional —colisiones de furia, melancolía y desesperación que evocan a los mejores Soilwork en sus etapas iniciales—, pero el resultado es un trabajo sólido más que revelador, que avanza sin revolucionar el repertorio previo de la banda. La inclusión de solos ascendentes y sintetizadores sutiles añade profundidad, reflejando un respeto por la narrativa, aunque la repetición en las estructuras y la longitud extendida de ciertas canciones genera más fatiga que satisfacción. Así, "Death Above Life" (2025) se posiciona como un disco de transición en la discografía de estos suecos, reafirmando su reputación en el metal extremo, pero sin alcanzar la trascendencia que su potencial sugiere.

La estructura de "Death Above Life" (2025) se desenvuelve en una secuencia que alterna entre la accesibilidad thrash y la ferocidad del death, revelando tanto fortalezas como inconsistencias en la visión compositiva de Orbit Culture. Temas como "Inferna" y "The Tales of War" inauguran el disco con coros que contrastan con riffs djenty, donde la voz limpia de Niklas Karlsson busca anclarse en un territorio melódico ya conocido, aunque su protagonismo genera desequilibrio. Esta dualidad vocal —melódicas versus rugidos guturales— impregna pistas como "Into the Waves" y "The Path I Walk", donde las progresiones evocan un thrash melancólico con influencias de As I Lay Dying en sus primeros momentos. En el aspecto más pesado, "Hydra" y "Neural Collapse" despliegan breakdowns que ofrecen un respiro necesario en medio de la densidad, con texturas ambientales que amplifican el mensaje del álbum, aunque las voces melódicas aquí funcionan como algo secundario, mejor integrado pero aún susceptible de interrumpir el clímax brutal. "Inside the Waves", por ejemplo, alarga esta fórmula con un desarrollo prolongado que, pese a sus guitarras y riffs galopantes, peca de prolijidad, recordando cómo la banda prioriza la intensidad sobre la concisión. 

Hacia el núcleo del álbum, "Nerve" incorpora elementos metalcore en sus breakdown rítmicas, con un enfoque en la desesperación que Karlsson articula mediante variaciones vocales, pero la mezcla acentúa las fisuras. El broche llega con "The Storm", cuyo riff suena sospechosamente parecido a "The Sound of Truth" de As I Lay Dying, un guiño que subraya la nostalgia thrash del grupo, aunque su tempo vertiginoso y brutalidad no logran eclipsar la similitud. Por último, canciones como "Bloodhound" y el homónimo "Death Above Life" son las cimas del álbum, desprovistas de voces melódicas para priorizar ritmos más cercanos al nu metal, claramente reminiscentes de Slipknot.

En conjunto, sus canciones ilustran la versatilidad de Orbit Culture, pero la inclusión errática de partes melódicas y la duración excesiva generan un álbum que, si bien posee riffs de primera línea y voces feroces, se ve mermado por una ejecución vocal que agota desde el principio. Cabe reconocer también que Orbit Culture han sabido forjarse un lugar encomiable en el metal, en un territorio donde su respeto por la emoción cinematográfica y la brutalidad extrema genera momentos de genuina catarsis. La producción, un paso adelante respecto a la opresión de "Descent" (2023), permite que las ideas de la banda respiren con mayor libertad, y las actuaciones instrumentales —particularmente los solos climáticos y las progresiones que hacen chocar furia y melancolía— atestiguan una composición que honra sus influencias sin caer en la mera imitación. Es un lanzamiento sólido, merecedor de atención para quienes valoran la fusión de géneros, pero lejos de la excelencia que "Descent" (2023) casi rozó en sus mejores momentos. "Death Above Life" (2025) permanece en un limbo tibio, afirmando su estatus, pero sin trascenderlo…

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Crónica: Killswitch Engage (Madrid) 01.10.2025

SETLIST:
Strength of the Mind/ Rose of Sharyn/ Reckoning/ Aftermath/ Fixation on the Darkness/ A Bid Farewell/ Beyond the Flames/ Broken Glass/ Hate by Design/ Forever Aligned/ The Signal Fire/ I Believe/ The Arms of Sorrow/ In Due Time/ This Fire/ My Curse/ The End of Heartache/ My Last Serenade/

La primera vez que vi a Killswitch Engage en directo fue con Howard Jones. Nada que objetar, Howard es un magnífico vocalista, con una voz bonita y poderosa, perfecta para la banda. Con él firmaron buenos discos como “The End of Heartache” (2004), “As Daylight Dies” (2006) y el homónimo “Killswitch Engage” (2009), hasta tal punto que pensé que Killswitch se quedarían por siempre con Jones. Me gustan aquellos títulos, pero siempre sentí que, con cada entrega, la esencia se iba a agotando, como si al refresco se le estuviese yendo el gas poco a poco. Es por eso que me alegré tantísimo de la vuelta de Jesse. Jones tenía la fuerza y la voz, pero Leach posee ambas virtudes; fuerza y agresividad o presencia, además de ese puntito de vulnerabilidad que hace que las canciones de Killswitch parezcan romperse emocionalmente cuando Dutkiewicz y Stroetzel lo acompañan en los coros y Jesse disfruta dibujando esas melodías tan reconocibles, que le aportan la sensibilidad y el drama que la banda requiere en sus canciones. Y dieciséis años han pasado desde la última vez que la banda pasó por Madrid, década y media en la cual, he podido disfrutar de Killswitch viajando, saludando a Jesse en persona siempre que he podido y disfrutando de un regreso glorioso con “Disarm The Descent” (2013), un álbum como “Incarnate” (2016), que se ha convertido en mi favorito por lo mucho que me dice y convertirse en uno de esos discos de cabecera a los que regreso para lamerme las heridas, y dos títulos como "Atonement" (2019) y "This Consequence" (2025) que, sin ser obras redondas, muestran buenas canciones y un estado de forma que mantienen en directo.

El cartel se completaba con Employed To Serve (a los cuales no llegué a ver, gracias al magnífico tráfico de la capital), Decapitated y Fit For An Autopsy. La última vez de los polacos fue con su Nihility Tour, dejando un buen sabor de boca y esta noche no defraudaron; Vogg me sigue pareciendo un genio que no recibe el reconocimiento suficiente y entiendo que aceptase estar temporalmente en Machine Head. Sobre las tablas de La Riviera exhibió genio y figura a las seis cuerdas, “Cancer Culture” (2022) es un disco que me gusta y Decapitated interpretaron “Just a Cigarette”, “Iconoclast”, “Suicidal Space Programme” o “Last Supper” junto a "Spheres of Madness", "Never" o "404", un concierto en el que me faltaron algunas más canciones de su época clásica y que culminó, por casualidad, encontrándome al propio Vogg en la noche madrileña comprando comida y servidor, como seguidor pesado que tiene que darle las gracias por su música. Lo de Fit For An Autopsy más breve pero a la yugular, Badolato es un verdadero monstruo que, haciendo un homenaje a Obituary en su vestimenta, lucieron más como una banda de death que deathcore. “Lower Purpose”, “Red Horizon” u “Hostage” cayeron como un mazo, los de New Jersey sonaron brutos como pocos, sin tregua y sin interrupciones, “Pandora” y “The Sea of Tragic Beasts”, nos llevaron a un final igual de abrupto con “Savior of None / Ashes of All” y “Far From Heaven” que fueron disparadas con rabia, Pat Sheridan y Tim Howley estuvieron fantásticos en un concierto que se me hizo muy corto.

Pero la noche tenía a sus protagonistas y eran Killswitch Engage, con un Jesse Leach en forma, que cuando salió al escenario La Riviera rugió. Adam Dutkiewicz estaba pletórico y aportando la dosis de diversión necesario, mientras se apoyaba en Adam y la magnífica base rítmica de Foley y D'Antonio. Despegaron con “Strength of the Mind” y la ya clásica “Rose Of Sharyn”, Dutkiewicz se sentía bien y nos lo hacía sentir, la pista se volvió una locura con “Aftermath” y “Fixation on the Darkness”, sustituyeron “This Is Absolution”, que interpretaron en Lisboa, y nos regalaron a cambio la emotiva “A Bid Farewell”. Leach estaba caliente y metido plenamente en el concierto, la garganta magnífica y a tope de entrega, tras “Broken Glass”, “Hate by Design” fue coreada por toda la sala y embrutecieron aún más canciones como “The Signal Fire” o “The Arms of Sorrow”, así como “I Believe” fue cantada al unísono. “In Due Time” o “My Curse” no pudieron faltar, así como “The End of Heartache” y esa canción que captura una época, un sentimiento, que escuché por primera vez con veintiún años en “Alive or Just Breathing” (2002) y sigue conservando todo su sentido, “My Last Serenade”. Por supuesto, me faltaron más canciones, más tiempo, pero no puedo tener queja alguna con la banda y el Resurrection Fest por traerles de vuelta a nuestros escenarios. A la salida, Leach atendió a quien pudo y se despidió con una sonrisa, igual de grande sobre el escenario, que cuando se baja de él. Tan sólo espero que no vuelvan a pasar dieciséis años en regresar, aunque sé que sus canciones seguirán sonando igual de relevantes...

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Crítica: Amorphis "Borderland"

Desde que descubrí a Amorphis hace décadas, su música ha sido lo más parecido a un faro en el vasto océano del metal progresivo y melódico. Desde su segundo álbum, con "Tales from the Thousand Lakes" (1994), un disco que tejía mitos finlandeses con riffs furiosos y atmósferas etéreas, Amorphis han sabido capturar una esencia mágica que aún hoy me transporta a paisajes nórdicos. Aquel álbum no solo definió su sonido inicial, sino que estableció un legado de evolución constante: de las raíces death metal en "The Karelian Isthmus" (1992) a experimentos más accesibles en "Elegy" (1996), pasando por el renacimiento con la llegada de Tomi Joutsen en "Eclipse" (2006). Su voz, un híbrido perfecto entre la emotividad y los growls más profundos del metal, inyectó nueva vitalidad al grupo, culminando en una trilogía inolvidable: "Eclipse" (2006), "Silent Waters" (2007) y "Skyforger" (2009), que muchos consideramos picos insuperables del género. Aunque los años posteriores trajeron altibajos —discos como "The Beginning of Times" (2011) o "Under the Red Cloud" (2015) mantuvieron la llama, pero con menos intensidad—, Amorphis nunca ha defraudado del todo y los últimos años me han sabido especialmente dulces, como muestra este "Borderland" (2025), un álbum que no sólo honra su propio legado, sino que lo expande con frescura y pasión, recordándonos por qué Amorphis sigue siendo una fuerza imparable en el metal contemporáneo. 

En "Borderland" (2025), Amorphis despliega un arsenal de composiciones que equilibran la tradición con elementos innovadores, comenzando por el clímax emocional que es "Dancing Shadow", un tema que captura a la perfección la magia pura del grupo. Aquí, las guitarras relucientes de Esa Holopainen y Tomi Koivusaari bailan como sombras en una noche de luna llena, entrelazándose con las voces melódicas de Tomi Joutsen en un estribillo hipnótico que evoca los mejores momentos de "Silent Waters" (2007). "The Circle" se siente como un abrazo reconfortante: un clásico amorphiano con ritmos rebotantes y estribillos que permiten a Joutsen hacer gala de su rango vocal, desde susurros etéreos hasta rugidos guturales que impulsan la canción con una energía contagiosa pero no es solo nostalgia; es Amorphis en su mejor versión, con el aderezo folk que recuerda las raíces de "Tales from the Thousand Lakes" (1994). "Bones", por su parte, profundiza en territorios más oscuros y pesados, donde la voz melódica se eleva sobre el gruñido death —cortesía de Joutsen en su faceta más feroz—, evocando el espíritu épico de "Death of a King" de "Under the Blacklight" (2013). Una canción que crece con cada escucha, descubriendo capas de armonías que invitan a la introspección. El primer envite culmina en "The Strange", un cierre de mitad de álbum que mantiene el clímax con su atmósfera misteriosa: las teclas de Santeri Kallio pintan paisajes sonoros oníricos, mientras las guitarras de Holopainen serpentean con gracia, y Joutsen alterna entre versos suaves y explosiones vocales que dejarán sediento de más a cualquier oyente.

La segunda mitad de "Borderland" (2025) no decepciona, aunque con un matiz más introspectivo; "Light and Shadow" remite directamente a la era dorada de "The Beginning of Times" (2011), con riffs luminosos y un estribillo que invita a ser gritado en directo, destacando la química impecable entre las guitarras de Koivusaari y Holopainen. Mientras que la homónima "Borderland" captura la esencia del álbum en su forma más pura: un viaje progresivo que fusiona elementos acústicos con crescendos metálicos, donde las melodías de Kallio al teclado actúan como etéreos puentes entre versos. Incluso los momentos más contenidos, como "The Lantern", brillan con una sutileza folk que construye tensión gradualmente, liberándola en un solo de guitarra que Holopainen ejecuta con maestría quirúrgica. Finalmente, "Despair" cierra con una nota reflexiva pero esperanzadora, con los gruñidos de Joutsen dialogando entre arpegios que permanecen en la memoria, incluso cuando el álbum ha dejado de sonar y te pide otra escucha.

No puedo evitar sentir más que gratitud hacia Amorphis, esa banda que ha moldeado mi gusto musical como pocas otras. Tomi Joutsen, ese vocalista excepcional que se unió hace casi dos décadas, sigue siendo el corazón pulsante; su habilidad para transmitir junto a Esa Holopainen y Tomi Koivusaari, tejiendo un tapiz único, donde el metal se funde con rock y folk, con Santeri Kallio, añadiendo esa capa de profundidad que transforma canciones en epopeyas, evocando paisajes finlandeses con toques místicos. Escucha "Borderland" (2025) y redescubre por qué Amorphis no es sólo una banda, sino una frontera que siempre merece la pena cruzar, y más aún en estos tiempos turbulentos, donde su música es un refugio, un recordatorio de que el arte verdadero perdura, evolucionando sin traicionar sus raíces. 

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pic by © 2025 Sam Jansen
* Gracias a Miguel Núñez por su amable ayuda

Crítica: Dark Angel "Extinction Level Event"

Dark Angel, la banda que una vez se erigió como un pilar del thrash metal, regresa después de tres décadas de silencio con "Extinction Level Event" (2025), un álbum pretendía ser el renacer de un gran nombre en el metal pero que, en realidad, huele a cadáver en descomposición. En los ochenta y noventa, estos angelinos —con nombres como Gene Hoglan en la batería, un titán que ha tocado en todo lo imaginable, desde Death hasta Strapping Young Lad— fueron pioneros del thrash técnico. Discos como "Darkness Descends" (1986), con su primitiva y oscura furia, o "Leave Scars" (1989), donde intentaron madurar con letras sobre traumas y abusos en lugar de sangre y demonios genéricos, marcaron una era. Pero el infame "Time Does Not Heal" (1991), con sus cientos de riffs, es el elefante en la habitación: un monumento al exceso de ego que divide opiniones en sus filas de seguidores y opiniones que van de la adoración ciega al desprecio más absoluto. Tras su lógica disolución en 1992, a excepción de algunos conciertos puramente nostálgicos y apariciones esporádicas, parecía imposible negar que Dark Angel habían muerto, hasta este año en el que con Ron Rineheart, Eric Meyer, Mike Gonzalez y Gene Hoglan y su propia esposa, Laura Christine, a las seis cuerdas, publican este nuevo álbum que más que ilusión, produce desesperación.

Lo que prometía ser un regreso a sus sombrías raíces o un chapuzón en el caos técnico resulta ser todo un bostezo repleto de riffs ya conocidos, sin imaginación, en un intento patético de exprimir las últimas gotas de relevancia de una fuente seca. Desde su cubierta, con una imagen plana y cutrosísima generada por inteligencia artificial, con más aire emo que thrash, "Extinction Level Event" (2025) es un insulto y una forma de mancillar el legado de la banda. El single principal es un auténtico bodrio, un ejercicio de mediocridad que traiciona todo lo que Dark Angel alguna vez representó. Desde el primer riff, pesado y tosco, al estilo de "Time Does Not Heal", con Eric intentando evocar su propio sello, el desastre es evidente: las ideas se repiten, sin complejidad ni gancho, un bucle aburrido que ahoga cualquier atisbo de energía. ¿Estrofa? ¿Estribillo? Da igual, ambos se funden en una papilla indistinta, como si Rinehart —cuya voz, ronca y furiosa en "Darkness Descends" (1986), ahora suena como un avejentado gruñido, como si le costase sacar aire de sus pulmones en una canción en la que se atreven a plagiar a Sodom e incluso a Slayer en el solo. 

“Circular Firing Squad” es insufrible, la producción no la arregla, pero es algo que sufriremos en “Apex Predator”, la horrenda “Scarface the Room” y en un puñado de títulos en los que uno siente que todo se repite y nada avanza, en los que la banda parece estar perdida e incluso Hoglan parece no saber qué hace grabando semejante desaguisado. Laura Christine no destaca, no suma, sólo aporta algo de ruido; es solvente, pero suena justita y ni su labor, ni la de Eric, arregla un álbum que parece grabado para sacar algo de dinero y en el que ninguno ha puesto cabeza y mucho menos corazón. “Atavistic” o “E Pluribus Nemo” harán que desees concluir la experiencia, de no ser porque cierran con “Extraction Tactics” y es entonces, sólo entonces, cuando te das cuenta que no hay fondo en la caída de "Extinction Level Event" (2025). 

Me deja un sabor amargo viniendo de una banda que moldeó el thrash con discos icónicos como "Darkness Descends" (1986) y "Time Does Not Heal" (1991) merecía un adiós digno, no semejante bodrio. Ahora entiendo la actitud de la banda respecto a la difusión del álbum en plataformas de streaming, la dificultad para su compra, el acceso a su escucha y la venta en las principales plataformas de Internet, cuando sólo es posible adquirirlo en el sello Reversed Records y no han compartido promo para reseñas. Amigo Hoglan, olvídate de Dark Angel, déjalo morir en paz y no lo resucites más, ahórranos el tiempo y el disgusto.

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Crítica: Igorrr "Amen"

Pocas bandas logran fusionar con tanta audacia y maestría elementos tan dispares como frenéticos, el metal extremo y la delicadeza barroca. Igorrr, el alias del visionario Gautier Serre, representa esa alquimia sonora que desafía las convenciones y eleva el desorden a la categoría de arte. Su quinto álbum de estudio, "Amen" (2025), no solo consolida esta evolución, sino que la perfecciona, transformando las promesas esbozadas en el ya brillante "Spirituality and Distortion" (2020) en una obra madura y orgánica. Serre, quien ha estado explorando estos territorios sonoros durante dos décadas desde sus inicios con Whourkr, ha logrado con este nuevo álbum un equilibrio magistral. Lo que antes era un torbellino de locuras individuales —con influencias de trip-hop, death metal y black metal— ahora se erige como una catedral sonora, donde el caos es domesticado sin perder su esencia. El disco, grabado con un coro completo y un elenco rotativo de colaboradores que incluye veteranos de bandas como Soulfly, Anthrax y Mr. Bungle, reverbera con riffs potentes, etéreos sintetizadores y efectos que crean una atmósfera litúrgica y evocadora. En "Amen", Igorrr demuestra que su genio —o su demencia, según se mire— sigue siendo uno de los más únicos y creativos en el cruce entre metal y electrónica, rechazando cualquier atisbo de estancamiento para abrazar un desarrollo que lo hace sentir vivo y trascendente. Esta refinación no solo honra la herencia de discos como "Nostril" (2007) o "Hallelujah" (2012), sino que inyecta una grandiosidad que lo convierte en un festín. Al permitir que los elementos barrocos respiren, Serre logra una organicidad que invita a la meditación, mientras que la adición de voces operísticas y coros añade capas de profundidad. En resumen, "Amen" (2025) es el testimonio de un artista que, con la ayuda de músicos como el guitarrista Martyn Clément de HAH y Remi Serafino tras los parches, ex de Ecr.Linf, transforma la extravagancia en algo místico.

La diversidad de "Amen" (2025) es más que evidente a lo largo de sus canciones con una vitalidad que oscila entre lo lúdico y lo reverencial, siempre con un pulso que mantiene al oyente en vilo. Desde el arranque con "Daemoni", donde los coros ascendentes y los riffs se entretejen en un ritual hipnótico, el álbum establece un tono de misa profana que culmina en explosiones de breakcore. En "Headbutt", la voz operística de Marthe Alexandre se eleva sobre melodías enigmáticas y blast beats encabronados, evocando un lamento antiguo que se funde con riffs de death metal distorsionados por efectos electrónicos, creando una tensión que libera en sucesivos crescendos. "Limbo” nos transporta a otra época, en contraste con la breve de "2020", que irrumpe como un puñetazo corto pero devastador, recordando las raíces caóticas de Igorrr sin sacrificar la cohesión, mientras que "Blastbeat Falafel" fusiona death metal con surf rock y toques orientales, gracias a escalas microtonales árabes que el guitarrista Martyn Clément ejecuta con precisión quirúrgica. Aquí, la batería de Serafino añade un groove magnífico que equilibra locura y virtuosismo a partes iguales. "Mustard Mucous" profundiza en el lado oscuro de Igorrr con ataques vocales de J.B. Le Bail, ex de Svart Crown, cuya gama death/black aporta un toque aún más litúrgico a la narrativa. No faltan los instantes de disparate puro, como en "ADHD", donde flatulencias electrónicas mutan en ritmos funky o "Infestis", con samplers desafinados sobre pinceladas death metal. "Ancient Sun" se convierte en una meditación que deja entrever los misterios que habitan la mente de Serre. Como "Pure Disproportionate Black and White Nihilism" desata vocales dramáticas y cuerdas robustas, culminando en "Silence", donde los elementos barrocos nos permiten un respiro, lo que infunde al disco de un toque orgánica casi espiritual, a pesar de las capas y capas de electrónica. 

En última instancia, "Amen" (2025) no es solo un álbum; es una experiencia que redefine los límites de lo posible en la música extrema, invitándonos a abrazar la contradicción como fuente de éxtasis. La forma en que Gautier Serre, junto a sus colaboradores, equilibra la gravedad litúrgica con momentos de auténtica boutade me recuerda por qué la experimentación genuina sigue siendo el alma del arte sonoro. Si buscas un álbum que sea a la vez un banquete caótico y una oración profana, este es tu evangelio…

© 2025 Conde Draco

Crítica: November’s Doom "Major Arcana"

November’s Doom, originarios de Chicago, han forjado un camino singular en el mundo del metal durante más de tres décadas -que han pasado como un suspiro- fusionando con maestría el death metal robusto y enérgico con un doom profundamente emocional. Esta combinación, que en sus inicios parecía inestable y a punto de acabar sumidos en su propio caos, ha sabido evolucionar hasta convertirlo en un equilibrio perfecto entre la intensidad brutal y la melancolía. Álbumes como “The Pale Haunt Departure” (2005) y “Aphotic” (2011) destacan por sus riffs potentes y su atmósfera de tristeza conmovedora, demostrando la capacidad de la banda para conmover el alma mientras sacuden tu cuerpo. Con el paso del tiempo, han refinado su arte, evitando los cambios abruptos que podrían sentirse forzados y optando por transiciones mucho más fluidas que enriquecen la experiencia. Su anterior trabajo, “Nephilim Grove” (2019), aunque con momentos destacados, dejó espacio para más, y ahora, casi seis años después, llega su duodécimo álbum, “Major Arcana” (2025), que representa un regreso triunfal para estos amantes de la desesperanza otoñal, con un álbum que mantiene su esencia, ofreciendo una colección de canciones que capturan lo más primario de las emociones humanas con una intensidad que atrapa desde el primer segundo. Paul Kuhr brilla gracias a su versatilidad, alternando entre voces melódicas repletas de vulnerabilidad y guturales death que insuflan poder y veneno a la mezcla. Acompañado por Lawrence Roberts y Vito Marchese a las guitarras, logra un sonido que no solo produce verdadero placer, sino que invita a una profunda reflexión sobre el dolor y la redención. ¿Suena bien, verdad?

En “Major Arcana” (2025), las canciones se despliegan como un tapiz emocional, cada una contribuyendo a un todo cohesionado que fluye sin resistencia, especialmente cuando se escucha con el estado de ánimo adecuado; de nada sirve que te ponga este álbum a todo trapo antes de salir de marcha, prueba mejor con uno de Animal Collective, pero si lo tuyo es buscar el recogimiento propio de octubre, estas canciones te esperan con los brazos abiertos. Comenzando con una pieza introductoria ominosa, “Mercy” emerge como una joya que evoca influencias de Woods of Ypres, Pink Floyd y el mejor Anthema, creando una atmósfera de belleza conmovedora que toca el corazón con su poética melancolía; aquí, Paul Kuhr suena herido, invitando a un abrazo reconfortante mientras sus transiciones vocales potencian el impacto emocional. Otro punto álgido es “Bleed Static”, en el centro del álbum, con sus ocho minutos de exploración desolada, donde los riffs de Roberts y Marchese destilan una variedad de sentimientos que se desarrollan con efectividad y profundidad. “The Dance” destaca por su trabajo de guitarra melódica, reminiscencia de Amorphis, con un estribillo que le sentaría como un guante a la voz de Tomi Joutsen. Incluso canciones como “Ravenous”, que podría percibirse como una melodía death metal sencilla, la banda extiende su duración a seis minutos incorporando elementos que enriquecen la narrativa emocional sin forzar el ritmo, permitiendo que los oyentes se sumerjan en su primitiva intensidad. “Major Arcana”, irrumpe con potentes riffs y una construcción de tensión magistral, donde Kuhr advierte “This has gone too far” con una voz que crece en fuerza. La tercera parte del álbum, aunque más sutil, complementa el conjunto con temas que funcionan en contexto, evitando el relleno y enfocándose en una duración de casi una hora, que se siente más que justificada para un álbum con semejante estado de ánimo. Lawrence Roberts y Vito Marchese, con su maestría en las guitarras, alternan entre momentos más doom y death metal cavernoso, asegurando que cada nota contribuya a la emotividad, mientras Kuhr, recordando al legendario Eric Wagner de Trouble, eleva todo a un nivel superior. 

Escuchar “Major Arcana” (2025) es como ser envuelto en un remolino de hojas otoñales, donde la desesperanza se transforma en belleza redentora, y cada riff o melodía parece diseñada para sanar heridas emocionales. La voz de Paul Kuhr debería ser estudiada or sintetizar lo mejor del doom en años, y el dúo de guitarristas Roberts y Marchese, demuestran una madurez que hace que el disco se sienta como un abrazo necesario en tiempos de introspección. 

© 2025 Lord of Metal

Crítica: Paradise Lost "Ascension"

Llevo muchos días frustrado, evitando publicar esta reseña, desde que recibí el promocional del álbum de Paradise Lost, y es que, para cualquiera que nos haya leído en los últimos diez o quince años, sabrá que la banda de Nick Holmes y Greg Mackintosh es algo casi sagrado en este humilde blog. La trayectoria de Paradise Lost, una de las formaciones más influyentes en la escena del metal, se ha caracterizado por una evolución constante que ha desafiado las expectativas y redefinido los límites del subgénero, como así demuestran con "Ascension" (2025), en el que demuestran, una vez más, su capacidad para fusionar la melancolía introspectiva con una intensidad que resuena profundamente en las tripas de cualquiera que se acerque a sus canciones. "Ascension" (2025), grabado con una producción impecable, consolida su legado como pioneros del doom y el metal gótico, al tiempo que incorpora elementos frescos que enriquecen su sonido característico. Y es que, a lo largo de su carrera, Paradise Lost han sabido adaptarse sin perder su esencia, logrando siempre un equilibrio entre la nostalgia de sus raíces y una visión renovada que mantiene la relevancia de una banda que se completa con Aaron Aedy, Stephen Edmondson y Waltteri Väyrynen, reflejando su gran química.

"Ascension" (2025) destaca por su capacidad para entrelazar atmósferas densas con melodías accesibles, logrando un impacto emocional que trasciende lo meramente musical; "Eternal Recurrence” posee un riff robusto de Mackintosh, cuya guitarra evoca una melancolía cruda, mientras la voz de Holmes alterna entre guturales profundos y su voz melódica, transmitiendo una vulnerabilidad conmovedora. "The Silent Prophecy" se sumerge en texturas más experimentales, con un uso magistral de teclados que añaden un aire etéreo, recordando los días de "Draconian Times" (1995), pero con un enfoque más contemporáneo. Otro punto álgido es "Fading Embers", donde Waltteri Väyrynen brilla con precisión, sosteniendo un crescendo emocional, complementado por un solo de Mackintosh que destila pasión y técnica. Mientras que canciones como " Beneath the Fallen Sky" exploran una narrativa más introspectiva que se refleja en sus letras, abordando temas como la pérdida y redención, mientras que "Echoes of the Void" cierra el álbum con una intensidad que combina la pesadez del doom con un lirismo que eleva un álbum cuidadosamente estructurado, mostrando el talento de Paradise Lost para equilibrar la crudeza del metal con una sensibilidad casi poética.

"Ascension" (2025) es una muestra de su calidad técnica y capacidad para conectar con el oyente a un nivel al que pocos artistas acceden. Paradise Lost han creado un trabajo que no solo honra su legado, sino que también abre nuevas puertas y es un fiel testimonio de su resiliencia y creatividad, demostrando que, incluso después de más de tres décadas, los ingleses siguen siendo una fuerza vital en el metal, una celebración de la identidad de la banda que combina sabiamente la introspección y misma potencia de siempre. Los de Halifax lo han vuelto a lograr y no es por casualidad…
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